Cultura
Cristián Valdés: “Así como yo, el mueble es un sobreviviente”
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Después de salir del colegio, Cristián Valdés (91) entró a estudiar Arquitectura en la Universidad Católica, pero no funcionó. Fue entonces cuando decidió vender un auto antiguo que había heredado, juntó un poco de plata y partió a Europa, a un viaje que le cambió la forma de ver las cosas y que le permitió valorar el trabajo de su papá, Luis Valdés Freire, un reconocido mueblista.
“Un día me encontraba en Florencia y salí a pasear por la calle de la galería Uffizi. Llegué a la Plaza de la Señoría, me encontré con el Ponte Vecchio, el David. Ahí me di cuenta de que me interesaba esto: los muros, las calles, las plazas, las obras de arte metidas en la ciudad. Volví a trabajar con mi padre, me convertí en dibujante. Esa fue mi primera escuela”, cuenta. Tiempo después retomó la carrera de Arquitectura, esta vez en la Universidad Católica de Valparaíso.
“Un día me encontraba en Florencia y salí a pasear por la calle de la galería Uffizi. Llegué a la Plaza de la Señoría, me encontré con el Ponte Vecchio, el David. Ahí me di cuenta de que me interesaba esto: los muros, las calles, las plazas, las obras de arte metidas en la ciudad. Volví a trabajar con mi padre, me convertí en dibujante. Esa fue mi primera escuela”, cuenta. Tiempo después retomó la carrera de Arquitectura, esta vez en la Universidad Católica de Valparaíso.
Sin embargo, no fue hasta mucho después que su vida se volcó nuevamente hacia la mueblería. “A los 45 años volví a hacer muebles por pura casualidad”, recuerda.
“Tenía unos amigos ingenieros con los cuales trabajaba, que eran portuarios. Un día me dijeron: ‘oye, tú que sabes de muebles, ¿por qué no ves qué podemos hacer con esta ruma de madera que tenemos aquí?’”.
Valdés había empezado hace poco a jugar tenis -deporte que hoy sigue practicando tres veces a la semana- y tenía una raqueta marca Dunlop, que todavía conserva. La inspiración para la silla A, popularmente conocida hoy como silla Valdés, surgió de la observación de esa raqueta, cuyo laminado y estructura le llamaron la atención.
“Tenía unos amigos ingenieros con los cuales trabajaba, que eran portuarios. Un día me dijeron: ‘oye, tú que sabes de muebles, ¿por qué no ves qué podemos hacer con esta ruma de madera que tenemos aquí?’”.
Valdés había empezado hace poco a jugar tenis -deporte que hoy sigue practicando tres veces a la semana- y tenía una raqueta marca Dunlop, que todavía conserva. La inspiración para la silla A, popularmente conocida hoy como silla Valdés, surgió de la observación de esa raqueta, cuyo laminado y estructura le llamaron la atención.
Valdés trabajó haciendo muchas pruebas, un largo proceso de ensayo y error en la laminación y diseño de la silla, resolviendo problemas técnicos y estructurales para finalmente lograr su forma y resistencia. “Cabeceándome, fallando, lo descubrí”, cuenta mientras camina por su taller en Ciudad Empresarial, una fábrica que construyó para su hermano en 1992.
A medida que avanza por el espacio va relatando los diferentes procesos que hay en el armado de las sillas y de los otros muebles que fueron apareciendo en el camino, procesos que Cristián maneja al detalle, y que los que trabajan en la fábrica han aprendido ahí.
El tratamiento de los cueros (inspirados en las monturas y en las carteras que Valdés le regalaba a su señora en Navidad), el ensamblaje de los fierros, las pequeñas tuercas y el pulido de la madera, esa curva y tallado tan característico de una silla que comenzó su aparición principalmente en las oficinas, pero que hoy se puede encontrar en muchas casas de Chile; todo eso se hace a mano en el taller.
El tratamiento de los cueros (inspirados en las monturas y en las carteras que Valdés le regalaba a su señora en Navidad), el ensamblaje de los fierros, las pequeñas tuercas y el pulido de la madera, esa curva y tallado tan característico de una silla que comenzó su aparición principalmente en las oficinas, pero que hoy se puede encontrar en muchas casas de Chile; todo eso se hace a mano en el taller.
Al comienzo “solamente mis amigos arquitectos apreciaron esta cuestión”, cuenta Valdés entre risas. “Ellos me encargaban montones. Una oficina completa a Adolfo Mujica, unos muebles para el Club Providencia, un bar, otras para la Superintendencia de Seguros. Eran muchos, yo tenía que hacer todos estos muebles del catálogo a toda carrera, en tiempo mínimo”. Y cuando las ventas bajaban, Cristián volvía a esos mismos amigos arquitectos: “Cómprenme un mueble”, les decía.
"Lo que tiene de importante esta historia es darse cuenta de que el diseño no es un concepto que tú tenías en la cabeza antes de partir. Ninguna idea. Es un proceso, una experiencia, como un niño que no sabe bien a dónde va”.
“Yo soy arquitecto, no soy mueblista”
Con el tiempo, la silla Valdés, que se caracteriza por su diseño curvado y estructura de madera laminada, se convirtió en un ícono del diseño chileno y se volvió un objeto de deseo para arquitectos y amantes del diseño, pero también para un público mucho más amplio. A lo largo de los años, Valdés ha seguido trabajando en su taller, refinando y mejorando el proceso de fabricación artesanal, un trabajo que sólo manejan pocos y del que Cristián conoce cada historia.
“Lo que tiene de importante esta historia es darse cuenta de que el diseño no es un concepto que tú tenías en la cabeza antes de partir. Ninguna idea. Es un proceso, una experiencia, como un niño que no sabe bien a dónde va. Es fundamental reconocer, pero no saber, para que puedas agarrar algo que sea distinto, porque si no, estás copiando”, dice el arquitecto.
A pesar de esa dedicación, la pasión de Cristián siempre fue la arquitectura. “Yo soy arquitecto, no soy mueblista, terminé siendo mueblista por cosas que pasan. Y, aunque he tenido tres etapas de diseño de muebles distintas, lo que me interesa a mí es la arquitectura”, reflexiona.
El taller del arquitecto Cristián Valdés funciona en la Ciudad Empresarial, en una fábrica que construyó para su hermano en 1992. Allí se arman la famosa silla y otros muebles.
El taller del arquitecto Cristián Valdés funciona en la Ciudad Empresarial, en una fábrica que construyó para su hermano en 1992. Allí se arman la famosa silla y otros muebles.
De hecho, en 2008 recibió el Premio Nacional de Arquitectura, una “absoluta sorpresa” para él. El premio llegó tras la publicación del libro La medida de la arquitectura, de Sandra Iturriaga, una recopilación de su trabajo; obras que se caracterizan por ser diferentes una de otra y estar basadas siempre en la “observación”, como explica.
Paralelo a su trabajo arquitectónico, el reconocimiento de sus muebles y especialmente de la silla A creció tanto a nivel nacional como internacional, que hoy es considerada como una de las sillas ícono de Latinoamérica. “Aquí hay una sobrevivencia. Así como yo soy un sobreviviente, el mueble es un sobreviviente. Una cosa que está hecha más o menos hace cuarenta y tantos años y que siga existiendo en el mercado, de alguna manera es muy raro”, reflexiona.
“Todo pasa de moda muy rápido. Entonces, de verdad, yo estoy muy agradecido por lo que me pasó. Es una suerte”.
“Todo pasa de moda muy rápido. Entonces, de verdad, yo estoy muy agradecido por lo que me pasó. Es una suerte”.
Además, el trabajo de confección de la silla requiere de una técnica humana única, que hace que los tiempos de realización no sean igual de ágiles a los que se acostumbran hoy.
“Nosotros siempre vendimos más de lo que podíamos entregar, y estábamos entregando a cinco meses, a seis meses. Entonces acumulábamos una deuda de entrega y de proveedores hacia atrás”, dice.
Por eso, durante la pandemia, donde además tenía problemas para recibir materiales, dio un gran salto y decidió asociarse con un equipo más joven, que lo tiene feliz: hoy está dedicado a nuevos proyectos y a “diseñar en su jubilación”. La idea es internacionalizar la distribución de la silla y generar nuevas versiones, diseñadas por el arquitecto.
“Yo hoy soy nada más que un diseñador, socio de esta empresa. Se generó un espacio de trabajo libre, que no estaba teniendo hace mucho tiempo”, asegura. Cristián, que va todos los días a la oficina, hoy está diseñando pisos y mesas. Además, se pueden ver nuevas variedades de colores e incluso se ha hecho más factible hacer 100 o hasta 115 sillas al mes, con el mismo proceso artesanal, que hace que cada trabajo sea único.
“La silla ha sido mi jubilación”, asegura Cristián, quien nunca tuvo previsión. “No tengo sueños ya. Soy un sobreviviente”.