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Cómo opera el Grupo Wagner: desertor revela los hilos que mueven a los mercenarios rusos
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Matar por dinero. Es la primera idea que surge al escuchar la palabra mercenario. Para Marat Gabidullin es, o era, “no tener que pensar en las consecuencias de mis acciones”.
Asilado hoy en Francia, Gabidullin es uno de los pocos desertores o exmiembros del Grupo Wagner en hablar públicamente de cómo funciona la milicia que ha puesto en jaque a Vladimir Putin.
La insurrección del grupo de mercenarios, ocurrida hace una semana, ha sido el primer real desafío público al liderazgo del presidente ruso. Tanto así, que obligó a Putin a reconocer oficialmente el uso de mercenarios en la guerra.
Aunque aplacada en cuestión de horas, la rebelión del Grupo Wagner ha desatado reportes de inestabilidad en el Kremlin. También ha generado expectativas de una renovada oportunidad para la contraofensiva ucraniana.
Para casi todos sus integrantes, el Grupo Wagner y otras “estructuras militares privadas” también ofrecen una segunda oportunidad; además de un sueldo muy por encima del que ganan los soldados y muchos más que el salario promedio en Rusia. Unos 1.000 euros por mes durante la fase de entrenamiento, y entre 1.500 y 1.800 durante misiones.
En el caso de Gabidullin, en una primera etapa como un mercenario más de Wagner sus ingresos bordeaban los 3.000 euros mensuales. Un poco más de tres veces el salario promedio en Rusia.
Más que la paga, para muchos el mayor atractivo que ofrece “la Compañía” – como le llama Gabidullin – es la oportunidad de “un nuevo comienzo”. El propio líder de esta milicia, Yevgeny Prigozhin, aseguró en abril que unos 5.000 exconvictos que había reclutado en las cárceles rusas quedaron libres tras seis meses en Ucrania. La amnistía la oferta más atractiva de su contrato.
Sufrir o morir en una cárcel rusa; o, quizás morir, pero también quizás pelear y matar en suelo ucraniano. Sobrevivir seis meses y luego volver a casa con dinero, como un hombre libre e incluso con una medalla de héroe.
Según el coordinador de Comunicaciones Estratégicas del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Kirby, unos 40.000 exconvictos habían firmado contratos con el Grupo Wagner hacia diciembre pasado. "En ciertos lugares, las fuerzas rusas están subordinadas al mando de Wagner", aseguró en diciembre.
Putin reconoció que su régimen ha pagado US$86 mil millones a Prigozhin y su milicia.
“No siempre fue así”, escribe Gabidullin en su memoria “Yo, Marat”. Al inicio, Wagner y otras empresas o estructuras militares privadas eran meros proveedores de servicios. Una forma para que Moscú pueda ampliar su influencia y alcance en otros países, sin tener que asumir los costos políticos y humanos. Oficialmente las milicias no existen. No son figuras legales. Sus torturas, muertos, y la corrupción en suelo extranjero que se les imputa no se pueden acusar al régimen que se sienta en el Kremlin.
En su memoria publicada en francés en mayo 2022, el exmercenario cuenta que también a él “la Compañía le dio una segunda oportunidad”. A una década de servicio en el ejército ruso le siguió el desempleo en medio de la desintegración soviética en los 90’s, y luego tres años en prisión tras matar a sangre fría al líder de una banda rival a la que lo empleaba entonces.
El relato de Gabidullin recién está siendo traducido a otros idiomas y ha cobrado notoriedad tras la insurrección del Grupo Wagner y el exilio de su líder a Bielorrusia. ¿Por qué Putin perdona a Prigozhin? Para el régimen de un país que acusado de asesinar o, en el mejor de los casos, encarcelar por décadas a sus opositores, la amnistía del hombre que amenazó con “marchar a Moscú”, y dirigió una revuelta que destruyó seis aviones militares rusos, parece precisamente eso, un perdón.
La explicación puede estar en lo que escribe Gabidullin en su segundo libro, “Mi verdad”, publicado en febrero pasado. El exmercenario relata que “el cocinero”, como se conoce a Prigozhin ha creado tal red de poder alrededor y en el Kremlin, que es el único capaz de confrontar directamente a Putin.
“La oficina central está en un edificio en la isla Vasilyevsky de San Petersburgo, desde donde el Premier (Prigozhin) dirigía su imperio, que incluía empresas proveedoras de comedores militares y escolares, centros comerciales y cientos de medios de comunicación. (Grupo Wagner) es sólo una parte de sus vastos y variados negocios, cuyo principal objetivo es hacerse con instalaciones industriales y recursos naturales en otros países”, escribe Gabidullin.
Las periodistas francesas que ayudaron al exmercenario a publicar su primera memoria destacaban cómo este se negaba a escuchar o reconocer las atrocidades que se le imputan a los miembros de Grupo Wagner en Siria, Libya, Mozambique y más recientemente Ucrania.
Como es de esperarse, Gabidullin asegura que durante sus casi cuatro años al interior de Wagner nunca cometió o presenció crímenes como las violaciones y masacres atribuidas a los mercenarios en lugares como Bakhmut.
Testimonios recientes de otros exmercenarios dan otra versión. En abril pasado, Vladimir Osechkin, quien lidera el grupo de derechos humanos ruso Gulagu.net, publicó los testimonios de Azmat Uldarov y Alexey Savichev. Ambos relataron cómo mataron en Bakhmut a cientos de civiles, incluyendo decenas de niños y adolescentes, un grupo de 50 personas heridas en una fosa.
Al principio, asegura Gabidullin, sólo un 10% de los mercenarios eran exconvictos.
Las órdenes habrían llegado directamente de Prigozhin y el fundador y actual jefe operativo del Grupo Wagner, Dmitri Utkin, exfuerzas especiales ruso. Uldarov y Savichev narraron también las condiciones de tortura que vivieron dentro de los penales rusos y luego en las barracas de Wagner en Ucrania, donde también recibieron la orden de ejecutar a sus compañeros que se negaban a continuar con la guerra o matar ucranianos.
“Aquí se trata de vida o muerte… Quien abandone a sus compañeros no debe esperar piedad”, son frases que Gabidullin pone en boca de los comandantes de Wagner en introducción a los nuevos reclusos.
Al principio, asegura Gabidullin, sólo un 10% de los mercenarios eran exconvictos como él. Pero la mayoría, afirma, había pasado por el ejército en algún momento. Su testimonio coincide con los reportes que ubican la fundación del Grupo Wagner durante la ocupación rusa en Crimea en 2014. La acción rusa y la propaganda alimentaron un espíritu patriótico sobre todo en exmilitares cansados de trabajar para empresas de seguridad privada. “Cualquier negocio necesita seguridad en Rusia”, cuando explicar por qué trabajó como guardia de un mafioso.
Fueron las batallas en Siria que comenzaron a sembrar las dudas en el exparacaidista. Gabidullin describe que el espíritu nacionalista fue reemplazado por el monetario. Gabidullin también comenzó a cuestionarse algunas batallas y los esfuerzos por controlar los pozos de petróleo y gas en Siria, mientras otros grupos de mercenarios se hacían con el control de aduanas y minas en países de África.
En su segundo libro, el exmercenario reflexiona cómo ya desde la incursión en Siria le iba quedando en claro que “La Compañía” no era una herramienta en la estrategia de poder rusa, sino una herramienta en los intereses económicos y políticos de Prigozhin, que dirige la milicia como un culto personal. “Sin Prigozhin, no hay Wagner”, afirmó Gabidullin, en una entrevista reciente a la televisión francesa.
Respecto al futuro de Prigozhin cree que no hay que preocuparse. Tiene suficientes recursos y fuerzas distribuidas en Siria y África. Prigozhin hizo su fortuna en San Petersburgo. Comenzó con un carrito de completos, pasó a un restaurante y luego una empresa de catering que le permitió servir a la élite de San Petersburgo, incluido Putin.
Tras la insurrección, Putin reconoció que su régimen ha pagado US$86 mil millones a Prigozhin y su milicia. Sus declaraciones buscaban contrarrestar las denuncias del oligarca y mercenario respecto a la falta de armas, municiones y soldados que reclamaba Prigozhin, y supuesta falta de ayuda de parte del ejército, provocando derrotas y la muerte de unos 20.000 de esos exconvictos convertidos en mercenarios.
Pero, además del pago del Kremlin, el Grupo Wagner se alimenta de las comisiones, de hasta 25% de los ingresos, que cobra a los regímenes de turno por la seguridad de infraestructura como minas y campos petroleros.
Según los investigadores Marlene Laruelle y Kevin Limonier, además de Concord Management, que controla al Grupo Wagner, el conglomerado de Prigozhin incluye Concord Catering, una decena de medios digitales, cinco empresas de minas y petróleo, y dos firmas financieras. Una de estas últimas, M-Finance controlaría Sewa Security, otra empresa militar privada. Ambos académicos ubican las operaciones de las empresas de Prigozhin principalmente en África, Siria, Yemen y posiblemente Venezuela.
A una semana de la insurrección el futuro de Prigozhin es un misterio, mientras las operaciones del grupo Wagner fuera de Ucrania parecen continuar con normalidad. Hacia el final de su segundo libro, Gabidullin hace, sin embargo, un dramático vaticinio:
“Estamos asistiendo a una evolución peligrosa: el ejército de mercenarios de Prigozhin y la pequeña cohorte de sus aliados se están convirtiendo en uno de los factores desestabilizadores más fuertes y en una fuente potencial de problemas que podrían desembocar en inestabilidad, incluso, y sobre todo, dentro de Rusia.
Corrompidos por el derecho a matar que se les ha concedido y la sensación de impunidad, volcarán sus habilidades contra quienes, en su opinión, se han quedado atrás y no han arriesgado el pellejo por la patria, es decir, los civiles de a pie”.