Análisis
María José Naudon y Yasna Lewin analizan la semana post elecciones
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María José Naudon
Vientos en la Convención
La nueva conformación del Congreso supuso una reconfiguración de los equilibrios y las fuerzas que podría entenderse como un freno a las aspiraciones refundacionales de algunos constituyentes. La posibilidad de plebiscitos dirimentes o la extensión del plazo para la redacción de la nueva Constitución son difíciles.
Lo anterior, puede tener una doble lectura: la primera apuntaría a una necesaria moderación que fomentaría el diálogo y los acuerdos. La segunda, por el contrario, a una exacerbación de los constituyentes más extremos que verían en la Convención la única posibilidad de generar cambios radicales.
Hasta el momento los comentarios de pasillo apuntan a un mea culpa: los excesos y las dificultades de la instalación habrían generado desprestigio y desafección ciudadana. Esta consciencia parecería estar detrás de la declaración institucional de la mesa que, además de felicitar a los candidatos, expresaba su confianza respecto del compromiso de ambos con la Convención.
En contraste con la misma, el vicepresidente Bassa entregó por Twitter un abierto respaldo a Gabriel Boric y declaró sin ambages que los resultados invitaban a “avanzar juntos y a convocar a los sectores democráticos para construir en colaboración, con humildad y sin exclusiones”.
La respuesta de la mesa obviamente contradice sus palabras y deja pendiente cuáles serán los vientos que correrán al interior de la Convención. Una cosa es clara: nada sería más peligroso que un gallito de fuerzas entre el Congreso y la misma.
Parisi
899 mil votos obtuvo Franco Parisi en las recientes elecciones; un notable 12,9% que lo ha convertido en la “diva” de la segunda vuelta. Sin haber puesto un pie en Chile y con acusaciones gravísimas en su contra, el ex candidato se consolidó como el fenómeno de este proceso. Parisi es producto de los tiempos; un catalizador del hastío de la política, pero también un hábil jugador en la época de las redes sociales.
Su presencia virtual lo ha tenido en el país de un modo diferente y le ha permitido, incluso, llegar a lugares donde ningún otro candidato fue capaz, generando una sensación de cercanía con sus adeptos que parece más propia de un grupo de amigos que de seguidores políticos.
Pero también ha construido su discurso desarrollando una verdadera teoría conspirativa de la que se hace cargo… ”digamos la verdad“ repite una y mil veces exacerbando las sospechas. ¿Quién se quedará con el botín? o más bien ¿alguien se quedará con el botín?
Las apuestas y los comandos están en pleno movimiento: Gabriel Boric, que no ganó ninguna comuna entre Arica y Atacama y fue desplazado al tercer lugar, aspira a conectar con el discurso antiabusos y Kast pone sus fichas en las coincidencias con la aspiración de eficiencia del Estado, la inmigración y los aspectos económicos. Todo sea para atraer para sí a los votantes del “candidato fantasma”.
Nos bajamos del árbol y estamos con los chilenos y chilenas que quieren seguridad para vivir en paz
Gabriel Boric se bajó del árbol y lo hizo de golpe. La necesidad tiene cara de hereje y la segunda vuelta también. Azuzado por un resultado que ratificaba el estancamiento y por las réplicas de un discurso con sabor a líder estudiantil, el candidato cambió su papel en la arena política.
Compañeros y compañeras (con puño en alto) devinieron en chilenos y chilenas, apareció la bandera, la seguridad y el orden público. Todo un giro si consideramos que, durante la primera vuelta electoral estos conceptos y símbolos representaron la arena contraria.
Desde este punto de vista, el vuelco del candidato es a todas luces una buena noticia; sin embargo, plantea otro problema de fondo: la credibilidad. No basta con cubrirse de nuevos ropajes o integrar conceptos a un discurso (por cierto, las palabras alcanzan para todo) si el viraje no se sostiene en convicciones y hechos.
El “fin del octubrismo” o el hastío manifestado por la ciudadanía el domingo pasado han forzado un reequilibrio hacia el centro, tendremos que estar atentos y observar los hechos para evaluar si hay algo detrás de la estrategia.
Los videos y tweets de Johannes Kaiser
Más allá de la natural repulsa e indignación que produce el episodio de Johannes Kaiser y sus intolerables declaraciones, el episodio muestra un fenómeno largamente más complejo. En una elección con dos candidatos en las antípodas, forzados a converger al centro, los extremos son un riesgo permanente.
Por decirlo de algún modo, existe una facción al lado derecho de Kast y una a la izquierda de Boric, de las que resulta ingenuo -y profundamente erróneo- desentenderse. Estos extremos operan como polos de atracción y son un feroz escollo para la moderación que se aspira a exhibir.
Probablemente la elección se juegue en cuánta certeza puedan ofrecer los candidatos de que no serán estas las voces que se impondrán a la hora de ser gobierno. Y aunque los esfuerzos desplegados esta semana para mostrarlo (con la incorporación de nuevos rostros a los comandos) son muy valiosos, es evidente que ambos se encuentran aún al debe para conseguirlo.
El salvavidas de plomo
Jadue declaró que los votantes de Parisi “son individualistas (…) buscan más plata en el bolsillo”. Sus palabras resuenan a los tan recordados “Vamos a meterle inestabilidad al país” o “Una parte de nuestro programa en el corto plazo no es pro crecimiento”… Salvavidas de plomo para Gabriel Boric que recuerdan que de aquello que hay en el corazón, habla la boca.
Revisar la historia
Revisitar la Revolución Francesa y los procesos que la siguieron puede ayudar a comprender que el fin del “hechizo del estallido”, concepto acuñado por Alfredo Joignant, no es excepcional. Hoy puede ser recomendable recordar que en pocos años la revolución devino en el Periodo del Terror y posteriormente en el golpe de Estado de Napoleón
Yasna Lewin
Contención en corto o estabilidad de largo plazo
Hagamos memoria: en el año 2011 se produjeron las grandes protestas universitarias, seguidas por importantes movilizaciones ambientales contra Hidroaysén, PascuaLama, Freirina, Punta de Choros, Alto Maipo; al igual que otras tantas protestas de las llamadas asambleas territoriales en Arica, Calama, Taltal, Quinteros, Coronel, Chiloé, Punta Arenas, entre otras.
No fueron pequeñas manifestaciones, sino ciudades completas movilizadas por una causa durante largos períodos.
Los años 2016 y 2017 fueron testigo de las marchas más importantes de No+AFP; luego, en 2018 todas las regiones de Chile vieron salir a las calles a millones de mujeres en la llamada “ola feminista”.
El clima de efervescencia de los últimos años fue documentado por el Observatorio de Conflictos del COES, consorcio de las principales universidades del país, que nos entrega una cifra interesante: entre 2009 y el 17 de octubre 2019 se registraron más de 20 mil protestas motivadas por diversas causas de origen local o nacional.
Ese fue el contexto de la década que terminó con el 18 de octubre del 2019. Desde esa fecha y hasta el final de aquel año se registraron tres mil 300 acciones de protesta para expresar el malestar acumulado en todo el territorio nacional.
Cuando hablamos de gobernabilidad y de la necesidad de transmitir confianza a los agentes económicos para promover un clima que incentive la inversión, vale la pena preguntarse si tiene sentido apostar al corto plazo, por la contención del malestar y la restauración transitoria del viejo orden, o si resultaría más sensato asegurar la convivencia armónica de territorios, clases sociales y generaciones, construyendo un nuevo modelo de desarrollo con una perspectiva de mediano y largo plazo.
Ese es el dilema que cruza tanto la Convención Constitucional como la elección presidencial y, en ambos espacios, la derecha ha decidido ser representada por su versión más dura. Han elegido la estrategia del “pan para hoy” sabiendo -o debiendo saber- que aquello instala la “ingobernabilidad para mañana”.
Como si fuesen capitales golondrina, los grandes inversionistas chilenos que hacen caja para Kast en la segunda vuelta, parecen estar apostando a una “última pasada”. Lo que venga después importa poco a quienes tienen alas para volar hacia los paraísos fiscales.
Democracia y orden natural de las cosas
Cuando un partido como el Republicano emerge con la fuerza que obtuvo en las elecciones, sus representantes adquieren más notoriedad, se develan las mezquindades de sus autoridades electas y aparecen ante el escrutinio público los principios inspiradores a los que adhieren sus militantes.
La declaración de principios de este partido apela a “…virtudes morales que responden al orden natural de las cosas, y el cual nunca puede ser modificado ni por autoridad política alguna, ni por ninguna mayoría electoral o parlamentaria”.
Desde la Revolución Francesa y el fin del absolutismo la idea de que son los ciudadanos quienes definen cómo se organiza un Estado y qué normas les rigen fue ganando terreno. La soberanía del pueblo es el principio fundante de casi todas las democracias occidentales y el derecho positivo es la consecuencia de este principio, que convierte en ley aquello que la ciudadanía acuerda o impulsa a través de sus representantes.
Por eso, cuando se declara que ni la ciudadanía ni sus representantes pueden modificar el orden natural, lo que se está diciendo realmente es que la soberanía no reside en el pueblo, sino en la interpretación particular que el Partido Republicano tiene de un mensaje divino.
Sobra decir que esta definición separa a los Republicanos de los principios democráticos y los acerca al poco selecto grupo de fuerzas políticas teocráticas como los Hermanos Musulmanes en Egipto, Tkuma en Israel, Frepap en Perú, entre otros
Sembrando miedo se cosecha terror
Es natural que toda fuerza conservadora cultive el miedo al cambio como estrategia de adhesión política. Yo o el caos, nos decía Pinochet. No queremos transformarnos en Chilezuela, alertaba Piñera.
Pero Kast ha ido más lejos. Aprovechando la situación de vulnerabilidad social generada por la pandemia ha desplegado una ruta del terror con cuatro estaciones. Primera parada, el hastío frente a la migración desordenada.
Segunda estación, agudizar las brechas culturales entre las grandes urbes y la periferia, instalando temores atávicos a la pérdida de símbolos y tradiciones.
Tercer paradero, frente a la proliferación de la delincuencia y el narcotráfico repetir la misma receta populista de Piñera, pero con retórica mesiánica, eludiendo la responsabilidad de su sector en la fallida promesa de más orden público.
Cuarta estación, el clásico anticomunismo llevado al extremo de transformar un programa de estándares socialdemócratas como el de Gabriel Boric, en un equivalente a la planificación quinquenal de la era soviética.
Lo que no parece advertir el candidato republicano es que ese afán de todo vale -exitoso con Trump y Bolsonaro para levantar las mismas banderas del nacional populismo- está despertando tanta adhesión entre sus partidarios como terror entre sus adversarios.
No solo la ex Concertación está corriendo a abrazar a Boric. También lo hacen las mujeres feministas, que ven cómo un misógino violento logra ser electo en las filas republicanas. Lo mismo hacen las disidencias sexuales, que ven el programa de Kast como una amenaza directa a su integridad y derechos ganados tras décadas de discriminación.
O los pueblos originarios, que temen pasar de un inminente reconocimiento constitucional al histórico ninguneo o, peor aún, al supremasismo blanco. Y por supuesto los migrantes, también sienten miedo porque en América Latina tardaron en comprender lo que en Europa sabían hace años: la amenaza nacionalista parte como opción política pero luego se transforma en agresión física.
Tristemente, la segunda vuelta presidencial parece que no la ganará quien logre mayor adhesión, sino quien despierte menos miedo.