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Inflación verde: La amenaza de la transición energética
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La demanda mundial por carbón alcanzará niveles récord este año. El Congo abre nuevos pozos para la explotación de petróleo y gas. Shell aumenta sus inversiones en exploración de petróleo off-shore. No son titulares de los años ‘90. Son de la última semana.
La inflación causada por el aumento de precio de la energía ha llevado a gobiernos alrededor del mundo -aparentemente- a olvidar su compromiso de reducir las emisiones contaminantes a cero en menos de tres décadas.
En la búsqueda de responsables, los mercados han apuntado a lo que se ha denominado “green inflation”.
Es decir, la presión inflacionaria provocada por la transición energética ya sea por los altos costos que todavía significan las nuevas tecnologías o por el desincentivo y regulaciones que han reducido las inversiones en petróleo, gas y carbón en los últimos años.
Pero este razonamiento, advierten Roberto Asín y Ramón Baeza, es errado. Ambos participarán del encuentro organizado por DF Live y Colbún, que se transmitirá el próximo 2 de agosto, como parte del Ciclo Voces con Energía.
Asín, consultor internacional y exejecutivo de Endesa y Enagás, apunta a una conjunción de factores. Por ejemplo, el retraso en las inversiones provocadas por la pandemia, además de factores de mercado.
Precisamente, agrega Baeza, condiciones de financiamiento más ajustadas redundan también en un mayor costo de los proyectos de energía verde. “Esta es una industria que requiere mucho Capex, mucha inversión. Para concretar la transición energética se requieren inversiones por unos US$ 3-US$ 4 billones (millones de millones)”, enfatiza Baeza, managing director de BCG.
Lo cierto es que la industria y el suministro energético se encuentran en una encrucijada. Por un lado, científicos, políticos, activistas y empresas exigen que no se invierta más en energías fósiles, pero la demanda por electricidad y combustibles sigue en aumento. Por otro, la industria todavía es incapaz de cubrir la demanda actual exclusivamente con fuentes renovables, mucho menos el aumento del consumo.
La Agencia Internacional de Energía proyecta un aumento de la demanda por energía eléctrica de 2,4% este y el próximo año. Pero un aumento del 7% en el suministro de energías verdes o de baja emisión apenas logró reducir en 1% el consumo de fuentes fósiles este año.
“Quizás reguladores, quizás consumidores pensaron que estábamos en una transición más rápida que la que tenemos. Pero estamos en eso, en un proceso de transición, y tendremos que hacer compatibles tanto energías fósiles como renovables. Si bien el peso debe venir por el lado de las renovables, nos vamos a encontrar por varios años con dos tipos de energía”, explica Asín.
Requerirá tiempo. “La transición energética no se va a producir de forma inmediata sino que será un proceso progresivo”, agrega este consultor español.
Lento y no gratis, como bien apunta Baeza. Un ejemplo es la debilidad de las cadenas de suministros, que ha implicado un aumento de costos para paneles, turbinas y baterías. Ya en 2021, ante el aumento de la demanda y las cuarentenas en China, el precio de los paneles solares aumentó en 50%, y el de las turbinas eólicas un 13%, según datos de Bloomberg Energy.
Es decir, las nuevas energías no pueden reemplazar las fuentes fósiles de un día para el otro, porque no tienen la capacidad y porque tendría -por ejemplo- consecuencias fiscales.
Tampoco serán gratuitas o de bajo costo, como algunos esperan. Algunas tecnologías, como las baterías de litio, requerirán de un aumento de la minería (para la extracción del cobalto, el litio y otros elementos necesarios), o nos podrían hacer dependientes con expedientes tan cuestionables o peores que Rusia en materia de derechos humanos (70% del cobalto viene del Congo, apunta Baeza).
Precisamente, uno de los aspectos que la transición energética debería corregir es la excesiva dependencia de un solo país o una sola fuente de energía, tal como Europa lo es del petróleo y gas rusos. Los expertos coinciden en que eso requiere de planificación, de una coordinación de los reguladores y empresas, pero sobre todo de crear un marco regulatorio con los incentivos adecuados.
“Hay que disminuir mucho la incertidumbre. Las energías renovables son intensivas en capital, ¿y qué quiere el capital? Certidumbre, seguridad jurídica, certeza de cuánto recuperará por sus inversiones”, contesta Baeza. Esto es aún más necesario en un contexto de menor liquidez y mayor costo del dinero a consecuencia del ajuste monetario de los bancos centrales.
Eso sí, agrega Asín, la experiencia que Europa y EEUU viven hoy demuestra que el marco regulatorio debe contemplar un balance entre las energías fósiles y renovables.
A pesar de las demoras, la transición energética es imparable. Las empresas están listas para acelerar el paso, apuntan los expertos. ¿Lo están los gobiernos?