Punto de partida
La vida y el negocio de Marisol Villarroel que han logrado florecer
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En un día normal, Marisol Villarroel habla con las flores. “Ya, ¡levántense, mejoren de ánimo!”, les dice. “Ellas te escuchan y perciben las emociones”, indica, sentada en su florería, la única en la población Lo Hermida, en Peñalolén. Son las 11 de la mañana y el local todavía está cerrado. “Si lo abro nos van a interrumpir mucho”, añade.
Marisol Villarroel (51, casada, cuatro hijos) vende flores desde hace más de 12 años. Partió, dice, en 2009 en un kiosco. Luego, según recuerda, pasó a un local establecido, al lado de su actual recinto. “Tiempo después el arrendador cambió y me pidió tres meses para remodelar el lugar. Yo acepté, pero terminaron siendo tres años”.
En ese tiempo siguió vendiendo flores, pero en la calle. “Salía con mi carrito y me estacionaba acá mismo, en la vereda de la calle Altiplano con Grecia”, rememora. “Aunque lloviera, igual salía a vender. Llevaba mis flores, cremas y chocolates. En el verano se me derretían”.
Hoy, eso sí, Marisol Villarroel no está vendiendo en la calle. Hace cinco años tiene un local donde tiene todo tipo de flores, mercadería, peluches y productos de belleza. Y aunque ha pasado por una serie de eventos personales -en 2011 tuvo un accidente que le provocó quemaduras de segundo grado, y en 2015 su casa se incendió por completo-, dice que ha logrado reinventarse: en marzo abrió otra florería en La Reina y ahora está ayudando a uno de sus hijos a abrir una pizzería. Así es como lo logró.
“Creo que voy a llorar, cuando me pongo a hablar de mi negocio, de lo que me ha costado, de mi vida, me pongo a llorar”, dice Marisol, mientras se sienta en el centro de su florería, rodeada de claveles, rosas, crisantemos y astromelias. “Partí trabajando cuando tenía 18 años, en Patronato. Tenía unos jefes turcos y con ellos vendíamos ropa. Eran muy exigentes, pero aprendí mucho”, recuerda.
En paralelo, comenzó a estudiar programación en el Instituto Profesional de Ciencias de la Computación (IPCC) durante las noches. “Lo tenía que hacer, porque debía cuidar a mi mamá y a los hijos de mi hermana, que ella nunca los aceptó, entonces me quedé con ellos. Hoy son mis hijos”, apunta.
Trabajó en el rubro textil hasta inicios de los 2000. Después aceptó un trabajo en una distribuidora de confites, helados, remedios y productos congelados emplazada en Peñalolén. “Yo no sé manejar, entonces me tocaba entregar los pedidos a pata. Iba caminando a todos los lugares”, señala.
Su vida cambió, dice, en 2009, cuando una conocida le ofreció arrendar un kiosco que vendía flores. “Acepté de inmediato. Me lo arrendaban por $ 80 mil, pero tenía que pagar la patente, al contador y nunca me devolvieron el IVA. Yo no sabía de flores, pero aprendí en el camino”.
Desde ahí, apunta, ha tenido altos y bajos, pero nunca se despegó de ese rubro. “Vendí tres años en la calle y seguí con mis ramos”.
En agosto de 2015 su casa se incendió por completo. “Yo no estaba ahí en ese momento. Vi el humo a lo lejos. Cuando llegué, mi hijo menor se puso a llorar. Me dijo: ‘Mamá, lo perdimos todo’. Le pregunté si estaba bien, si sus hermanos y mi mamá habían salido ilesos. Me dijo que sí. Entonces le respondí que no habíamos perdido nada, que lo material se recuperaba”.
Dos años después tuvo la oportunidad de arrendar un local al frente de donde vendió durante tres años en la calle. Ahí ha estado desde entonces. “Me enfoco en vender ramos para regalos, aniversarios y días especiales. No comercializo coronas para funerales ni tampoco hago arreglos para los cementerios”, indica.
Desde 2017 la Florería Marisol ha crecido en ventas e ingresos. Por eso, dice, ha logrado remodelar el local. También ha recibido apoyo de distintas iniciativas que apoyan el emprendimiento, como el Fondo Esperanza, Impulso Chileno y las distintas instancias que ofrece Sercotec.
Esto le ha permitido ahorrar e invertir en otros proyectos. En marzo le ofrecieron abrir otra florería en La Reina. “Yo acepté de inmediato. Es arriesgado, pero una buena oportunidad”, dice.
Además, está ayudando a su hijo a abrir una pizzería. “Ya compramos los hornos y empezamos a remodelar. Ahora estamos esperando la recepción final”, agrega.
Marisol Villarroel cuenta que en los últimos años las ventas en la florería han bajado. Dice que el calentamiento global, la inflación e incluso el alza del dólar han afectado el negocio. “Muchas de las flores son importadas, entonces los precios han subido mucho”, afirma.
“Mucha gente me ha dicho que entregue el local de La Reina. ¿Pero cómo voy a entregarlo si he invertido tiempo y recursos? Estuve en la calle tres años, me quemé, se me incendió la casa. ¿Cómo voy a dejar algo que ya empecé? Como me enseñó mi vieja: ‘Si lo empezaste, lo terminas y lo haces bien’. Seguiré hasta que me sangren las manos o hasta que mi salud se deteriore. No voy a dejar este proyecto porque sé que va a salir exitoso”.