Punto de partida
Brunilda Flores, ejemplo de emprendimiento y voluntariado en Pudahuel
-
Cuéntale a tus contactos
-
Recomiéndalo en tu red profesional
-
Cuéntale a todos
-
Cuéntale a tus amigos
-
envíalo por email
Las tablas de 3mm con las que trabaja las va a comprar a unas barracas en San Pablo y luego las transporta dentro de un carrito de feria. En su casa en Pudahuel tiene una caladora, una cepilladora y un serrucho eléctrico para trabajar esta materia prima.
Una vez que tiene el producto listo, que puede ser un servilletero, una tabla para hacer cócteles o una lámpara que diseñó, Brunilda Flores (73) se dirige los jueves, viernes y domingos de todas las semanas a la feria artesanal de la comuna.
Una vez que tiene el producto listo, que puede ser un servilletero, una tabla para hacer cócteles o una lámpara que diseñó, Brunilda Flores (73) se dirige los jueves, viernes y domingos de todas las semanas a la feria artesanal de la comuna.
Con una mesa plegable en el living de su casa y que cubre con un mantel que ella misma confeccionó, se ubica con los productos que lleva listos para ser comercializados. “Si tengo ropa de segunda mano, también la cuelgo para vender. Si se va, bien y si no, no importa”, señala.
Una vida de trabajo
Brunilda se casó de 19 años y llegó a la población de Pudahuel -donde actualmente vive- cuando tenía 22. Antes de eso, residía en un campamento con su marido. Tuvieron dos hijas, que hoy en día tienen 53 y 43 años. También tres nietos y un bisnieto. “Mi niña menor tenía 4 cuando llegamos al departamento acá en la comuna y vivimos al tiro el golpe de Estado. El bombardeo se veía desde aquí”, recuerda.
Cerca del año 1982 su marido quedó sin trabajo y compró un triciclo para salir a vender gas a domicilio. Después comenzó a plantearle la idea de abrir un almacén en la vecindad. “Le dije a mi esposo que yo no quería tener un kiosco porque a mis 7 años trabajaba con mis padrinos desde las 05:30 para ir a comprar el pan para su negocio. Me iba al colegio a las 8:00 y cuando volvía pasaba toda la tarde ahí”, señala.
A pesar de la negativa inicial de Brunilda, el matrimonio abrió el almacén llamado “Las dos hermanas”, en honor a sus dos hijas. Vendían de todo: bebidas, pan, lácteos, helados y lo que sea para funcionar bien como minimarket en el barrio.
Durante el 2005 se armó un grupo de emprendedoras de Fondo Esperanza en el sector, y ese mismo año logró sacar su primer préstamo para invertirlo completo en el kiosco. Eran 40 mil pesos: “Ya vendíamos helados, pero yo hice crecer esa parte del negocio con la plata”, rememora.
Pero justo a mediados del año su marido falleció en un accidente de caída durante una construcción en la que estaba trabajando en Las Condes. “Para mí fue difícil porque quedé sola y hasta el día de hoy peleo con él y le digo que por intruso se murió”, añade Brunilda.
Pero justo a mediados del año su marido falleció en un accidente de caída durante una construcción en la que estaba trabajando en Las Condes. “Para mí fue difícil porque quedé sola y hasta el día de hoy peleo con él y le digo que por intruso se murió”, añade Brunilda.
“Las dos hermanas” lo trabajó durante 28 años en total, sin embargo, tuvo que dejarlo porque tenía muchos problemas con una vecina. La última vez que discutieron, la situación escaló y terminaron presas durante cinco horas después de una riña. Luego de eso, las mandaron a terapia vecinal y Brunilda terminó cerrando el almacén.
Como en ese entonces todavía vivía en el departamento que tenía con su marido, decidió mudarse y arrendó una casa en la misma cuadra del kiosco. “Llegué el 2007 y esto lo he intentado comprar un montón de veces, pero el dueño nunca ha querido. Mis hijas me dicen que me vaya, pero aquí yo tengo mis raíces y toda la gente me conoce”, relata.
Multifacética y voluntaria
Una vez que cerró definitivamente el kiosco, Brunilda se dedicó a las costuras con una máquina industrial que adquirió con el Fondo Esperanza. Hacía manteles, bastas, faldas y delantales, pero cuenta que el ingreso era poco estable: “Era demasiado relativo. Había días donde me iba muy bien y podían llegar hasta tres personas a pedirme un trabajo, pero la siguiente semana quizás no llegaba nadie”.
En paralelo, se dedicó a vender perfumes de Avon e hizo cursos de todo lo que pudo en la Fundación El Carmen. En total, fueron un aproximado de ocho distintas capacitaciones en las que participó. Gasfitería, tapicería, electricidad, moda y reciclaje son algunos de los que hizo, pero el que más le gustó fue el de trabajo en madera. “A mí me gusta aprender y hacer cosas. No me quedo quieta”, detalla.
Brunilda es una de las socias más antiguas de Fondo Esperanza, y dice que el banco ha sido muy importante para ella a lo largo de su vida. Con los préstamos, logró comprar la caladora, la cepilladora y el serrucho eléctrico que ocupa para sus creaciones. En cuanto al riesgo de trabajar con estas herramientas, Brunilda aclara que “no me da miedo usar estas cosas eléctricas porque como mi marido trabajaba en eso, yo lo veía y ahí aprendí todo el manejo”.
Con sus 73 años, destaca que no solo se ha dedicado a darle sustento a su vida y a la de su familia, sino que también ha participado activamente de la vida vecinal y, cada vez que tiene la oportunidad, se ofrece de voluntaria para lo que pueda.
Así lo hizo durante la pandemia, donde participó en las ollas comunes de las juntas de vecinos para apoyar a las familias de Pudahuel. “Aquí repartíamos en un carro la comida de nuestras ollas comunes. Estuvimos más de dos años haciendo esto y tres veces a la semana”, recuerda.
Aprovechaba esta instancia y llevaba sus libros de Avon para intentar vender, y también seguía recibiendo en su casa a quienes necesitaban trabajos de costura.
Aprovechaba esta instancia y llevaba sus libros de Avon para intentar vender, y también seguía recibiendo en su casa a quienes necesitaban trabajos de costura.
Hace poco renunció a la junta de vecinos de su barrio, pero estuvo seis años ahí siendo dirigenta. Ahora tomó un curso en el Centro Comunitario de Salud Familiar que queda en la esquina de su casa y donde le enseñaron a tomar los signos vitales de los enfermos.
"Si no estuviera aquí hablando con ustedes, estaría visitando a mis enfermos postrados. Tengo una con cáncer y otro que tiene los pulmones con agua. A mí me gusta el voluntariado, poder ayudar a mis vecinos y ser servicial", finaliza Brunilda, con la misma vitalidad de una persona que tiene la mitad de su edad.
Brunilda Flores es la décima y última emprendedora de Fundación Fondo Esperanza cuya historia relatamos en DF MAS.
Durante 10 ediciones publicamos sus testimonios en nuestras páginas.
Fondo Esperanza es una organización de desarrollo social que nace en 2002 con el objetivo de entregar herramientas a los microempresarios de sectores vulnerables.
Cuenta con más de 120 mil emprendedores, de los cuales el 81% son mujeres.