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Cultura

Juan Pablo Abalo y el puzzle musical de “El Conde”

Juan Pablo Abalo y el puzzle musical de “El Conde”

Pablo Larraín lo contactó hace un año y medio para pedirle que se hiciera cargo de la música incidental de esta película recién estrenada por la productora Fabula. Buscaba a alguien que reescribiera y ajustara partituras, y además organizara una orquesta para grabar ese repertorio. Abalo, compositor con amplia experiencia, aceptó el desafío. Aquí cuenta cómo fue ese trabajo intenso, en el que incluso el propio director terminó tocando el bombo para una obra de Shostakóvich.

Por: Patricio De la Paz | Publicado: Viernes 22 de septiembre de 2023 a las 07:00
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“Era una idea loca y genial”, dice el músico Juan Pablo Abalo (44) cuando recuerda lo que el director Pablo Larraín le propuso hace un año y medio. El cineasta ya tenía en la cabeza la película El Conde -una sátira donde Pinochet es un vampiro de 250 años, hoy disponible en cines y Netflix- y buscaba alguien que se hiciera cargo de la producción del sonido y los arreglos musicales de la cinta. No era un asunto menor. 

“Pablo tenía una idea muy clara de que no quería ocupar grabaciones ya hechas, porque tienen colores y facturas muy distintas, e incluso tratando de masterizar y homologar todo, igual se genera como un pastiche de sonido. Él quería volver a hacer todo. Por eso digo que era una loca y genial idea. Implicaba volver a escribir las partituras, arreglarlas, muchas de ellas reacomodarlas en los formatos porque no teníamos el tipo de orquesta para eso o eran instrumentos que estaban en desuso, como la obra de Shostakóvich; o porque triplicaban el número de músicos de la orquesta, como la obra de Ligeti”, recuerda Abalo.


Aceptó de inmediato, seducido por este desafío que considera un trabajo muy poco común en el cine chileno.

Continúa: “Me habló del guion, que digamos era difícil de ordenar. Si a ti te cuentan sólo la idea, puede ser un delirio, pero suena fascinante. Cuando hablamos de música específicamente, ahí me conquistó la amplia cultura musical que él tiene, que tampoco es tan frecuente. Hablamos de las posibilidades de esto y lo otro, de esta obra, de este sonido. Me decían después que a este repertorio que aparece en El Conde, él le viene dando vueltas hace muchos años. Por eso allí le dio una importancia y un espacio bien grande a la música”.

Abalo entonces se puso a escribir de nuevo la música que al director le gustaba, a transcribir, a arreglar, a reducir, a alargar, a reacomodar: “Con Vivaldi, por ejemplo, hice como una especie de remix con las partituras”. Fue un ejercicio de libertad creativa, pero al mismo tiempo de mucha precisión. Parecido a armar un puzzle, porque la clave es que todo al final calce perfecto.

“El desafío era armar un soundtrack unitario, con un tono, un color, una gesticulación e impronta común entre toda la música. Esto con obras de más de 300 años de diferencia”.
 

Camaleón

Pablo Larraín y Juan Pablo Abalo no se conocían personalmente. Pero se ubicaban. Abalo es un músico al que le gusta el cine. Y Larraín posiblemente sabía de la bitácora profesional de Abalo, que ha sido amplia, diversa, audaz; justo lo que el director buscaba. La periodista Marisol García, especializada en música y quien colabora habitualmente con Fábula, fue quien le sugirió el nombre.

Juan Pablo Abalo, que de niño tuvo clases de piano y de batería, estudió Composición Musical en el Conservatorio de la Universidad de Chile. Luego de titularse, estuvo unos meses en París estudiando con un compositor francés, quien le sugirió que siguiera esa carrera allá. Pero Abalo, que reconoce que está en una búsqueda permanente, prefirió regresar a Chile y explorar otros territorios: sacó su primer disco, Siente canciones, en 2011, con temas de carácter confesional que él compuso y cantaba. Hoy dice que ese disco no le gusta, pero tiene claro que le sirvió para soltarse y abordar la música desde distintas orillas. “Atacarla por todos lados”, detalla.

Desde entonces ha sacado una decena de discos muy distintos, que se mueven por la electrónica, la balada, la letra contingente o los temas sólo instrumentales. También ha compuesto piezas clásicas, ha colaborado con grupos nacionales -como Dënver y Marineros-, ha hecho arreglos para orquestas. Él mismo dice que ha pasado por muchas músicas y modos de pensarlas, según los gustos y convicciones de lo que ha ido viviendo. 

Además hizo un Doctorado en Filosofía, con mención en Estética y Teoría del Arte. Lo terminó en 2015. “En ese tiempo estaba muy metido con la figura de Glenn Gould, con sus escritos críticos sobre música. Me encanta leer textos e ideas sobre música. Quería pensar en eso y me metí a esto. Me abrió la cabeza con asociaciones y cuestiones desde las cuales pueden salir ideas musicales. Cada cierto tiempo, necesito volver al ejercicio mental”, explica.

Pese a lo camaleónico de su carrera, nunca había hecho música para cine. Al menos no a la escala de lo que le propuso Larraín. “Había hecho algunas colaboraciones pequeñas en películas no tan conocidas, más alternativas o independientes. Era un tema, sin embargo, al que le había hecho el quite”. Pero estaba esa pulsión de saltar y arriesgarse, de buscar territorios nuevos, que es lo que le propuso el director de El Conde. Esa “idea loca y genial” a la que Abalo no pudo resistirse.
 
Respecto de si podría participar en el musical que está preparando Fábula, bajo la dirección de Sebastián Lelio, Abalo lo descarta. Sobre si podría trabajar con Larraín en el filme María, donde Angelina Jolie interpretará a la famosa soprano María Callas, el músico guarda silencio.

Recomponer

Después de hablar con Larraín, Juan Pablo Abalo se puso a escribir y reescribir piezas musicales diversas. Barrocas, románticas, contemporáneas; según la pauta conversada con el director. 

“Este proceso de escritura es la etapa que toma más tiempo. Buscar algunas partituras, reescribirlas, rehacer otras. Estuve en eso unos tres o cuatro meses. Igual todos los tiempos en el cine son muy ajustados, cuando las cosas empiezan a suceder tienen un tiempo muy acotado. Hay tiempos entremedio donde uno piensa, ordena en la cabeza. Realmente fue como un trabajo de ingeniería, de armar equipo grande y pensar en todas las posibilidades de que algo fallara, que son muchas en una operación de este tipo”, cuenta. Con Larraín se juntaron un par de veces más, a revisar, hacer propuestas, ajustar el playlist.

Abalo tenía experiencia previa en recomposición musical, un área que le gusta. “Hice antes una recomposición del Preludio a la siesta de un fauno, de Debussy”, señala.

“Además me fascina lo que hace el sello alemán Deutsche Grammophon, que tiene una serie que se llama Recompose y son encargos de recomposición de obras antiguas en nuevas versiones. Allí se aprende mucho, porque uno se mete en la cabeza de cada compositor, en el lenguaje de una época. El barroco es distinto del romántico, del contemporáneo, pero también uno puede dar vuelta cosas, cambiar reglas. Es otra forma de trabajo, en la que hay que ser respetuoso y a la vez resolver”.

Sobre El Conde, precisa que él se encargó de la música incidental que acompaña a la película, pero no de la que se ejecuta en las escenas mismas. Por eso, su tarea no incluyó las marchas militares ni las melodías religiosas que se escuchan en la cinta. “Yo sólo me quedé con la música que suena, digamos, en el aire”.

Y pone ejemplos. Para el inicio de la cinta, cuando se repasa la historia bicentenaria del protagonista, “lo que hice fue reescribir con todos los detalles posibles -clavecín completo, orquesta de cuerdas y voz- una versión de Cold Song de Purcell, para lograr una versión como la que Pablo quería, un poco subterránea, implacable, sobria y a la vez dramática. Además hice una versión sólo de piano de esta pieza y tuvimos que ensamblar ambas -versión orquesta y versión piano- como una sola”. 

Para las escenas donde el conde vampiro vuela por la ciudad en su cacería de sangre fresca, “reescribí las piezas de Vivaldi, las partes que necesitábamos, y luego fue empalmar partes de unas con otras; armar un nuevo puzle, digamos”. O cuando la monja exorcista vuela por el cielo del sur, cuenta que la música que la acompaña es “originalmente un cuarteto del compositor norteamericano Andrew Norman, que editamos y lo volvimos a grabar para calzar con la escena”.
 

Con orquesta

El encargo de Larraín no fue solamente reescribir las piezas musicales, sino también grabarlas con una orquesta, “lo cual también es inusual en el cine chileno”, dice Abalo. Por eso, una vez que tuvo las nuevas partituras listas, se contactó con Guillermo Lavados -flautista, profesor del Instituto de Música de la Universidad Católica- para armar una orquesta que tocara la música incidental de la película. Convocaron a más de 25 músicos, venidos de distintas partes: de la UC, de la Sinfónica, de la Filarmónica. 

A principios de marzo, vinieron los ensayos del repertorio durante cuatro días. Y en los tres días siguientes, el trabajo fue grabado en vivo en Estudios del Sur.

“La grabación fue como se grababa a la antigua, que es con la imagen, con la película proyectada, y con la orquesta grabando al mismo tiempo. O sea, como grababa Hitchcock con Bernard Herrmann, como grababa Spielberg con John Williams. Una cuestión única para mí, una experiencia maravillosa”, dice Abalo. 

“Claro, teníamos cronometradas las escenas -explica-. Sin embargo, teníamos la dificultad de que la música clásica en general nunca se ha grabado ni se graba con metrónomo, no es de un tempo tan estricto, pero aquí igual teníamos que ceñirnos a un tiempo determinado. Entonces encontramos varias técnicas para poder irnos acercando a los tiempos de la película”.

Según el músico, el repertorio elegido -además de ser muy rico en los estilos de la música clásica- da un tono que equilibra al de una sátira. “Digamos que la música funciona como un registro bastante serio. Y eso es una operación que a mí me parece bien inteligente para como ir compensando los tonos que suceden en una película de estas características”.
 

Cigarras

Abalo dice que su experiencia con El Conde fue muy buena. Y que, además, el resultado dejó satisfecho a Pablo Larraín y también a Netflix. Pero es esquivo en contestar si habrá más colaboraciones con el cineasta en el futuro. Sólo reconoce que “hay una conversación que se ha mantenido y seguimos conversando”. 

Respecto de si podría participar en el musical que está preparando Fábula, bajo la dirección de Sebastián Lelio, Abalo lo descarta. Sobre si podría trabajar con Larraín en el filme María, donde Angelina Jolie interpretará a la famosa soprano María Callas, el músico guarda silencio. 

“Lo que puedo decir es que si uno de los proyectos musicales resulta, va a implicar instalarme un tiempo en Santiago”, cuenta, misterioso, conectado por Zoom desde Austin, en Estados Unidos, donde vive desde hace poco más de un mes junto a su esposa y sus dos hijas.

Llegó allá porque su mujer, Emilia Edwards, va a hacer un postgrado. El plan es estar en Austin por cinco años. Abalo, que sigue siendo académico de la Universidad Adolfo Ibáñez -donde además edita dos publicaciones, RAL y Refracciones-, dice que no pierde de vista la música. Está terminando de componer un cuarteto de cuerdas que será interpretado en noviembre en el Lincoln Center, en Nueva York. Está haciendo extensión de su último disco, Blanco, donde incluso registra la voz de su hija mayor. Y tiene otro proyecto más en mente. 

“Últimamente estoy más dado a lo instrumental. Me cansé yo mismo de mis ideas en palabras, como que estamos como saturados de opiniones y de frases. Entonces me he sentido a gusto con lo instrumental, que es una especie de silencio también”, reflexiona. Por eso tiene en la cabeza un nuevo disco con esas características y dos fuentes sonoras importantes: el órgano y las cigarras.

Cuenta que, como en Estados Unidos no tiene piano, está muy interesado en la sonoridad del órgano. “Ando con muchas ganas de meterme en el mundo del órgano. He estado viendo pequeños órganos de iglesia. Algo me está pasando”, reconoce. Respecto de las cigarras, dice que en Austin ellas producen un sonido muy fuerte, sobre todo en las tardes: “Las cigarras se mandan realmente como un concierto, es impresionante”.

Juan Pablo Abalo señala que “entre el órgano y las cigarras, estoy armando un puzzle”. De nuevo, como hace un año y medio cuando habló por primera vez con Larraín, tiene delante un rompecabezas musical. 

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Joaquín Macaya está listo para viajar a Eslovaquia, donde a mediados de mayo se presentará en el festival Starmus, fundado por el astrofísico y guitarrista Brian May. Ahí mostrará su proyecto musical de astro pop compuesto sobre la base de sonidos del espacio procesados por el Observatorio ALMA. Con mentalidad emprendedora y con la persistencia como estrategia, afirma: “El negocio del entretenimiento es un hecho y en la medida que lo asumamos como tal, más personas van a ser capaces de crear cosas interesantes”.

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