Cultura
Editorial La Pollera celebra sus 10 años con premio de sus pares
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Antes de ser editorial, La Pollera fue revista. En 2007 los dos exestudiantes de Literatura en la Universidad Católica armaron esta revista literaria digital que se publicaba como suplemento dominical de los diarios ciudadanos.
“Ahí agarramos el rol de alejar la cultura de la academia. Hablar de música, literatura, arte, cine, sin tecnicismos, desde el placer. Nunca se nos ocurrió hacer una editorial, hace diez años no había el boom que hay ahora, pero teníamos el sueño de hacer una revista cultural impresa, con presencia en quioscos".
"Tocamos puertas, pedimos auspicios, nos cerraron esas puertas. Postulamos un Fondart, muy ilusionados, pero nos evaluaron mal porque pusimos que la revista costaría $ 700 pesos y nos respondieron que no podía costar $ 7.000. Nunca supimos si nosotros nos equivocamos en un cero o si ellos leyeron mal”, recuerda Simón Ergas con risa.
Simón Ergas, socio de La Pollera.
Publicaron su primer libro por accidente, dice. En realidad, el hallazgo surgió por su amistad con el artista Michael Edwards (Yaikel) y su padre, el ilustrador Rafael Edwards.
El segundo le comentó alguna vez que su papá, José Edwards, había sido escritor. “Obviamente no lo pesqué porque mucha gente dice eso. Pero me fue contando más: que nunca publicó sus textos pero que era mejor amigo de Eduardo Anguita y Roberto Matta. Y empecé a cachar que se trataba de una leyenda del medio literario chileno que había escrito cuentos, ensayos, obras de teatro. Postulamos a un Fondo del libro para publicar La imposible ruptura del señor Espejo y otros cuentos, y lo ganamos. Con eso tuvimos pega con salario durante un año”, cuenta Simón.
Trabajaron el diseño de ese título con Pablo Martínez: “Él tiene mucha experiencia editorial. Nos enseñó muchas cosas que no sabíamos, nos ayudó a entender el oficio, y se quedó con nosotros para siempre. Ahora es el tercer socio de La Pollera”.
Después de descubrir a Edwards siguieron con un ejercicio que se fue transformando en su sello; el rescate patrimonial. Buscaron en Google a Juan Emar y leyeron en su entrada de Wikipedia que existían textos inéditos del autor.
Se acercaron a la Fundación Juan Emar y se encontraron hasta con manuscritos del puño del mítico escritor. Actualmente los títulos Amor, Cavilaciones y Regreso, forman parte de su catálogo. “Ha sido un poco suerte, pero también aprendiendo a buscar y desarrollando el oficio”, afirman los socios. Su rescate más potente, dicen, ha sido Poema de Chile de Gabriela Mistral, edición que ya suma seis reimpresiones.
A muchos les gusta hacer libros, pero se olvidan que después hay que venderlos, dicen sobre el ecosistema de los editores independientes. La gran mayoría mantiene otros trabajos y sus proyectos editoriales funcionan como hobby. “Pocos estamos dispuestos a tratar de vivir de esto”, dicen.
Así también era La Pollera hasta 2019. “No pensábamos crecer. Seguíamos en la inercia de hacer unos poquitos libros al año, seguir con nuestras segundas pegas. Nico es profesor universitario, yo soy director de la Furia del libro”, explica Simón.
Pero entonces subieron las revoluciones: Si entre 2012 y 2019 habían publicado 40 títulos, solo entre 2020 y 2021 publicaron 40 más. “Fuimos entendiendo que teníamos que ir más allá de nuestros amigos. Que los libros debían tener contratapas más explicativas, cosa que al principio no hacíamos. Hemos ido aprendiendo a llegar más lejos, si no uno se vuelve editorial de nicho o boutique”.
Reconocen que les costó, que al pensar en crecer se encontraban a sí mismos unos “vendidos”, pero finalmente decidieron abrirse también a la no ficción con ensayos, política, divulgación científica.
Se incorporó Daniel Campusano como editor de esa área. “Comprendimos que teníamos que mantener la calidad y exigencia en nuestro contenido de nicho literario y aplicarlo en no ficción. En vez de escondernos, tratar de traspasar el valor de la marca literaria a estas nuevas líneas más masivas”, dice el editor.
Entre edición, diseño y redes sociales, seis personas trabajan en La Pollera. “Esta Primavera del Libro fue increíble. Los últimos dos años duplicamos nuestro catálogo. Antes yo llegaba con cuatro cajas de libros y ahora fueron 12. Estos años de pandemia que no vimos a los lectores han pasado muchas cosas y la gente llegaba a hablarnos de los libros. Fue una locura, pero bacán”, cuenta Simón.
Se conecta a la conversación su socio Nicolás. Viene atrasado porque está en Barcelona, donde participa de la feria internacional de la industria del libro Liber 2022 como parte de la misión comercial chilena. Allá se ha juntado con agentes de derechos de autor y con colegas editores, además de visitar librerías para entender cómo funciona el mercado español, al que les gustaría entrar.
Nicolás Leyton, socio de La Pollera.
Actualmente La Pollera distribuye sus libros a todo Chile y Argentina a través de Big Sur. Además de temas como la distribución han ido incorporando también el marketing y la difusión a través de redes sociales, asuntos que en un principio les eran ajenos e incómodos.
“Ahora hasta hacemos trailers en Instagram. Creo que lo sagrado sigue siendo hacer libros bonitos, cuidados, con propósito, pero el resto son herramientas para salir a vender. Eso nos cuesta a los editores y en las universidades recién ahora les están enseñando a los licenciados en Letras a comprender la industria cultural”, comenta Leyton.
De los dos fundadores, él es el de los números: “Fue una división orgánica, natural y armónica”, dice riendo. Y con esa misión estudió un diplomado en gestión de proyectos en la Universidad de Chile. Ergas en cambio reconoce que lleva 48 horas sufriendo frente a la planilla Excel mientras le toca reemplazar a su socio en esas tareas. Siguen siendo artistas, pero les toca ser empresarios. “Hemos logrado disociarnos”, admiten.
Y están contentos con el reconocimiento de sus pares tras ganarse el premio otorgado por el gremio Editores de Chile. “Fue un bonito golpecito en la espalda”, comenta Nicolás. Frente a la concentración global de los grandes grupos editoriales, las más chicas han proliferado manteniendo una lógica colaborativa.
“No se puede pretender navegar solos, hay que sumar energías, consolidar esfuerzos, coexistir”, agrega. Ellos participan de instancias y cooperativas como la Primavera y la Furia del Libro, y mencionan dentro de algunas de sus editoriales aliadas a Alquimia, Montacerdos y Banda propia.
-Llevamos décadas escuchando la sentencia de muerte del papel, pero los libros parecen estar más vivos que nunca, ¿cómo se lo explican?
“Mi sensación es que como especie humana llevamos demasiados siglos aprendiendo de los libros. No es llegar y desenraizarlos de la humanidad”, dice Ergas, citando también lo que plantea El infinito en un junco: La invención de los libros del mundo antiguo, de Irene Vallejo.
Nicolás agrega: “Nuestra historia viene acompañada de revoluciones tecnológicas. El libro digital en un momento avanzó mucho, pero después el papel volvió a agarrar fuerza. Se revirtió la tendencia y se imprimen cada vez más publicaciones a nivel mundial. Y el libro también es un objeto con el que uno se vincula. Identidades, familias, comunidades, se reúnen en torno al libro. Lo audiovisual recién tiene cien años y los libros miles”.
“La aspiradora todavía no mata la escoba”, remata Simón.