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Personaje

La ruta de Antonio Vizintín: de sobreviviente de Los Andes a charlista motivacional

La ruta de Antonio Vizintín: de sobreviviente de Los Andes a charlista motivacional

Estuvo esta semana en Chile para dar una charla sobre su experiencia en el accidente aéreo que, hace medio siglo, los dejó a él y otros uruguayos 72 días perdidos en la cordillera. Pese a que la historia se conoce, en el escenario su relato impacta. En conversación con DF MAS, cuenta que empezó esta faceta de coach hace dos décadas, que no considera que eso sea lucrar con la tragedia, que se ha emocionado en los más de 80 encuentros que lleva hasta ahora, que lo ha hecho en cárceles, en colegios y en empresas.

Por: Patricio De la Paz - Foto Verónica Ortíz | Publicado: Sábado 20 de abril de 2024 a las 04:00
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Antonio Vizintin (70) echa a andar la memoria. Sin apuros. Retrocede a ese octubre de 1972, cuando iba en el avión de la Fuerza Aérea de Uruguay que lo traía a Chile y que terminó estrellándose en la cordillera de los Andes. Pocos salieron con vida del accidente y debieron pasar 72 días en medio de la nieve y la incertidumbre, a 4 mil metros de altura. Finalmente sobrevivieron 16, incluido él. Tenía 19 años.

Lo que ellos vivieron en esos más de dos meses se ha contado en libros, en películas -la última, La sociedad de la nieve-, en documentales, en entrevistas. Es una historia llena de infinitos episodios. Pero esta tarde, Antonio Vizintín echa andar los recuerdos y elije sólo tres momentos. Los que para él tienen un significado especial.

“Partiría por la última expedición, de la cual tuve que regresar solo al avión”, dice. Se refiere a la caminata que hizo junto a Nando Parrado y Roberto Canessa para ir a buscar ayuda. Caminaron tres días, hasta la cumbre de una montaña, y allí se decidió que él dejara sus alimentos y volviera con el grupo; mientras los otros dos continuarían la marcha. “Ese regreso fue estar solo en la montaña. Dentro de las circunstancias, fue un momento divertido y lindo, porque me deslicé montaña abajo. Un momento disfrutable, a pesar de la soledad”.

“Ese regreso fue estar solo en la montaña. Dentro de las circunstancias, fue un momento divertido y lindo, porque me deslicé montaña abajo. Un momento disfrutable, a pesar de la soledad”.

El segundo momento es su primera expedición, cuando lo estaban probando para esa tarea. “Fue difícil, mi primera experiencia en caminata. Habíamos puesto una cantidad de cosas emocionales, muchas esperanzas”. Vizintín hace una pausa. Y va con el tercer recuerdo: “El alud, que nos sorprende una noche. Empecé a escarbar y sacar nieve para buscar a los demás. Fue una de las cosas más tristes, ya que murieron nueve compañeros. Todo se trastocó, porque lo que teníamos hasta ese momento más o menos armado, se destruye. Anímicamente fue muy fuerte el golpe”.

Antonio Vizintín está sentado en un salón del hotel Sheraton. Es miércoles 17 de abril, al final de la tarde. En este mismo hotel de Providencia estuvo hace 51 años, luego de que fue rescatado de la cordillera y pasó por un chequeo en la Posta Central. Se quedó varios días, junto a su familia. Cuando recuerda las tres escenas que para él fueron claves después del accidente no se le asoman las emociones. No es que no las sienta: se nota que cuida que no se le desborden. Fue igual en la mañana de este mismo día, cuando en el teatro Zoco dio una charla motivacional (ver recuadro) ante unos 200 clientes del Banco BICE, entidad que lo trajo a Santiago.

Lo de dar estas charlas basadas en su experiencia extrema, lo de convertirse en un coach motivacional, es una ocupación frecuente para Antonio Vizintín. Se ha ido preparando y perfeccionándose en eso, a punta de esfuerzo y estudio. Porque lo de pararse frente a un escenario no es algo que le salga natural, aclara. Nunca lo fue: “Yo fui un niño tímido”, reconoce.

“Esto enaltece a los que no volvieron”
Luego del rescate de la cordillera, Vizintín y los otros sobrevivientes quedaron impactados por el interés público en la historia. Se sorprendían de que los abordaran periodistas, de que las personas los recibieran con aplausos. Fue así en Santiago y luego cuando regresaron a Montevideo. “Nos costaba dimensionar esta conmoción brutal. Para nosotros, lo único que habíamos hecho era salvar nuestras vidas y queríamos volver a nuestras casas. Punto”, dice. Su padre decidió apartarlo de la vorágine y se lo llevó por tres meses a una casa que la familia tenía en el pequeño balneario La Coronilla. 

Después, decidió retomar la vida que había dejado en pausa. Retomó sus estudios de Derecho, que finalmente no terminó. Empezó a trabajar en una empresa inmobiliaria familiar, luego lo hizo en una empresa de plásticos y más tarde formó otra dedicada a las importaciones. En medio se casó -tiene tres matrimonios a cuestas- y tuvo dos hijos. Con uno de ellos, Patricio, hoy trabajan juntos en desarrollo de proyectos inmobiliarios. 

- ¿Cuánto tardó en darse cuenta que lo de la cordillera había sido una historia extraordinaria de sobrevivencia?
- Años, años, años. El accidente es una parte de mi vida, pero no es mi vida. Nosotros no hablábamos del tema porque pensábamos que a la gente no le interesaba y la gente no te preguntaba para no incomodarte o no herirte. Así estuvimos como 30 años. Incluso entre nosotros no era un tema que nos preocupara. Hasta que apareció Nando dando charlas y nos dice: “No saben la cantidad de gente que se reúne y que le interesa”. Quedamos helados. 

Fue entonces que él también empezó a pensar en dar charlas sobre su experiencia en los Andes. No recuerda quién le pidió la primera, a principios de los años ‘80. Le dio estructura a su historia y redactó un guion. Con el tiempo, a medida que llegaron más y más peticiones, empezó a estudiar cómo desplazarse en el escenario, el movimiento corporal más adecuado para trasmitir cada sentimiento, las reglas para una frase eficiente, dónde fijar la mirada, las definiciones precisas para palabras claves en su discurso: resiliencia, fortaleza, fracaso, crisis, liderazgo. “Tienes que tener un grado de seriedad, de profesionalismo, para que la gente diga que vale la pena”, señala.

"El accidente es una parte de mi vida, pero no es mi vida. Nosotros no hablábamos del tema porque pensábamos que a la gente no le interesaba y la gente no te preguntaba para no incomodarte o no herirte. Así estuvimos como 30 años"

Calcula que ya ha dado más de 80 charlas, y agrega que desde el estreno de La sociedad de la nieve, en enero en Netflix, se han intensificado mucho más: hasta una o dos por semana. Las ha dado en cárceles, en escuelas, en empresas. En Uruguay y en el extranjero. “Recién estuve en Las Vegas. Ahora en Santiago. Después voy a Ciudad de México”, explica. Dependiendo de quien las solicita, algunas son gratuitas. Por las otras cobra. “En el eje de los 16 mil, 17 mil, 18 mil dólares”, precisa. Duran, en promedio, una hora y media. 

- ¿Se financia la vida con estas charlas?
- No. No vivo de eso. Sí las hago frecuentemente y trato de que sean lo más profesionales posible. 

- Hay quienes critican este tipo de charlas. Dicen que es lucrar con una tragedia. ¿Qué responde?
- Creo que no estás lucrando con la tragedia. Estás lucrando con las consecuencias de esa tragedia, con lo que pasó y cómo uno reaccionó. Es al revés: esto enaltece a los que no volvieron, es una forma de recordarlos. Porque fueron ellos los que nos muestran el camino. Ellos fueron los verdaderos héroes de los Andes. Que te paguen por eso es lo de menos, es mucho más importante mantenerlos vivos en la historia. 

Dependiendo de quien las solicita, algunas son gratuitas. Por las otras cobra. “En el eje de los 16 mil, 17 mil, 18 mil dólares”, precisa. Duran, en promedio, una hora y media.

Cruzar de nuevo la cordillera

- Ya son más de 80 charlas. ¿Aún se emociona o ya está con piel dura?
- En todas me emociono. Pongo mucho de mí en cada charla. Generalmente salgo con la camisa entera mojada, de todas las emociones, las intensidades involucradas. Te sale un sentimiento de adentro. Te involucras, lo sientes, lo sufres, lo transmites. Siempre, además, tengo un poco de miedo escénico.

- Otros cuatro o cinco sobrevivientes también dan charlas. ¿Cuál es su sello diferenciador?
- No conozco bien las charlas de los otros. Creo que mi foco está en resaltar la fuerza del ser humano. Hago hincapié en eso. El ser humano tiene una capacidad, una fuerza brutal; somos mucho más capaces de lo que creemos. Con Roberto y Nando, los expedicionarios en la cordillera, siempre fuimos partidarios del triunfo del espíritu humano luchando contra la adversidad. Los otros 13, en cambio, siempre pensaron que había sido un milagro.

Antonio Vizintín asegura que en todos estos años nunca ha soñado con el accidente. Ni una sola vez. “Creo que es sanidad, creo que es por haber hecho las cosas bien, por estar convencido de que tomaste las decisiones correctas, que no le hiciste mal a nadie y que lo único que hiciste fue conservar tu vida. Eso te da una tranquilidad de mente importantísima”.

Haber tenido la muerte encima de manera tan precoz, a los 19, le ha dado una relación calmada con ella. Dice que no lo asusta. “Estuvimos abrazados con la muerte. Estaba ahí a la vuelta, y era cuestión de ver a quién elegía. Pensé seriamente, más de una vez, que me iba a morir… pero la muerte me iba a encontrar luchando, no se la iba a hacer fácil. Ahora sé que en algún momento va a llegar, pero no es algo que me preocupe”, señala.

Vizintín ha regresado varias veces a Chile. Volando sobre la misma cordillera que casi lo devoró hace más de un siglo. Cuenta que la mira por la ventanilla del avión y que no siente miedo. Más bien es emoción. 

- ¿Y qué es lo que lo emociona cuando la mira?
- Lo inmensa que es, lo dura que es, y que yo estuve ahí.


“Nos preguntamos si esto era el purgatorio”

La charla de Antonio Vizintín, presentada por el BICE, empieza a las 9.10 de la mañana. No funciona el video introductorio, así que él entra con una sala casi a oscuras. “Bueno, las cosas no siempre salen como uno las planifica”, dice. Lo sabe bien. El accidente de los Andes es una poderosa muestra de eso. 

A sus espaldas hay una foto suya, joven, recién rescatado. Sobre la imagen en blanco y negro, se lee: “Arriba en la cordillera. Relatos de un sobreviviente”. Viste camisa clara, pantalones beige, zapatillas negras. Sonríe poco. Empieza a hablar de conceptos que nunca desaparecieron en los 72 días en que estuvieron perdidos: el frío, la altura, la sed, el hambre. Se hace preguntas. Cuenta que cuando salía fuera del avión y miraba la inmensidad blanca que lo envolvía como una nube, se decía: “¿Cómo salgo de esto?”. 

Los sobrevivientes, señala, se transformaron en una sociedad cuando empezaron a crear normas. Luego comenta situaciones extremas que enfrentaron. Como el alud que los sorprendió una noche. O cuando tuvieron que empezar a alimentarse de quienes habían muerto. Más preguntas: “¿Me tengo que alimentar con un compañero de clase, con alguien que jugué rugby hace apenas una semana?”. Dice que fue un golpe brutal. Una decisión y un pacto a la vez.

Da detalles que impactan. Cuando querían comer algo dulce, se echaban un poco de pasta de dientes en la boca. Cuando querían “beber un licor”, recurrían a la loción para después de afeitar.

“Nos preguntamos si esto era el purgatorio -dice Vizintín-. Si los buenos eran los que morían; y los malos eran lo que sobrevivíamos, que debíamos pagar una culpa en vida antes de morir”.

Habla de la conciencia de ser un grupo. “O salimos todos o nos morimos todos”, se repetían. Después recuerda cuando los tres expedicionarios -él, Canessa y Parrado- encontraron la cola del avión. “Allí encontré mi bolso y sentí el olor mío. Me trasladó a casa”, recuerda.

“Nos preguntamos si esto era el purgatorio -dice Vizintín-. Si los buenos eran los que morían; y los malos eran lo que sobrevivíamos, que debíamos pagar una culpa en vida antes de morir”.

“Fueron tantos fracasos”, dice, más adelante. “Esta es una historia de fracasos, no de éxito. Un ensayo y error continuo. El éxito fue sólo en la última expedición". En ella caminaron hacia la montaña situada al oeste. “Nos parecía que a partir de allí comenzaba la vida, que estaban las carreteras, los autos, los chilenos, que disfrutaban la primavera, que tomaban helados. Que allí estaba esperándonos la vida de vuelta”. Subieron durante tres días. Al llegar arriba, no vieron nada de lo esperado: sólo eran montañas y montañas hasta el horizonte. “Estábamos acostumbrados a que las cosas no salieran como planeábamos”, repite. “Se decidió que yo volviera y que les dejara mi comida a los otros dos. Regresé al avión”. ¿Tenía miedo? “No. Ya estaba más muerto que vivo”. 

Recuerda cuando prendieron la radio y un noticiero de Montevideo dice que aparecieron dos de los uruguayos perdidos. “Nos peinamos. Tuvimos de nuevo conciencia de propiedad privada, y cada uno empezó a juntar sus cosas”. A las 3 de la tarde llegaron los helicópteros. Un grupo se fue ese mismo día. Otro partió el siguiente. 

Hacia el final, la charla tomo un tono más de autoayuda. No se relatan hechos, sino reflexiones a partir de ellos. Vizintín habla de sacrificio, de disciplina, de planificación, de adversidad. “Las decisiones equivocadas siempre nos llevan a tomar otro camino. Si tomas decisiones, eres dueño de tu destino”. 

Para terminar, habla de una segunda cordillera que debió atravesar. Cuando él tenía 37 años, su esposa murió de manera repentina. Tenían dos hijos pequeños. “Vino una soledad brutal”, reconoce. Y remata contando que cuando su hijo creció y se fue a estudiar a España, finalizaba sus cartas con la misma frase: “Somos mucho más que tres”. “Cuando pienso en los que sobrevivimos, somos mucho más que 16: somos 200”, dice Vizintín, incluyendo en la suma a los hijos, los nietos y todas las personas que los han acompañado.


La nueva generación

Dice Vizintín: “Después de La sociedad de la nieve, se ha incrementado la cantidad de gente que tengo en mi página web. De tener mil y algo de personas, ahora hay cerca de 40.000. El 92% de la gente que ha entrado en mi página son mujeres. Y jóvenes, de 13, 14, 15, 16 años. Eso nos ha llamado la atención (a los sobrevivientes), porque a todos les ha pasado esto mismo. Los interesados en la historia ya no son los viejos de antes, sino una nueva generación que algo vieron en esta película. No lo entendemos mucho aún, pero evidentemente son jóvenes que están en busca de valores, de límites, de cosas que han carecido en este tiempo”.

El desconocido empresario detrás de 5 “famosos” exits

Héctor Gómez se inició en el mundo tecnológico en los años ‘70. Dicom, Payroll e IMED son algunas de las compañías que ha cofundado, hecho crecer y vendido a players globales. Fue socio de Sonda durante más de dos décadas y del empresario Isidoro Quiroga, quien acaba de vender su porcentaje en Grupo Sable, la matriz a través de la cual Gómez maneja todas las empresas. Hace poco menos de un mes, tuvo su último exit: la venta del software de RRHH Rex+ a la gigante noruega Visma. Esta es su historia.

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