Lecciones de Vida
Francisca Crovetto: “El premio no es la medalla, es lo que generó en la gente”
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“Creo que todavía no le tomo el peso a lo a lo que pasó. Siempre dije que lo primero que quería era entrar a la final, disfrutarla, gozarla y traté de no querer que llegara pronto la medalla. Me enfoqué en el paso a paso.
Quedábamos cuatro finalistas, diez platos para determinar el cuarto lugar y definir quiénes eran las medallistas. En todas las finales de tiro skeet ese momento es crucial porque tienes que aguantar y tratar de no fallar. Aguanté porque tenía que pasar esos diez platos para conseguir uno de mis mayores sueños: la medalla olímpica.
Vi que salió Vanesa de Eslovaquia cuarta y quedamos tres. Traté de que no me ganara la emoción y dije: ‘la plata es mejor que el bronce’. Seguí. Sabía que iba a ser difícil, que iba a ser largo, pero también tenía la convicción de que yo estaba preparada para todo.
No tengo palabras para describir lo que sentí cuando me di cuenta que gané. Lo único que pensaba era en recordar y atesorar ese momento. Solo trataba de estar conectada con el corazón. Sintiendo solamente.
Más que ganar una medalla yo quería que la medalla hiciera que las personas sintiesen. El premio no es la medalla, es lo que generó en la gente.
“Nunca crecí con ese complejo de que por ser mujer me iba a costar más”
Mi abuelo materno es inmigrante libanés. Uno podría pensar que por su origen, y porque también nació en 1911, era mucho más machista, pero fue todo lo contrario: siempre le dijo a todas sus hijas que tenían que ser profesionales, que nunca tenían que depender de un hombre, que tenían que tener una casa y que la casa le tenía que pertenecer a ellas. Mi abuela materna era una mujer culta, hablaba cinco idiomas y leía mucho.
Mi mamá nació en 1948. Mis tías la siguieron en 1950 y 1952. Son todas mujeres que sacaron adelante a sus familias. Eso me marcó mucho. Así como tener un papá que me llevó al mundo del deporte, era importante para mí saber que siempre tuve buenos referentes femeninos. Miraba a mis hermanas mayores y decía: ‘Quiero ser como ellas’. Nunca crecí con ese complejo de que por ser mujer me iba a costar más o no iba a poder.
Durante mi infancia, me acuerdo de haber visto a mi papá construyendo las casetas del campo de tiro. Para mí como niña era un panorama entretenido. Había una piscina en ese lugar. Ahí aprendí a nadar, conocí a otros niños. Era una oportunidad para divertirse. Ahora, mirando en retrospectiva, también fue una forma de vincularme con mi papá y pasar más tiempo con él. Nunca me obligó a acompañarlo o me presionó a que cumpliera su sueño frustrado. Era un punto en el que un padre y una hija se encontraban.
Cuando estoy un poco perdida, frustrada o no encontrándole el sentido a lo que estoy haciendo por la distintas caídas o derrotas que enfrento en el camino del alto rendimiento, mi papá es un ancla para saber cómo volver al origen. Disparar como deporte es una manera de encontrarme con mi papá. Es una conexión única que tenemos los dos.
El primer disparo
Fue un sábado, un día antes de disparar por primera vez, fuimos a comer con mi familia. Había mucha expectativa. Todos comentaban que iba a disparar en mi primera competencia. Sentí que estaban emocionados por lo que iba a ser. Pero el domingo, cuando disparé, me dolió y no me gustó. Mi papá fue muy atinado en ese momento y me dijo: ‘Bueno, no pasa nada. Todavía hay tiempo. Podemos esperar dos años más y cuando te sientas preparada lo intentamos de nuevo’. Tenía 10 años y nunca lo sentí como una frustración, una derrota o que no estuve a la altura.
A los 12 ya quería disparar, pero no tenía todavía el sueño de ser medallista olímpica. Pensaba que iba a ser profesora de Biología. Me gustaba mucho la docencia. Nunca pensé que iba a dedicarme al deporte de alto rendimiento a esa edad.
Después de salir del colegio, me tomé un año y después entré a estudiar la carrera que yo quería (Biotecnología) y en la universidad que yo quería (Universidad de Chile). Ahí me di cuenta que me costaba mucho compatibilizar los tiempos. La universidad no me daba facilidades curriculares, salvo tomar menos asignaturas, pero no tenía beca deportiva. Mi mamá me pagaba toda la colegiatura mientras tomaba la mitad de los ramos. Iba a demorarme diez años y pagar el doble.
Hoy hay muchos deportistas que pueden estudiar y entrenar a la vez. Yo no pude. No digo que no se pueda. Yo practico un deporte diurno y en los meses de invierno salía de clases, en el campus de Juan Gómez Millas, a las seis o siete de la tarde y era imposible entrenar a esa hora porque no había luz de día. Tenía que ir a practicar a la comuna de El Bosque en la mañana.
Ese mismo año que entré a estudiar, clasifiqué a Londres 2012 y gané los Juegos Sudamericanos. Se me hizo imposible compatibilizar ambas cosas. En ese entonces, yo pensaba que tenía una oportunidad que no se iba a repetir. No sabía si en cinco años más iba a volver a clasificar a unos Juegos Olímpicos. Estudiar lo podía hacer en cualquier momento. No hay una caducidad para entrar a la universidad, pero competir puede tener fecha de vencimiento, pensé.
Me vino toda esta crisis vocacional de que no quería estudiar, no me gustaba la carrera tanto como yo quería. Sentía que era mucho más feliz cuando estaba en el campo de tiro que en la universidad y tuve que conversar con mi mamá a finales del 2011. Para ella era difícil entender, su rol es ser como la del rigor en la casa. ‘Así como para ti la medicina es tu vocación de alma, para mí el deporte es mi vocación de alma. Quiero intentarlo’, le expliqué.
Fue muy importante que mis papás me apoyaran. En esa época, 13 años atrás, mucha gente del mundo del tiro me preguntaba qué estaba haciendo. Nunca en la vida nadie vivió del deporte, menos del tiro. Si no eres futbolista o tenista, es imposible vivir de eso.
Tenía 21 años, no tenía grandes gastos, vivía con mis papás. Problema mío si no puedo vivir del deporte. Me preguntaban qué iba a pasar si me lesionaba. Y respondía que lo mismo que le pasa a un dentista que tiene un accidente en la mano y no puede ser más dentista. No puedo estar viviendo con el temor de qué va a pasar. Era mejor hacer que las cosas pasaran. Y creímos en eso. Creímos que era posible.
“Uno nunca puede sola, nunca”
Londres fue increíble. Tenía 22 años y había clasificado a mis primeros Juegos Olímpicos. Fui la primera chilena en clasificar en mi disciplina. Recuerdo con mucho cariño ese octavo lugar. Di unas declaraciones al programa Zona Mixta con los ojos llenos de lágrimas. Mucha gente pensó que estaba frustrada y que lloraba por no haber logrado el paso a la final. Pero la verdad es que estaba contenta poque sentía que fue una buena actuación, que tenía un diploma y que tuve la oportunidad de representar a mi país en unos Juegos.
Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016 no los recuerdo con mucha alegría. En ese tiempo tuve un entrenador con el que no me llevaba bien, pero no había otra opción. Lo pasé mal en la preparación. Fantaseaba con lesionarme y así no ir a competir. Estaba muy abrumada con los resultados y no era capaz de disfrutarlo. Todo mal. Creo que eso se vio reflejado en mi participación. Pero todo pasa por algo.
Estaba destruida. Me despertaba y lloraba. Claudia Vera, una gran amiga karateca, me llamó para decirme que me levantara. Justo Fernando González estaba en la villa olímpica. Él también me llamó. Yo no le quería contestar. Me invitó a tomar café a un restaurant. Estuvimos dos horas conversando.
En esos juegos también compartíamos departamento con la nadadora Kristel Köbrich. Ese mismo día en la noche me senté en su pieza y nos pusimos a hablar. Ahora no recuerdo las palabras precisas, pero básicamente lo que lo que ella me quiso transmitir era que tenía que disfrutar, que todo valía la pena, que estuviera tranquila. La Kristel apapachó mi corazón roto, porque cuando uno le va mal hay algo que se muere, se muere un objetivo, se muere un proceso. No es fácil enfrentarse a la frustración y a la derrota. Kristel me dio lucidez y me ayudó a saber que había que seguir intentando. Por eso yo digo que uno nunca puede sola, nunca. Somos seres gregarios y nos necesitamos los unos a los otros.
Después de Río, me decía a mí misma: ‘Francisca, déjate de huevear’. No tenía un título profesional y llevaba años dedicándome a este deporte. ‘Te fue mal, ya está, ya fue. Trata de cultivar otras áreas de tu vida’. En ese tiempo me definía mucho a mí misma como una deportista de alto rendimiento y eso nomás. Todo el resto eran agregados de mi vida.
En la previa de los Juegos Olímpicos de Tokio 2021 ya venía entrenando con Christian (Eleuteri). Me cambió todo en 180 grados: mi técnica, mi manera de ver la competencia, de enfrentar las cosas en términos deportivos y empecé a tener buenos resultados. Me di cuenta que era fuerte y que no dependía de como amanecía ese día. Había ganado la medalla de plata en los Juego Panamericanos y volví al podio mundial. Tenía expectativas de Tokio, pero fue una competición difícil. Creo que los enfrenté mal mentalmente.
En ese tiempo pensaba que todo giraba en torno a mí y nadie me podía decir nada, porque si me decían algo, me enojaba. Tokio fue lo que tuvo que ser. Y para Christian también lo fue. Era su primera experiencia como entrenador en unos Juegos Olímpicos. No resultó. Me acuerdo haber estado muy mal también.
“Lo pasé mal en la preparación (de los Juegos de Río). Fantaseaba con lesionarme y así no ir a competir. Estaba muy abrumada con los resultados y no era capaz de disfrutarlo. Todo mal. Creo que eso se vio reflejado en mi participación. Pero todo pasa por algo”.
La mente de una medallista
Desde 2010, cuando entré a la universidad, empecé a tener el apoyo de Vero Guzmán. Ella es sicóloga budista y me ha ayudado mucho a entender la naturaleza de los seres humanos. Somos todos hermanos en el dolor, todos nos enfrentamos con nuestros miedos y el problema no es tener miedo, sino que no ir a la batalla. Esta filosofía budista es muy de manejar la mente, de traerla al presente, de meditar, de ser compasivo con uno mismo y con el resto. Creo que eso me ha ayudado a nunca perder el foco.
Con respecto al fracaso, primero, no hay que evitarlo. No se puede evitar el dolor y no sentir. Cuando uno se entrega a la experiencia, se siente como sacar el tapón de agua estancada y dejar que todo empiece a fluir.
Después de Tokio, me lo viví, me lo lloré. Veía los Juegos después en la tele cuando llegué a Chile. Estaba con una sensación de duelo, de luto, pero lo conversaba con gente que quería y lloraba cuando quería llorar. Me repetía que esto iba a pasar. No puede durar para siempre, en algún momento voy a querer volver. Yo ya tenía muy fuerte esta convicción de que soñaba con una medalla olímpica. Veía a mis compañeras que lo lograban. Había visto como ellas en algún momento se habían caído.
Los Juegos Panamericanos de Santiago 2023 también me ayudaron a saber que no podía retirarme. Se venía la competición en Chile, en casa, y quedaban menos de dos años. Esto fue en 2021, así que me dije: no, aguanta. Iban a ser mis quintos Juegos Panamericanos. Ya llevaba tres medallas consecutivas. No podía perdérmelo.
En 2022 pasó algo importante: tiré el récord del mundo en Lonato, algo así como la meca del tiro. Es como ganar un Mundial de judo en Japón. Ser la primera mujer en la historia del tiro en lograr 125 a 125 me hizo pensar que soy capaz de hacer esto sin necesariamente haberlo buscado. No era algo que yo tuviese dentro de mis metas.
Los Panamericanos en Chile fueron complicados. Si sobrevivía a Santiago 2023, podía sortear lo que fuera. Hasta una semana antes de que empezara todo, fantaseaba con que se cancelara mi disciplina. Me acuerdo que llegué al club de tiro y las graderías estaban muy encima. Se escuchaban las multitudes. Yo miraba la caseta que es de donde sale el plato y veía a la gente sentada. Pensé que no me la iba a poder con eso. Nunca había tanto público y mucho menos chilenos apoyándote. Pero finalmente, fue hermoso.
Cuando entré a la villa, que fueron cinco o seis días antes de mi competencia, me di cuenta que estaba todo tan lindo organizado. El club de tiro donde yo había estado durante años, estaba embellecido y había mucha gente trabajando para todo resultara. Estaban todas estas energías bonitas y ahí me empecé a emocionar en los días de entrenamiento.
La competencia final de Santiago 2023 fue preciosa. Y a eso que tanto temía, que era el apoyo de la gente en las tribunas, fue lo que más me ayudó a ganar el oro en esos juegos.
He tenido muchos sicólogos deportivos que me han ayudado en mi camino, pero siento que lo que más me ha ayudado y ha abarcado más áreas de mi vida, es el trabajo que he hecho con mi sicóloga budista. El deporte hace bien para la vida, pero la vida también hace bien para el deporte.
“Me digo que estoy donde quiero estar”
A fines de junio del año pasado me fracturé el radio de la mano izquierda. Íbamos de viaje a mi primera competencia después de la fractura. Entrenaba cerca de Roma y después tenía una competencia al norte de Italia. En medio de una escala de siete horas en París, me saqué esa foto en la Torre Eiffel y la subí para decretar mi clasificación a París 2024. Uno siempre tiene dudas de si lo va a lograr o no. La incertidumbre es una tierra movediza en la que nos movemos todos nosotros.
Pasaron menos de dos meses y clasifiqué en el Mundial de Azerbaiyán. Ese fue el decreto. Me gané el cupo a París, pero parece que el decreto fue más grande que eso.
Antes era muy estructurada para todas mis cosas y tenía una rutina que era inamovible. Aprendí con los años a ser mucho más flexible. Entiendo que la rutina es fundamental porque te ancla, te centra, pero es importante entender que no todos los días uno necesita lo mismo. Mi mayor desafío siempre es ser lo suficientemente perceptiva conmigo misma para poder entregarme lo que necesito en ese preciso momento.
Tengo un par de rituales. Me gusta dejar mi ropa lista el día anterior, acostarme temprano, cuidar el sueño, sobre todo cuando estoy en periodo de competencia. Eso es vital. Si no logro dormir bien una noche previa a la competencia, intento que eso no me defina. Tengo que salir y ser capaz de disparar.
Antes de las competencias, hay calentamiento, preparación, activación. Todo eso. También hay un momento en el que me empiezo a hablar a mí misma y me digo que estoy donde quiero estar. Uno tiene la guata apretada. Pero son esas mismas sensaciones las que yo elegí. Entonces lo disfruto. Le pido a todas las energías que están presentes, a la madre tierra, al padre cielo, a todas estas energías que están en el espacio: a la energía de Dios, de mis ancestros de mi linaje materno y paterno que me acompañan a poder manifestar mi voluntad, que es poder romper todos los platos.
“Tengo un par de rituales. Me gusta dejar mi ropa lista el día anterior, acostarme temprano, cuidar el sueño. Eso es vital. Si no logro dormir bien una noche previa a la competencia, intento que eso no me defina. Tengo que salir y ser capaz de disparar”.
Portada de Las Últimas Noticias: “Lo que está pasando ahora, es mucho más fuerte que si voy tener guagua o no”
(Sobre la portada de Las Últimas Noticias) trato de no perderme. No quiere decir que no me importe. Encuentro que sí tienen un punto (quienes criticaron el enfoque). Podrían haber puesto quizás una mejor foto u otra cosa. Entiendo también que no podían salir al día siguiente diciendo cómo Francisca ganó la medalla de oro porque eso ya se sabía. Ellos tenían que salir y diferenciarse con algo. El tema es que eligieron diferenciarse con algo que solo LUN hace: las cosas que dicen son parte una línea comunicativa que podrían replantearse. Pero sí, había más cosas que contar. De todas formas, lo que está pasando ahora, es mucho más fuerte que si voy tener guagua o no.