Análisis
Cristóbal Bellolio: “La Convención siguió en un microclima octubrista que afuera comenzó a cambiar”
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"Lo que hago en El momento populista chileno es parecido a Elige tu propia aventura. Le ofrezco al lector tres coordenadas descriptivas de lo que es el fenómeno populista, para que cada uno saque sus propias conclusiones. El término populista no lo ocupo de manera peyorativa, lo pongo en términos descriptivos”, explica el autor. El libro arranca con una exploración conceptual que luego es aplicada a dos fenómenos recientes en Chile: el estallido social y la candidatura presidencial de José Antonio Kast.
Estas coordenadas teóricas por cierto son aplicables al proceso constituyente y al actual clima político. Aunque ha participado de la iniciativa Una que nos una, junto a Javiera Parada, Andrés Velasco, Óscar Landerretche y Felipe Harboe, entre otras voces políticas que esta semana explicitaron que votarán Rechazo en el plebiscito de salida, Bellolio prefiere no pronunciarse por el momento.
Al menos mientras promociona su nuevo libro y también un nuevo podcast. Además del podcast Razones constituyentes, de la UAI, que condujo junto al abogado Rodrigo Correa durante 52 episodios, esta semana lanzó No hay Bellolio bueno. Quién es uno para tirar la primera piedra, grabado y editado por la productora Big Pudú. En el primer capítulo, llamado Carta a Daniella, el analista se refiere al concepto de caridad interpretativa, es decir, interpretar lo que dice el otro en su mejor versión.
En cada capítulo hablará de lo que le dé la gana, adelanta. Como actualmente no es columnista estable en ningún medio de comunicación, decidió armar su propia pyme para dar a conocer su opinión pero también generar contenido exclusivo monetizable a través de Patreon, plataforma de micromecenazgo donde los usuarios se suscriben a distintas ofertas de contenido creativo.
“Revisé la literatura especializada para identificar si existía una definición consensuada sobre populismo. En el debate público se ocupa para muchas cosas. Pero me di cuenta de que en la teoría hay coordenadas comunes.
Una es la división de la sociedad entre buenos y malos; un pueblo virtuoso y una élite corrupta. Eso está presente en fuentes más liberales que ven al populismo como algo malo, y también en la literatura más radical que considera al populismo algo positivo. La idea moralizante del espectro político dividido entre ‘ellos y nosotros’ está muy presente en el debate actual. También está la visión del populismo como antiliberal pero no antidemocrático.
Y por último está el populismo como un tipo de representación distinta. Una fuerte crítica a la intermediación política, y principalmente a los partidos, que suelen ser los villanos. Describo estas tres coordenadas centrales sin entrar a definir si son buenas o malas”.
“De acuerdo con lo descrito en el libro, es evidente que el proceso constituyente tiene rasgos populistas. Esto, insisto, sin connotación peyorativa, sino desde una perspectiva neutra. La idea de un pueblo que reivindica sus derechos frente a una élite privilegiada ha estado en el tenor de las izquierdas desde el comienzo de la Convención.
En segundo lugar, si bien la propuesta de Constitución tiene elementos del constitucionalismo liberal como libertad de expresión, religiosa, política, pareciera haber una necesidad de eliminar algunos de esos contrapesos para que la voluntad popular se manifieste de forma más fluida. Creo que esa era la intención original de eliminar el Senado o limitar las atribuciones del Tribunal Constitucional.
Por último, la consigna ‘El pueblo unido avanza sin partidos’ pareciera ser sintomática. Durante el proceso los partidos políticos generalmente estuvieron sentados en el banquillo de los acusados. Si la crítica a los partidos es una característica de populismo, este momento es bastante populista”.
“Hay una hipótesis que sostiene que elegimos a los convencionales cuando todavía estábamos bajo el hechizo octubrista, me hace sentido. La derecha estaba aferrada a la esperanza de sacar 1/3 y al no ocurrir eso, la Convención siguió en un microclima octubrista que afuera comenzó a cambiar. Además, surgieron otras necesidades tremendamente relevantes como el orden público y la prosperidad económica.
Pero los convencionales siguieron muy afectivamente ligados a los grupos que los eligieron. Quizás entendieron que este inédito equilibrio de fuerzas favorable no se iba a repetir y que había que abrochar la victoria. Me parece que eso explica por qué este penal sin arquero, que era el plebiscito de salida, se complicó tanto”.
“En el plebiscito de entrada hubo distintos Apruebo. Nos trataron de engrupir con que un 80% quería cambiar radicalmente las cosas. Y nunca fue así. Había un Apruebo que efectivamente quería derrotar el modelo neoliberal y crear una institucionalidad fundada en base a otros valores ideológicos distintos al sistema actual.
Pero también había un Apruebo más procedimental que quiso abrirse a un nuevo pacto con reglas del juego esta vez legitimadas, manteniendo instituciones relativamente similares. Ese gran bloque se empezó a dividir y el Apruebo procedimental se emancipó porque se dio cuenta de que el color ideológico de la Constitución no le gustaba tanto”.
“Otra hipótesis tiene que ver específicamente con los convencionales y con el tono excesivamente confrontacional y narcisista de varios de ellos. Como dicen ahora, convencionales arriba del ‘pony moral’. No me refiero a los despliegues performáticos que eran, hasta cierto punto, necesarios para demostrar que la elite que iba a escribir este texto no era la misma de siempre.
Era obvio que había que actualizar la elite pasada a naftalina, pero yo creo que muchos se esperaron mayor autocontrol y más capacidad política de conducción. Hay un castigo a los convencionales. De hecho, mucha gente del Apruebo confía que ahora si ahora los convencionales se callan pueden volver a subir en las encuestas”.
“Generalmente cuando se producen procesos políticos reivindicatorios de identidades que han sido históricamente desplazadas, como es el caso del texto actual -pueblos originarios, mujeres, disidencias sexogenéricas-, surge el temor desde una clase media que quería cambios, pero que tampoco pertenece a alguna de estas identidades.
Hoy les dicen que los pueblos originarios y las disidencias genéricas, van a tener más derechos. Ojo, no estoy diciendo que esto sea así, pero es la narrativa. El resentimiento original que motiva a los grupos históricamente desplazados a decir ‘nos toca a nosotros’, ahora genera un resentimiento reactivo de los que no pertenecen a ellos.
Las clases medias que viven en la Florida, en Puente Alto, en Maipú, y que no son personas tan politizadas tampoco. Fue lo que pasó con el Brexit o con el triunfo de Trump. Me parece que fue estratégicamente torpe darle al texto final un carácter tan identitario. Una dosis de reconocimiento era evidentemente necesaria, pero el énfasis en trayectorias identitarias vulnerables puede generar como reacción que aquellos grupos que no se sienten parte de ellas, rechacen”.
“Aunque todas las encuestas dicen que el Rechazo sacó una ventaja casi irremontable y cada día queda menos para el plebiscito, siento que el Apruebo todavía tiene una chance si no comete ningún error más. No sé si es porque nos parece demasiado lamentable.
Toda la gente que conozco que va a votar Rechazo y que pertenece a un mundo que promovió el proceso constituyente, siente que esto es un funeral. Consideran que esto fue una oportunidad perdida, realmente una lástima. Creo que, si el Rechazo sigue con fake news, con exageraciones, con argumentos ridículos, ocupando a rostros muy identificados con la derecha tradicional, le da espacio al Apruebo. Acá gana el que se equivoca menos.
Entramos en un espiral que más que votar a favor de algo, votas en contra de algo. Y el Apruebo durante mucho tiempo cultivó una posición hostil incluso hacia las críticas constructivas. Participé de la iniciativa Una que nos una y a nadie le importó lo que planteábamos, prefirieron pensar que éramos pagados por la elite para hacer una campaña contra la Convención. Eso, emocionalmente, no intelectualmente, te va alienando del proceso, te sientes menos parte”.
“No veo elementos populistas en este gobierno. Ya no se habla de una elite perversa, se trata de incluirla. Un ejemplo es el acuerdo de reforma tributaria que acaba de hacer Mario Marcel, quien representa al más conspicuo de los expertos, un antipopulista por definición.
No hay una narrativa anti partidos. De hecho, el gobierno se funda en partidos políticos, unos muy nuevos y otros más tradicionales como el PC. Se entiende la importancia de alcanzar ciertos acuerdos, no se demonizan los consensos. Creo que hay que ser más benevolentes frente a este nuevo elenco. Era obvio que se les iba a poner la pista pesada desde el comienzo.
Los temas de orden público: Araucanía, migración, seguridad ciudadana, así como la crisis económica, no forman parte del repertorio natural de la izquierda. No me extraña tanto que la tormenta esté fuerte y el barco zozobrando, pero siento que hay que apoyarlos, al revés de lo que hicieron ellos durante mucho tiempo, que fue escupir al cielo y tratar a todos los que no eran ellos de ineptos, tanto al gobierno de Piñera como a sus padres de la Concertación.
Creo que hay que parar la carrera armamentista de amplificar los errores del otro y ser más comprensivos y caritativos en el análisis. No voy a tirar la primera piedra contra este gobierno, creo que hay que seguir apoyándolo porque me interesa que le vaya bien”.