Cultura
Guía de Ocio: Conocer Chile a través de su historia comestible
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Chile, chicha y chancho es un libro que se lee -está escrito por Esteban Cabezas- y que se mira -porque está ilustrado por Alejandra Acosta-. Mientras uno pasa las páginas, se hace agua la boca: son tan buenas las descripciones, que uno siente hambre de inmediato.
Cabezas, quien además de periodista y escritor infantil es crítico gastronómico, presenta el libro como “el menú de nuestra historia comestible”, ya que repasa cómo y qué se come en
Chile, donde nuestras preparaciones son -dice el autor- un mestizaje único y original. Está el aporte de los españoles, que trajeron productos como almendras, duraznos, mandarinas, sandías, pomelos, alcachofas, el arroz, los porotos. Está la cocina mapuche, siempre austera. La yagana, la pascuense. La francesa, la alemana -a la que le debemos el tártaro, las fricandelas, los berlines-, la italiana, la palestina, la china. Y en años más recientes, la peruana, la colombiana, la coreana, la venezolana.
Hay un capítulo dedicado a la cocina en la tierra, como el curanto. Otro al sánguche, donde Cabezas dice que el más nacional es el chacarero: carne de vacuno, tomates, porotos verdes, al cual se le puede agregar mayonesa y ají verde. Otro a la empanada, donde incluso se menciona a las rellenas con manzana, pera o alcayota.
Especialmente útil es el mapa que se adjunta al final, con preparaciones típicas por región. Como el churrasco marino en Antofagasta: sánguche de pescada frita con chilena, ají y lechuga. O el chancho en piedra de la Región del Maule. Y el cordero al palo en Aysén. No exagero: se hace agua la boca.
Pura humanidad
Midnight diner es una serie japonesa ya con un par de años en Netflix, pero que sigue siendo una joya escondida.
En lo formal, se trata de lo que ocurre al interior de un pequeñísimo restaurante -una barra, 12 sillas, un chef- en el distrito de Shinjuku, uno de los más movidos de Tokio. Aunque como está ubicado en un callejón alejado del bullicio, aquí es como que el tiempo se detuviera. Abre a medianoche. Cierra a las 7 de la mañana. Pero en realidad, lo que la serie muestra es mucho más profundo.
Cada capítulo -tiene 50, divididos en cinco temporadas- gira en torno a un cliente y a un plato de comida, que es generalmente el que le pide al chef. Se dan conversaciones íntimas, se exponen dudas existenciales, se cuestiona la vida, se pregunta por la felicidad. El cliente desde la barra, el cocinero desde sus fogones.
Así, de la manera más simple y directa, a veces con otros comensales de testigos, lo que uno ve allí es pura humanidad: alguien que quiere ser escuchado; y por el otro lado un alma caritativa que no sólo escucha -sin juzgar-, sino también alimenta.
Por el lugar se pasea un público variopinto: policías, artistas, prostitutas, empleados públicos, hermanas tristes, hijos desorientados, detectives, miembros de la temida yakuza. Todo el mundo tiene allí un espacio.
Del chef-terapeuta no se sabe nada. Sólo que comanda este pequeño lugar, que sabe escuchar, que tiene una cicatriz en el lado izquierdo del rostro. No se conoce su nombre, no hay señas de su propia historia. Como si su sol fuera simplemente estar en el sitio y en el tiempo precisos, para aliviar las angustias de otros y, de paso, dejar contento el estómago.
El diseño y la revolución
En la entrada, hay un texto que lo dice claro: el gobierno de la Unidad Popular buscaba una vía chilena al socialismo, su propia versión de la revolución, y el diseño gráfico e industrial tenía un objetivo allí. Proyectar visual y materialmente esta revolución.
Cómo eso se llevó a cabo es lo que muestra la exposición Cómo diseñar una revolución: La vía chilena al diseño, en la Sala Pacífico del Centro Cultural Palacio La Moneda. La muestra, abierta hasta el 28 de enero, reúne cerca de 350 piezas originales.
Parte con una muralla cubierta por carátulas de discos de la Nueva Canción Chilena, a cargo del sello Dicap. Allí están Víctor Jara, Quilapayún, Ángel Parra, Inti-Illimani, entre otros. Desde aquí, sucediéndose una a otra, se escuchan las canciones que son la banda sonora de este recorrido.
Hay otro muro cubierto con afiches de la época, con esa gráfica tan particular y mensajes que hablan del trabajo, el cobre, los niños, las mujeres, la alimentación. Más allá, los productos que se desarrollaron en la campaña contra la desnutrición infantil: llama la atención una cuchara diseñada para dar a los niños la dosis exacta de leche en polvo.
Hay productos de factura nacional como sillas, televisores y hasta un llamativo auto rojo que resultó de un trabajo conjunto entre Citroën y la Corfo. Y al final, hay también libros, muchos, editados por Quimantú, sello estatal que buscaba que la lectura se masificara con libros económicos y de gran tiraje.
De paseo por galerías de arte
El 28, 29 y 30 de septiembre se realizará la séptima versión de Gallery Weekend, iniciativa que se realiza una vez a año -organizada por Víctor Leyton y Juan Pablo Vergara- y que busca potenciar el turismo cultural por la ciudad. Este año participan 20 galerías de Santiago, como Galería Aninat, Artespacio, Factoría Santa Rosa, Collectio, Isabel Croxatto Galería, Matucana 100, entre otras. En estos espacios habrá programación especial para esos días: inauguraciones, visitas guiadas, talleres, presencia de expositores.
Hay circuitos armados para recorrer distintas galerías, a los que se accede gratuitamente. Incluye hasta el traslado entre un lugar y otro. Sólo hay que inscribirse previamente en www.galleryweekend.cl
Por primera vez, además, Gallery Weekend considera una extensión a regiones: los mismos tres días de septiembre se podrán recorrer nueve galerías de Valparaíso. Entre las convocadas están Bahía Utópica, Bravo por Chile, Judas Galería, entre otras.