Opinión
Daniel Matamala: “El día de las elecciones pertenece a la ciudadanía”
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“Generalmente voy madurando los temas y buscando información en los días previos, y luego dedico varias horas a escribir, por lo general el sábado. No me gusta escribir antes porque siento que las columnas quedan añejas para el domingo, no solo en el tema, sino en los matices que se pueden incluir a última hora.
Me lanzo a escribir, rápido, una primera versión, la voy refinando, buscando distintos ganchos, acortándola (la primera versión suele ser mucho más larga).
Después, tengo la costumbre de imprimir una primera versión, y dejarla descansar un rato. Irme a hacer otra cosa para resetear la cabeza. Y luego vuelvo a leerla (en papel). Ahí suelen aparecer alternativas de contenido y redacción nuevas. Las rayo y las tarjo en el papel, y luego vuelvo al computador para hacer los últimos ajustes.
Así es que es un proceso largo.
¿Cómo elijo el tema? Depende. En la semana voy anotando ideas y ángulos en una libreta que tengo siempre a mano. A veces tengo un tema probable con varios días de anticipación, pero la decisión final la tomo el viernes, o incluso el mismo sábado en la mañana.
A veces hay un tópico que aparece como el más relevante de la semana, pero yo no creo que uno tenga la obligación de hablar de él. Prefiero decantarme por un asunto donde crea que tengo algo que decir, aunque no necesariamente sea el que ha dominado la agenda. Además, en algunas ocasiones hay noticias que parecen muy fuertes, pero al par de días quedarán en el olvido.
¿El enfrentamiento con José Luis Daza? No me complicó para nada. Cuando uno escribe columnas, acepta que las personas que se puedan sentir afectadas o ver tocados los intereses que defienden, respondan. Es parte del debate y de la libertad de expresión. No soy de quienes reclaman “cancelación” cada vez que sus argumentos son rebatidos o contestados.
Hay columnas que requieren mucha preparación, sobre asuntos que he ido persiguiendo durante varias semanas, leyendo papers, hablando con especialistas, hasta que tengo toda la información que necesito, como Pedro, Juan y Diego, sobre la meritocracia en Chile.
Pero tal vez la más difícil de escribir fue La ciudad de la furia, en las primeras horas del estallido, con información aún muy fragmentada y en medio de una carga emocional abrumadora por todo lo que estaba pasando.
Si bien en mis columnas venía criticando hace tiempo la autocomplacencia de la élite y el descontento de la ciudadanía, lo que ocurrió en esos momentos era difícil de prever y de entender. Hacer un primer análisis tan encima de los hechos siempre es difícil, y cada lector podrá evaluar qué tan certero o no fue.
Las columnas para momentos de elecciones son difíciles, porque es un día en que los columnistas no tenemos mucho que decir; pertenece a la ciudadanía, y no tiene mucho sentido entrar en las últimas menudencias de la campaña, ni intentar jugar al oráculo adivinando resultados.
Más bien creo que es un momento para hacer reflexiones de más largo plazo, y mirar grandes tendencias que se han consolidado en la sociedad chilena. Probablemente vaya por ahí la columna de hoy domingo.
Lo más lindo de este oficio es que no soy yo, ni el medio que las publica, quien decide cuándo las columnas son viralizadas y se vuelven masivas. Eso depende exclusivamente de los lectores. Y para mí las más importantes son las que por algún motivo tocaron a mucha gente, y que hasta hoy me las recuerdan a través de las redes sociales y en la calle.
Me pasa mucho con El elefante encadenado, que publiqué el día del plebiscito de entrada, El decálogo del buen pobre, durante la pandemia, y de las últimas, Una ancha ventana, así que esas son para mí las columnas más queridas. No porque yo necesariamente crea que son las mejores, sino porque los lectores se las apropiaron. Permitieron abrir una reflexión y gatillar una conversación, que es a lo máximo que uno puede aspirar como columnista”.