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Especial 50 años

Orlando Sáenz Rojas y su “verdad” sobre Allende y el Golpe

Orlando Sáenz Rojas y su “verdad” sobre Allende y el Golpe

Como director de Asimet y luego presidente de Sofofa desde 1971, este ingeniero civil no fue sólo testigo, sino que tuvo un rol protagónico como líder del empresariado confrontando al gobierno de la Unidad Popular. A 50 años del golpe, Orlando Sáenz (87) repasa en primera persona cómo se desencadenaron los hechos y revela sus conversaciones con Allende. Cree que el golpe era imposible de evitar en 1973, pero que luego Pinochet dio un golpe “interno” del cual él se distanció a partir de junio de 1974.

Por: Azucena González - foto: Julio Castro | Publicado: Sábado 12 de agosto de 2023 a las 04:00
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“Estoy en una etapa en que quiero rememorar mi vida porque me queda poco y porque quiero dejar una herencia de lo que he sido testigo. Los 50 años son una oportunidad de transmitir una verdad. Mi verdad. Yo fui testigo presencial de hechos que después los historiadores han venido a interpretar, y muchas veces a desfigurar. Ojalá mis compatriotas, todos los que puedan, conozcan la verdad de unos ojos que tratan de ser muy imparciales. Yo cuento lo que vi, lo que oí, lo que ocurrió.
 
Lunes 7 de septiembre del 70 en Asimet, tras el triunfo de Allende 
Yo me venía incorporando al directorio de Asimet. Llego y están los 21 señores sentados. Vicente Echeverría presidía y abre la sesión diciendo ‘el objeto de esta convocatoria es analizar el triunfo del candidato señor Salvador Allende y la actitud que vamos a tener’.

Yo, que era un mocoso, levanto la mano y digo ‘nunca me tomé en serio la candidatura de este señor Allende y no tengo idea qué es lo que propone. No sé qué pretende como gobierno. Me gustaría discutir una vez que haya leído algo respecto a lo que propone. He visto que en la calle están voceando las 40 medidas, un folletito que vendían. Propondría que hagamos un intermedio para comprar el librito, leerlo y después sentarnos a opinar’. Lo hicimos.

La conclusión, digo, ‘estoy absolutamente convencido de que esto es un desastre’. El gobierno de Allende iba a ser un desastre para Chile. Pero, por otro lado, yo decía ‘este señor ha ganado leal y limpiamente. Tiene un mandato y ese mandato le da derecho a desarrollar el programa que propuso, me guste o no. Aunque crea que es un programa malo para Chile, le reconozco el derecho a desarrollar su programa’.

Durante el período que iba desde que ganó la elección hasta que el Congreso Pleno lo ratificó (octubre 1970), Allende se dedicó a regalar valium para todas partes. Trataba de tranquilizar a la gente. A los que no vivieron eso, les cuesta visualizar la reacción que hubo cuando ganó Allende. El pánico que se extendió era una locura.

Se empezó a ir la gente del país, a ver autos botados camino al aeropuerto porque la gente caminaba hasta el terminal para tomar un vuelo y olvidarse de Chile. Era una histeria. Yo lo encontraba irracional. Uno tiene que quedarse donde las papas queman y luchar por sus ideas. Abandonar a su patria por miedo es algo que no me cabe en la cabeza.
 

Primera reunión con Allende, en Guardia Vieja

Desde que él ganó hasta que yo lo conocí, deben haber pasado unos 15 días. No me llamó a mí. Él empezó a llamar a reuniones a los sectores que él quería calmar, a los gremios empresariales. A Asimet le mandó una invitación.

Yo era uno de los 21 (directores). En la mesa de Asimet, cuando recibieron la invitación, la actitud era desconocer el triunfo: ‘No es presidente, ni va a ser, porque va a haber un golpe militar, un complot, no va a asumir, hay que hacer todo para no legitimarlo todavía’. Estaba prohibido decir el Presidente electo, había que decir el senador Allende.

Entonces, cuando Asimet recibió la invitación, empezó la duda ‘¿vamos o no vamos?’. Al final alguien dice ‘mandemos a alguien que no signifique nada, A uno de nosotros que no tenga cargo’. Me mandan a mí, el más joven, recién llegando. 

Estaba Allende, y a su derecha Pedro Vuskovic, que iba a ser ministro de Economía. Allende planteó ‘nosotros vamos a gobernar para el pueblo de Chile, pero no se asusten, el sector privado tiene su rol y lo vamos a respetar’. Cosa que naturalmente no hizo, pero él trataba de tranquilizar. Era muy conciliador en ese momento. El que no era conciliador era Vuskovic. Jamás una sonrisa, jamás un gesto de asentimiento a lo que decía Allende. Y cuando abrió la boca era para decir ‘la voluntad del pueblo es superior a cualquier cosa’. 

Después, empezó la época que va desde el Congreso a la asunción del mando (noviembre 1970). Yo decía ‘no se hagan ilusiones señores, este caballero va a estar sentado en La Moneda. Van a ratificarlo, porque existe la tradición, años de historia en que el Congreso jamás ha contradicho la primera mayoría’. Me convencí de que el gobierno de Allende iba a ser una realidad. Mi opinión era: ‘este señor tiene un programa, tiene derecho a realizarlo, lo que ha prometido es el camino al socialismo democrático, empanadas y vino tinto, y nosotros debemos colaborar. Pero si por alguna razón tenemos convicción probada de que no es ése el propósito, entonces vamos a ver qué hacemos’.
 

La expropiación 

Se precipitaron las cosas bastante por culpa mía. Cuando Allende llegó al poder, Eduardo Frei había tenido un gran triunfo diplomático, consiguiendo para Chile la sede de la Unctad. Iba a celebrarse en Chile en el invierno del año siguiente, 1971.

Pero tenía un problema de sede: dónde iba a ser celebrada. Precisaba un gran salón para los plenarios. Empezó la fiebre del gobierno por terminar el edificio Diego Portales.

Desesperadamente llamaron a propuesta pública. Una de obras civiles y una para la placa, que era la estructura metálica enorme puesta encima. La propuesta era leonina en materia de plazos y no se presentó nadie (para la placa).

Yo seguía asociado con Maestranza Cerrillos y mi socio, Carlos Mujica, me dice ‘se nos ha ocurrido un sistema para hacer la placa del Diego Portales. La armamos en el suelo, en la Alameda, en 15 días’. Me convenció, y fui a hablar con Allende. Y lo hicimos. Pasaron unos cuantos días y en un discurso, Allende, entre las cosas que decía constantemente, era que los empresarios chilenos eran unos copiones, que había puros especuladores, que nunca se les ocurría nada propio.

Entonces, en un discurso mío, me reí de las palabras de él y dije ‘¿por qué no le preguntan al Presidente por qué va a tener edificio Diego Portales, si no fuera porque dos empresas chilenas le solucionaron los problemas?’ A la semana nos tomaron la empresa.

Yo creía que se podía exigir y de alguna manera presionar para que Allende no fuera más allá del programa. Era un programa de respeto democrático en teoría y nosotros teníamos que concederle a Allende el derecho a la duda, mientras no tuviéramos una convicción objetiva en sentido contrario.

Las líneas rojas para nosotros eran la definición del área social. Allende había planteado que en su programa el Estado tenía que hacerse cargo de algunas actividades estratégicas, cuyo número sería muy limitado. No había definición del número.

Discutir y negociar eso, yo lo creía posible. No diré que tuviera gran fe, pero sí concedía el beneficio a la duda: este señor va a intentar definir el área social y negociar cuáles son esos sectores, conforme a las leyes. 

El Consejo Nacional de Desarrollo 

Allende creó el famoso Consejo Nacional de Desarrollo como parte del valium inicial, en el cual el sector privado iba a tener un rol, una representación. Él lo presidía. El Consejo iba a asesorar a los ministros del sector y al Presidente en la conducción de la economía chilena. Hubo una sesión primera a la que yo no asistí porque todavía no era presidente de la Sofofa. A la segunda, me tocó ir a mí, a los cinco días de haber tomado el cargo.

Justo en esos días el ministro Vuskovic pegó el manotazo y se metió al bolsillo todas las empresas pesqueras, que no eran parte de la Sofofa. Una condición para tomar el cargo era que la Sofofa iba a defender a todas las empresas de Chile, fueran o no socias. Íbamos a defender a todas las empresas privadas que fueran pisoteadas.

Llegó el día del Consejo, tomé la palabra y dije ‘Presidente, su gobierno lo que pretende es que no exista la empresa privada en Chile y lo voy a probar con hechos’. Yo había elegido el caso de Eperva. ‘Yo no sé si su ministro de Economía se tomó el trabajo de comprobar que Eperva nunca ha vendido un solo tarro de pescado enlatado en Chile, exporta el 100% de su producción’. Se cortó todo Vuskovic. Me tomó odio de aquí en adelante. El famoso Consejo de Desarrollo nunca más existió. Devolvieron todas las pesqueras. 
 

Cónclave en Viña del Mar, en septiembre de 1971 

Una de las condiciones que yo había puesto para tomar el cargo había sido darle al gobierno el beneficio de la duda. Eso había sido muy resistido. Todos sabíamos que este gobierno marchaba a la dictadura del proletariado, pero yo decía ‘no tengo derecho a actuar suponiendo algo. Tengo que tener pruebas’.

Llegado septiembre, concluí que ya tenía un juicio fundado. Pedí la organización de un encuentro empresarial en Viña del Mar. Quería juntar a un grupo de personas, no necesariamente dirigentes de la Sofofa, sino que también a personalidades que yo consideraba muy de peso en el mundo empresarial. El grupo Angelini, Javier Vial, los bancos. Fue en el Hotel O’Higgins. 

Estábamos unas 20 personas y les dije: ‘Terminó la prueba de la blancura. Y la conclusión es que Chile con el gobierno del señor Allende va de cabeza a la dictadura del proletariado. Hemos llegado a un punto que hay una disyuntiva. Se las pongo encima de la mesa: O entramos en guerra contra el gobierno o yo me voy pa’ mi casa y ustedes se buscan otro que siga’.

Las preguntas fueron ‘cómo se puede organizar una guerra contra un gobierno. Y qué objeto tiene una guerra’. Yo les digo: ‘una guerra contra este gobierno es derrocarlo. No hay otro objetivo. Podemos tener recursos económicos. No los tenemos, pero podemos tenerlos.

Y podemos crear algo para saber todo lo que está pasando. Saber es poder. Inteligencia’.
¿Cómo podría yo tener contacto con la CIA? Nunca. Conocí gente del gobierno de (Richard) Nixon cuando ya había caído Allende y yo estaba a cargo de la cuestión económica. La única vez que vi a (Henry) Kissinger, post golpe, fue en la Asamblea General de Naciones Unidas, octubre del 73.
 

Buscando recursos económicos

En primer lugar, dije, tenemos que crear un organismo económico. Todas las empresas grandes estaban ya expropiadas, 836 empresas tomadas. ¿De dónde podemos sacar recursos? Del exterior. El experimento socialista chileno era preocupación del empresariado del mundo, por el peligro de que en América del Sur hubiera una segunda Cuba. 

Elegimos personas en lugares estratégicos que nos sirviera de coordinador. En Europa, un alemán que trabajaba en Zurich. No voy a decir (el nombre). Era un fanático anticomunista.

Armaba reuniones privadas de empresarios en distintas ciudades europeas, y alguien de nosotros, principalmente yo, iba a hacerles una exposición, en una mesa que ni sabía quiénes eran.

Y luego este señor decía ‘si alguno de ustedes tiene voluntad de colaborar con lo que están haciendo en Chile, recibo sugerencias’. Fueron dos años seguidos. Al final (fueron como) seis o siete millones de dólares. Tuvimos cuatro agentes. Uno en Europa, uno en Nueva York, uno en México y uno menor, pero con alguna relevancia, en Venezuela. Y un caso en Argentina. 

Puedo dar un nombre, porque fue trágico. Fue el mexicano. Lo mataron. Humberto Lobo. Murió por causa nuestra. Allende había caído y un colaborador mío mencionó el aporte de Humberto Lobo. Le explotaron el avión en que se transportaba de Ciudad de México a Monterrey. Lo mataron a él y a un hijo. El segundo hijo de él me llamó al tiro para decirme que tenía la convicción de que había muerto por las declaraciones en Chile. 
 

Las FFAA y el MAPU

Nosotros no teníamos ningún contacto con las Fuerzas Armadas, no conocíamos a nadie de ahí. 

El gobierno tenía tal pelota en Chile que el dólar valía cualquier plata. Las donaciones en el extranjero nos cundían. Usamos los recursos en mantener radios y diarios, sobre todo de provincia, y en ayudar a ciertos movimientos sociales que elegimos, Patria y Libertad, el movimiento gremialista de Jaime Guzmán. Eran importantes en los desfiles que armaba la UP. Ellos salían a la calle a contrarrestar.

Lo segundo: Inteligencia. En eso tuve mucha suerte, porque Pablo Rodríguez me puso en contacto justo con la herramienta que se necesitaba, un coronel de Ejército que lo habían despedido. El Coronel X. Hizo una labor maravillosa. Tenía más de 60 agentes al final del período y era increíble la cantidad de información que nos transmitía. Los movimientos de plata de la UP y documentos del gobierno.

Nos consiguieron el plan de Vuskovic para tomar empresas y ya muy cerca del golpe nos consiguieron antes de las elecciones de marzo del 73, el plan de golpe de Estado del Mapu, que fue publicado en primera página de El Mercurio antes de la elección. Fue determinante para ganar. Una historia tremenda. El coronel me dijo que se trataba de un fulano alto dirigente del MAPU que quería irse, que el régimen está agonizando y pide un pasaje a Suecia y plata. Le dije ‘bueno, páguele’. 

Empezamos a leer los documentos secretos del MAPU. Decía que la única salvación que tenía el régimen era ganar la elección, aunque fuera por un voto, e inmediatamente después dar un golpe de Estado. Empezaba a detallar cómo se podía hacer un autogolpe. Partí al departamento de René Silva Espejo, director de El Mercurio. Empieza a leer, pescó un teléfono, marcó un número y dice ‘detengan las prensas’.
 

Preparar un plan económico y los militares

Ahí viene la tercera parte: el equipo económico. Estudiar un plan de gobierno. Era una forma de mostrarle a los militares, que le tenían mucho miedo al estado económico del país, que si tomaban el gobierno, que si se hacían cargo de una pelota que iba a ser ingobernable, podía ser un freno. 

A medida que se fueron haciendo los estudios económicos, se nos ocurrió filtrar esto a los militares. Sobre todo a la Marina. No fue (José Toribio ) Merino. La Marina la movieron los capitanes de navío de segunda línea. El almirantazgo se metió bien al final, que yo sepa.
 
Empecé a conocer a los militares pasado el paro de octubre. El error crucial de Allende fue invitar al gabinete a las Fuerzas Armadas para deponer ese paro, que era algo que habría tenido resultados sólo si él hubiera variado de rumbo. Pero con los militares adentro, siguió haciendo lo mismo de antes.

Entonces, les permitió a los militares mirar lo que realmente estaba pasando desde adentro, ver la situación económica del país desde adentro y, sobre todo, se convirtieron en interlocutores válidos de nosotros. Pude ir al Ministerio del Interior y empecé a conocer militares ahí, porque la oportunidad la creó Allende. 

Empecé a tomar contacto más que nada con el estrato de capitanes de navío. Recién en el verano del 73 me junté por primera vez con Merino, en Viña. Ellos no hablaban de golpes, pero sí decían ‘por Dios, qué preocupante la situación. ¿Y usted cómo ve las cosas?’ Yo les decía ‘la veo negra, este país está hundiéndose’. Nosotros actuamos sobre los militares filtrándoles los documentos que mostraban la hondura de la crisis. Pero jamás cometimos el error de decir ‘denme un golpe de Estado’. 

Cuando nosotros ya teníamos contactos bien estructurados con ellos, de repente, faltando dos meses para el golpe o mes y medio, se empieza a producir un silencio, cortaron todos los contactos con nosotros. Mis colaboradores estaban súper preocupados. Dijeron, ‘¿qué pasa? No responde ninguno de ellos’.

Yo les digo: ‘Nunca está la cosa mejor que ahora’. Entraron en la etapa de planear. Nunca se contactan con civiles cuando están preparando una asonada. Ellos consideran que en la preparación física del movimiento militar, los civiles no sirven para nada. 

La única cosa que fue bastante decidora para mí fue que estando con un capitán de navío, si no me equivoco fue Arturo Troncoso, me dijo:

‘Orlando, ¿ustedes han tomado alguna precaución por si pasa algo en Chile? Si usted ve que se arma una toletole, ¿no tiene preparado nada para esconderse o ponerse a salvo? Usted puede ser un objetivo inmediato de esta gente. Yo que usted formaría un grupo de los seis o siete que son los más importantes de los movimientos gremiales, y acordaría una contraseña y prepararía un dispositivo para desaparecer si empiezan disturbios. Una contraseña cualquiera: La insulina para mi mamá’. Tomé las precauciones. Nos coordinamos con los demás para tener algún tipo de forma de desaparecer, porque podía producirse un autogolpe. 
 

La última reunión con Allende, en Tomás Moro 

Fue más o menos un mes antes del golpe. Me llamó por teléfono Carlos Prats (entonces Comandante en Jefe del Ejército y ministro del Interior) para decirme que quería pedirme que me juntara con Allende. Me dice ‘le ruego que lo haga. Yo sé que usted es un patriota. Hay que agotar todas las instancias’. Y me dice que el Presidente estaría dispuesto a juntarse en un desayuno. Acepté. 

Cuando llegué a Tomás Moro, muy temprano, lo esperé un momento y cuando entró, con cara de furia, muy agitado, empezó de inmediato en una posición muy agresiva conmigo. Me dijo ‘yo a esta altura sé que usted no es el patriota que yo creía y demócrata, sino que es un golpista’. Lo paré y le dije ‘Presidente, yo no he venido ni por gusto ni por tener nada que decirle a usted y por lo tanto no estoy dispuesto a que me insulte. Me voy a retirar’.

Ahí se calmó un poco y me dice: ‘usted sabe cómo está esta situación, no es prolongable. Y yo creo que deriva esencialmente de la indefinición del área social. Así que le propongo un trato. Aquí y ahora fijemos el límite del área social, que va a contar con muy pocas empresas. Le hago devolución pública y conjunta de todas las demás. Y un pacto de desarrollo del país con una alianza entre el sector público y privado’. 

Yo le dije: ‘Presidente, muy interesante su proposición, la voy a consultar con mi consejo y le respondo’. Se enfureció y me dice ‘No juegue conmigo. Usted bien sabe que la respuesta va a ser la que usted quiera. Dígame ahora, ¿qué piensa?’ Ahí le dije: ‘Presidente, yo rechazo su oferta. Si por mí fuera, yo la rechazo. Pero no quiero tomar solo esa responsabilidad. ¿Por qué la rechazo? Porque usted a esta altura está derrotado. Y si algo he aprendido de política es que no se pacta con los derrotados. Es demasiado tarde y no creo que usted pueda hacer ese pacto. No lo van a dejar hacerlo’.
 

El día D

En la mañana del 10 de septiembre yo tuve un acto en la Universidad de Chile, en que hablábamos (Jaime) Guzmán y yo. Salí de ese acto rasguñado entero, fue terrible, tumultuoso y feroz. Estaba lleno de gremialistas el aula de la Universidad de Chile, pero también en las afueras se formó un grupo grande de la UP. Salimos en andas, rasguñados y tironeados.

Atravesé al Club de la Unión, y estando en un almuerzo me llamó por teléfono Raúl Sahli, mi vicepresidente, y me dice ‘me llamó por teléfono mi amigo, que hace mucho tiempo que no lo veía, el general Vivanco. Para decirme que tenía un mensaje que pasarme y que nos encontráramos en la esquina de Ahumada con Huérfanos’. 

En la noche de ese día, estábamos comiendo con mi mujer en la casa de Jaime Celedón, como a las 10 de la noche, cuando de repente entra la persona que estaba sirviendo la mesa y me dice ‘tiene llamada telefónica de un señor que dice que es urgente’.

Era Raúl y me dice: ‘Orlando, no puedo aguantarme. Me junté con este fulano, y lo único que me dijo fue ‘dile a tu jefe que la insulina para su mamá está lista’’. Yo me pegué una palmada en la frente. Es la contraseña. Volví a la mesa y le dije ‘Jaime, perdóname, Liliana, párate porque nos vamos’. 

Me recogieron en la casa de Jaime. Me llevaron a la casa de un señor que nunca volví a ver, por allá por La Dehesa. Un señor salió en bata a recibirme. Me tenía preparado un dormitorio, y me acuerdo de él despertándome como a las 5:00 para decirme ‘hay movimiento en Valparaíso, parece que está pasando algo’. Tipo 9 me separé de mi señora. Ella se quedó ahí un rato más y me recogieron para llevarme junto a todos los dirigentes que se habían escondido, que éramos cuatro más. 

Nos reunimos en un departamento que queda en la callecita siguiente a Pedro de Valdivia, detrás del Teatro Oriente. Ahí nos quedamos toda la mañana. Oímos las noticias. Escuché por radio y lo vi (el golpe) por tele. Estábamos todos los de la Confederación. Al caer la tarde declararon estado de sitio y nos separamos, cada uno para su casa porque había toque de queda.

Yo no pude salir de la casa hasta ese sábado (15 de septiembre) en que me recogió la patrulla militar para llevarme al Ministerio de Defensa, y me clavé con hacerme cargo del caos económico. No quise dejar la presidencia de la Sofofa, y eso me impedía tomar un título de ministro. Quedé de asesor económico de la Junta. Y después en el Ministerio de Relaciones Exteriores, porque la emergencia era reponer créditos externos.

Me senté en el escritorio que me habían designado. Estuve tres o cuatro horas hablando por teléfono con todas las partes donde tenía que recoger información económica. ‘Banco Central, ¿qué reservas tienen?’ ‘Tenemos 5 millones de dólares en reserva. Los libros de contabilidad están quemados’. O sea, no tenían información. No sabían de cuentas corrientes. Fueron horas de desesperación. Dije, ‘¿qué hago? Esto no tiene arreglo’. Se me ocurrió la idea obvia. Llamé a Nathaniel Davis, el embajador de Estados Unidos. 
 

¿Había otra salida?

Yo creo que en el momento que el golpe de Estado se produjo, no había otra salida. Era imposible de evitar porque los daños que había sufrido Chile ya no eran corregibles dentro de un marco institucional como el que había entonces.

En 1973, la institucionalidad había agotado sus posibilidades correctoras. El Congreso ya había declarado que Allende se había salido de la Constitución y las leyes. El Poder Judicial lo mismo. Yo conocí a Allende. Nunca habría abandonado su línea. Nunca. Sigo creyendo que cuando llegamos a septiembre del 73, ya no quedaba otra que el Golpe. 

Pero antes de septiembre del 73 sí hubo oportunidades... Además, si hubiera sabido el rumbo que iba a tomar el gobierno militar… Porque no se olvide que el gobierno militar empezó con otros rumbos.
 

Pinochet y su golpe interno

Yo lo conocí (a Pinochet) en forma muy dramática. Fue el día que me invitó Prats a almorzar con él en vísperas de lo que él me presentó como un obligado viaje a la Unión Soviética.

‘Tengo que hacer este viaje. las cosas están llegando a un punto en que en cualquier momento puede haber un estallido. Entonces yo quiero que si usted prevé que en un momento dado la situación llega a ser de ruptura, me llame y me avise en mi viaje para yo poder volver de inmediato’. Le discutí, ‘no se vaya’. Porque él me había confesado que ya no tenía confianza en retener a las Fuerzas Armadas.

Arrepentimiento del Golpe, no tengo ninguno. Creo que llegado septiembre no había otra salida. Pero sí que si hubiera sabido que Pinochet iba a transformar el Golpe en una dictadura de 17 años represiva, habría hecho más esfuerzo por buscar una solución política en meses anteriores.
"Yo aceptaría que me dijeran golpista si el golpe hubiera sido lo que yo quería. Pero si me dicen golpista en relación a lo que realmente ocurrió, no lo soy en absoluto. Jamás habría aceptado un golpe con las consecuencias que realmente tuvo”.

Por ejemplo, el paro de octubre, que era una oportunidad en que Allende estaba desesperado por tener una salida. Llamó a las Fuerzas Armadas porque no le quedó otra.

Yo me contenté con el Golpe pensando que iba a cumplir los objetivos. Nosotros declaradamente fuimos a contarle a los gringos, y al nivel de Kissinger nada menos, que el gobierno militar iba a durar máximo tres años, que iba a plebiscitar una nueva Constitución y que iba a haber un Presidente civil desde el primer momento.

Yo me fui del gobierno en junio del 74. Me convencí de que Pinochet había dado un golpe de Estado interno y que, sin necesidad de disparar un tiro, impuso la verticalidad del mando para convertirse en Presidente y luego prolongar indefinidamente su gobierno. Me convencí de que los propósitos primeros no iban a cumplirse y que la cosa iba para otro lado.
 

Violaciones a los Derechos Humanos

Esto lo supe desde el primer momento. Yo me hice cargo de la emergencia económica. Me dediqué nada más que a tapar el hoyo de la emergencia que había. Pero tenía ojos y mucha relación con el cuerpo diplomático. Para mí era fundamentalísima la relación con Estados Unidos. 

Llego de vuelta de un viaje, y me llama Nathaniel Davis, el embajador de Estados Unidos en Chile, y me dice ‘Orlando: tengo dos niños desaparecidos, y esto me está complicando la vida. Tengo muchas presiones desde Estados Unidos. El Departamento de Estado está empelotado y lo que yo quiero es que usted me ayude a saber qué es lo que pasa’. Hablé con Ismael Huerta (canciller). Le digo, ‘Almirante, por favor, esto es muy complicado. ¿Quiénes son estos niños y qué pasa con ellos?’ ‘Los encontraron muertos en el río Mapocho, bala militar por la espalda’.

A Merino lo confronté, pero las cosas seguían. Formaron la DINA y metieron a (Manuel) Contreras. Empezaron a pasar cosas muy, muy duras. Cuando yo le dije esto a Pinochet fue cuando me fui.

Él me llamó cuando yo presenté mi renuncia a quien era mi superior directo, Merino, que estaba a cargo de los ministerios del área económica. Me llamó Pinochet a una reunión y ahí me dijo que él no quería que yo me fuera. Creía que yo me iba por desacuerdo con el manejo económico. Le dije ‘general, el problema económico es lo de menos. Son otras cosas las peores, los crímenes que se están cometiendo’. Me dijo ‘no se meta en eso. Ustedes los civiles no entienden lo que son las guerras’. Entonces yo le dije ‘general, yo no entenderé lo que son las guerras, pero entiendo lo que son los crímenes’.
 

El relato del 11

La verdad no es más que una. No hay dos verdades. Lo que puede haber son interpretaciones de la verdad. 

Yo aceptaría que me dijeran golpista si el golpe hubiera sido lo que yo quería. Pero si me dicen golpista en relación a lo que realmente ocurrió, no lo soy en absoluto. Jamás habría aceptado un golpe con las consecuencias que realmente tuvo.

(A los jóvenes) les diría que vale la pena conocer lo que hicieron los mayores. Entender por qué actuaron de una determinada manera y que si quieren libertad, si quieren tener opciones en la vida, nunca elijan el camino del totalitarismo”. 

Roberto Fantuzzi: “Los trabajadores se tomaron la fábrica y mi hermano Ángel se quedó adentro, secuestrado”

Las empresas Aluminios y Enlozados Fantuzzi y Aluminios El Mono, ambas en el cordón industrial Maipú Cerrillos, fueron intervenidas en la Unidad Popular. Tras el Golpe, cuenta el empresario y ex dirigente gremial Roberto Fantuzzi, hoy de 80 años, “los de la Aviación, que estaban a cargo, nos preguntaron si queríamos que algún trabajador no entrara, les dijimos ‘que entren todos no más’. Y entraron todos, no echamos a nadie”.

11 de septiembre: 11 voces reconstruyen las horas alrededor del golpe de Estado

Carlos Ominami, Mariana Aylwin, Moy de Tohá, Martín Costabal, Luis Maira, Hermógenes Pérez de Arce, Claudio Sánchez, Patricia Arancibia, Jorge Awad, Máximo Pacheco y Eduardo Labarca rememoraron para DF MAS cómo vivieron, hora a hora, el día del golpe de Estado. También las jornadas previas y las posteriores a este evento.

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