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El relato de un corresponsal del Financial Times desde el corazón de la guerra en Ucrania

El relato de un corresponsal del Financial Times desde el corazón de la guerra en Ucrania

Christopher Miller llegó a Bakhmut como profesor voluntario por primera vez en 2010. Desde entonces ha visto el desarrollo de la ofensiva rusa. Es un extracto de su relato de cómo vivió el inicio de la guerra y el regreso a la ciudad que hoy es objetivo de la guerra de Putin.

Por: Financial Times - Christopher Miller | Publicado: Sábado 18 de febrero de 2023 a las 04:00
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Eran las 4.36 de la madrugada y yo estaba completamente despierto y vestido en la cama de mi habitación en el quinto piso del Hotel Kramatorsk, a 50 kilómetros al noroeste de Bakhmut. Un mensaje de texto iluminó mi teléfono: “¿Estás bien?”.

Momentos antes, la imagen de Putin, en un escritorio flanqueado por la tricolor blanca-azul-roja rusa, había sido emitida por la televisión estatal. Autorizaba a sus fuerzas a emprender una “operación militar especial” alegando que Ucrania se había convertido en un Estado “antirruso” al que la OTAN había suministrado “las armas más modernas”. E instaba al Presidente Volodymyr Zelenskyy y a su ejército a rendirse. 

16 minutos después, cuatro misiles de crucero rusos impactaron contra una base aérea cercana. Las explosiones iluminaron el cielo con tal intensidad que el resplandor salió disparado por los lados de las cortinas como si fueran láseres. Cuando abrí la puerta y miré por el pasillo, vi a dos huéspedes dando vueltas en ropa interior. 

La puerta de enfrente se abrió y la recepcionista salió tranquilamente. “Mantengan la calma. Vayan al refugio antiaéreo”, gritó en ruso. Los hombres se quedaron un momento mirándola con los brazos a los lados y luego se metieron en sus habitaciones para vestirse. “Maldita sea”, murmuró la recepcionista en ruso. “Estaremos bien”, me aseguró. “Trabajaste aquí en 2014, ¿verdad?”, le pregunté mientras bajábamos por una escalera de caracol. “Sí. Ya hemos pasado por esto antes”.

Poco después, Zelenskyy se dirigió a la nación desde su despacho en el centro de Kiev. No había sido capturado. “Hoy he iniciado una llamada telefónica con el presidente de la Federación Rusa”, comenzó. “El resultado ha sido el silencio”. Putin no quería hablar; quería la rendición completa. “Nos defenderemos”, continuó Zelenskyy. “No atacaremos, sino que nos defenderemos. Y cuando nos ataquen, no verán nuestras espaldas, verán nuestras caras”.

Durante un año, el mundo ha observado cómo Ucrania -una joven democracia supuestamente plagada de corrupción y carente de instituciones sólidas, con un ejército significativamente más débil- se enfrenta a la autocracia más peligrosa del mundo. 

Christopher Miller. Wilson Center

La historia de esta guerra lleva gestándose mucho más tiempo que el último año o los últimos nueve, desde que Rusia invadió Ucrania por primera vez, anexionándose ilegalmente Crimea y avivando el conflicto en el Donbás. Ahora, con Rusia intensificando su ofensiva, el próximo capítulo -y posiblemente el destino de Ucrania- podría decidirse en estos campos de batalla, al este del país. 

Nada de esto era evidente la noche del 24 de febrero de 2022. Cuando envié un mensaje de texto a los funcionarios de la oficina de Zelenskyy esa noche, uno de ellos respondió: “No queremos causar pánico, pero es muy malo. Guerra total”. Desde el interior del búnker presidencial fortificado, otro solo escribió: “Que Dios nos ayude”.

Si Ucrania es una importante zona fronteriza entre Rusia y Occidente, el Donbás es una de las zonas fronterizas cruciales entre Moscú y Kiev. Cuando llegué en el verano de 2010, en Bakhmut vivían unas 75.000 personas, la mayoría de las cuales se identificaban como ucranianos; menos de un tercio eran rusos étnicos. 

Desde mi llegada, me di cuenta de que la política de la región era complicada. Muchas de las personas que conocí tenían tantos contactos profesionales o familiares en Rostov o Moscú como en Kiev. Existía la sensación de que a Kiev no le importaban mucho los habitantes del este ni los consideraba verdaderos ucranianos. Su visión de Moscú era similar. De hecho, cuando pregunté a la gente por su identidad, muchos dijeron que se identificaban primero como gente del Donbás. La gente valoraba su independencia, pero eso no era lo mismo que querer separarse de Ucrania. Solo una vez oí a alguien hablar de formar una “república” independiente. 
 
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Varios años después, ya como periodista corresponsal en Kiev, me encontré sentado en un sillón verde fluorescente frente al actor (que hacía de policía de tráfico borracho). Acababa de ser elegido presidente de Ucrania (2019). Zelenskyy, vestido con pantalones negros, camisa blanca y corbata negra, estaba hundido en un gigantesco puf rosa. Me había invitado, junto con varios periodistas ucranianos, a una de las residencias presidenciales oficiales. Los camareros sirvieron vino y comida en bandejas de plata, incluido shawarma. “Era mi plato favorito de niño”, me dijo Zelenskyy, mientras mordisqueaba el suyo. 

Militares ucranianos, en medio del ataque de Rusia a Ucrania, cerca de Bakhmut, región de Donetsk, Ucrania. (REUTERS)
Me miró la barba, “¿cómo no se ensucia con la comida?”. Hice la pantomima de comer con un mordisco exagerado y él me imitó. “Debería dejarse crecer la barba”, le sugerí. “Tal vez lo haga”. Le pregunté a Zelenskyy si tenía previsto hablar con Putin y cómo pensaba cumplir su promesa electoral de poner fin a los combates y conseguir que Rusia retirara sus fuerzas no identificadas del este de Ucrania y Crimea. “Tenemos que hablar”, dijo. “No renunciaré a ningún territorio de Ucrania, pero debemos salvar la vida de la gente”.

En abril de 2014, el Donbás estaba en guerra. Putin había fabricado una revuelta separatista prorrusa utilizando una combinación de espías rusos, fuerzas especiales y ucranianos descontentos. En pocos meses, las fuerzas rusas se apoderaron de decenas de ciudades, instalaron gobiernos títeres y celebraron falsos referendos para crear pseudoestados separatistas. La operación del Kremlin en el Donbás se inspiró en gran medida en su libro de jugadas en Crimea el mes anterior, donde tomó la península casi sin disparar un tiro. La propaganda con mensajes antiKiev y antieuropeos encontró un terreno fértil y, en ese momento, los socios occidentales de Ucrania, incluida la OTAN, dudaron en respaldar a Kiev con apoyo militar ante el riesgo de desencadenar una guerra mayor. 

Bakhmut sería liberada por las fuerzas ucranianas dos meses después, en julio, y lo que quedaba de la llamada “república” -un área aproximadamente del tamaño de Maryland- se convertiría en un espacio en blanco en el mapa. La mayoría de los ucranianos y gran parte de la comunidad internacional se darían cuenta de la treta de Putin en el Donbás. Y la lucha continuaría.
 
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Agosto 2022, y Bakhmut, la tranquila ciudad de antaño, era ahora la más ruidosa del frente. Di un paseo por mi antigua calle en la ciudad, con un casco antibalas y un chaleco con botiquín.

Oía el tat tat tat de los disparos de los fusiles de asalto a varios cientos de metros. Momentos después, un avión rugió sobre mi cabeza y se produjo un ataque aéreo ruso. La explosión estaba tan cerca y fue tan fuerte que mis oídos retumbaron y el suelo tembló bajo mis pies.
Un amigo reacciona junto a un ataúd con el cuerpo del decatleta y militar ucraniano Volodymyr Androshchuk, muerto recientemente en un combate contra tropas rusas cerca de la localidad de Bakhmut, en medio del ataque de Rusia a Ucrania, durante una ceremonia funeraria en la localidad de Letychiv, región de Khmelnytskyi, Ucrania. (REUTERS)

Corrí a refugiarme en el sótano de un edificio de apartamentos, donde encontré a más de 30 personas encogidas de miedo. Llevaban viviendo aquí desde mayo. Hace una década, estas personas eran mis vecinos, y algunos de ellos todavía me recordaban. “El americano”, sí. 

Bakhmut parecía el fin del mundo cuando llegué hace 13 años. Ahora se ha convertido en el punto álgido de la guerra de Rusia y en el centro de la lucha entre democracia y autocracia.

Tiene una gran importancia simbólica tanto para Kiev como para Moscú, que intentan tomar impulso para las ofensivas previstas esta primavera. Los ucranianos han empezado a referirse a la ciudad como “Fortaleza Bakhmut”, porque ha permanecido simbólicamente en pie, a pesar de que los bombardeos la han reducido a escombros. La frase “Bakhmut resiste” se ha convertido en un grito de guerra tanto para los soldados ucranianos como para los ciudadanos de ese país. Si Rusia rompe el cerco, supondría un golpe psicológico y podría dar el impulso para que las fuerzas de Putin lancen nuevos ataques contra el resto de las zonas controladas por Ucrania en el Donbás.

Cuando regresé a Bakhmut unos meses después, no pasaba un minuto sin que sonara una explosión. Conté los segundos entre explosiones y nunca llegué a 10. El color había desaparecido de la ciudad. Los escombros de la artillería y los misiles estaban esparcidos por las plazas y las calles. 

Zelenskyy entró en la sala con su habitual atuendo militar caqui de guerra y barba. Tenía ojeras y la voz más rasposa de lo habitual. Era noviembre de 2022 y dirigía Ucrania en la mayor guerra en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Nos dijo a mis colegas periodistas y a mí que lo que estaba en juego no era el destino de Ucrania, sino el de toda Europa.

Los ucranianos estaban dispuestos a luchar siempre que contaran con los medios y el apoyo de sus aliados occidentales. En las semanas siguientes, demostró su habilidad para convencer a Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y otros países de que le entregaran equipo de combate.

Antes de despedirnos, le recordé a Zelenskyy que una vez hizo un comentario sobre mi barba y que le recomendé que se la dejara crecer. ¿Era yo el responsable de que ahora tuviera barba? “Es fácil”, dijo, y añadió que se afeitará después de que Ucrania triunfe. “O quizá no. A mi mujer le gusta”.

Christopher Miller es corresponsal del FT en Ucrania. Su próximo libro, The War Came To Us: Life and Death in Ukraine, será publicado en julio por Bloomsbury Continuum. 
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