Opinión
La columna de J.J.Jinks: Lecciones de un gorrito naranja
-
Cuéntale a tus contactos
-
Recomiéndalo en tu red profesional
-
Cuéntale a todos
-
Cuéntale a tus amigos
-
envíalo por email
Fue hace poco más de dos años que el entonces ministro Giorgio Jackson ataviado con un coqueto gorrito naranja decía públicamente lo que varios sospechábamos: “Nuestra escala de valores y principios en torno a la política no sólo dista del Gobierno anterior, sino que frente a una generación que nos antecedió”. La soberbia permanente de él y sus compañeros y compañeras de ruta no era sólo el envanecimiento natural de una carrera política meteórica que los había llevado, sin conocer el escozor de la derrota, desde los mitines universitarios a la Moneda con una breve escala en el Congreso Nacional; había otra explicación: se creían mejores. No más hábiles, despiertos o intuitivos, mejores personas. Para desgracia y desperdicio de la religión eran agnósticos en su mayoría, dada la carne de beatos y santos de cada uno de ellos.
Hasta esta semana la diputada frenteamplista Catalina Pérez lleva larguísimos meses diciéndole a quien quisiese escucharla que ella no sabía nada de las tratativas entre su entonces pareja y su ex jefe de gabinete para alimentar las arcas de la fundación Democracia Viva. Su relato era inverosímil, pero nadie podía dudar de su efectividad. El tiempo había pasado y finalmente el ostracismo había quedado atrás. La diputada Pérez opinaba de todo y volvía a ser invitada a acompañar al Presidente Boric en viajes al exterior. “Pueden salir las lucas” es el poco glamoroso chat que desarmó su relato pegado con alfileres. La diputada sabía del tinglado y no nos decía la verdad. No está de más recordar que el entuerto de Democracia Viva no es cualquier desfalco, son cifras millonarias esquilmadas a programas dirigidos a lo más vulnerables de los vulnerables para ser redirigidos a financiar clientelismo político. Feíto, por decirlo de alguna manera.
No nos decía la verdad la diputada y tampoco nos dicen la verdad hoy en La Moneda. A riesgo de ser majaderos vale la pena recordar que al momento de hacerse pública la acusación contra el ahora detenido Manuel Monsalve, nadie sabía salvo la troika Boric, Tohá y el propio Monsalve.
El subsecretario renuncia raudamente ante la noticia pillando por sorpresa a casi todo el mundo. El resto de los ministros del comité político, dicho por ellos, no sabían que esto iba a ocurrir. El Partido Socialista, donde el subsecretario era uno de sus más ilustres miembros, no estaba informado de que saldría de sus funciones, menos tuvieron tiempo para pedirles su opinión sobre el reemplazo. Monsalve impertérrito participó ese día de una reunión en el Congreso para analizar el presupuesto 2025. No se necesita ser un genio detectivesco para concluir que los mandamases (o quizás sólo el mandamás) habían decidido que el subsecretario permaneciera en su puesto hasta nuevo aviso. ¿Esperaban poder desactivar la acusación? Lamentablemente, no hay muchas más alternativas plausibles. Frente a los escabrosos hechos que se han ido conociendo del caso, esa sola posibilidad da escalofríos tanto en lo humano como en lo institucional.
Volviendo a Giorgio, hoy seguramente dando uso al mismo gorrito naranja en el frío europeo. Parece claro a la luz de los hechos que la superioridad moral no era tal, pero no nos confundamos, tampoco son peores. Son simplemente humanos, que de momento parece habérseles extraviado la verdad, lo que no sería tan grave si no se notara tanto. La canonización tendrá que esperar.