Punto de partida
Agrourbana cierra ronda de US$ 6 millones para expandir sus plantaciones verticales de lechugas
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En Quilicura, por fuera se ven bodegas y camiones, no hay grandes logos que anuncien que uno llegó a una startup. Adentro, el panorama cambia. Tras un estricto protocolo de lavado de manos, uso de gorra, delantal y mascarilla se abren las puertas de un campo vertical.
La temperatura es cálida y húmeda, pero no hace calor. Las luces son especiales y las lechugas llenan el espacio. Hay cuatro metros de altura y la capacidad es de ocho. Los fundadores de AgroUrbana, Cristián Sjögren y Pablo Bunster, recorren la plantación y comentan: “Hoy se ve tan fácil y bonito, supieran lo que fue”. Pero dicen que están listos para dar el gran salto.
Su lechuga es el sueño de cualquier agricultor: usa un 99% menos de tierra y un 95% menos de agua. No tiene pesticidas, se cosecha todo el año porque no depende del clima ni la estación, no requiere una inversión logística para despachar porque está inserta donde están los consumidores y tienen un software que almacena datos de 52 ciclos anuales -llamado Carmelo, por el personaje de humor interpretado por Daniel Muñoz en los 2000- que monitorea la producción. Además, se trabaja de lunes a viernes, no como en los campos.
La relación de los socios viene de 2009. Ese año Bunster, ingeniero comercial, estudiaba su MBA en Boulder, Colorado; y Sjögren, ingeniero civil, lo hacía en Berkeley, California. Un amigo en común los conectó, el socio de Chile Ventures Marcelo Camus, y les dijo que podían hacer algo juntos.
Ambos venían del mundo de la energía. Sjögren vendió su empresa Solar Chile a la multinacional First Solar en 2013 y se quedó cuatro años como ejecutivo a cargo del negocio en Latinoamérica. Bunster trabajó en empresas extranjeras del mismo rubro. Pese a que aún no eran socios, comentan que cada cierto tiempo se juntaban a “regar la amistad”.
Sabático en San Francisco
En 2017, afirma Sjögren, “nos aburrimos de algo que hace unos años era la vanguardia y se había convertido en financiar el proyecto lo más barato posible”. Se fue a un año sabático a San Francisco a explorar nuevos negocios con la idea de meterse en energía distribuida, soluciones de energía renovable en casas. Ese año se decidieron con Bunster a explorar negocios juntos.
A fin de año, a Sjögren le mandaron un video de agricultura vertical en contenedores. “Dije wow”, recuerda, pero ellos seguían viendo tecnologías de baterías y paneles de integración.
“Si esto no resulta, me crucé con este negocio”, le dijo a Bunster. Estaban en San Francisco. “Tenemos energía barata y abundante en Chile y lo podemos hacer con energía renovable”, agregó.
“Démosle”, dijeron los socios. Aunque con ingenuidad -dicen-, porque ninguno sabía de agricultura. Viajaron por EEUU y Canadá visitando plantas de una industria que, si hoy es incipiente, en ese tiempo estaba recién germinando. Sacaron los números e hicieron un excel.
En 2018 mataron el proyecto energético y se dedicaron 100% a AgroUrbana; para eso levantaron US$ 600 mil con familiares y amigos y arrendaron una oficina de seis m2 en Las Condes. Ahí, cultivaron la primera lechuga.
Las luces las traían de Miami y cuando tenían que bajar el Ph iban a un growshop a comprar una botella. Al principio no funcionaba, las plantas buscaban la luz en las ventanas y “parecían espárragos. Ahí empezamos a entender la complejidad de lo que estábamos haciendo”, dice Bunster.
Serie A y primera planta
En 2019 construyeron su primera planta de 400 m2 en Quilicura. Aún era todo exploratorio, los dos emprendedores eran los operarios, cultivaban, cosechaban y despachaban. Los primeros en confiar en ellos fueron del restaurante Bidasoa. “Me sacaba el delantal y salía a repartir, con el aire acondicionado al máximo para no perder la cadena de frío. Vendíamos 20 kilos semanales”, recuerda Bunster.
Un año después salieron a buscar nuevo financiamiento, se propusieron no acudir a ninguno de los inversionistas anteriores hasta tener a alguien nuevo que lidere la ronda, y llegaron al fondo Clin de Fundación Chile. Levantaron US$ 900 mil y pasaron a producir 200 kilos a la semana. Además contrataron equipo, entre ellos al ingeniero Félix Ríos, hoy a cargo de la planta.
En 2021 levantaron una serie A de US$ 4 millones liderada por Kayyak Ventures. El objetivo de esta ronda era llevar el concepto piloto a una escala industrial. Esta era la etapa en la que muchos competidores fallaron. En mayo del 2022 empezaron la construcción de su actual planta de 4.000 m2, y en noviembre de ese año sembraron las primeras lechugas allá. En febrero del 2023 se instalaron 100% en su nueva casa.
Irse a lo grande
Hace unas semanas levantaron una pre-serie B de US$ 6 millones liderada por ALB inversiones, family office de las hermanas Anita y Loreto Briones, y donde también entraron el presidente de la Bolsa Juan Andrés Camus, Amarena, Maximiliano Ibáñez (Córpora) y suscribieron los inversionistas anteriores. El deal fue asesorado por ACU Abogados y el estudio Echeverría Ilharreborde.
Ahora -dicen- viene la prueba de fuego. Hoy no es un negocio rentable y saben que en la escala está el premio. Desde el 2022 han multiplicado por cuatro su producción y al 2025 van a multiplicarlo por cinco: “En tres años vamos a multiplicar nuestra producción 20 veces”, dice el CEO.
Hoy están presentes en cadenas como Aramark, Tavelli y Castaño y le venden al Bidasoa, Baco, Happening, Pinpilinpausha y otros. Dicen estar al máximo de su capacidad y ahora, recalcan, viene la prueba de fuego: escalar el negocio. De los 4.000 m2 ocupan 400 y en los próximos meses van a llenar todo el terreno de bosques de lechuga: será equivalente a 20 hectáreas, en un mercado que tiene al menos 7 mil hectáreas cultivadas. Hoy venden 60 toneladas al año y esperan que al igual que sus lechugas, el crecimiento sea vertical.
El mercado
La industria de la agricultura vertical no estuvo exenta de los excesos del 2021. Grandes firmas que prometían tecnología para llegar a este mercado de trillones de dólares levantaron rondas de capital exuberantes, como Bowery, Aerofarms y Kalera.
La primera, levantó una serie C de US$ 320 millones liderada por Fidelity y dos años después este fondo le rebajó el valor más de un 85%, cuando llegó a tener una valorización de US$ 2.3 mil millones. En total, ha levantado más de US$ 700 millones. En 2021 hubo -según cifras de Pitchbook- al menos 46 deals en este mercado, con más de US$ 1,5 mil millones repartidos.
Dice Sjögren que los inversionistas de Silicon Valley veían la tecnología y muchas firmas aprovecharon el momento para vestirse de firmas 100% tecnológicas en un mercado de trillions.
“Nuestro discurso siempre ha sido: somos agricultores, la tecnología viene a ser un sostén de lo que estamos haciendo. En el mercado tenemos una corrección, van a quedar finalmente los que miren esto como un negocio operativo, no como negocio de tecnología”.