Personaje
Diana Aurenque y qué ve una filósofa cuando mira a Chile: “Hay que rehabilitar los modales”
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El lugar más destacado del muro principal de su living lo ocupa un retrato de Friedrich Nietzsche. Uno de sus filósofos favoritos. El otro es Martin Heidegger, y aunque de él no hay imagen a la vista, sí es un nombre que repite con frecuencia en sus conversaciones.
Diana Aurenque -43 años, también filósofa, académica de la USACH, escritora de libros y aguda columnista quincenal de La Tercera- los conoce bien a ambos: los estudió durante los 10 años que estuvo en Alemania.
Primero hizo un doctorado en la Universidad de Friburgo, “que fue donde aprendí de Heidegger”, precisa. Y luego asistió a la Universidad de Tubinga, donde fue habilitada en filosofía de la medicina y ética médica, grado académico que le permite hacer clases en ese país. “Allí apareció Nietzsche”, indica.
Se entusiasma con el tema: “Un día vi un llamado que decía: ‘Se busca filósofo o médico experto en Nietzsche para trabajo en Facultad de Medicina de la Universidad de Tubinga’. Me preparé, me contrataron y ahí comencé realmente a meterme en Nietzsche. El guía de mi tesis de habilitación era médico y filósofo, y quería desarrollar un proyecto sobre la influencia de la medicina en Nietzsche y la influencia de Nietzsche en la medicina”.
Diana está sentada en la cabecera de su mesa de comedor. Desde allí, como vive en el piso 19 de un edificio del centro, tiene vista aérea sobre el norponiente de Santiago. Toma té. Cuenta que sus padres eran profesores de arte, pero que ella siguió su ruta propia.
“Mi mamá estaba feliz de que yo estudiara Filosofía. Mi papá estaba horrorizado, ‘va a ser profesora pobre igual que nosotros’, decía. No era que no le pareciera interesante, sino que le preocupaba el tema económico”.
Entró a la USACH, luego vino la década en Alemania, el regreso a Chile en 2015 a su universidad de pregrado, ser vicedecana en la Facultad de Humanidades, ser la primera mujer a cargo del Departamento de Filosofía. Entonces llegó la pandemia y ella empezó a aparecer en los medios: como la muerte campeaba en esos días, una experta en filosofía de la medicina era una voz necesaria. “En enero de 2020 -cuenta- en Congreso Futuro ya había dado una charla sobre lo que es morir”.
- ¿Recuerdas cuáles eran tus reflexiones sobre la muerte esos días?
- Claro. Hablaba de cómo en la medida que tienes ese límite radical ad portas de los ojos, puedes valorar más la vida. En el fondo, eres consciente de que tu vida es limitada. También de que los duelos son importantes porque es la comunidad social que reconoce el dolor de los que están padeciendo. Además decía que la muerte se había vuelto puros números, que aparecían hasta en la pantalla de las noticias.
- En una entrevista en pandemia, hablando de la muerte, dijiste: “Filosóficamente hablando, llega como un ladrón en la noche”.
- Esa una cita de San Pablo, quien en realidad no estaba hablando de la muerte, sino sobre la parusía, el día del juicio final. Heidegger toma eso y dice que no es la parusía, sino la muerte. Entonces, en el fondo el pensamiento de eso es bonito, porque Heidegger dice que la única certeza que tenemos en la vida es la muerte. Y es la paradoja de saber que vas a morir pero sin saber cuándo. Entonces preguntarse ¿vives auténticamente? ¿haces lo que quieres? ¿crees lo que crees o lo que la moda dice? Ése es el mensaje heideggeriano.
"Entonces, en el fondo el pensamiento de eso es bonito, porque Heidegger dice que la única certeza que tenemos en la vida es la muerte. Y es la paradoja de saber que vas a morir pero sin saber cuándo"
- Recién presentaste un libro de Daniel Loewe, ¿Cómo y cuándo morir? ¿Temes convertirse en la filósofa de la muerte?
- No temo nada de eso. Me dio risa cuando una vez me dijeron eso: “Usted es la filósofa de la muerte”. Les dije que prefería ser una filósofa mortal.
- Haber estudiado filosóficamente la muerte, ¿te blinda cuando esta se presenta en seres queridos, cercanos?
- Me pone contenta que he reflexionado durante muchos años sobre la muerte, porque creo que tengo ciertas herramientas para afrontar dolores de la muerte de alguien tan cercano como mi padre (murió el año pasado de cáncer). Por otro lado, en un momento pensé que no me servía de nada, porque el dolor se sentía tremendo… Yo no creo que la muerte es un castigo; la muerte nos llega como llega. El tema es que uno no quiere soltar a los que ama. La muerte nos afecta mucho porque vemos morir a los que queremos. Cuando me cuentan, por ejemplo, que mi papá tenía metástasis por todo el cuerpo, sentí una puñalada al corazón, el dolor de que se iba a morir.
La autoridad diluida
Mientras daba entrevistas durante la pandemia, Diana Aurenque empezó a escribir columnas. Primero en The Clinic, luego en La Tercera, donde se mantiene hasta hoy, sábado por medio. Allí no habla sólo de muerte. Sus temas son variados y generalmente tienen a la contingencia como motor, como excusa.
- ¿Qué ve una filósofa cuando mira al país que la rodea?
- Me siento muy honrada de cómo distintos espacios públicos se han dado para que yo pueda opinar sobre cosas que no sean solamente filosofía de la medicina o bioética, sino más bien como una suerte de sociología filosófica, una mirada de quiénes somos los chilenos. Una de las preguntas que más me hago es qué nos caracteriza identitariamente a los chilenos, siendo todos tan diferentes a veces. Veo cosas bien particulares nuestras, que también responden a la geografía que habitamos: el mar gigante por un lado, la cordillera enorme por el otro, islas por allá. Somos muy isleños, aislados. Por eso cuando uno dice “la desconfianza del chileno”, pucha… cómo no desconfiar si vivimos en un país tan largo y tan diferente. Pero al mismo tiempo, cuando hay un incendio o se mueve la tierra, todo es muy solidario.
- ¿Qué otras particularidades ves?
- Siempre me he preguntado por qué en Chile somos tan correctos y tan incorrectos a la vez. Esto de que robamos con boleta. O que todos los chilenos se levantan y hacen la cama; eso hacía reír mucho a los alemanes. O que en la micro antigua te subías por atrás y entregabas la plata que corría al chofer, y éste te mandaba el boleto y el vuelto que corría hasta ti. Precioso, ¿no? Pero al mismo tiempo está el pillo que avanza por la berma cuando hay taco. Me parece todo tan contradictorio. Chile tiene esta cosa de la legalidad en apariencia, tenemos protocolos y leyes para todo, pero no se cumple nada. Seremos muy influenciados por Europa en algunas cuestiones, pero seguimos siendo Latinoamérica.
- En varias columnas tocas el tema de la autoridad, de cómo se ha ido diluyendo…
- Antes, fue mal usada. Profesores que le pegaban o humillaban a los estudiantes, papás que les pegaban a los hijos para criarlos. Mucho tiempo se confundió tener autoridad con poder y violencia sobre un otro más frágil. Eran cosas naturalizadas, y afortunadamente ese tipo de autoridad no existe más. Pero pienso que ahora la cuestión se fue para el otro lado, como cuando los padres no quieren ser padres sino amigos de sus hijos, cuando los profesores ya no son profesores sino que son como sus estudiantes. Es un problema: si los más jóvenes no miran a alguien para arriba, no tienen idea de autoridad y sienten que pueden hacer lo que quieran. Y ante el primer fracaso, probablemente será una depresión profunda. O sea, todos nos criamos un poco narcisos y un poco infantiles. Los padres tienen que poner límites, prepararte para salir al mundo. Yo creo que tengo una institutriz adentro.
- Esta falta de autoridad, ¿se ve también dentro del mundo político?
- Por supuesto. Pienso en los diputados que se pararon en medio de la cuenta pública. Es impresentable. Si tú en un trabajo haces eso ante tu jefe, te echan y con buena razón. Es una falta de respeto total. Y más encima en una clase política ya súper enlodada. Y aquí voy a hacer una crítica a mi querido Presidente. Con Nietzsche diríamos que dejar de aceptar que hay jerarquías no tiene que ver con que alguien sea más valioso o mejor persona que el otro. No es eso. Cuando uno reconoce jerarquía, jefe/subalterno, profesor/estudiante, padres/hijo, médico/paciente, hay un saber epistémico que nos diferencia, no una calidad moral. Eso se confundió.
- ¿Y por qué dices que vas a criticar al Presidente?
- A lo del Presidente voy ahora. Sólo quería decir antes que se confundió que la igualdad, la dignidad humana de todas las personas, significa que en todos los espacios nos vamos a tutear. Entonces pienso que cuando a Boric le gritan en la calle y él contesta, eso no puede ser. O sea, si alguien lo interpela y le grita, ¿por qué él contesta? Una cosa es que él sea cercano, pero si lo insultan en la calle no puede contestar, porque eso es rebajarse.
- Una falta de autoridad en la autoridad.
- Sí. ¿Tú crees que Churchill hubiera contestado a alguien que le grita? Nada.
"Pienso en los diputados que se pararon en medio de la cuenta pública. Es impresentable. Si tú en un trabajo haces eso ante tu jefe, te echan y con buena razón. Es una falta de respeto total. Y más encima en una clase política ya súper enlodada"
En la plaza pública
Diana Aurenque dice que -a diferencia de Francia o de Alemania- en Chile no son tan comunes los columnistas filósofos. Y casi todos son hombres: menciona a Hugo Herrera, a Cristóbal Bellolio, a Joaquín García-Huidobro; “todos ellos vienen del derecho y después saltan a la filosofía”, dice. Se acuerda también del filósofo Daniel Loewe. Y de la académica Aicha Messina.
“Lo que pasa es que la academia chilena por mucho tiempo se sentía muy autocomplaciente con sus propios conocimientos. Era demasiado importante para salir al mundo público -explica-. Pero a mí me encanta la divulgación, que viene de vulgo, del pueblo. Ahí partió la filosofía, Sócrates en el ágora pública cuestionándolo todo. El diálogo socrático es básicamente poner al otro en evidencia de su ignorancia, pero para poder hallar realmente las verdades. Iba en la a la plaza pública y ahí hacía pensar a los demás. Cuando es condenado a la muerte y beber cicuta, Platón, su discípulo, hace la Academia y protege a los filósofos. Pero ése no es el lugar natural de la filosofía, a mi juicio”.
- ¿Cuál es el desafío de un columnista filósofo?
- De partida, la filosofía nunca quiere opinar no más. De hecho, eso es lo más difícil de escribir columnas de opinión para mí. A los filósofos nos cargan las opiniones, lo que queremos siempre son las verdades. Además te tienes que arriesgar con textos que son cortitos.
- ¿Cuál es el valor agregado, la diferencia, respecto a columnistas políticos, abogados, periodistas, empresarios?
- Creo que dos cosas. Una, la filosofía es la disciplina que siempre quiere ver lo macro. Yo nunca, por ejemplo, veo un fenómeno sino cómo ese fenómeno está ligado a cuestiones más grandes. Pensémoslo así: si el psicólogo se pregunta por el mal de una persona, por el paciente individual; el filósofo mira qué es el mal del paciente, pero no quién es el paciente. Siempre son preguntas más metafísicas. Y dos, el filósofo no sólo quiere mirar más grande, sino también ver cuáles son los supuestos que están atrás para sostener un diagnóstico. Está mirando, yendo para atrás y después reconstruye.
"La academia chilena por mucho tiempo se sentía muy autocomplaciente con sus propios conocimientos. Era demasiado importante para salir al mundo público -explica-. Pero a mí me encanta la divulgación, que viene de vulgo, del pueblo. Ahí partió la filosofía, Sócrates en el ágora pública cuestionándolo todo"
- Tus columnas son variadas en temas. ¿Cuál es el hilo conductor entre ellas?
- Qué nos mantiene juntos, qué nos cohesiona, aun siendo tan distintos. Una invitación a revisarse, no quedarse en las propias verdades.
- En una columna dijiste que las emociones son hoy las protagonistas de la organización política y que eso puede ser un problema para empatizar, para generar proyectos comunes. ¿A qué emociones te refieres?
- Resentimiento, miedo, rabia, o en su fase positiva cuando tuvimos esperanza o alegría. Son cosas reactivas. Y todos los políticos corren de un lado para el otro, para contener la emoción y ganar votos.
- Esas son emociones del ciudadano. ¿Y las emociones que dominan la política?
- Los políticos también están actuando emocionalmente, pero creo que es peor porque lo hacen incluso con una especie de caudillismo algunos de ellos, con esta cosa heroica que la política tiene ahora que los partidos han perdido peso: mientras más antisistema eres, más la gente te aplaude. Cuando pienso en consejos para mejorar la democracia en Chile, digo que hay que rehabilitar los modales, la etiqueta. Podemos tener morales diferentes, no estar de acuerdo en los mismos dioses, ser liberales o conservadores, pero hay cosas que no se hacen. Tú no le tiras una taza a una autoridad, tú no insultas a un otro, tú no vas con una capa dando vueltas cuando eres político. No.
Nuevos libros
A raíz de la muerte de su padre, Diana Aurenque está escribiendo un libro. “Es sobre la experiencia de esa muerte. Antes habían muerto mi abuelo y mi abuela, a quienes adoraba. Pero es diferente cuando muere un padre o una madre, que son figuras simbólicas. Freud tiene todo un análisis de eso. Son las personas que arquetípicamente nos enseñaron amor, las primeras figuras de las cuales te diferencias identitariamente. Entonces, cuando tú tienes este dolor tan grande, no es mi dolor solo sino el mismo que se ha repetido toda la vida cada vez que una hija llora a un padre, que un hijo llora a una madre. Es tan fuerte, que ya no solamente vale para tu dolor, sino para muchas otras experiencias”.
La filósofa tiene varios libros, tanto en alemán como castellano, escritos junto a otros especialistas. De autoría propia, tiene tres: Pensar lo público (2021), que es una compilación de sus columnas, Animales enfermos (2002) y Animal ancestral (2023).
- El libro sobre la muerte, ¿seguirá la línea de estos “animales” con que describes la condición humana?
- (El músico) Mauricio Redolés me convence de que debo llamarlo Animales amorosos. Quizás lo haga. En todo caso, nunca quise hacer una trilogía; se fue dando así no más.
Diana espera que pueda publicarlo en 2025. Ese mismo año espera sacar otro libro, centrado en el amor romántico, con vocación generalista y también apuntes biográficos. Con ése, acaba de firmar contrato con Penguin Random House. “Hasta ahora, se llama Amor, ¿dónde está la trampa?”, adelanta.
El año sabático
En mayo, Diana Aurenque retomó sus labores en la USACH luego de un año sabático con permiso de la universidad. “Como mantienes tu sueldo, igual debes dedicarte a un proyecto y actividades como escribir artículos”, explica. Ella se instaló en Cochiguaz, en el Valle de Elqui, sola en una construcción al lado de un río. En esos meses apartada de todo terminó de escribir su último libro, Animal ancestral, publicado el año pasado.
“En un sabático toda la gente se va, no sé, a Europa. Pero yo quería otra cosa. Salir de la ciudad, de la burbuja. Y me fui al Valle del Elqui, a 12 kilómetros de Montegrande, a vivir sola con un gato. Fue hermoso”, cuenta, mientras muestra una fotografía del felino que fue su compañía y que se llama Quijote. Luego, enseña el tatuaje con ese paisaje del norte que se hizo en un antebrazo.
- ¿Qué buscabas personalmente en ese sabático?
- Quería encerrarme entre dos cerros y no ver a nadie. Tampoco es que me haya enojado con alguien, pero necesitaba parar un poco. En el valle empecé a dormir en la noche sin zopiclona, a despertar con la luz del sol. Me metía al río todos los días.
- ¿Misión cumplida?
- Totalmente. Aparte que mi papá se enfermó y gracias al valle yo estaba más lenta, más paciente, más serena. Si no, habría colapsado completamente. Y gracias al sabático, pude estar un mes entero preocupada de él, con él.