Punto de partida
Conectado Aprendo, la fundación que une a la UC, los Angelini, Olivo y los Solari
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Abril de 2020. La pandemia ya era una realidad en Chile y la incertidumbre reinaba en el mundo. Con el cierre indefinido de todos los colegios del país y la amenaza de que las brechas educacionales se acentuaran aún más en desmedro de los alumnos con menos recursos, es que la trabajadora social Francisca Lewin decidió que tenía que activarse.
Mientras cursaba un magíster en políticas públicas en la UC, junto a su hermana María Ignacia empezaron orgánicamente a conectar tutores con alumnos de zonas vulnerables. A la iniciativa la llamaron Conectado Aprendo.
Partieron convenciendo a amigos y conocidos. El plan era un sistema de tutorías que colaborara con los colegios, sin sustituir el rol de los profesores. Su idea no tenía metodología ni modelo, “era pura intuición”, confiesa. Durante una hora, distintos voluntarios se conectaban por Zoom con los estudiantes para hacerles reforzamiento.
Ya en diciembre de 2020, con ocho meses de voluntariado y 700 tutorías, se dieron cuenta de que para seguir creciendo debían profesionalizarse. Entonces tocaron las puertas de la fundación Olivo, ligada a Patricia Matte. De inmediato, la organización les aportó los fondos solicitados, con un fin: desarrollar un software que les permitiera medir el impacto, hacer seguimiento en línea y escalar el proyecto.
En un camino paralelo, la Universidad Católica buscaba desarrollar programas e investigaciones en base a la tutoría. Francisco Gallego, académico de la facultad de Economía, recuerda que el 19 de marzo del 2021 le envió un Whatsapp al rector Sánchez: “una idea que puede ser relevante y es consistente con el plan de desarrollo en varias dimensiones -impacto público, formación, servicio de estudiantes-, es que respecto a los efectos de la pandemia en educación y con el retorno a clases, han surgido iniciativas muy importantes en el mundo y en Chile en la idea de desarrollar tutorías para estudiantes más vulnerables”. Al rector le pareció la idea y empezaron a discutir la iniciativa.
Había evidencia de que esto producía efectos positivos en la educación. Una investigación desarrollada con una muestra de 10 años posterior a tutorías realizadas después del terremoto de 2010 arrojó que gracias a un programa de 10 sesiones los alumnos tenían menos ausentismo, mejores resultados en el Simce y más interés por estudios superiores. Un paper de dos académicas italianas de Harvard mostraron resultados similares, el modelo de tutoría era exitoso.
Ocho mil duplas
Ellos dicen que fue providencial. Las ganas de crear un programa de tutorías de la PUC con la necesidad de Lewin de conseguir tutores capacitados se unió: las tutorías voluntarias se convirtieron en un ramo de la universidad por el cual los alumnos -ahora profesores- obtendrían créditos.
Empezaron a utilizar el software de la fundación, llamado E-Sisu (por la palabra finlandesa que refleja la perseverancia en una tarea que parece imposible), donde se alojan todos los reportes de cada tutoría, lo que permite a la universidad hacer seguimiento a cada alumno y proceso.
El plan del ramo es de 16 sesiones en tres meses, donde la nota máxima para pasar la asignatura es con un mínimo de 12 sesiones realizadas más el trabajo final, pensando que por distintos motivos los alumnos no iban a poder realizar el total de las tutorías, “pero el promedio ha sido de 16 sesiones, ha habido un interés inmenso”, dice orgullosamente Gallego.
Al día de hoy se han creado ocho mil duplas en Chile, trabajan con 460 colegios, 168 comunas y 10 universidades, y apuntan a disminuir la brecha educacional en niños de primero a octavo básico.
Entran los Angelini
En el camino Lewin contactó al family office de la familia Solari, Megeve y a la Fundación Angelini. Habló con la directora ejecutiva de este último, Magdalena Palma, y le dijo “prepárate para lo que te voy a decir, vamos a impactar a tres mil niños”. Pero la cifra no llamó la atención de Palma. “Aquí no hay mucha novedad, en qué vas a agregar valor, qué te va a consolidar, cómo vas a crecer”, le contestó. “Ándate donde los mejores, que te hagan las hojas de ruta académicas, los instrumentos de evaluación, etc.”.
Con el producto más desarrollado, a las pocas semanas fue citada a pitchear de manera online la idea a los nueve miembros de la familia Angelini: Roberto, sus cuatro hijos y los tres hijos de Patricia. “Nos enamoramos del proyecto”, dice Daniela Angelini. Por votación unánime le adjudicaron un fondo de tres años que llega hasta los $ 150 millones.
Más allá de la donación, la representante de la familia Angelini destaca que es importante involucrarse en el proyecto, ir a terreno a “ver en que está la plata que invertiste, ver a los beneficiados”. Por lo mismo, la licenciada en Letras trabajó de tutora en un programa piloto en vacaciones de invierno que buscaba fomentar la capacidad lectora. En esa oportunidad conectó con una niña de 9 años de la región del Maule fanática del fútbol, recuerda. “Con eso la logré enganchar, en las ocho sesiones hablamos de fútbol y al final terminó leyendo un libro de 200 páginas”.
Software, tutores y academia
El modelo tiene tres características diferenciadoras, dice la fundadora: el software, el perfil de los tutores universitarios y el vínculo con la academia.
En la universidad, en primera instancia (en 2022), relata Gallego, postularon el ramo y fue rechazado como curso de formación general. Luego surgió como electivo en ingeniería comercial y tuvieron un alumno inscrito; después en ingeniería civil llegó a 20 alumnos en un ramo de investigación en pregrado, hasta que el profesor Paulo Volante de la Facultad de Educación volvió a insistir con la postulación del ramo. A principios de 2023 tuvieron 40 inscritos. Se empezó a correr la voz y al semestre siguiente llegaron a 200, con cuatro secciones. Actualmente hay 310 estudiantes cursando el optativo de formación general Cerrando brechas educativas, dice el académico sobre el que es hoy uno de los ramos más demandados de la universidad.
Cómo funciona
El curso tiene dos módulos de clases consecutivos. En el primero se hace una clase magistral sobre algún tema relacionado a la educación, donde asisten los 300 estudiantes, y en el segundo se produce la “sala de máquinas de las tutorías, donde cada uno expone cómo ha llevado a cabo el proceso con su tutorado”, explica Gallego.
Se le hace una prueba de diagnóstico al niño y en base a esto se le arma un plan general de lenguaje y matemáticas, donde no se busca que el alumno esté a la par con su curso, sino que se adapta a la necesidad de cada uno. Por ejemplo, si uno tiene un vacío en multiplicaciones, se busca enseñar esa arista, pero si en el otro extremo un estudiante sabe todo lo que le corresponde a su edad, se le enseñan materias del año siguiente.
Otro factor importante en esta relación entre el tutorado y el universitario, ha sido el vínculo, concuerdan los tres participantes de la conversación, ya que los primeros 15 minutos de la sesión de una hora están destinados a conectar, una especie de mentoría de vida más que académica.
Hacer lo correcto
Hace un tiempo estuvo en Chile la profesora de Harvard Michela Carlana, a quien Gallego conoce porque ambos son miembros de J-Pal (Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab, una red de profesores afiliados en el mundo unidos para resolver preguntas fundamentales para reducir la pobreza); “estábamos en el metro camino a la universidad y me preguntó cómo logramos hacer que las tutorías fueran por créditos. Ella intentó hacer lo mismo en Bocconi, la universidad italiana”, cuenta el profesor, y no le resultó.
En esa misma línea, han ocurrido otras anécdotas: una estudiante de derecho que tras realizar el ramo en su reflexión final aseguró que se iba a dedicar al derecho penal infantil por todas las injusticias que vio, mientras que un alumno de historia que se dio cuenta de que la pedagogía no era lo suyo.
Una clave, dice Lewin, es que el programa es muy flexible y se va adaptando por lo que se ve en terreno. “Aquí no hay que hacer el bien, hay que hacer lo correcto”, sentencia. “Cuando uno trabaja con población vulnerable, no hacer lo correcto puede hacer un daño tremendo”.
Por estos días, la fundación está piloteando con funcionarios, ex alumnos y profesores de la UC sumarlos como voluntarios al programa. Además, están en conversaciones con empresas para ofrecerles sus servicios y que trabajadores de éstas puedan ser tutores de alumnos de la comuna donde se encuentran, con el objetivo de que éstos financien planes e impacten educacionalmente en las zonas donde están sus sedes, además de lograr un compromiso social con cada zona.
Patricia Matte, fundadora y presidenta de la Fundación Olivo concluye:“Hemos acompañado a Conectado Aprendo por casi cuatro años y estamos orgullosos de contribuir a un programa basado en evidencia que ha llegado, de manera tan rápida, a tanta gente”.
Y añade: “Apoyarlos ha sido un ejemplo de cómo la filantropía puede contribuir a las urgencias educativas y nos confirma que organizaciones de la sociedad civil son claves en esta tarea”.