Personajes
La historia de amistad entre los sobrevivientes del avión uruguayo y los rugbistas chilenos de Old Boys
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En 1967 Ezequiel Bolumburu (74), entonces seleccionado nacional de rugby, conoció al rugbista uruguayo Guido Magri en Buenos Aires. Eran los jugadores más jóvenes de sus planteles y como les tocó alojar en el mismo hotel, se hicieron amigos.
“Conversando en el lobby Magri me preguntó por Old Boys porque ellos ya habían formado Old Christians Club, pero querían hacerlo crecer. Quedamos de cartearnos y ver si podíamos organizar un intercambio de clubes”, relata Bolumburu. Era otro el tiempo que tomaba comunicarse con el extranjero, por eso luego de una serie de correspondencias, recién tres años después el uruguayo le confirmó: “Próximo año vamos sí o sí a Chile”.
En octubre de 1971, terminada la temporada de campeonatos oficiales, la selección de Old Christians viajó a Chile. “Les conseguimos unas salchichas en el club y lo pasamos fantástico”, recuerda el chileno. En esa primera visita estuvieron Roberto Canessa y Antonio Vizintin, además de Magri. Al año siguiente, los chilenos viajarían a Montevideo, pero en una nueva carta, el uruguayo le dice que lo pasaron tan bien en Chile, que ellos volverán a cruzar la cordillera para jugar en Santiago. “Nos vemos el 12 de octubre”, acordaron.
Ahí empieza la tragedia.
Guido Magri se iba a casar en diciembre de ese año con una chilena. Le había avisado a Bolumburu que esta visita era sorpresa para ella. Pero cuando el avión se desvió a Mendoza por mal tiempo lo llamó para avisarle que se atrasaría y pedirle que le contara a ella para que fueran juntos a buscarlo al aeropuerto. Fue la última vez que hablaron.
Bolumburu con su polola, la novia de Magri y dos seleccionados uruguayos que habían preferido viajar en un vuelo comercial en vez del charter que traía a las 45 personas -no todas rugbistas-, partieron a Cerrillos a esperar al equipo. Varias veces subieron a la torre de control a preguntar qué pasaba con el vuelo.
“Está atrasado”, les respondían. “De repente aparece un auto a toda velocidad, se bajan corriendo, suben a la torre de control, me dicen que no puedo entrar. Era el embajador de Uruguay. Le habían avisado que estaba perdido el avión”, cuenta.
“Fue un golpe, un mazazo”, dice. “Conociendo la cordillera, me imaginé que se había estrellado el avión y que no podía haber nadie vivo. Todos nuestros amigos estaban muertos”, relata Bolumburu, de entonces 23 años.
“Estuve un buen rato en la torre de control con la gente que había tenido contacto con ellos, y recuerdo que estaba marcada la zona del volcán Tinguiririca, que es donde ellos efectivamente estaban, pero el piloto había dado mal la información”, cuenta.
Del aeropuerto, los cinco partieron a la casa del embajador uruguayo. Pasaron la noche ahí. Ese mismo día comenzaron los contactos con radioaficionados de todo el mundo, asegura. A la mañana siguiente cada uno partió a su casa a llorar su pena y ver cómo tratar de ayudar. No se podía hacer mucho.
El pintor Carlos Paez, padre de uno de los sobrevivientes entonces perdido, llegó a Chile convencido de que los iban a encontrar. Así contactó al chileno, y juntos consiguieron una avioneta para recorrer la zona, sin éxito.
El 21 de diciembre, Ezequiel Bolumburu estaba en su oficina cuando el entonces presidente de la federación de rugby Alberto Jory lo llamó para contarle la noticia que habían transmitido en la radio minutos antes: había uruguayos vivos. Juntos partieron a San Fernando de inmediato, directo al hospital. Ahí pudieron ver y saludar de lejos a algunos de los sobrevivientes, entre ellos, Canessa. Su gran amigo Magri había muerto.
De vuelta en Santiago comenzó a recibir a los familiares del equipo charrúa en el hotel Sheraton. Recuerda con ironía, que Roy Harley comió en el hospital una torta de crema que estaba mala y debió ser trasladado de urgencia a la Clínica Santa María: había sobrevivido 72 días en Los Andes y casi muere por una porción de postre.
Las familias pasaron la Navidad en Chile, y ahí se forjó una amistad que dura hasta hoy.
La Copa de la Amistad
En 1974 los uruguayos regresaron a Chile a jugar la Copa de la Amistad con Old Boys Club. Todos llegaron en auto o tren, ninguno de los sobrevivientes se atrevió a subir a un avión, lógicamente. Desde entonces, ambos equipos se reúnen una vez al año ya sea en Santiago o Montevideo a jugar rugby. Por el lado uruguayo, quienes participan de manera más activa son Roberto Canessa, Nando Parrado, Antonio Vizintin, Gustavo Zerbino, Roy Harley, Álvaro Mangino y Daniel Fernández.
El único de los sobrevivientes que no lo hace -sólo vino una vez- es Pedro Algorta, quien se radicó en Argentina. Por el lado de los chilenos, además de Bolumburu -a quien apodan Chelín- están Luis Mayol, Francisco Planella, Francisco Varela, Miguel Gimeno, Roberto Haritcalde, Alfredo Álvarez y John Scott.
La fecha de la Copa de la Amistad es siempre cercana al fin de semana del 12 de octubre. Comienza con partido simbólico entre los mayores de ambos equipos (“la gracia es vestirse de rugby y entrar a la cancha”, dicen), y le siguen competencias de los primeros equipos de rugby, fútbol y hockey mujeres.
La última versión se llevó a cabo en el club chileno ubicado en Chicureo, el pasado 6 de noviembre. Cuatro de los 14 sobrevivientes que aún viven participaron: Canessa, Vizintin, Zerbino y Mangino. Ese día Canessa les mostró fotos de la alfombra roja donde han participado tras el éxito de La sociedad de la nieve, preseleccionada al Oscar. Ambos grupos se reunirán a finales de año. Esta vez en Montevideo.
La expedición a Los Andes
En 2012, el uruguayo Gustavo Zerbino organizó una expedición al lugar del accidente, con el objetivo de jugar un partido de rugby homenaje en el lugar. El chileno Francisco Planella participó. “Subimos por el lado argentino, que está muy cerca de donde ellos cayeron. El piloto les había dicho que estaban sobre Curicó, por eso ellos buscaron Chile, pero aún no cruzaban la frontera”, cuenta Planella.
Subieron en mulas y caballos a través del Valle de las Lágrimas, ahí hicieron un campamento donde instalaron las carpas, y al día siguiente llegaron al lugar de la tragedia. “Subir con un sobreviviente, con su familia; con hijos o hermanos de personas que murieron ahí, fue súper emocionante”, relata. Hay restos del avión, el fuselaje no se ve porque está ya casi enterrado, hay un tren de aterrizaje, un pedazo de ala… Ahí nada se ha tocado. Y hay un monolito donde la gente que va, los recuerda”, dice.
“Es una linda historia de amistad”, dice Planella. “Y los dos clubes van a mantener esta relación para siempre”.