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Las 48 horas que sacudieron los cimientos de China

Las 48 horas que sacudieron los cimientos de China

Históricas protestas se desplegaron a lo largo del país obligando al régimen de Beijing a relajar su política Cero-Covid. Es sólo el inicio de un doloroso proceso de ajuste.

Por: Marcela Vélez-Plickert | Publicado: Sábado 3 de diciembre de 2022 a las 04:00
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Tras casi tres años, Karin decidió dejar de usar mascarilla. “Es mi forma de protesta silenciosa”, explica. Karin es su nombre occidental. A sus 21 años, es sólo una de las decenas de miles de estudiantes de China, Hong Kong y Taiwán que arribaron este año a las universidades británicas.

Forman un grupo compacto, bastante cerrado. En los pasillos destacaban por su estricto uso de mascarillas y hasta guantes cuando en Reino Unido la pandemia es para la gran mayoría un mal recuerdo.

La última semana fue diferente. Al igual que Karin, miles de estudiantes chinos decidieron dejar de usar mascarillas en apoyo a las protestas en su país. “Es la primera vez que puedes identificar primera vista a quien piensa igual que tú”, explica sobre las reservas que tienen los ciudadanos de China a hacer cualquier comentario político, por temor a que se entienda como una crítica al régimen del Partido Comunista o sus líderes. “Nunca sabes quién te escucha y qué conexiones tiene”.

Ese temor terminó el 25 de noviembre, cuando se registraron las primeras protestas contra la draconiana política “Cero-Covid” impuesta por Xi Jinping. Diez personas murieron a consecuencia de un incendio en un bloque de departamentos en Urumchi. La ciudad está en cuarentena desde octubre, y residentes culparon a las restricciones, que incluye la instalación de vallas y puertas de acero para impedir el tránsito de las personas y autos, como un factor que impidió el pronto rescate de las víctimas del incendio.

Al igual que las llamas, las protestas se expandieron rápidamente por todo el país. Una ola de descontento llevó a que decenas, sino cientos, de miles de personas (no hay cifras oficiales) se enfrentaran a la policía y representantes del partido comunista.

“Al comienzo se trató principalmente de estudiantes. Pero ya para el sábado (26), se fueron sumando personas de diferentes rangos de edad y de ingresos. Creo que la rapidez y amplitud de las protestas tomó por sorpresa al gobierno”, explica Hendrik Ankenbrad, desde Shanghái. Ankenbrad es corresponsal para el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung y en nueve años viviendo en China “jamás había visto algo como estas protestas, con gente pidiendo la salida del Partido o de Xi”.
 

#A4revolution

Al igual que sucedió antes en el Líbano, o incluso en Chile, la organización de las protestas ha sido facilitada por las redes sociales, a pesar de la censura impuesta por el Partido Comunista Chino.

“Aquí no hay un líder específico. La organización es bastante descentralizada. La gente se coordina por contactos directos entre persona y persona. Nosotros hemos estado apoyando a conectar grupos que están en la misma ciudad a través de chats en Telegram y otras aplicaciones. Sí, sabemos que pueden haber repercusiones, incluso para quienes estamos fuera, mucho más para quienes todavía viven en China”, afirma un vocero de @CitizenDailyCn, que difunde videos y fotos de lo que ocurre al interior de China a través de Instagram.

El testimonio de Ankenbrand confirma algunas de las cosas que muestran las publicaciones de CitizenDailyCN sobre las nuevas medidas de control y represión. No sólo hay un significativo número mayor de policías en las calles de Beijing, Shanghái y otras de las principales ciudades, se han multiplicado también las detenciones y controles aleatorios.

El transporte público es uno de los lugares más usados para controles, con policías inspeccionando teléfonos en búsqueda de imágenes, mensajes de chat, documentos o geolocalización que sugieran que su propietario ha estado en algunas de las manifestaciones.

“Los jóvenes son muy inteligentes y han aprendido a sortear los controles y al algoritmo con que se censura la difusión de imágenes y videos”, asegura Ankenbrand. Por ejemplo, al hacer un video del video original el algoritmo de los programas de monitoreo de internet no lo reconocen, logrando escapar de los controles y censura de Internet.

Esta censura no es una respuesta a las protestas. Existe desde siempre, es parte de la política de control del gobernante Partido Comunista Chino. Por eso esta se ha denominado la “Revolución A4”, #A4revolution. Una hoja de papel tamaño A4, vacía, se ha convertido en el símbolo de la censura bajo la que vive la población china.

“Queremos libertad”, es el grito que se repite en los grupos de la diáspora china en EEUU y Europa, y que han salido a protestas frente embajadas y consulados o campus universitarios en apoyo de sus amigos en casa. “Esto no es sólo por las cuarentenas. Es por mucho más, por la falta de libertad, por los controles de la vida cotidiana. China ha cambiado mucho”, asegura Han (“sólo Han”), quien estudia en Londres. Su familia, afirma, al igual que otras, tuvieron que pagar coimas y sobornos para lograr que saliera a tiempo del país, en medio de los controles, y comenzar sus estudios fuera.

Cuatro son las demandas que han articulado los activistas: que se permita la velación y homenaje público de las familias que murieron en el incendio en Urumchi, el respeto a los derechos humanos incluyendo la libertad de expresión, el fin de las cuarentenas y test-obligatorios, y la liberación de los activistas por los derechos humanos.
 

Cambio de estrategia

Con casi una década viviendo en la sociedad de Shanghái, lo que más llama la atención de Ankenbrand es la diversidad de grupos que se unieron a las protestas y es eso lo que le parece -además- que supone un mayor riesgo para el PCCh. “Las razones detrás de las protestas afectan a todos. Cada familia, cada persona o ha sido afectada directamente por las cuarentenas o conoce a alguien o tiene un familiar”, explica.

Esa es una gran diferencia a experiencias anteriores. Aunque no se conozca mucho a nivel internacional, en China sí hay protestas. Las hubo antes de la masacre de Tiananmen Square en 1989 y también después. Sin embargo, éstas suelen ser protagonizadas por grupos específicos, campesinos, o trabajadores de una fábrica, como al Foxconn (principal proveedor de iPhones de Apple); y, por lo tanto, más fáciles de controlar.

Eso también se demuestra en el discurso oficial de Beijing. Al aumento de la censura y la represión le siguió una serie de gestos a favor del fin de la odiada política Cero-Covid. La prensa estatal eliminó la mención de Cero-Covid. Tras tres años recordando a diario lo letal y peligroso que es el coronavirus Covid-19, de un día para otro no hay razón para preocuparse, porque Omicrón finalmente no es tan peligroso. El país ha entrado a “una nueva fase”.

También, sin previo aviso, se anunció el fin de las cuarentenas en algunas partes de Guangzhou y Xinjiang, esta última la provincia de la que Urumchi es la capital. Quienes sean considerados casos de menor riesgo podrán aislarse en su casa y evitar los temidos “campamentos de aislamiento”. 

Aunque sin mencionar las protestas (inexistentes según la prensa estatal), Beijing da una señal de haber escuchado a los manifestantes y considerado peligroso la rapidez con que se expandieron las manifestaciones.

La verdad puede ser diferente. “No es cierto. Todos mis amigos en Xinjiang están todavía bajo cuarentena”, asegura Han al día siguiente del anuncio del supuesto fin de las medidas de aislamiento. En Shanghái, Ankenman, su esposa y su bebé de seis meses entraron en cuarentena nuevamente el jueves pasado. Una cuarentena anunciada de improviso y sobre la cual no se da fecha cierta de término.

“Puede ser por el aumento de casos de Covid, puede ser para evitar que la gente y los estudiantes salgan… Podríamos ver que Xi (Jinping) usa estas protestas para apoyar su idea de que el pueblo debe ser disciplinado, que la juventud necesita más adoctrinamiento”, agrega el periodista alemán.
 

El fin de la ilusión

La #A4Revolution es el conjunto de mayores protestas ocurridas en el país desde la masacre de Tiananmen en junio de 1989. Durante casi dos meses, miles de estudiantes marcharon en reclamo de la crisis económica y pronto recibieron el apoyo de trabajadores y demás grupos.

Las protestas terminaron con una ola de represión que dejó miles de víctimas y otros miles de heridos y detenidos.

No es coincidencia que la denominada #A4Revolution haya comenzado ahora, cuando el presidente Xi Jinping ha retomado un modelo pasado más centralizado y con mayor énfasis en las raíces comunistas del modelo de administración. 

Durante décadas, producto de las reformas y la apertura económica, especialmente tras su ingreso en la Organización Mundial de Comercio y mayor integración con el mundo, la sociedad china vivió una importante mejora en sus condiciones de vida. Entre 1990 y 2018, antes de la pandemia, el PIB per cápita de China pasó de US$347 a US$9.849.

En el modelo que se ha denominado “capitalismo de estado”, se estableció una especie de pacto entre la sociedad, el sector privado y el Partido Comunista gobernante. Mientras este último concentraba el poder político, la sociedad disfrutaba de mejores condiciones de vida y ciertas libertades incluyendo las de emprendimiento y de expresión, dentro de ciertos límites, gracias al auge de las redes sociales. 

Desde su llegada al poder, Xi ha endurecido la censura de Internet, redes sociales e incluso dentro del mismo Partido. La guerra comercial iniciada por Donald Trump creó, además, el escenario perfecto para la adopción de un renovado espíritu nacionalista, que -parecido a lo ocurrido durante el régimen de Mao Tse Dong- se centra cada vez en la figura de Xi y sus ideas. Tanto así, que, en la resolución de su último congreso, el PCCh incluye como una obligación el enseñar el pensamiento socialista de Xi.

Como señala Michael Pettis, economista y senior Fellow de Carnegie Endowment for International Peace, la pandemia agravó los problemas estructurales y aceleró los procesos en los que se habían embarcado los países previamente. 

En el caso de China eso significó una profundización de la desaceleración económica, que comenzó tras 2010, pero al mismo tiempo una mayor restricción a las libertades. La desocupación juvenil se ubica por encima del 20% y se estima que la tasa de desempleo de 5,50% es en realidad es más alta.

“El problema es que en China las políticas de estímulo se han centrado en el lado de la oferta, cuando el problema es de demanda… Más importante es que las empresas no quieren expandirse porque no hay demanda. Así que la única manera de expandir realmente la economía es que el gobierno construya más puentes, trenes, más, más todo. Y este país ya tiene demasiadas infraestructuras. En los años 80 en Japón nos referíamos a ellas como puentes a ninguna parte. Un día, China sustituirá a Japón como modelo de gasto excesivo en infraestructuras de puentes a ninguna parte”, afirma Pettis.

Pero, aunque opte por más gasto público para sostener la tasa de crecimiento y el empleo, más pronto que tarde, el PCCh deberá retomar el proceso de reformas hacia un modelo económico en el que el consumo tenga un mayor rol. No será fácil. Estados Unidos tras la Gran Depresión, la Unión Soviética tras la caída del comunismo, Latinoamérica tras la crisis de deuda, ejemplos sobran sobre lo doloroso que puede ser esa transición.

“Las perspectivas a largo plazo para China son muy difíciles de predecir porque, históricamente, siempre que una nación ha pasado por un ajuste, y seamos claros, este ajuste, es el mayor de la historia: el país que entra en ese proceso no es el mismo al que sale de él. No sabemos cómo va a cambiar China durante este periodo de ajuste. Pero sabemos, por los precedentes históricos, que cambiará bastante”, asegura Pettis.

La pregunta es si el país asiático, post-transformación, habrá escuchado las demandas de quienes salieron a marchar en los últimos días. Con sus papeles en blanco en la mano, millones de  jóvenes, esta vez no están dispuestos a rendirse. 

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