Opinión
Fernando Claro sobre balones de gas: "Queda en evidencia el principal problema de las empresas estatales, éstas no tienen los incentivos para ser eficientes"
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Cada vez que me toca escribir para esta sección del DF MAS, soy acechado por Mariana Mazzucato y su espectro. Parece que algo hay de verdad en eso de que los astros se alinean, esta ya es la tercera vez consecutiva. La segunda fue en marzo, cuando se destapó el contrato que ella y su equipo tenían con el gobierno de Petro en Colombia: cobraban un millón de dólares para asesorarlos en materias de “política industrial misión-orientada, alineando sus objetivos de crecimiento económico junto a otros dos, sostenibilidad e inclusión”.
Mazzucato justo andaba en gira por el mundo hablando de su nuevo libro donde despotrica contra los consultores tipo McKenzie y BCG por asesorar a diferentes Estados -especialmente el británico- en materias en las cuales no tendrían experiencia. Ella, sin embargo, cobraba un millón de dólares porque, me imagino, es la que sabe, especialmente sobre Colombia. Quizás sabe también sobre litio, ya veremos.
La primera vez fue a fines de octubre del año pasado, cuando la también directora de ENEL y académica nos visitó generando varias polémicas. En esos días critiqué los fundamentos teóricos y empíricos de sus propuestas, ya que no pasan ninguna prueba de calidad científica. Miles de comentaristas y burócratas académicos se espantaron en las redes sociales, llegando a decir que mis dichos eran simples mentiras. Destacaban su cantidad de libros y artículos, y su impacto -con el “índice H”. La decadencia de la ciencia. No sabían que ese índice no dice nada acerca de la verdad de una teoría -teorías demostradamente equivocadas como la teoría económica marxista tienen gran impacto-. Es más, ese índice puede crecer justamente por lo contrario, pero no importa, y menos entre burócratas académicos y twitteros que descubrieron recién la industria de los papers.
El impacto y buen recibimiento de los fraudes teóricos y empíricos de Mazzucato es lo que ha legitimado el resurgimiento de la idea de que el Estado es bueno emprendiendo y es lo que nos tiene, ahora, por tercera vez, hablando sobre ella. Esta semana, por enésima vez, quedó demostrada la pésima idea del Estado emprendedor.
A pesar de las advertencias, el gobierno intentó ingresar al negocio de la distribución minorista de gas licuado generando obvias pérdidas por cada entrega de balón de gas. El objetivo, decían ellos, era ayudar a los más pobres. Sin embargo, no escucharon lo que todos le dijeron al respecto: si de verdad querían ayudar a los más pobres lo más eficiente era comprar a las empresas que producían, ya sea subsidiando a las mismas personas directamente o “agregando demanda”. Se hizo un carísimo plan piloto que no era un plan piloto, ya que éstos se hacen sobre políticas que pueden resultar con alguna probabilidad, para hacer los ajustes finos, pero acá nada decía que resultaría. Fueron advertidos.
Queda en evidencia el principal problema de las empresas estatales: éstas no tienen los incentivos para ser eficientes y con una probabilidad muy alta se mal administran con fines políticos: en este caso se utilizó el lanzamiento de este plan simplemente para hacer un show electoral en medio de la campaña del Apruebo, con Giorgio Jackson de ministro -olvidando su deber como ministro y no como gerente de empresa pública- realizando grandes y coloridas puestas en escena. Esa fue la razón, ya que en su programa de gobierno no hay ni una sola palabra sobre esta industria. ¿Y qué ha dicho el gobierno corporativo de ENAP sobre todo esto? Esperemos que esos balones de gas y gorros rosados de Giorgio queden como símbolos del fiasco del Estado emprendedor.