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Qatar busca un trofeo que no se juega en la cancha

Qatar busca un trofeo que no se juega en la cancha

La sorprendente derrota de Argentina frente a Arabia Saudita ayudó a poner la polémica en torno a Qatar en segundo plano. Pero este es un Mundial en que los verdaderos partidos se juegan en las zonas VIP y no en el césped.

Por: Marcela Vélez-Plickert, desde Londres | Publicado: Sábado 26 de noviembre de 2022 a las 21:00
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En los pasillos de una universidad en el centro de Londres de lo único que se habla es de la derrota de Argentina. “Messi is out, bro”, dice Moira, estudiante de Relaciones Internacionales de 19 años, quien claramente no sabe que perder el primer partido no te deja fuera del torneo.

Lo que llama la atención es que estos son los mismos pasillos en que hasta hace unos días los comentarios giraban en torno a si ver o no el Mundial de Fútbol. #BoycottQatar2022 es el hashtag que dominaba las tendencias en la comunidad tuitera europea previo a la apertura del Mundial y hasta antes de la derrota argentina el martes. “Me duele, será el primer mundial que no veré. Pero no puedo”, dice Martin K., mientras ve entrenar a Paul, su hijo de 9 años, quien sueña con ser el próximo Halland. Martin vive en el sur de Londres, trabaja en una organización ambientalista, y se declara un “activista a tiempo parcial”.

Su preocupación es la huella de carbono generada por Qatar durante el torneo. El anfitrión y la FIFA aseguran que se trata del primer Mundial “carbono-neutral”. La afirmación se basa, sin embargo, en que el país habría adquirido bonos de carbono como forma de mitigación.

Pero no es la principal causa de polémica o demanda. “Es un Mundial de primeras veces”, repiten los medios internacionales. Sí, la primera vez que Argentina pierde contra Arabia Saudita. La primera vez que el anfitrión pierde en el partido de apertura. La primera vez que Alemania pierde contra Japón. La primera vez que se juega no en el verano sino en el invierno europeo. Es el Mundial más caro (US$ 300 mil millones). Pero, sobre todo, la primera vez que un país árabe, un país musulmán, es anfitrión.

En protesta, municipios de decenas de ciudades europeas, entre ellas Barcelona, París y Berlín suspendieron la tradicional transmisión de los partidos en pantallas públicas. En Bélgica fue el poco entusiasmo de los telespectadores lo que llevó a la Asociación de Fútbol de ese país a suspender los planes de instalar zonas públicas para ver el Mundial.

El horario de los partidos (usualmente al mediodía) y la lluvia y el frío del invierno también son factores tras el poco entusiasmo público por el Mundial. Pero el bajo rating televisivo apunta a razones más de fondo. A modo de comparación, el primer partido de Inglaterra frente a Irán anotó un peak de audiencia de 7,8 millones, casi 11 millones menos que el primer encuentro de los ingleses en el Mundial de 2018, según cifras de la cadena ITV. En Alemania, que perdió 1-2 frente a Japón, el peak de rating fue de poco menos de 60%, lo que se compara con el 80% del primer partido de los alemanes en 2018, reporta la cadena pública ARD.

Por el contrario, la audiencia en EEUU más que se duplicó. Deadline reporta que Fox anotó un 88% más de televidentes en el partido de apertura respecto a 2018, y en el caso de Telemundo (audiencia hispanohablante) el alza fue de 164%.

Conversaciones difíciles

La diferencia en la tendencia habla de una diferencia también en el debate sobre derechos humanos y respeto a las minorías, en diferentes regiones (o la simpatía entre televidentes latinos a los valores conservadores en Qatar). En Europa, más allá del tema climático son las denuncias de maltrato y violación de derechos a las minorías lo que incita los llamados de boicot.

Amnistía Internacional y The Guardian cifran entre 6.500-6.700 los trabajadores inmigrantes que murieron por malas condiciones laborales durante la construcción de ocho estadios y otras instalaciones para el Mundial. Peter Tatchell, notorio activista por los derechos de la comunidad LGBT+, acusa a la FIFA de preferir a Qatar sobre la seguridad de esa comunidad en el país y los fans que quisieran viajar a ver el torneo.

“En Qatar, personas LGBT+ son detenidas en la calle, por su apariencia o por simple sospecha de su identidad, son sometidas a durísimos interrogatorios y terapias de conversión. La ley sharía condena a muerte la homosexualidad y permite los asesinatos por honor”, denuncia Tatchell.

Amnestía Internacional no reporta condenas a muerte, pero sí penas de hasta siete años de prisión por homosexualidad. Además, denuncia a Qatar por sus restricciones a la libertad de prensa, el derecho a la asociación y protesta de los trabajadores, y por las restricciones a las libertades básicas de las mujeres, que requieren de supervisión y permiso de padres, hermanos o esposos para las actividades básicas como trabajar o estudiar.

“Me siento un hipócrita, pero es que es el Mundial. Me odiaré cada minuto que lo vea, porque sé que al darle audiencia estoy apoyando a Qatar y es un país horrible en derechos humanos, pero no puedo dejar de verlo. El problema es de la FIFA por haber permitido que se jugara ahí”, reniega Rafael S., otro padre que ve jugar a su hijo un domingo por la mañana en medio de la lluvia londinense.

Quienes deciden no ver el Mundial por razones de derechos humanos, incluyendo a la autora de este artículo, enfrentan difíciles conversaciones con sus hijos y conocidos. “¿Por qué no ves el Mundial? ¿Qué tiene Qatar?”.

La respuesta obliga a enfrentar dos visiones del mundo sobre el rol de la religión, el límite entre la fe y el respeto a los derechos básicos de las personas, el rol de la mujer en la sociedad, y la libertad. Por eso resulta aún más chocante el decidido apoyo de la FIFA a las restricciones impuestas por Qatar. No se trata de la prohibición de venta de cerveza (el Islam condena el consumo de alcohol), sino de la prohibición a que los asistentes y los capitanes de equipos usen la banda arcoíris en apoyo de los derechos humanos de las minorías sexuales en Qatar. Además, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, se declaró en favor de considerar a la dictadura de Corea del Norte como posible anfitrión de un próximo torneo, en nombre de “unir al mundo”.

Un cambio en gestación

Su discurso se parece también al adoptado por el emirato qatarí, quien ha criticado la “campaña sin precedentes” en su contra como anfitrión del torneo del “Juego más lindo del mundo”. La tensión política se siente fuera y dentro de la cancha. Ahí están los seleccionados alemanes tapándose la boca en protesta contra la decisión de la FIFA de alinearse con Qatar. En desafío, y en línea con sus electores progresistas, la ministra del Interior alemana, Nancy Faeser, se atrevió a lucir la vetada banda “One Love” en apoyo de la comunidad LGBT+. La respuesta no se hizo esperar. En las secciones VIP durante los siguientes partidos, emisarios qataríes lucieron bandas en apoyo de la causa palestina, en desafío a los aliados de Occidente.

Lo que estamos viendo en Qatar, ese choque de culturas e intereses políticos es solo el inicio de una transformación para la que Occidente no está preparado. “Los cambios económicos y políticos globales están desafiando el orden occidental establecido, el poder ha comenzado a moverse más allá de centros como Nueva York y Londres hacia Mumbai, Riyadh y Beijing. Otras naciones también están creciendo y volviéndose cada vez más influyentes; Nigeria ahora está etiquetada como la primera superpotencia de África, mientras que Indonesia pronto se convertirá en la quinta economía más grande del mundo. Con tales cambios ha llegado un desafío en las ideologías, los sistemas de gobierno y las instituciones prevalecientes, y el orden establecido por las naciones occidentales después de la Segunda Guerra Mundial”, escribe el académico Simon Chadwick, quien enseña Deportes y Geopolítica en la Escuela de Negocios Emylion en París.

No se puede criticar a Qatar o boicotear el Mundial y hacer turismo en países con récords similares respecto a su tratamiento de mujeres, minorías y democracia. Tampoco parece justo condenar a Qatar, pero aceptar su gas, o el petróleo de Nigeria o las manufacturas de China.

La diferencia es que los combustibles y productos son recursos materiales, mientras la celebración de eventos en estos países enfrenta al mundo a las diferencias culturales entre los diferentes polos de poder. De ahí la importancia para Qatar y otras potencias del Golfo Pérsico por ganar en “soft power”, a través de la realización de eventos internacionales (Egipto, otro país con un cuestionado récord en derechos humanos, fue sede de la COP).

Chadwick anticipa que este es solo el principio de los compromisos que Occidente deberá enfrentar en el futuro. Por lo pronto, la FIFA dice: “concéntrense en el fútbol”. Las sorpresivas derrotas de Argentina y Alemania han logrado eso, que se vuelva a hablar de fútbol. Al menos, por ahora.

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