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Cuando la crisis climática quema el patio de tu propia casa
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La sensación de emergencia se extendió con la misma rapidez que el fuego se desplazó a lo largo de la autopista A2 a las afueras de Londres. Hacia la tarde del martes, cientos de bomberos luchaban contra 15 puntos de fuego simultáneos. Decenas de casas fueron destruidas.
Mientras, escuelas suspendían las clases, empresas enviaban a sus trabajadores a la casa, incluso Amazon suspendió informalmente los despachos por dos días. Trabajadores ferroviarios miraban atónitos cómo los rieles se expandían unos 30 centímetros, y conductores en Stockport en Manchester veían con asombro cómo el asfalto se derretía.
En un país donde quejarse por el mal tiempo es deporte nacional, usualmente los días de sol y calor son recibidos por miles de personas aprovechando para broncearse en jardines, balcones y cuanto espacio público disponible. Pero este no es un verano normal, y que Reino Unido no está preparado para enfrentar temperaturas extremas quedó en evidencia esta semana cuando se emitió una inédita “alerta roja por altas temperaturas”.
Por primera vez desde que hay registros, los termómetros superaron los 40° centígrados en un país donde apenas un 5% de los hogares tiene aire acondicionado.
No es un caso único. Siete días de ola de calor han dejado más de 300 muertos en España este año, Francia, Alemania, Grecia y Portugal batallan contra incendios forestales ocasionados por un clima especialmente seco y cálido.
Pero la ola de calor en Reino Unido es una novedad y vista como una prueba de que el cambio climático ya no es solo un problema de “países del sur” o lejanos, afectados por la sequía. También está afectando a países tradicionalmente fríos.
“Esperábamos no llegar a esta situación… Los días con temperaturas de 40 grados en el Reino Unido son ahora hasta 10 veces más probables de lo que serían bajo un clima no afectado por la influencia humana”, afirma Nikos Christidis, científico de la oficina de monitoreo ambiental (Met Office).
Choque de fuerzas
La alarma causada por la ola de calor revivió entre los políticos los llamados a luchar contra el cambio climático. El presidente estadounidense, Joe Biden, incluso declaró la emergencia climática para desplegar más recursos con este fin.
Para la mayoría de los países el compromiso era reducir las emisiones a cero hasta el 2050. Sin embargo, poco es lo que se ha avanzado en los dos últimos años, en parte como consecuencia de la pandemia.
“Todos los compromisos que hicimos en la COP26 se han quedado en eso, en compromisos, palabras… No se ha hecho nada”, afirmó a Bloomberg el legislador británico Alok Sharma, quien fue presidente de la última asamblea climática mundial, realizada en Glasgow.
Pero los nuevos llamados enfrentan un nuevo obstáculo: dudas sobre la efectividad de la política verde impulsada hasta ahora.
De la mano de Greta Thunberg y ante la presión de una nueva generación de consumidores, las élites políticas y académicas promovieron decisiones que hoy son cuestionadas.
El ejemplo más reciente es el de Sri Lanka. Ya en septiembre de 2021, el economista del Instituto Tata de Ciencias Sociales R. Ramakumar, advirtió que la política de agricultura orgánica del defenestrado presidente Rajapaksa reduciría la producción de alimentos clave para el país como arroz y té, uno de los principales productos de exportación. En mayo de ese año, Rajapaksa vetó la importación de fertilizantes y pesticidas químicos como parte de su plan “Green Sri Lanka”. Ramakumar apunta a consejeros directos del mandatario y al “lobby de la agricultura orgánica”.
Las predicciones de Ramakumar se cumplieron: la producción de arroz cayó en 20% y la de té en 18% en apenas seis meses. La reducción de divisas por exportaciones y el mayor precio de arroz importado agravaron las presiones inflacionarias que contribuyeron a la caída del gobierno.
Más grave para Europa, y quizás para la economía global, el caso de Alemania también ha encendido las alertas. Por presión del Partido Verde y el movimiento ecologista, Alemania decidió apagar sus reactores nuclearon tras el desastre de Fukushima en 2011. La entonces canciller Ángela Merkel, quien había sido una de las defensoras de la energía nuclear, aceleró el proceso de cierre de las 16 plantas que proveían casi un cuarto de la electricidad del país.
Según Merkel, Alemania sería el primer país desarrollado en tener una matriz energética principalmente de fuentes renovables. Pero la energía nuclear fue reemplazada por carbón y la importación de gas ruso.
No solo Alemania tiene el segundo kilovatio/hora más caro de la UE (0,32 euros) después de Dinamarca, sino que se convirtió en dependiente de Moscú, que le proveía de casi un tercio de la energía que consume.
Hoy, cuando Alemania podría caer en recesión, la política energética de Merkel es vista como un error. El FMI estima que Alemania podría perder 3% de su PIB, si Rusia decide cortarle el gas. Ante la emergencia, la Comisión y el Parlamento Europeo han cambiado su política y declararon recientemente la energía nuclear y el gas natural como inversiones “verdes”.
Michael Shellenberger, autor de Apocalypse Never, acusa que el ecologismo alarmista que domina a las élites políticas e intelectuales ha reemplazado a la religión. Lo que el mundo necesita, afirma, es encontrar fuentes de energía más eficientes para reducir las emisiones y tecnologías para adaptar la agricultura y ciudades a los cambios en temperaturas.
La reducción de emisiones -afirma- no debe necesariamente comprometer el crecimiento económico, especialmente en países que aún luchan para sacar a importantes porcentajes de su población de la pobreza.
Los bancos centrales no quedan exentos de críticas. Mientras se enfocaban en cambiar sus mandatos para incluir la misión de combatir el cambio climático, la inflación aceleraba su paso. Tariq Fancy, exjefe de inversiones sustentables de Blackrock, es un reconocido crítico de las presiones del lobby ESG. Según Fancy, comenzando por el propio CEO de Blackrock, el discurso ESG en la industria financiera es una gran operación de relaciones públicas que ha desviado la atención de los gobiernos y empresas de lo que verdaderamente importa: reducir las emisiones de forma real y concreta.
Sus argumentos, publicados por primera vez en Diario secreto de un inversionista sustentable en agosto de 2021, han ganado fuerza tras recientes investigaciones por “greenwashing” contra bancos como el estadounidense BNY Mellon y el alemán DWS.
Incluso Blackrock, que lideró la campaña por invertir en fondos ESG, redujo en los últimos meses su exposición a estos activos para optar por acciones más tradicionales.
Como afirma The Economist en su último reporte especial, gobiernos y empresas deben olvidarse de las campañas de imagen y discurso políticamente correcto y concentrarse en una sola cosa: reducir las emisiones. Las temperaturas extremas ya no son episodios extraños. Han llegado y serán cada vez más frecuentes.