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Guía del ocio: El fin del mundo con Julia Roberts y Ethan Hawke
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Es uno de los últimos estrenos en Netflix, de los más vistos y de los más comentados, entre aplausos y críticas. Leave the world behind (Dejar el mundo atrás) es una película dirigida por Sam Esmail, basada en el libro homónimo de Rumaan Alan, y que en la producción ejecutiva cuenta con Barack y Michelle Obama. Además, tiene un elenco contundente: Julia Roberts, Ethan Hawke, Mahershala Ali, Kevin Bacon y Myha’la Herrold.
La historia es la de un matrimonio (Roberts y Hawke) que vive acomodadamente en Brooklyn, Nueva York, y que un fin de semana decide repentinamente junto a sus dos hijos irse al mar y arriendan una casa de lujo. Muy pronto las cosas empiezan a ponerse raras. Primero, un enorme barco petrolero a la deriva encalla con violencia en la playa donde la familia toma sol.
Luego, en la noche, llega de improviso el dueño de esa casa y su hija (Ali y Herrold), aduciendo que en NY hubo un apagón y quieren refugiarse en esta residencia de descanso. Todo empieza a desordenarse: ruidos ensordecedores, animales desorientados -como un grupo de flamencos que se instala en la piscina-, aviones que caen a tierra, mensajes de emergencia en teléfonos y televisores. Como si el fin del mundo, o algo parecido, hubiera llegado.
En casi dos horas y media de duración, hay un exceso de tomas aéreas. Hay también algunos diálogos bastante obvios. Hay poca profundización en los personajes. Pero de todos modos se mantiene algo inquietante en el aire. Como la inminencia de una tragedia, que no termina de explotar. Un apocalipsis latente. Eso, posiblemente, es lo que lo tiene a uno pegado a la pantalla, con sentimientos encontrados. Eso, además de un guiño recurrente a la serie Friends, que ahora toca mucho más el corazón después de la muerte de Chandler hace poco más de un mes.
Las cicatrices
Quiebres y reparaciones se llama la nueva exposición del Museo de Arte Precolombino. Es una invitación a mirar cómo los pueblos prehispánicos de América asumieron las heridas de sus objetos de uso cotidiano y ritual, y los hicieron parte de su relato histórico. Lo explica la directora de la institución, Cecilia Puga: esta muestra habla de las acciones para prolongar la vida de objetos y los ritos relevantes para las distintas sociedades que habitaron esta parte del mundo.
La exposición tuvo su origen en una selección de objetos de arte precolombino que tenían en común un quiebre en su materialidad. Un equipo se internó durante años en los registros y depósitos del subsuelo del museo para escoger una a una las piezas que presentaban una huella evidente de desgaste o alteración intencional. Escogieron cerca de 100, como vasos kero inka con refuerzos, vasijas cerámicas con perforaciones, textiles y vestimentas remendados con zurcidos o parches. La belleza estaba justamente en eso: en las cicatrices.
“Las culturas representadas en esta exposición pudieron haber desechado los objetos rotos y hacer nuevos, ya que tenían los medios y tecnología para reparar y hacer invisible la intervención, restituyendo los objetos a su estado original. Sin embargo, decidieron dejarlas visibles: permitieron que la huella de ese ‘trauma’ material constituyera una capa más que se adhería a la historia funcional y simbólica de cada objeto”, dice Puga.
La exposición está abierta hasta julio de 2024. En Bandera 361, Santiago.
Sutil y conmovedor
La escritora coreana Han Kang ha sido bastante premiada por sus libros anteriores: La vegetariana, Actos humanos y El libro blanco. Y posiblemente lo será también por su nueva novela, La clase de griego. Un texto delicado, sutil, conmovedor, muy profundo. Con esa limpieza exquisita que tiene la escritura oriental, donde no sobra ni una sola línea, pero que es contundente como un golpe en el mentón.
Aquí hay dos historias que corren paralelas. La de una mujer que ha perdido el habla y la tuición de su hijo, y que además se viste de luto por la reciente muerte de su madre. Y la de un hombre que ha regresado a su Corea natal -dejando a su madre y a su hermana en Alemania- para no sentirse observado ni distinto al resto, mientras lentamente se va quedando ciego. A ambos los unen las clases de griego: ella es una de las alumnas, siempre silenciosa; él es el profesor, siempre muy compuesto.
Se esquivan, pero se miran. Sienten la presencia del otro. Como si las soledades mutuas fueran un imán. Hasta que ocurre algo inesperado, dramático, que funciona como si abriera una compuerta que aprisionaba las emociones acumuladas. Como si sus fragilidades pudieran sumarse para crear algo nuevo. Y en medio de esa contenida explosión, de esa desesperación que se siente pero jamás se desborda, se despliega también y sobre todo la belleza.
Puro color
En esta muestra colectiva, los 12 artistas que la componen están distribuidos en tres conceptos involucrados en el color y que, además, le dan el nombre a la exposición: Tono-Valor-Saturación. “La agrupación de las tres temáticas se fundamenta en las cualidades y variaciones que tiene el espectro de colores, permitiendo una apreciación más profunda de cada obra”, explica una de las curadoras y artista participante, Consuelo Lewin.
Carlos Navarrete, artista y co-curador, complementa: “Los tres conceptos son fundamentales, ya que redefinen la manera en que se ve el color y la forma. No se trata sólo de cómo se aprecian visualmente estos elementos, sino también de cómo ayudan a resolver problemas al pintar, como la composición y las técnicas que se utilicen”.
En Tono, se encuentran Consuelo Lewin, Raisa Bosich, Raimundo Edwards y Rodrigo Zamora; en la sección Valor, Josefina Concha, Paula Subercaseaux, Colomba Fontaine y Francisco Morán; mientras que Saturación incorpora la visión de Carlos Navarrete, Ricardo Pizarro, Malu Stewart y Francisca Sutil.
Muestra abierta hasta el 16 de febrero. En Santo Domingo 1061. Lunes a viernes, de 9 a 17 hrs. Entrada gratuita.