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Cultura

Guía del Ocio: "1976", mirada personal a una experiencia memorable

Guía del Ocio: "1976", mirada personal a una experiencia memorable

La economista Alejandra Cox quedó fascinada con la película dirigida por Manuela Martelli. La vio cuatro veces y ha visitado lugares de rodaje. Esta es su personal reseña de la cinta.

Por: Patricio De la Paz | Publicado: Viernes 7 de julio de 2023 a las 08:30
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"1972", una experiencia memorable

*Por Alejandra Cox

“Soy azafata”, afirma Carmen (Aline Küppenheim). Trasmite que es una mujer de mundo, además de ser una mujer bella que extrañamente pide una piscola y un completo en la fuente de soda a la orilla del camino costero. El cliente de la mesa del lado, que ha tenido la osadía de sentarse frente a ella, después de una pregunta que más parece declaración, “¿puedo?”, deja ver sus intenciones. Usa su servilleta para limpiar un poco de mayonesa que quedó en el labio de Carmen. Dice que es buzo, y ella pregunta si supo de la mujer que apareció muerta en la playa. ¿Qué rol pudo haber tenido él? Las preguntas quedan para nosotros, mientras observamos al buzo ponerse la chaqueta y dirigirse a la salida mientras el dueño lo despide como “jefe”.

Carmen es casada con Miguel (Alejandro Goic), pero su verdadera compañera de viaje es Estelita (Carmen Gloria Martínez), quien la protege, la espera tarde, la alimenta, le ordena la guantera del auto donde se encuentran las píldoras, los puchos y el carné de manejar.  

Antes de partir hacia la casa de la playa que está en construcción, Carmen estuvo en una tienda de pinturas en alguna calle céntrica de Santiago. El color de la pintura desciende del rojo e intenta igualar un tono que ella tiene marcado en un libro de viaje. “Un poco más de azul,” pide antes de llegar al resultado preciso.

En ese momento escuchamos el revuelo en la calle. Una mujer que intenta defenderse, probablemente de una patrulla militar. Carmen mira hacia la calle y notamos su collar de perlas y su vestido azul, mientras el encargado de la tienda baja la cortina. Al salir acompañada de un muchacho que carga los tarros de pintura, la cámara guiada por los ojos de Carmen se detiene en un zapato femenino que ha quedado justo debajo de la puerta delantera del auto. 

En la playa, el padre Sánchez (Hugo Medina) le tiene una tarea especial, además de la lectura periódica de poemas a los ciegos de la parroquia.  Se trata de cuidar a un joven herido, “un Cristo muerto de hambre,” que casi pierde la vida por un pedazo de pan. Carmen lo atiende. El joven se llama Elías (Nicolás Sepúlveda) y necesita antibióticos. 

Como era común en 1976, las llamadas telefónicas se hacían desde una caseta pública. Carmen llama a Miguel desde el hotel del balneario. Le pide una receta para antibióticos. Le dice que es para dos jovencitas que se han hecho abortos. Miguel es médico y jefe de servicio en el Barros Luco de Santiago, pero no coopera. Carmen consigue antibióticos en el policlínico del balneario, argumentando que necesita “atender a su perro”.   

El trabajo de Carmen no es sólo invisible para los ciegos de la parroquia. Lo es para su marido y para la mayoría de los que la rodean, excepto para Elías, quien depende de ella para sobrevivir, aunque no sabe su nombre, y es mejor que no lo sepa por si lo torturan. Ante la duda de Carmen, Elías confiesa que está escondido de las autoridades, y le pide que contacte a sus camaradas. Esto requiere viajes divididos en tramos, combinaciones de varias micros y acercamientos a desconocidos con palabras en clave. 

Junto a la historia de Elías, continúa la vida familiar, las visitas de hijos y nietos, las cenas en casa, las salidas en bote, la remodelación, las películas en la televisión y las filmadas por ellos tiempo atrás. El común denominador es lo que no se habla, lo que no se discute. 

La música, compuesta por Mariá Portugal, es una actriz crucial que acompaña a las miradas y a los recorridos, en una película de escasos diálogos. La directora, Manuela Martelli, y la cinematógrafa (Yarara Rodríguez) juegan con los colores de la bandera, mientras se mezcla el rojo con el azul en la pintura, el blanco del merengue con el rojo de la fruta, el rojo de la sangre con la transparencia del agua.

Esta preciosa película ha recibido 28 premios nacionales e internacionales. La descubrí en un cine arte cerca de mi casa en Los Ángeles, California, en mayo, y la vi cuatro veces con distintas personas para compartir una experiencia memorable.  El fin de semana pasado viajé a Las Cruces y me tomé una foto en la playa de Las Cadenas, que aparece en al menos una escena. La recomiendo; no es una exageración decir que es una de las mejores películas del cine chileno. Ya está en Netflix.

*Alejandra Cox es economista

La aventura de Lola Hoffmann

Ya de partida esta historia traspasa fronteras: Lola Hoffmann (1904-1988) fue una siquiatra que nació en Letonia, pero terminó siendo un imán en Chile por su manera particular de atender a los pacientes. Mezclaba la interpretación de sueños, el I Ching, las reflexiones sin anestesia y todo lo que le hiciera sentido. Bajo su apariencia frágil, era un torbellino. 

En Una aventura radical (Ediciones UDP, 2023), el periodista Juan Cristóbal Villalobos investiga y se mete en su universo, buscando explicaciones. Hace todo el viaje, el geográfico, que la sacó de su natal Riga, la hizo estudiar medicina en Alemania y la trajo a Chile, donde se quedó para siempre. También está el viaje interno: ése que la hizo dejar la fisiología y adentrarse en la mente humana, siguiendo la corriente de Jung. 

De paso, este buen libro -lleno de información, profundo, bien narrado- muestra las otras facetas de Lola: la esposa, la amante, la madre, la ávida lectora, la feminista, la buscadora de la paz planetaria. “¡Bienvenidas las crisis!”, felicitaba a sus pacientes cuando le contaban un problema o una angustia. Ellos quedaban estupefactos. Ella, impávida, remataba: “En todo proceso vital, el bien y el mal se entremezclan”.

Dos artistas frente a la naturaleza

Están en salas distintas de la galería Nac, pero ambas exposiciones conversan entre sí con total armonía.

Sedimentario, de Santiago Sahli, exhibe todo el proceso desde que un residuo, una piedra, un material natural se convierte, por ejemplo, en 16 vasijas. Usa tierras de todo Chile, que están metidas en bolsitas junto a las obras: hay de Colchane, de Surire, de Lircay, del río Mapocho, por nombrar algunos. En un video, va más allá; por algo lo llama “peace your range” (calma tu rabia): después de armar perfectas fuentes, las rompe, las zurce con la misma cerámica -dejando expuestas esas cicatrices- y las mete al horno.

La segunda piel, de Juana Gómez, también se vuelca a la naturaleza: hay ramas bañadas en bronce o en cerámica, hay bordados comunitarios que se asemejan a un liquen -siguiendo el patrón genético del Covid-19-, hay 400 campanas hechas con cerámica, que se pueden hacer sonar y que vistas desde abajo son similares a unos hongos que crecen en el campo. Si Sahli es un artista que trabaja como si fuera geólogo, Gómez es una artista con aires de científica.

(Galería Nac, Américo Vespucio Norte 2878).

Teatro del Lago en Frutillar: El paso a la filantropía estratégica

La institución, una de las más relevantes de Latinoamérica en su área, comenzó hace dos años a diversificar sus fuentes de ingreso para lograr la independencia financiera. El modelo ha funcionado: en ese periodo pasaron de un 12% de sostenibilidad a un 51%. Su director, Gonzalo Larenas, cuenta cómo lo hicieron y qué viene más adelante para la fundación.

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