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Lecciones de Vida

Francisca Echeverría, chef y dueña del Adobe: “Estoy orgullosa de dar trabajo”

Francisca Echeverría, chef y dueña del Adobe: “Estoy orgullosa de dar trabajo”

Este domingo se celebran los 25 años del emblemático restaurant de San Pedro de Atacama. El cuarto de siglo cobra más significado después de la pandemia, que lo tuvo un año cerrado. “Había que renacer, fue épico”, reconoce la empresaria gastronómica.

Por: Sofía García-Huidobro | Publicado: Sábado 20 de agosto de 2022 a las 04:00
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Antes de la pandemia tenía tres restaurantes en San Pedro, ahora tengo uno. Éramos 130 personas, ahora somos 45. Fue súper fuerte estar un año cerrados. Y en algún momento tuve la sensación de responsabilidad social, de no fallarle al personal, pero se ha resuelto bastante bien.

Como Adobe, somos un proyecto muy sólido. Yo estaba media apanicada y fueron los chicos del restaurant los que me animaron a abrir. Hay gente que lleva 17, 15, 10 años trabajando acá. Nuestra columna vertebral es antigua. Y hoy estamos en un gran momento. Tenemos muchos eventos, catering y el restaurant lleno. Está en su peak.

En San Pedro mis socios son Martín, Salvador y Gaspar. Mis hijos. El Pelao era mi partner, mi compañero de vida, mi socio, el padre de mis hijos y el gestor de toda esta historia. Cuando tenía 27 años, pasaba por un minuto de cambios, y mi mamá, que estudió antropología y viajaba frecuentemente a San Pedro, me dijo ‘vente conmigo’. En ese viaje conocí al Pelao.

Como no tenía mucho arraigo y estaba buscando trabajo, volví a Santiago a buscar un par de cosas y me vine a vivir acá. Siempre me había gustado la cocina. El Pelao estaba armando el Adobe, se ocupaba de la música, el servicio, el ambiente y yo cocinaba. Así fuimos creciendo como pareja. Fue un recorrido muy potente. Él tenía un sueño y yo me sumé. Encajamos inmediatamente. 
 

Volver al origen

Partimos preparando comida muy sencilla, lomo, pollo, pizza. Teníamos suelo de tierra y una cocina precaria. Bajábamos a Calama casi todos los días a comprar provisiones. En esa época en San Pedro solo había luz de 7 a 12, entonces no podíamos congelar. Llenábamos y traíamos bidones inmensos con agua, porque acá era mala.

Uno dejaba la bicicleta apoyada afuera del local y la puerta abierta. No pasaba nada. No había ropa de montaña como ahora, entonces andábamos con mucha ropa para abrigarnos. Era muy genial. Fuimos creciendo. Compramos La Estaka, La Casona y Blanco en San Pedro, y el Naoki en Santiago. Y fueron llegando los niños, además. Éramos muy intensos. Hacíamos mucho catering también. Trabajábamos todos los días, muy compenetrados. En un par de cuadras teníamos cuatro restaurantes y con los mismos elementos armábamos una historia para cada uno. 

Fue fuerte tener que achicarse, pero es también una oportunidad para ser más creativa y crecer de mejor manera. Las puertas del Adobe las volvimos a abrir el 15 de enero de 2021. Estuvo 10 meses cerrado. Imagínate la cantidad de tierra, tuvimos que limpiar todo. Me acuerdo de pensar: ‘¿En qué minuto pasó esto?’.  

El equipo del Adobe se prepara para celebrar sus 25 años. Foto @atacamaimages
Yo siempre había estado en la cocina. Pero cuando reabrimos me pasé a la puerta. A poner la cara para recibir a los clientes. Y atiendo personalmente todas las reservas por teléfono y WhatsApp. Me gusta hablarle a la gente. No tengo una respuesta tipo, es personalizado.

Antes me cargaban los números desconocidos, ahora los amo. Yo soy bien adrenalínica, y aquí me siento como pez en el agua. Cuando abrimos éramos pocos y todos corríamos. Mis hijos también. Había que renacer, fue épico. Muy potente. Por la distancia que se exigía entre las mesas, rellenamos el local con plantas, después las sacamos y metimos más mesas. Fuimos muy prolijos con el cuidado del Covid. Armamos toda una logística para proteger a los compañeros de trabajo y a los clientes. 
 

Capítulo Naoki

Mis dos hijos mayores están viviendo en Santiago con mi mamá. El menor está en San Pedro conmigo. Y yo viajo generalmente una vez al mes o cada 20 días. Nos volvimos abruptamente de España. Pero yo soy bien resiliente. Y he sido muy afortunada, porque cuento con una red de apoyo muy bonita. Tengo mucho que agradecer. Además este lugar me gusta mucho, me habría costado más instalarme en Santiago. Aunque me encanta ir de visita al Naoki.

Ahí tengo nuevos socios, Lion y Amir Zabilsky, me llevo muy bien con ellos, me hacen sentir muy protegida. Ellos no vienen de la gastronomía, son del mundo de los negocios y aportan desde otro lugar. Ha sido súper valioso su aporte. También me acompaña y asesora mi hermano menor, Roman Yosif. Él ha sido mi pilar desde que se murió el Pelao. El itamae del Naoki es Carlos Venegas. No es un equipo de estrellitas, es un equipo sólido. Cada uno tiene su rol.

Estoy contenta, no estaba acostumbrada a que me trataran así de bien. 

El oasis

Casa Luna es un lugar muy especial, es la casa que construimos para la familia. Hoy se arrienda por habitación o en su mejor formato, que es la casa completa. Tiene seis habitaciones, dos en suite, piscina, parrilla, sala de yoga. Todo muy sencillo, pero bonito.

Tiene mucho arte y artesanías de artistas chilenos. Cuando uno puede tiene que apoyar el arte. También está la posibilidad de que yo les cocine, presto ese servicio. Cuando vienen grupos grandes puedo prepararles un cóctel de bienvenida, los desayunos, un asado o la comida de cierre.

Se puede arrendar en Booking, Airbnb, Instagram, y lo que más funciona, el boca a boca. Tengo total capacidad de desprendimiento. Casa Luna sigue siendo mi casa, pero he trabajado duro en el proceso de levantarme y ahora estoy terminando una casa más chiquita, pero muy bonita. 

Estoy muy orgullosa porque siento que el Adobe ha sido un proyecto formativo, una gran escuela. Yo construyo la carta pensando en que se pueda sentar un grupo diverso. Hemos incorporado también algunos clásicos de La Estaka -que ahora está dormido, pero fue mi regalón en la otra vida- como el lomo rústico, el crudo, el ceviche. El pueblo lo pidió. Estoy orgullosa de dar trabajo y siento que soy justa. No es por pecar de pretenciosa, pero el Adobe y La Estaka ubicaron a San Pedro gastronómicamente. Son la punta de flecha. 
 

Resiliencia

Con la muerte del Pelao y la decisión de irnos a España fue lo mismo. No conocía a nadie y partí con tres niños. Estaba el duelo presente, pero también otro gran problema que resolver: cómo nos reconstruimos aquí. Ese es el hilo que me lleva. En Madrid me dediqué a mis hijos, pero seguí coordinando el restaurant desde allá, nunca lo solté.

También armé el proyecto de Mercado Blanco, donde estaba el restaurant ahora hay un café y un mercado con locales de artesanía, orfebrería y otros emprendimientos. Pararse de nuevo ha sido todo un proceso y a los arrendatarios les hemos dado todas las facilidades económicas posibles. Levantarse sobre este suelo, que es el Adobe, es difícil, pero es un piso que está muy bien construido. Es distinto para otros. 

Siempre hemos celebrado los aniversarios con el equipo del restaurant. Antes hacíamos unas fiestas increíbles, con premios que incluían hasta pasajes a Lima y música en vivo. Lo que hacemos es que cocinamos nosotros y luego contratamos el servicio. El año pasado el evento fue más chiquito, éramos pocos. Ahora son los 25 años. Lo haremos temprano. Si no el fuego prende demasiado. 

Aunque haya mucho turismo, vivimos en un pueblo. Te puedo decir ‘hola’ 15 veces en un día. Se corta la luz, los niños van a la escuela pública. Mi mundo aquí tiene mucho que ver con mi oficio. Mi cofradía más profunda es la gente de mi equipo. Este es el núcleo. Me es cómodo transitar. Siempre fui así. Cuando salíamos de paseo yo encontraba todo increíble. Mi mamá decía ‘Tiramos un escupo y la Pancha se tira un piquero’.

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