Cultura
El castigo, el nuevo estreno del director Matías Bize que rompe tabúes
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17:57. A esa hora, durante siete días seguidos, arrancaba el plano secuencia de 85 minutos de duración. Frente a la cámara, Ana (Antonia Zegers) y Mateo (Néstor Cantillana) buscan a su hijo Lucas.
Detrás de ella, casi en fila, hay siete personas. Gabriel Díaz, director de fotografía; Matías Bize, director; María José de la Vega, asistente de dirección; Pablo Martínez, foquista; Marcelo Kaczeczka, encargado del diafragma: Andrés Polonsky, sonidista; y Fernando Marín.
“Éramos como una cuncuna, teníamos que movernos juntos, en una especie de coreografía. A veces corríamos todos hacía atrás, o hacia un lado, para no aparecer en escena. Fue una bonita dinámica ser todos parte de un mismo organismo sintiendo cómo la historia iba avanzando”.
La ópera prima de Matías Bize es Sábado (2003), también filmada en plano secuencia, es decir, sin cortes, que seguía a una novia que a minutos de casarse se entera de que su prometido le fue infiel. Protagonizada por Blanca Lewin, la película fue un éxito de crítica y audiencia en la categoría indie y ganó premios en festivales internacionales de cine. El productor y director de fotografía fue Gabriel Díaz, compañero de Bize en la Escuela de Cine de Chile, y una de las actrices secundarias era Antonia Zegers.
“Desde que hice Sábado tenía ganas de volver a trabajar un plano secuencia, pero no quería que la forma fuera más importante que la trama. Tuve varias ideas que descarté. Me demoré 20 años hasta que apareció una idea de película que yo sentía que sería mejor con un plano secuencia. En El castigo uno ve en tiempo real cómo los protagonistas se van cargando emocionalmente.
Lo otro que me interesa es el realismo que le da a la historia. Despojarla de todos los artificios del cine. No tiene ni música ni cortes. Como es la vida real. Tampoco quería hacer tomas súper rebuscadas o impresionantes, sino simplemente contar esta historia de la mejor manera posible”, comenta el director.
Es su primera película de suspenso, agrega Matías. Aunque se trata de un envoltorio, dice, porque es un thriller que va sorprendiendo al espectador con otras capas y vuelcos en la medida en que la noche va cayendo sobre los protagonistas.
“Me interesaba que fuera algo simple. Algo que nos podría pasar a todos. Como que se te pierda media hora un niño en el mall, y acompañar lo que les sucede a los personajes durante la búsqueda”, agrega sobre la trama principal, donde también intervienen Catalina Saavedra, en un notable rol secundario, Yair Juri y Santiago Urbina.
El castigo se rodaba a mediados de marzo de 2020. Bize recuerda que un día llegó a ensayar el texto a la casa de Antonia Zegers, y ella le dice “¿Viste lo que pasó en Italia?” Y le muestra la noticia de la emergencia sanitaria desatada en Europa por el Covid-19, y fue cosa de un par de días para que se declarara la pandemia y se cerrara todo.
Cancelada la filmación, el realizador alcanzó a volver a México, donde vive la mitad del tiempo, y decidió concentrarse inmediatamente en un nuevo proyecto.
“Dejé el guion de El castigo y empecé a pensar en Mensajes privados. Llamé a los actores (Blanca Lewin, Nicolás Poblete, Antonia Zegers, Néstor Cantillana y Vicenta Ndongo, entre otros) y les propuse hacer una película desde sus casas, con la cámara de sus teléfonos. Eso me permitió sobrevivir creativamente a la locura y al conteo de casos Covid-19”, afirma.
La película, que se estrenó en mayo de este año, transcurre en formato pandémico, pero aborda otros temas sensibles, como el abuso sexual y la violencia intrafamiliar, a través de crudos testimonios.
En marzo de 2021 estaban listos, ensayados y con los pasajes listos para viajar a grabar El castigo al sur, y una nueva alza de contagios hizo que las restricciones sanitarias volvieron a impedirlo. Lo lograron al fin en octubre del año pasado. “Finalmente creo que fue para mejor tener esas dos paradas previas. La película maduró y la teníamos súper incorporada”, dice Bize.
Antes de partir ensayaron en Santiago y realizaron algunas sesiones, actores y equipo, en el Parque Mahuida, en Peñalolén, como una manera de recrear el bosque. “Yo siempre me junto antes con los actores y hacemos trabajo de mesa. Pero en este caso además es necesario incorporar a todo el equipo, porque no habrá cortes ni edición. Es como una obra de teatro, pero con una cámara en movimiento”, explica.
El director destaca el trabajo actoral de los protagonistas. “Con Antonia trabajé también en La vida de los peces y La memoria del agua, pero nunca como protagónica. Me parecía que el personaje debía tener arrojo, intensidad, pero al mismo tiempo una sutileza. Le conté la historia a ella y me dijo: ‘yo puedo hacer eso. Entiendo ese lugar’. Néstor Cantillana también tremendo actor, y la Cata Saavedra era alguien con la que quería trabajar hace mucho tiempo y me parecía que estaba perfecta para su rol. También fue bonito volverá trabajar con Gabriel (Díaz), gran director, y nos sirvió haber hecho Sábado, ya teníamos esa experiencia juntos”.
La locación de la película es el bosque Quillín en Lago Ranco. Ahí estuvieron instalados dos semanas. La primera fue de ensayos, por bloques, y el último día realizaron una primera toma completa.
“La llamé la toma cero, para que todos vivieran también el proceso y el viaje emocional. Resultó bien, nadie se cayó al suelo, alcanzó la batería, lo logramos”, dice el director. La segunda semana, que era la de rodaje, hicieron cada día una toma. Siempre a la misma hora, para que el principio de la filmación se filtren unos rayos de sol que en el transcurso de la película se van enfriando.
Bize cuenta que cada día almorzaban juntos y luego los actores se vestían y hacían una lectura de texto mientras se tomaban un café. Después partían al lugar de la grabación y entraban en un estado de total concentración.
“Como antes de salir al escenario en una obra de teatro. Mi pega de director ya estaba hecha, pero tenía que cumplir otras funciones, sostener al camarógrafo en algunos momentos, correr una rama. Había un momento de silencio total, concentración, nos deseábamos suerte y partíamos”.
Al terminar la jornada, Matías revisaba el material junto al montajista Rodrigo Saquel, discutían y tomaban notas. Pequeños cambios de texto o variaciones de escenas. Generalmente no se aguantaba hasta el día siguiente y partía esa misma noche donde los actores.
“El nivel de ansiedad no me daba (ríe). ‘Mejor cuando tu personaje llama por teléfono, que diga esto’, ‘en tal momento párate más cerca de ese árbol para que la cámara llegue mejor’, ‘súbele la intensidad a esa parte’. Era heavy porque a veces llegaba donde la Antonia con 30 indicaciones, pensando que se quedara con algunas no más, y ella las retenía todas. Eso tiene que ver con su experiencia en teatro”.
Fueron siete tomas y se quedó con la sexta. “Esa fue increíble, hacía el final yo rogaba que nadie se equivocara, porque era la toma que queríamos. Ya de vuelta en Santiago, un par de semanas después, volví a verlas todas, comparé parte por parte, y definitivamente era esa”.
Dos estrenos en un año es un hito para cualquier director, pero particularmente para él, que suele estrenar una cinta cada tres o cinco años, reconoce. “Hace tiempo tenía ganas de meterle más velocidad a mi carrera ahora que ya tengo más experiencia”, dice el director.
“Me siento súper orgulloso de haber podido hacer dos películas que son profundas, dramáticas, distintas, pero con algo que las conecta. Siento que ambas plantean temas difíciles”, apunta.
La escritura la trabajó en conjunto con Coral Cruz, guionista española que también participó de La memoria del agua y La vida de los peces. Partieron de la anécdota del extravío de un hijo y se adentraron en las complejidades más oscuras de la maternidad y de las relaciones de pareja. Lo que parece ser una situación bastante plausible, termina en una confesión brutal.
“Hicimos una función privada en el cine, y de un momento en adelante no volaba ni una mosca en la sala. Yo siempre me pongo nervioso cuando veo mis películas con público. Si alguien mira el teléfono o sale al baño, pienso: ‘se aburrió’ o ‘se va a perder esta parte que es súper importante’. A veces me tengo que salir de la sala para no sufrir. Pero acá se generó una atención increíble”, comenta.
El largometraje -que se estrena en cines este jueves 6 de octubre- ya fue seleccionado en el Festival de Cine Black Nights de Tallin, un prestigioso certamen en Estonia.
Matías está contento de llegar al cine con menos restricciones sanitarias, sin mascarilla y pase de movilidad obligatorio. Cada vez más gente volverá a las salas, espera.
Su principal expectativa es que El castigo genere conversación. “La película entretiene, primeramente, porque cada minuto es urgente, eso me encanta. Y también abre un tabú, un tema difícil de reconocer. Siento que por momentos puede ser incómoda, una pareja puede sentirse reconocida en algunos sentidos. Creo que va a generar conversación y la gente se quedará pensando”, adelanta.