Lecciones de Vida
José Fliman, dueño del Huerto y escritor debutante: "Nunca he seguido planes, siempre he improvisado"
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De joven viajé bastante y siempre escribí cartas que les mandaba a mis amigos que vivían en Chiloé, en Pucón o en Estados Unidos. Eso fue lo que escribí hasta hace unos 15 años atrás cuando, por casualidad, vi que se abría un taller de escritura y de ahí nunca más paré.
Lector he sido desde niño; nunca he tenido televisión en la pieza y siempre tengo un libro en el velador. Pero no se me había ocurrido siquiera intentar un relato y de pronto me desbloqueé y empecé a escribir. Hace un tiempo mandé cuentos a algunas editoriales y nunca nadie me respondió nada, ni siquiera supe si los habían recibido.
Otro par de veces concursé y tampoco me fue bien. Pero seguí escribiendo y me tocó cruzarme con Galo Ghigliotto, de editorial Cuneta, que leyó alguno de mis cuentos, y aquí está mi primer libro a mis 60 años.
En Balneario manda la desesperanza, la desilusión o el final abrupto, los relatos tienen un cruce por la parte oscura. Y todos se sorprenden. Como le dijo una amiga a mi mujer: “Es mejor que saque esa parte oscura en la escritura y no en la vida”.
En realidad esos pensamientos más oscuros cruzan por mi cabeza cuando tengo el lápiz en la mano o el computador al frente. Me pongo a escribir y afloran. Siempre tengo algo de pudor y no ando mostrando mis cuentos a mucha gente, pero como que tocó el momento. Ojalá que a la gente que los lean le gusten, pero yo escribo porque me gusta.
Salgo de cualquier tipo de problema cuando me pongo a escribir. Soy caminante, me gusta caminar y parece que observo cosas que ni me doy cuenta, pero cuando me instalo a inscribir, salen.
Nunca he seguido planes, siempre he improvisado. Estudié ingeniería comercial y cuando terminé la universidad no tenía ganas de ponerme a trabajar inmediatamente, entonces estuve viajando casi tres años y fue un cambio radical en mi vida. En esa época uno viajaba más desconectado y eso te da una especie de libertad de poder ser tú mismo y ganarte la vida sin que te conozcan. Saber que uno se las puede arreglar con lo que es, y no con la fachada.
Al final de ese viaje estuve viviendo unos meses en Amsterdam y me tocó trabajar en una cooperativa de alimentación macrobiótica que tenía panadería con masa madre, esto el año 75. Ahí me interesó el mundo de la alimentación. Volví a Chile y tuve un trabajo formal tres años, donde aprendí mucho pero no era lo mío. Me retiré para hacer un restaurante y ahí me crucé con mi socia Nicole Mintz.
El año 1980 poner un restaurant vegetariano como El Huerto en Santiago era una locura, pero hay que ser joven para hacer esas cosas y ponerle energía. Logramos sobrevivir hasta que nos empezó a ir bien. Y sigue super potente, con mucha gente y en la misma calle Orrego Luco, que está más bonita que nunca.
Estuve bastante a cargo de El Huerto hasta hace unos tres años atrás, entonces mis hijos (Sol y Diego) le compraron su parte a mi socia de 37 años. Cuando mis hijos se hicieron cargo yo fui soltando. Siempre tenía el sueño de venirme a vivir a Tunquén y con la pandemia no quedó más que hacerlo. Estoy feliz de estar acá.
Hacía tiempo que yo sentía que era mucho el desafío de estar a cargo del restaurante, requería demasiada energía. Yo nunca quise tener un segundo local ni crecer más porque preferí disfrutar de mis fines de semana y mi familia. Ahora mis hijos están a cargo y yo he tomado distancia aunque algunos asuntos los hablamos los tres. Durante estos meses ellos supieron implementar el delivery para mantenerse.
Estamos celebrando 40 años de El Huerto. Teníamos planeado hacer una fiesta con los amigos, los clientes y el equipo, pero no se pudo. Estoy muy agradecido y contento de haber hecho el restaurante aunque nunca me detengo a pensarlo. Igual que con mis cuentos: llevo 15 años escribiendo sin darme cuenta. Uno no va pensando en sus logros. Yo vivo el día. Me gusta el proceso de estar haciendo.
No pienso si los cuentos serán un libro, si el restaurant va a ganar plata o si la lucha por proteger el humedal de Tunquén se convertirá en Santuario. Uno va trabajando día a día, en el presente. Y eso es lo bonito cuando uno mira atrás: ¿por qué yo vislumbré esas cosas en ese tiempo? ¿por qué elegí esa casa en esa calle? Todo fue pura magia y pura buena onda. He tenido una vida bonita y estoy tan contento de haberla vivido.