Opinión
La columna de J.J. Jinks:: Orden y patria
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Hace pocos días, el violinista y director de orquesta neerlandés André Rieu repletaba el Movistar Arena sumándose a la seguidilla de conciertos a tablero vuelto que hemos tenido en Chile en la post pandemia.
Rieu cumplió a cabalidad una vez más su propósito de acercar la música clásica a un público masivo y joven a través de una puesta en escena pop y desprovista de la formalidad y pompa que habitualmente la rodea.
“De gustibus non est disputandum”. Hasta ahí nada nuevo, lo llamativo fue que en cierto momento del espectáculo el violinista europeo invitó al escenario al Orfeón de Carabineros para que lo acompañara en un par de temas, y el público explotó en aplausos y vítores. ‘¡Vaya que quieren a su policía!’ debe haber pensado Rieu, en neerlandés, por supuesto.
El contraste es brutal con lo que sucedía hace solo algunos meses. Carabineros llevaba un tiempo en medio de la tormenta perfecta, se cuestionaba su aptitud y preparación para hacer las tareas que son propias, a lo que se agregaban serias dudas sobre la formación ética del personal.
Símbolo de lo primero fueron la desastrosa y vergonzante Operación Huracán, donde se dejaron timar y luego buscaron tapar con mentiras su inepcia y también el fallido intento de controlar el orden público a partir del despelote que tenemos desde octubre 2019.
En el ámbito de la probidad las cosas no andaban mucho mejor, con desfalcos millonarios (realmente millonarios) perpetrados por múltiples integrantes de los altos mandos de los últimos años, y la guinda de la torta fueron las acusaciones de violaciones a los derechos humanos que afectaron a Carabineros post estallido.
Dado ese cóctel explosivo, cuando nuestras actuales autoridades gritaban a los cuatro vientos que había que refundar por completo a la institución, si bien nadie tenía muy claro a qué se referían exactamente (les suele pasar), no había nadie que se atreviera a sacar la voz para defenderla. Fue en ese ambiente que prominentes miembros del gabinete se permitieron unos tuits de alto calibre, donde “asesinos y merecedores del odio de Chile” era la parte buena onda.
Quién iba a pensar en ese momento que tiempo después tendrían que salir en pleno aniversario del 18-O a dar balbuceantes explicaciones de lo que no se puede explicar, sobre todo cuando decir “la embarré, la embarramos” no es parte del léxico que se permite un político.
El cambio en la percepción pública ha sido brutal: de acuerdo a Cadem en octubre de 2019 un 69% de la población estimaba que el uso de la fuerza de Carabineros y el Ejército en el control del orden público y violencia había sido excesiva y con abuso de poder, y tres años después frente a la misma pregunta la tasa bajó a un 38% y hay una sólida mayoría de un 58% que estima que fue proporcional dada la violencia que había en las calles.
Es probable que hoy que andamos menos emocionales tengamos como sociedad una evaluación más ponderada de los múltiples efectos del estallido, sin embargo, tampoco debemos olvidar que muchas de las críticas que se le hacían a Carabineros tenían una más que razonable justificación.
Aprovechar este reencantamiento de la sociedad chilena con Carabineros para hacer los cambios desapasionados y profesionales que urgentemente requiere la institución sería buen motivo para sumarse a quienes ovacionaban al Orfeón, y por qué no corear también un transversal “Orden y patria es nuestro lema”.