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Lo que arriesga Reino Unido con el último show de Boris
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Ahí está Boris Johnson parado frente al número 10 de Downing Street. Ahí está con su alborotada cabellera rubia, a modo de una corona de irreverencia. Johnson ha basado su carrera política en esa cabellera, un guiño a sus electores de que a pesar de que es parte de la élite él es diferente, cercano y desafiante de las reglas. Pero ya estamos en la campaña electoral de 2019 y Johnson ya no ríe. La estrategia ya no le funciona.
Presionado por 59 renuncias de miembros de su gabinete, incluyendo cuatro ministros clave, y tras 36 agonizantes horas, Johnson se ve obligado a ser lo que parecía inevitable desde hace meses: renunciar.
Eso sí, muy a su estilo, Johnson no optó por una salida limpia, siguiendo las reglas y centenarias convenciones políticas que organizan la vida de este país. No, sería demasiado fácil. Johnson ha decidido aferrarse con uñas y dientes al asiento principal del gobierno, decidido a seguir siendo primer ministro hasta que nombren a su sucesor. Una tarea que, dado el número de contendientes, recién se podría concretar en septiembre.
Algunos atribuyen la decisión de Johnson a no querer arrebatarle a su predecesora Theresa May el título del primer ministro que menos ha durado en el cargo. Si Johnson sigue en Downing Street hasta el 24 de julio evitaría el deshonor.
El argumento es tan increíble que hasta hace sentido con el carácter que ha demostrado Johnson en los últimos meses, negando una y otra vez saber de los escándalos que han envuelto a su gabinete y equipo de gobierno (fiestas en cuarentena, conductas impropias), sólo para contradecirse después, pedir disculpas, y volverlo a hacer.
El costo de su decisión, sin embargo, ya no es personal. Johnson paraliza a Reino Unido cuando enfrenta la que es diariamente denominada “crisis del costo de la vida”. Una inflación que se acerca a los dos dígitos, con una economía al borde de la recesión.
En el peor momento
Las reglas electorales del Partido Conservador establecen un proceso que podría demorar hasta octubre, o en el mejor de los casos mediados de septiembre. Pero cuando sus predecesores David Cameron (2016) y Theresa May (2019) presentaron en su momento sus renuncias, la instalación del nuevo gobierno no demoró más de dos meses.
Además, a diferencia de Cameron y May, el fin del gobierno de Johnson llega a la fuerza y tras la renuncia de un tercio del equipo de gobierno; y quienes no lo abandonaron le pidieron públicamente que se fuera de inmediato.
Además, a diferencia de Cameron y May, el fin del gobierno de Johnson llega a la fuerza y tras la renuncia de un tercio del equipo de gobierno; y quienes no lo abandonaron le pidieron públicamente que se fuera de inmediato.
Hay una gran diferencia entre renunciar poque la opción que se defiende pierde en un referéndum (Cameron) o por una jugada política (May) y renunciar obligado y acusado de “falta de honestidad e integridad”. Por ello, el Partido Laborista ha anunciado que si el Partido Conservador no saca a Johnson de inmediato presentarán en el parlamento una moción de voto de no confianza.
“En el Partido Conservador han respaldado a este Primer Ministro durante meses y meses y meses sabiendo que no es apto para el cargo”, declaró el líder laborista, Keir Starmer.
Si Johnson pierde, se debería llamar a elecciones generales, que podrían concretarse en el próximo mes. La última encuesta de intención de voto (YouGov) realizada el 6 de julio da al Partido Laborista una cómoda ventaja de 40% por sobre el 29% de los tories. Las cifras deberían ser motivación suficiente para que el Partido Conservador acelere la elección de un nuevo líder y primer ministro que pueda completar el mandato hasta enero 2025.
Ambos escenarios representan una amenaza para los planes de Johnson. Más grave aún, ambos escenarios implican semanas si acaso no meses de paralización del gobierno y el parlamento.
Sucesor(a)
Se podría decir que el país está desde hace unos meses con la casa de gobierno y el Partido Conservador más preocupados en enfrentar los recurrentes escándalos los primeros, mientras los segundos buscan fórmulas para deshacerse de Johnson.
Ahora, en lugar de un plan fiscal para reactivar la economía y enfrentar el alza de la inflación, el partido de gobierno se concentra en la carrera por un nuevo líder. Esto supone decidir la dirección en que se quiere llevar al país y las prioridades de los dos años que les quedan en el poder.
La emergencia económica crea un buen escenario para la candidatura de Rishi Sunak, recién renunciado ministro de Finanzas. Sunak pasó por su propio escándalo, tras reportes de que su millonaria esposa está registrada como no residente en el país, ahorrándose más de US$20 millones en impuestos. Por ello, a pesar de su origen inmigrante, Sunak es visto como parte de la élite privilegiada, algo que no cae bien con los electores post-Covid.
Mejor suerte podría correr el sucesor de Sunak: Nadhim Zahawi. Inmigrante kurdo, llegó al país sin saber inglés en los 70’s y se convirtió en millonario por cuenta propia, aunque no sin cuestionamientos sobre los negocios de las firmas con que se asocia.
Zahawi fue electo por Johnson como nuevo ministro de Finanzas e inmediatamente le pidió al primer ministro que renunciara. Su plan apela a las bases más liberales del Partido Conservador, prometiendo deshacer planes para un aumento de los impuestos a las empresas.
Pero tras casi tres años de escándalos y errores no forzados de Johnson, los tories podrían optar por una opción radical: Ben Wallace. Redemirse de la elección del irreverente y gracioso Johnson al escoger al ministro de Defensa. Militar veterano, Wallace ha destacado por el liderazgo mostrado entre los aliados de Occidente en respaldo a Ucrania.
Su punto débil es que su sector de respaldo es el militar y no se conoce cuál es su agenda en temas urgentes como la economía o el casi colapso del sistema público de salud (hay una lista de espera de 9 millones de personas para tratamiento).
Algo similar pasa con la candidatura de Liz Truss. La ministra de Relaciones Exteriores goza de buena popularidad entre las filas tories más liberales. Pero sus políticas que abogan por un Estado pequeño podrían chocar con las expectativas generadas por las medidas de ayuda y estímulo fiscal desplegadas por Johnson.
Según un último sondeo de IPSOS, sólo el 21% de los británicos considera que el Partido Conservador está apto para gobernar. Es una caída dramática para el partido que hasta ahora era visto como el mejor para conducir al país en épocas de crisis.
Los tories están pagando caro el haberse dejado fascinar por el encanto irreverente de Johnson, que fue muy útil y exitoso para ganar elecciones (con la mayor votación desde Thatcher), pero no para gobernar.