Cultura
De La Pintana al Kremlin: Cómo un Chileno se graduó con honores del Conservatorio de Moscú
-
Cuéntale a tus contactos
-
Recomiéndalo en tu red profesional
-
Cuéntale a todos
-
Cuéntale a tus amigos
-
envíalo por email
Juan Pablo Sanhueza luce con orgullo su diploma. Y no es para menos, hace más de dos décadas que un violinista chileno no recibía este galardón.
Su historia es digna de enmarcar: en 1999 llegó junto a sus padres a vivir a la población El Castillo en La Pintana y a los 10 años -junto con la creación de la orquesta del Colegio Nocedal- aprendió a tocar violín.
Nadie en su entorno sabía de música. “Es difícil predecir los planes en la vida musical, un momento y lugar te puede definir el destino. Si no hubiera ido al Nocedal, o no me hubieran seleccionado para la orquesta, tendría otra vida. El colegio me abrió muchas puertas, a mí y a los que vivíamos en el sector, nos cambió el destino”, afirma el pintanino desde su residencia en la capital rusa, a 30 minutos del Kremlin.
Los inicios no fueron fáciles, relata. Al principio el instrumento sonaba mal y sus compañeros preferían jugar fútbol o salir a las calles. El 2002 se creó la orquesta de su colegio, y más alumnos quisieron probar suerte. Con el tiempo se fueron fascinando. “Cada año nos parecía más increíble este nuevo mundo, descubrir los compositores, lo que es tocar en público con una orquesta, los conservatorios en Chile, toda esa información la fuimos descubriendo paso a paso”, afirma. En el camino, siempre con su papá a su lado.
Tal vez ser un niño tranquilo, que después de los 10 minutos de caminata de su colegio a la casa prefería ver televisión o estudiar, lo hizo alejarse de malas juntas y del ambiente peligroso que lo rodeaba. Recuerda haber escuchado balazos, peleas y música todo el día, melodías muy distintas a las que ahora toca en los grandes salones de Rusia.
El 2009, cuando tenía 18 años, murió su madre. Mientras caminaba de la mano con su hermano menor para que éste tocara en su primer concierto en el colegio, un bus del Transantiago la atropelló. Su padre caminaba unos pasos más atrás. Esa tragedia le cambió la vida a los Sanhueza Toro.
El violinista recuerda que eran una familia “muy chilena”, dependiente de la jefa de la casa en todo sentido y que a diferencia de lo que algunos podrían creer, esto no lo inspiró para nada a sacar con éxito sus estudios. Todo lo contrario, fue una frustración gigante. Lo que sí, junto a su hermano Raúl Ignacio (22) y su padre, Pablo, decidieron no separarse nunca. Tres meses despúes vino el teremoto.
Su historia es digna de enmarcar: en 1999 llegó junto a sus padres a vivir a la población El Castillo en La Pintana y a los 10 años -junto con la creación de la orquesta del Colegio Nocedal- aprendió a tocar violín.
Nadie en su entorno sabía de música. “Es difícil predecir los planes en la vida musical, un momento y lugar te puede definir el destino. Si no hubiera ido al Nocedal, o no me hubieran seleccionado para la orquesta, tendría otra vida. El colegio me abrió muchas puertas, a mí y a los que vivíamos en el sector, nos cambió el destino”, afirma el pintanino desde su residencia en la capital rusa, a 30 minutos del Kremlin.
Los inicios no fueron fáciles, relata. Al principio el instrumento sonaba mal y sus compañeros preferían jugar fútbol o salir a las calles. El 2002 se creó la orquesta de su colegio, y más alumnos quisieron probar suerte. Con el tiempo se fueron fascinando. “Cada año nos parecía más increíble este nuevo mundo, descubrir los compositores, lo que es tocar en público con una orquesta, los conservatorios en Chile, toda esa información la fuimos descubriendo paso a paso”, afirma. En el camino, siempre con su papá a su lado.
Tal vez ser un niño tranquilo, que después de los 10 minutos de caminata de su colegio a la casa prefería ver televisión o estudiar, lo hizo alejarse de malas juntas y del ambiente peligroso que lo rodeaba. Recuerda haber escuchado balazos, peleas y música todo el día, melodías muy distintas a las que ahora toca en los grandes salones de Rusia.
El 2009, cuando tenía 18 años, murió su madre. Mientras caminaba de la mano con su hermano menor para que éste tocara en su primer concierto en el colegio, un bus del Transantiago la atropelló. Su padre caminaba unos pasos más atrás. Esa tragedia le cambió la vida a los Sanhueza Toro.
El violinista recuerda que eran una familia “muy chilena”, dependiente de la jefa de la casa en todo sentido y que a diferencia de lo que algunos podrían creer, esto no lo inspiró para nada a sacar con éxito sus estudios. Todo lo contrario, fue una frustración gigante. Lo que sí, junto a su hermano Raúl Ignacio (22) y su padre, Pablo, decidieron no separarse nunca. Tres meses despúes vino el teremoto.
En enero de 2016 postuló a una beca del Centro de Ciencia y Cultura de Rusia, hoy llamado Casa Rusia. Le pidieron certificados de notas y antecedentes médicos, y tuvo que hacer varias pruebas para quedar seleccionado. En abril del mismo año le dieron el sí definitivo. “Me sentí tremendamente orgulloso y feliz por mí”, recuerda.
Pero aún faltaba lo más difícil. “Después correspondía en julio ir físicamente a Moscú para dar la prueba ante una comisión del conservatorio”. Solo después de eso sabría si todo el esfuerzo había valido la pena.
Al mismo tiempo, a su hermano lo invitaron a tocar en el festival Música Mundi de Bélgica, al que van dos chilenos por año. Sus exámenes eran del 7 al 27 de julio y el festival de Raúl era del 15 al 31 del mismo mes.
Se juntaron los tres Sanhueza y decidieron arriesgarse. Pidieron un crédito y se lanzaron al viejo continente. “Fue una apuesta muy grande, nosotros no tenemos muchos recursos económicos, entonces cuando nos dijeron que había que ir a Moscú fue un poco chocante, nunca habíamos salido de Chile, con suerte habíamos andado en bus. Era una apuesta arriesgada: si me iba bien en Moscú después yo podía estudiar gratis, y si nos iba mal perdíamos como en la guerra, pero había que meterle riesgo”. Resultó.
Ya aceptado en el prestigioso conservatorio -que alguna vez tuvo en sus aulas al pianista chileno Roberto Bravo- había que conseguir los recursos para vivir allá. Se reunió con el gerente de música de la Fundación Ibáñez Atkinson, Andrés Rodriguez, y le contó su sueño de irse a estudiar a Rusia. Postularon a una beca y consiguieron un apoyo anual para vivir en el país europeo, que sigue hasta la fecha.
Pero aún faltaba lo más difícil. “Después correspondía en julio ir físicamente a Moscú para dar la prueba ante una comisión del conservatorio”. Solo después de eso sabría si todo el esfuerzo había valido la pena.
Al mismo tiempo, a su hermano lo invitaron a tocar en el festival Música Mundi de Bélgica, al que van dos chilenos por año. Sus exámenes eran del 7 al 27 de julio y el festival de Raúl era del 15 al 31 del mismo mes.
Se juntaron los tres Sanhueza y decidieron arriesgarse. Pidieron un crédito y se lanzaron al viejo continente. “Fue una apuesta muy grande, nosotros no tenemos muchos recursos económicos, entonces cuando nos dijeron que había que ir a Moscú fue un poco chocante, nunca habíamos salido de Chile, con suerte habíamos andado en bus. Era una apuesta arriesgada: si me iba bien en Moscú después yo podía estudiar gratis, y si nos iba mal perdíamos como en la guerra, pero había que meterle riesgo”. Resultó.
Ya aceptado en el prestigioso conservatorio -que alguna vez tuvo en sus aulas al pianista chileno Roberto Bravo- había que conseguir los recursos para vivir allá. Se reunió con el gerente de música de la Fundación Ibáñez Atkinson, Andrés Rodriguez, y le contó su sueño de irse a estudiar a Rusia. Postularon a una beca y consiguieron un apoyo anual para vivir en el país europeo, que sigue hasta la fecha.
Tuvieron que irse un año antes al país europeo, porque era obligatorio un curso de ruso antes de entrar al conservatorio. Ahí conoció a quienes serían sus compañeros y se dió cuenta de que era el único americano de toda la generación, la gran mayoría de los alumnos provenían de Rusia y Asia. Uno de los hitos que más le marcó fue que el profesor de ruso era la misma persona que había escrito el libro con el que estudiaba. Todos los días, desde diciembre del 2016 hasta septiembre del 2017, tuvo cinco horas diarias para aprender la gramática y el lenguaje.
Postularon cerca de 90 violinistas de todas partes del mundo, y él fue uno de los 30 seleccionados. “Grababa las clases y las repetía en mi casa para lograr entender. Me guiaba por los nombres de los artistas, de repente escuchaba la palabra Mozart o Bach y ahí sabía de qué me estaban hablando”, destaca.
Postularon cerca de 90 violinistas de todas partes del mundo, y él fue uno de los 30 seleccionados. “Grababa las clases y las repetía en mi casa para lograr entender. Me guiaba por los nombres de los artistas, de repente escuchaba la palabra Mozart o Bach y ahí sabía de qué me estaban hablando”, destaca.
Se les recomendó practicar entre tres y cuatro horas al día, y eso lo cumplió al pie de la letra.
“Llegaba todos los días temprano en la mañana y pedía el máximo de tiempo para usar las salas de práctica (dos horas). Incluso, a veces llegaba a las 7am pero cuando tenía que registrarme escribía la reserva de 8 a 10”, recuerda entre risas. Un par de veces lo descubrieron y pidió perdón.
“La palabra guerra es alarmante, pero el conservatorio es un mundo aparte”, comenta Sanhueza. No ha sido tema desde que empezó la invasión a Ucrania. Incluso, tiene compañeros ucranianos.
“A veces paraba la oreja para tratar de escuchar algo con la palabra война (se pronuncia bainá), pero nada. Cada uno está en lo suyo, siguieron las clases normales, es un conflicto que está en otras esferas. Creo que la música tiene eso, que no importa de dónde vengas, no hay diferencias, es como el deporte, si eres el que corre más rápido ganas, aquí lo mismo”.
Sí se han visto afectados por las restricciones, afirma. Los precios tambaleantes, “que suben más que bajan”, es lo que más les preocupa. Sobre los cierres de cadenas como McDonald’s o tiendas de ropa de marca, es tajante: “Nunca nos ha interesado nada de eso, estamos preocupados de tocar bien violín nomás”.
Ahora el violinista tiene que decidir qué hacer con su vida. Este diploma le abre las puertas donde quiera en el mundo de la música -cree-, pero debe optar por seguir una carrera solista, entrar a una orquesta, armar un ensamble o dedicarse a la docencia.
De lo que sí está seguro es que le gustaría viajar a Chile a mostrar lo que ha aprendido, a incentivar a que más niños sean músicos y poder difundir la música chilena. “Quiero demostrar que esa frase de que el que nace pobre muere pobre no es así. Lo que falta son oportunidades. A mí me dieron una, y la aproveché. Y aquí estoy”, enfatiza. Para poder viajar, busca un sponsor. “Ni he cotizado el pasaje, no me alcanza”, dice entre risas.
“A veces paraba la oreja para tratar de escuchar algo con la palabra война (se pronuncia bainá), pero nada. Cada uno está en lo suyo, siguieron las clases normales, es un conflicto que está en otras esferas. Creo que la música tiene eso, que no importa de dónde vengas, no hay diferencias, es como el deporte, si eres el que corre más rápido ganas, aquí lo mismo”.
Sí se han visto afectados por las restricciones, afirma. Los precios tambaleantes, “que suben más que bajan”, es lo que más les preocupa. Sobre los cierres de cadenas como McDonald’s o tiendas de ropa de marca, es tajante: “Nunca nos ha interesado nada de eso, estamos preocupados de tocar bien violín nomás”.
Ahora el violinista tiene que decidir qué hacer con su vida. Este diploma le abre las puertas donde quiera en el mundo de la música -cree-, pero debe optar por seguir una carrera solista, entrar a una orquesta, armar un ensamble o dedicarse a la docencia.
De lo que sí está seguro es que le gustaría viajar a Chile a mostrar lo que ha aprendido, a incentivar a que más niños sean músicos y poder difundir la música chilena. “Quiero demostrar que esa frase de que el que nace pobre muere pobre no es así. Lo que falta son oportunidades. A mí me dieron una, y la aproveché. Y aquí estoy”, enfatiza. Para poder viajar, busca un sponsor. “Ni he cotizado el pasaje, no me alcanza”, dice entre risas.