Opinión
J.J.Jinks: "Lo que quedó en evidencia después del domingo es que sólo habíamos cambiado a una élite por otra"
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El pedido de flores del entonces ministro de Hacienda Felipe Larraín y la invitación a levantarse más temprano de Juan Andrés Fontaine fueron interpretadas en el escenario post estallido como síntomas y símbolos de la desconexión del gobierno de Piñera y la élite empresarial del país real.
Las grandes masas exhaustas frente al ninguneo se habrían lanzado a las calles en rebelión al neoliberalismo, término jabonoso y bolsillo de payaso donde cabían y caben todas las quejas ante los dolores de la modernidad.
La Convención Constituyente, hija putativa del estallido, explicaba su performance y resultados en base a este sentimiento anti élite, grupo de poderosos e influyentes que no era capaz de entender que los tiempos habían cambiado y que ellos finalmente interpretaban los sueños y anhelos del pueblo chileno profundo.
El gobierno de Boric hizo suya esta lectura, todo reclamo era falta de calle, cualquier encuesta desfavorable era descartada frente a lo que ellos sentían en el contacto con la gente. Muchos temieron, apaleados por tanta derrota electoral y cultural, que una vez más tuvieran razón en su optimismo.
Dimes y diretes duraron hasta las 7:15 pm del domingo 4 de septiembre, cuando el gobierno tuvo que dar la instrucción de sacar los equipos de audio preparados para el discurso triunfal en el balcón de la Moneda. Era la hora de la derrota.
No es una derrota cualquiera. La contundencia de los resultados es feroz y su composición es aún más dura para quienes eran hasta hace horas los auto designados portavoces del pueblo.
Fueron los sectores más postergados y vulnerables del país los que rechazaron con inusitada fuerza el texto constitucional, de hecho en los sectores medio altos el Apruebo se defendió con alguna dignidad.
El guionista de esta serie con agudo y corrosivo buen humor le permitió al Apruebo ganar estrechamente en Ñuñoa haciendo carne la extendida caricatura de donde vendría el soporte intelectual y cultural de la izquierda identitaria que hoy se pasea con anteojos de colores por los intersticios del poder.
Los resultados golpean a una generación que solo sabía de triunfos. Control de las principales universidades del país, rockstars de la protesta estudiantil doblegando al gobierno de la época y haciendo caer a empingorotados ministros, autores intelectuales del discurso contra el lucro en educación, llegada expedita y masiva a la Cámara de Diputados y en un abrir y cerrar de ojos saltar al pináculo del poder con una votación histórica.
Un trayecto sorprendente e inmejorable hasta que llegó el mazazo. Claramente el golpe no ha sido absorbido en propiedad y el desorden y caos en los días posteriores es prueba de ello. El papelón del cambio de gabinete fue el signo más visible de que incluso lo obvio para cualquier observador a mediana distancia no lo es para quienes hoy están metidos en el bosque enmarañado y oscuro de la derrota.
Es innegable que la desconexión de la élite y la timidez de varios gobiernos fueron caldo de cultivo para el desfonde del país a partir de octubre de 2019. Lo que quedó en evidencia después del domingo es que sólo habíamos cambiado a una élite por otra, tan desenchufada y perdida con las pulsiones profundas del país como la anterior.