Opinión
Columna de J.J. Jinks: Todos mal
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Hasta aquí he te tenido la inmensa suerte de tener una familia extraordinariamente sana, por lo que hemos sido los clientes soñados de un asegurador de salud. Una que otra visita esporádica al médico y no mucho más, salvo una vez. Varios años atrás pasamos por una operación de cierta complejidad para resolver un problema al corazón, un ductus arterioso persistente si mi memoria no me juega una mala pasada. Pasó la operación y todo era alivio hasta que la Isapre no quiso pagar. El subterfugio utilizado distaba de ser elegante, por lo que no quedó otra que litigar frente a la respectiva Superintendencia. No siempre los malos triunfan, por lo que después de meses de idas y venidas terminaron cubriendo lo que correspondía a instancias del regulador. Como queda en evidencia en este escrito, pese al paso del tiempo, no he logrado perdonarlos.
Una industria refractaria a los cambios y que, amparados en la letra minúscula, pues chica no era suficiente, se trenzaron en un cuerpo a cuerpo permanente con sus clientes cada vez que pudieron. Si bien nadie los quería, yo entre ellos, esa no era razón para que el ex pequeño Rey Sol de la Corte Suprema -la Justicia soy yo- junto a sus medrosos acólitos usurpara las potestades del legislador para con un fallo destrozar a la industria de salud privada completa.
Si bien Muñoz le puso al Gobierno la cabeza de las Isapres en bandeja de plata, terminó siendo un presente griego (cuidado con lo que deseas, pues se puede cumplir). Al poco andar terminaron cayendo en cuenta que las aseguradoras eran sólo el primer dominó y que si caían por inacción el vendaval se llevaría no sólo a las clínicas privadas al despeñadero, sino también al sector público y con ello al propio Gobierno. Se demoraron, pero terminaron por ser parte de una estructura que permitiese pagar la deuda que había originado el supremazo.
Como nuestros gobernantes son especialistas en ensoñaciones, junto con verse forzados a buscar una solución, no dejaron pasar oportunidad para insuflar en la ciudadanía esperanzas de que recibirían millonarias compensaciones. Las malditas Isapres por fin nos devolverían la plata, recibiríamos millones, había llegado la hora de la revancha. Hasta que llegó el golpe de realidad para muchos, una moneda de 500 pesos mensuales por 13 años es uno de los casos que los medios han publicitado estos días y estamos lleno de situaciones similares.
No es de extrañar que las Isapres hayan utilizado todos los espacios que les dio el legislador para postergar en el tiempo el pago -una linda oportunidad para masificar el siempre útil concepto del valor presente del dinero- ya que sus finanzas están sufriendo ($ 90 mil millones de pérdidas anuales a septiembre 2024). Lo que es menos entendible es la actitud del oficialismo, quienes buscan negar que fueron parte tanto desde el Ejecutivo como con sus votos en el parlamento de la estructuración de una alternativa que le da viabilidad al sistema de salud. La falta de coraje para pararse frente a los chilenos y explicarles que sin este arreglo no hubiese habido Isapres y menos alguien que pagara ningún tipo de deuda.
Era la guinda que faltaba para coronar una situación donde toda la institucionalidad chilena y el sector privado actuaron muy por debajo de lo que se espera de ellos. Los resultados están a la vista, perdimos todos.