Punto de partida
Biotech chilena Miroculus es adquirida por empresa suiza Integra Biosciences
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Tras egresar de ingeniería comercial en la Universidad de Chile, Alejandro Tocigl trabajó en grandes empresas, primero una multinacional francesa y posteriormente en Adidas. Este último fichaje, con sede en Herzogenaurach, Alemania, pudo ser el sueño de cualquier profesional con anhelos deportivos.
“Todos los días a las 12 sonaba una alarma, tenías que dejar el computador e ir a jugar fútbol. A esa misma cancha llegaba Messi a probar los nuevos toperoles de la marca y a pocos metros estaba Djokovic entrenando con el nuevo outfit para la temporada”, recuerda Tocigl.
Pese al idílico panorama, reflexiona el ingeniero, no era lo que él buscaba. “Me dí cuenta de que me faltaba algo. En cada pega duraba seis meses, me aburría y me salía. Después de Adidas a los tres meses me quería ir. Ahí me dije: ‘no puedes ser tan millennial, tienes que durar al menos un año’. Salí y me di cuenta de que lo que me faltaba era un propósito en las pegas que elegía”.
En 2011 este panorama cambió. Mientras se cuestionaba por qué le dedicaba tanto tiempo a algo que no va a cambiar la forma en que vivimos, conoció a Andrés Pesce, actual CEO en Kayyak Ventures, en ese momento vicepresidente de la Fundación Chile. Almorzaron y, cuenta Tocigl, “no le entendí nada de lo que me estaba describiendo del trabajo, pero sí me di cuenta de que había un propósito muy grande por mejorar Chile y la cara de la región. Y pensé: ‘qué la raja poder trabajar en algo que pueda tener un impacto así’”.
Tocigl entró a la Fundación. Conoció en esa etapa el mundo del emprendimiento, la innovación y la importancia de tener un propósito en los proyectos que se emprenden. “Fue ahí cuando dije ‘tengo que dedicarme a esto toda mi vida’”, recuerda.
El salto a Silicon Valley
Ocurrió en una conversación cualquiera, con uno de los miembros de la Fundación. Entonces Tocigl escuchó por primera vez de Singularity University, la escuela de innovación en Silicon Valley que arrienda un espacio dentro de un campus de la Nasa y reúne a emprendedores de todo el mundo. Pensó que sería buena idea postular.
Para entrar había que superar una serie de pruebas, entre ellas, resolver cinco casos. Además, debía convencer a la universidad de por qué habría que aceptarlo en el plantel. A finales de 2012 le llegó una carta: estaba admitido para el programa de verano del 2013. “Me voy nomás, sin saber mucho a lo que iba”, recuerda. Poco antes de partir, su padre murió de cáncer. El episodio lo marcó tanto que tras la tragedia se propuso jamás trabajar en la industria de la salud. Años más tarde rompería esa promesa.
Tocigl aterrizó en Silicon Valley sin saber mucho de ciencias. Pero de a poco fue aprendiendo: en las clases se hablaba de robótica y de los astronautas que habían llegado al espacio. También tuvo cursos sobre la crisis de alimentación en África y solían plantearse problemáticas que pudieran ser resueltas con innovación y emprendimiento. Mientras, la enfermedad que había sufrido su padre, sumada a las cifras al alza de muertes en el mundo, le rondaban la cabeza.
El equipo
En la segunda mitad del programa, los estudiantes debían formar equipos para desarrollar un proyecto que apuntara a la solución de un problema. “A mi papá le dijeron ‘te quedan seis meses’. A los seis meses y ocho días murió. Fue tan fuerte esa experiencia, que pensé que la medicina no debería ofrecer cura y tratamientos, también debería prevenir”, rememora.
Cuando hubo que formar grupos, Tocigl tenía claro quiénes estarían en su equipo: la griega Fay Christodoulou, con doctorado y postdoctorado en biología molecular, y el mexicano Jorge Soto, ingeniero eléctrico que desarrolló la primera aplicación de Uber y luego fundó una empresa llamada Citivox que posteriormente vendió.
Con la primera solían trotar todos los días, y con Soto jugaban fútbol y hacían robots juntos. No sospechó entonces que serían sus futuros socios. Tampoco imaginó que con ellos rompería su promesa autoimpuesta años antes: emprendería en la industria de la salud.
¿Qué hacemos? Se preguntaron al momento de iniciar su trabajo universitario. Para Fay la respuesta era obvia: llevaba estudiando 14 años biología molecular, debía ser algo en salud. Tocigl en un principio se negó. Pero ella lo convenció: “La salud es lo más importante de la vida, si no hay salud no hay nada más”, le dijo.
Etapa I
Tras la decisión, Tocigl empezó un largo periodo de educación. “Yo no sabía lo que era una célula”, confiesa. Y añade: “Pero tenía a una tremenda profesora con mucha paciencia que me enseñó a entender qué buscábamos”. Eran principalmente dos los motores del proyecto: “un propósito muy fuerte que nos llenara el corazón para salir a dar la batalla y un equipo humano muy bueno”.
El chileno seguía trabajando en Fundación Chile y a su regreso en el país le dijo a Pesce: “esto va súper bien, empezamos algo que me llena de orgullo, te doy un año de aviso, si avanza, tengo que ir a dedicarme a esto”. Cada tres meses lo ponía al día. Hasta que en 2014 dejó la fundación y se dedicó full time a Miroculus, firma que fundó con el objetivo de detectar cáncer con muestras de sangre.
¿Cómo empezamos?, se preguntaron los socios. Era un negocio de biotecnología, y la inversión que había en la región en esta materia era menor al 1% de lo que existía considerando solamente en San Francisco. Partieron en México como escala para Estados Unidos y recibieron un primer cheque de Nazca Ventures. Al poco tiempo se mudaron a Estados Unidos.
“Hicimos nuestro pitch 107 veces, tengo el Excel. Recibimos puros ‘no’. Las razones eran obvias: no teníamos visa para trabajar en EEUU, los fondos nos decían que nos iban a echar. Otros nos preguntaban dónde teníamos el laboratorio. Pero no teníamos”, recuerda Tocigl. “En vez de enfocarnos en el negocio y la idea, nos centramos en demasiados colaterales. Imagínate la cantidad de dudas que le podíamos generar a un inversionista, nos habíamos preparado mal”, reconoce.
El sí de Tencent
Se cerraban y cerraban las puertas. Hasta que llegaron a Tencent, la empresa tecnológica china con un brazo de inversión en venture capital. “Cuéntennos lo que tienen”, preguntaron a los socios. En su relato les contaron pasajes más vivenciales de su emprendimiento: desde cómo arrendaron un auto, o cuando alojaron en una pieza de motel -donde Fay dormía en la cama y Soto con Tocigl compartían el suelo-, con el sueño de recorrer el país levantando capital. En medio de ello, les explicaron su proyecto.
“Sinceramente, creo que lo que me están contando no lo van a hacer. Pero si están dispuestos a dejar todo, venir de distintos países y mudarse a Estados Unidos sin visa y sin laboratorio, es porque algo va a ocurrir”, fue la respuesta de Tencent. Así llegó el primer cheque de un brazo VC a Miroculus. Con eso, buscaron laboratorio y armaron equipo.
Nuevos socios
Para automatizar procesos buscaron tecnología en todas partes del mundo: el objetivo que se propusieron fue que, con sólo una muestra de sangre y tras apretar un botón, el aparato elaborara la mezcla de reactivos y reacciones bioquímicas posibles. Encontraron esta tecnología en Canadá y empezaron a trabajar con ellos. A los seis meses les dijeron: “Nos acaban de ofrecer comprarnos, tienen que buscar otro proveedor”.
Esa noticia llegó un viernes. “El domingo le propuse a mi socia, ‘nos vamos a Canadá, tenemos que ir a hablar con ellos’. Llegamos el lunes y les dijimos: ‘ustedes no se pueden vender, la misión de Miroculus es demasiado grande, no nos pueden dejar botados. Nosotros los compramos’”, rememora Tocigl.
Miroculus no tenía un peso, eran una startup en ronda seed y buscaban comprar otra empresa. La oferta la hicieron con acciones de Miroculus. Los canadienses les creyeron y se sumaron: al poco tiempo se mudaron a San Francisco. Eran dueños de una propiedad intelectual y tecnología “sumamente potente”, destaca el ex CEO.
Negociando a dos bandas
Con ello, se dieron cuenta de que podían hacer mucho más que solamente detectar esas moléculas en la sangre. “En el camino siempre dijimos que este era un juego que no podíamos encabezar solos, tenemos que estar contactando a grandes empresas y viendo qué necesidades tienen”.
En una de esas conversaciones llegaron a una de las líderes en diágnostico, Roche, los que les señalaron: “en vez de detectar estas moléculas que se pueden relacionar a cáncer, ¿por qué no enfocan su tecnología a la simplificación de la lectura al ADN?”.
Ese comentario marcaría un antes y un después en Miroculus. Se dieron cuenta de que eran capaces de mucho más que detectar cáncer: también podían detectar enfermedades genéticas. Leyendo el ADN, se les abría un campo de mercado mucho más grande. Así, cuenta Tocigl, “le respondimos a Roche: ‘esto suena bien pero si quieres que lo hagamos con ustedes, entonces nos tienes que pagar’”. La respuesta del laboratorio fue tajante: “Ni siquiera han demostrado que lo pueden hacer”.
“Fuimos donde la competencia, Agilent, y les dijimos ‘Roche quiere que hagamos esto con ellos, pero a nosotros nos encantaría hacerlo con ustedes’”. Los fundadores se dieron cuenta de que si una empresa de esta magnitud (valorizada en US$ 40 mil millones) estaba dispuesta a pagar, es porque existía un problema real que no habían logrado resolver. A los seis meses de trabajo les dijeron que querían invertir en Miroculus.
Tocigl recordó el problema que tuvo Mercado Libre en su minuto, que por tener a un inversionista estratégico grande en el cap table, les costó mucho hacer el exit, hasta llegar al IPO. “Entonces lo mejor que podía hacer era tener a dos grandes inversionistas con las mismas condiciones. Fui donde el tercer competidor, Danaher (valorizado en US$ 170 mil millones), y le conté que Aligent quería entrar. Me dijeron que a ellos también les gustaría invertir, pero sin Aligent. Esa oferta no estaba disponible. Tras negociar, entró”. Con los dos participando en la empresa, Miroculus empezó a trabajar en la simplificación de la lectura del ADN.
Panorama negro
Ya habían lanzado su primer producto y vendieron cerca de 50 máquinas (a US$ 30 mil cada una). Tenían empresas que les compraban cartuchos recurrentemente (funciona igual que el modelo de negocio de impresoras), dice y contrataron un equipo de ventas en EEUU y Europa. Hasta que llegó el Covid. La venta presencial se acabó, los laboratorios se cerraron y no podían mostrar cómo funcionaba su producto.
“Nos tuvimos que achicar, fue de las situaciones más difíciles que me ha tocado. Es de lo que nadie te habla del emprendimiento”, reflexiona Tocigl. Ya habían levantado una serie B. El panorama se veía negro.
Con los empleados desde su casa y las autoridades en San Francisco cerrando todo, Tocigl pensó que no había salida. Y tras un decreto que eximía de cuarentena a las empresas esenciales. “Conversé con el equipo y dijeron, ‘tenemos que seguir, nosotros le hacemos un bien a la salud de las personas y esto es una crisis de salud’”.
Uno de los inversionistas era el fondo de Bill Marris, fundador de Google Ventures. Su cupo en el directorio lo usó Mike Pellini. Pasaron a vender digitalmente y sobrevivieron a la pandemia. “Nos dimos cuenta de que el panorama de levantamiento de capital no se iba a poner mejor y nadie sabía cuánto iba a durar esto. Nos dijeron que bajemos los costos y extendiéramos el runway (la caja) 12 meses. Fue ahí cuando dijimos, ‘tenemos que buscar un exit’”. Para eso era fundamental tener a Roche y Danaher como inversionistas.
El exit
Los fundadores de Miroculus ya conocían a todos los actores que podrían comprarlos. Y salieron a contactarlos junto a un banquero para que guiara el proceso. En ese camino, un advisor les dijo: “Hay una empresa suiza que está interesada, se llama Integra Biosciences”. No estaba en el mapa. “Nunca la había escuchado. Le contesté que necesitamos salir rápido y que ya estamos en conversaciones con otros”, respondió Tocigl.
El advisor insistió. Y hablaron con los suizos el 4 de diciembre del 2022. “Nos interesa mucho lo que están haciendo y queremos meternos en la parte genómica”, les aseguraron. “Sorry, pero ya estamos en proceso avanzado con otros, creo que no llegan”, les contestó Tocigl.
Pero los europeos volvieron a la carga: “Nos podemos mover rápido, a diferencia de los otros, nosotros somos una empresa privada”. Dos semanas después, nueve suizos estaban en las oficinas de San Francisco con un listado de todo lo que querían ver. Comenzaban a las 8 am con un desayuno y terminaban a las 11 pm inspeccionando toda la parte técnica de la empresa, además de revisar a fondo la cultura interna.
El 8 de marzo de 2023 se firmó la venta. “Había mucha sinergia entre lo nuestro, que era tecnología y el producto, con lo que ellos tenían, que era una escala de venta brutal en todo el mundo. Entonces dijimos ‘este es el partner adecuado, vamos con ellos’. El equipo se sintió muy cómodo. Pienso que la misión de Miroculus ahora es mucho más fuerte de lo que nosotros podríamos haber conseguido en los próximos cinco o 10 años”, comenta Tocigl.
Vida corta, vida larga
En octubre de 2023 Tocigl volvió a Chile. Nunca perdió el contacto con Andrés Pesce, CEO de Kayyak Ventures, el brazo de inversión de riesgo de la familia Ibáñez Atkinson. Y se sumó como socio del fondo. No olvida un mail que le escribió Pesce cuando lo intentaba reclutar mientras operaba Miroculus: “la vida es corta para hacer cosas que valgan la pena, pero es larga para hacerlas bien”.
A los seis meses de la venta, Tocigl se dio cuenta de que no era necesario su rol en la empresa y negoció para que el equipo completo se quedara. “Yo me quería volver a Latinoamérica, mi corazón está en Chile y la región, y creo que lo que uno puede contribuir en este lado del mundo, en términos relativos, es mucho más grande que en Silicon Valley”
¿Qué hace Miroculus?
-Es una startup que se dedica a la automatización de protocolos bioquímicos complejos como la preparación de muestras para la secuenciación del ADN.
-¿Cuánta gente lo usa?
-Hasta octubre lo habían usado más de 40 centros avanzados de investigación de EEUU y Europa tales como el Broad Institute de Harvard y MIT, Rady’s Childrens Hospital en San Diego y Stanford. Se habían vendido en esa época más de 50 dispositivos.
-¿Qué hace el dispositivo?
-Mediante una tecnología proprietaria de microfluidica digital (electroconexión que se usa para controlar y manipular pequeñas gotas de fluido) automatiza y abarata protocolos bioquímicos muy complejos necesarios para mejorar la salud humana y aumentar el entendimiento de distintos organismos; desde un virus, a un tumor o a una planta. La tecnología desarrollada tiene el potencial de llegar a todos los hospitales, así, al momento de que nazca una persona se le logre leer su código genético. Con esto nos acercamos a una medicina preventiva y personalizada.
-¿Cuáles son los casos emblemáticos?
-Uno de los casos que más me impactó ocurrió en un hospital en San Diego al que llegó un niño de solo unos años de vida sin un diagnóstico claro. Luego de muchos exámenes y gastos, lamentablemente muere. Una vez lanzada nuestra máquina, llega el hermano menor de ese niño al mismo hospital y con los mismos síntomas.
Gracias a los avances de la ciencia y la medicina, a ese hermano se le secuencia su ADN y se logra identificar una mutación genética que causaba una deficiencia vitamínica. Se le suministran esas vitaminas y al cabo de un par de días ya estaba en la casa sin mayores síntomas. El aumentar el acceso a este tipo de pruebas puede ser una oportunidad para sobrevivir. Apunta principalmente a enfermades genéticas o para guiar tratamientos de cáncer.