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Juan Carlos Cruz y su visita a Ucrania: “Creí conocer el sufrimiento humano, pero nunca había visto el dolor de esa manera”

Juan Carlos Cruz y su visita a Ucrania: “Creí conocer el sufrimiento humano, pero nunca había visto el dolor de esa manera”

Esta semana el chileno atravesó la frontera de Polonia con Ucrania, para entregar una ambulancia al Hospital de Lviv y organizar, junto con la Fundación Santa Clara y Caixa Bank, el traslado de más de 200 refugiados ucranianos a Barcelona.

Por: Sofía García-Huidobro | Publicado: Sábado 9 de abril de 2022 a las 04:00
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“Recién me está cayendo la teja de cómo me ha afectado esto emocionalmente. Siempre trato de ayudar y hacer cosas por otra gente, porque considero que he recibido mucho en mi vida. Después de todo lo que me ha pasado, quiero entregar”, cuenta el jefe de comunicaciones y asuntos públicos de Livent Corp, Juan Carlos Cruz, al teléfono desde España, cuando allá es casi medianoche del jueves.

Cruz es conocido públicamente por ser uno de los denunciantes del exsacerdote Fernando Karadima y por haber sido nombrado por el Papa Francisco como miembro de la Pontificia Comisión para la Tutela de Menores en marzo de 2021. El periodista vive y trabaja en Washington DC, Estados Unidos, pero hace diez días se trasladó a Barcelona para acompañar a su amiga, Sor Lucía Caram, de la Fundació del Convent de Santa Clara, en una misión muy especial: traer a 240 niños, mujeres y ancianos, desde la frontera de Ucrania hasta la capital catalana.

La idea se le ocurrió hablando con la religiosa. Sor Lucía ya había ido tres veces en busca de grupos de ucranianos refugiados para luego ayudarlos a instalarse en Barcelona y sus alrededores. “Ella es un ícono de justicia social y quise acompañarla. Mi secretaria, que es un ángel, me ayudó a cambiar reuniones. Mi jefe me apoyó, aunque ni siquiera le dije que iría a Ucrania porque todavía no sabía si eso sería posible”, dice en agradecimiento a la empresa donde trabaja hace cuatro años, Livent Corp.

La misión fue organizada por la fundación Santa Clara en conjunto con Caixa Bank, entidad bancaria que aportó financiamiento, y un grupo de voluntarios. “No es por pasar propaganda, pero se lo merecen porque son extraordinarios y por su dedicación parecen una ONG”, comenta el chileno. El 30 de marzo viajó en avión desde Barcelona a Cracovia, junto a Sor Lucía. Luego se desplazaron hasta Medyka, localidad polaca en la frontera con Ucrania.

Al llegar ahí se encontraron con un amplio despliegue de ayuda humanitaria, filas de autos y personas que venían caminando. Mujeres y niños, describe Juan Carlos, cargando bolsas y maletas.

Por mucho que uno se sienta preparado, luego de haber visto imágenes en televisión y películas, nunca es como estar en directo y mirar las caras de la gente traspasadas por el dolor. Eso destroza. Sus rostros quedaron grabados a fuego en mi cabeza. Todas esas mujeres que han dejado hijos mayores de 18 años, padres, maridos y que vienen con sus hijos chicos, con lo puesto y el corazón desgarrado”.

En zona de conflicto
Los voluntarios ya habían organizado a quienes partirían en cuatro buses a Barcelona, muchos de ellos se encontraban en refugios y otros venían llegando en tren. Cruz cuenta que incluso hubo que ganarse la confianza de algunas de estas personas porque existen mafias que bajo el pretexto de ayuda han traficado mujeres y niños.

A él tocó instalarse en la estación de tren donde se bajan los refugiados, con algunos nombres anotados en un papel. Sin hablar ucraniano, ni ellos inglés o español. “Estando ahí es impactante pensar que por esas mismas estaciones pasaron los judíos que fueron trasladados a campos de concentración”, reflexiona.

Otra parte de la misión era entregar una ambulancia, donada por Caixa Bank, en Lviv. “Se necesitaban dos voluntarios. La monja saltó y yo detrás. No la iba a dejar sola, aunque uno se siente una hormiga al lado porque ella es muy valiente”. Cruzaron la frontera a pie, con sus pasaportes, y del otro lado los esperaba el general Andrei del ejército ucraniano. Se trasladaron en una pequeña caravana compuesta por un auto del servicio secreto que abría paso, luego el vehículo civil donde también iba el militar y un chofer, atrás la ambulancia y un cuarto auto de escolta.

“Estábamos en zona de guerra y los ucranianos se sienten súper responsables de proteger a la gente que los ayuda”, explica Cruz. Recorrieron el trayecto en dos horas, mientras desde el auto veía a mucha gente caminando hacia la frontera: familias arrastrando maletas con ruedas, niños y guaguas en brazos.

Pasaron por varios controles de seguridad porque se vigila que no haya soldados rusos infiltrados o ucranianos prorrusos instalando señas que indiquen los posibles blancos para bombardear. Llegaron al hospital de Lviv para entregar la ambulancia y los esperaba un doctor militar que los abrazó mientras le corrían las lágrimas y agradecía la ayuda.

“El director del hospital me llevó a ver soldados heridos. En una pieza había cuatro chicos de 18 y 19 años, como usan cascos y chalecos antibalas, las heridas principalmente eran en sus brazos y piernas, algunos destrozados. Uno no sabe qué decir. Me apretaban la mano y yo pensaba en mis sobrinos de esa edad. Ese mismo día, nos dijo el general, habían partido tres mil muchachos a pelear al Este”.

Por la tarde, en Lviv, lo llevaron a una iglesia que estaba llena de fotos de víctimas de la guerra y objetos como cantimploras destrozadas que venían del frente. “Era de noche y empezaron las sirenas de bombardeo. Yo haciéndome el valiente y pensando ‘chuta, acá suenan cada tres horas’. Los soldados cuentan que los rusos bombardean desde las 21:00 hasta las 6:00 para mantenerlos histéricos y no dejarlos dormir”.

Juan Carlos cuenta que tiene una amiga ucraniana que vivía en Kiev. Aun cuando ya había comenzado la invasión, ella le aseguraba que no pasaría nada. Y de un día a otro cayeron misiles y tuvo que escapar a Hungría. “Estamos en el siglo XXI. ¿Cómo puede estar pasando esto? Los rusos están matando indiscriminadamente. Hablé con un funcionario del gobierno ucraniano, que fue a la zona de Bucha, y me dijo: ‘Lo que se ha descrito, imagínate tres veces más horror’. La masacre de civiles es espantosa. Te lo cuentan y se acumula el nudo en la garganta”.

Volver a la paz
El lunes partieron los 240 refugiados ucranianos rumbo a Barcelona. Algunos estaban previamente organizados y otros se sumaron a último momento. Viajaron incluso con 15 mascotas en total, entre perros, gatos y un cuy. “Tuvimos que conseguir jaulitas”, comenta Cruz.

Una vez en España las familias se repartieron entre la fundación, pisos disponibles que consiguieron y hogares de acogida, algunos de ellos en pueblos alrededor de Barcelona. Las autoridades locales han dado facilidades de documentación, como tarjetas de sanidad y empadronamiento.

“Una mamá nos contó que su hijo le preguntó: ¿esta noche no tenemos que preocuparnos de que nos vamos a morir?”, replica el chileno con emoción. Agrega que se encariñó especialmente con la familia de Marina, una mujer que viajó con su hija mayor y dos niños pequeños. “Los fui a recibir al bus, con unos osos de peluche y los chicos estaban felices, me decían: ¡Juan!”.

Juan Carlos junto a Marina y sus hijos, ya en Barcelona.

Él y Sor Lucía volvieron en avión, a cargo de auxiliar a un refugiado ucraniano enfermo de cáncer, que se trasladó junto a su mujer y sus vecinos. “Le inyectaron morfina antes de subir al avión y así y todo gritaba de dolor en pleno vuelo. Fue el viaje más tenso de mi vida”.

Agrega: “Ya en Barcelona te preguntan si van a poder volver a su país, y tú les dices que sí, para dar ánimo y esperanza, pero no tienes idea. Están tan agradecidos que uno trata de transmitirles ‘hoy lo hago yo por ti, y otro día tú por mí’. Muchos se sienten culpables de estar aquí sanos y salvos, mientras en su país sigue el espanto. Y te dicen: ‘Por favor, cuenta esto donde vayas para que no se olviden de Ucrania’”.

Juan Carlos viajaba este viernes de vuelta a Estados Unidos y el lunes retoma su actividad laboral, pero está seguro de que esta experiencia marcará su vida para siempre. “Veo el mundo de una manera distinta. Creí saber de qué se trataba el sufrimiento humano, pero nunca había visto el dolor de esa manera. Quiero volver a Ucrania, posiblemente en mayo. Vamos a tratar de hacer lo mismo, hasta que se pueda”.

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