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La lección de Alemania: De motor del crecimiento al epicentro de la recesión en la Eurozona
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La imagen no podía ser más clara. El canciller alemán, Olaf Scholz, parado frente a un pleno de las Naciones Unidas casi vacío. Una imagen impensable hasta hace unos años, cuando el cargo lo ocupaba Ángela Merkel. En su momento, la canciller alemana incluso fue bautizada por la prensa occidental como la gran defensora de las democracias liberales, un ideal de gobernante.
Pero es precisamente en la larga gestión de 16 años de Merkel en que se gestaron los problemas que han llevado a Alemania de ser el motor de la Eurozona al epicentro de la debilidad económica en la región. El éxito de la década de 2010 nos hizo sentirnos demasiado cómodos. Durante demasiado tiempo, nos hicimos a la idea de que la economía seguiría funcionando sola y que no teníamos que hacer mucho para tener éxito”, declaró esta semana ante una sala llena de inversionistas el CEO de Deutsche Bank, Christian Sewing.
La OCDE proyecta que Alemania será el país del G7 que menos crecerá entre 2023 y 2024, con una contracción de 0,2% del PIB estimada para este año. El FMI agrega que también será el que menos crecerá hasta 2028, con una expansión promedio anual de 1,4%.
Un escenario muy distinto a la década entre 2010-2019, cuando Alemania fue el motor y sostén de la Eurozona tras la crisis financiera y la crisis del euro.
El economista jefe de Berenberg, Holger Schmieding, resume bien la situación de Alemania: “La maquinaria exportadora alemana se tambalea, la construcción residencial cae en picado, los votantes están intranquilos, mientras las empresas se quejan de los excesivos costes energéticos, las crecientes cargas normativas y la omnipresente incertidumbre política”.
A pesar del pesimista escenario, Schmieding, quien en 1998 impusiera a Alemania el título de “el enfermo de Europa”, dice que hoy no es el caso. Sin embargo, el paso de Alemania de “maravilla económica” a “economía en recesión” deja valiosas lecciones para otros países.
Seguridad energética
Cuando Rusia invadió Ucrania en febrero 2022, uno de los países más alarmados fue Alemania. Después de todo, gran parte del éxito del desarrollo de su industria exportadora se debe al suministro estable y precios competitivos de gas natural desde Rusia. Los envíos comenzaron a mediados de 2011, a través del gasoducto Nordstream 1. El gas ruso ofreció entre 10% y 12% de ahorro en el costo de energía a las grandes empresas alemanas. Pero, sobre todo, les permitió contar con un suministro basado en contratos de largo plazo.
Al cierre de 2021, Rusia proveía el 55% del gas natural y un tercio del petróleo consumido por Alemania. Nordstream 1 y su expansión, Nordstream 2, fueron promovidos por el gobierno de Merkel, a pesar de la oposición de EEUU y siete países de la UE. La insistencia del gobierno alemán incluso desafió las sanciones impuestas a Rusia por EEUU y la OTAN tras la anexión de Crimea en 2014.
“Nos equivocamos. Todos nos equivocamos”, ha confesado el exministro de Finanzas de Merkel, Wolfgang Schäuble, cuestionado por la decisión de convertir al país dependiente de los envíos de gas rusos.
Nueve meses después de la invasión rusa en Ucrania, la producción en las industrias de alto consumo energético (metales, vidrio, papel, textil) había disminuido 10%. "Esto significa que hay 1,5 millones de trabajadores en Alemania cuyas industrias están actualmente bajo presión", afirmó entonces Clemens Fuest, director del Instituto Ifo.
La necesidad de diversificar sus fuentes de energía encuentra a Alemania, además, en medio de los esfuerzos por acelerar la reducción de sus emisiones contaminantes. El gobierno de la coalición entre socialistas y verdes ha apostado por imponer objetivos de reducción del consumo de energía, cuestionados por Fuest y otros economistas. Mientras, la industria y también los hogares demandan más certidumbre sobre el futuro de la matriz energética y, sobre todo, su costo.
En junio pasado, ante el ministro de Finanzas en Berlín, el gremio industrial advirtió que los precios de la energía eran tan altos que muchas medianas empresas estaban considerando mudar sus operaciones fuera del país.
Diversificación de mercados
Si Alemania externalizó el suministro energético a Rusia fue en China donde decidió concentrar sus exportaciones. Destatis, la oficina federal de estadísticas alemanas, reporta que en 2022 China fue por séptimo año consecutivo el principal socio comercial del país europeo.
No era así en 2005, cuando Merkel asumió como canciller. Para entonces, China no era prioridad ni en la agenda alemana ni Europea. El que el presidente Xi Jinping la declarara “amiga de China” y anunciara que “siempre tendrá la puerta abierta” en ese país, honor también otorgado a Fidel Castro, grafica bien la cercanía que se forjó entre Berlín y Beijing.
“Quizás fuimos muy ingenuos en un principio”, reconoció Merkel en 2021, respecto a las crecientes alertas por la mayor competencia china en áreas antes reservadas a empresas alemanas, como tecnología mecánica, industrial y automotriz.
El Bundesbank ha declarado que la excesiva dependencia comercial con China es una de las principales razones por las que el modelo económico del país “está en peligro”, dada la desaceleración de las exportaciones hacia ese país, pero también la dependencia en la importación de materias primas desde ese mercado.
Migración y mano de obra
En su advertencia el Bundesbank también acusa otro grave problema: la falta de mano de obra. Desde maestros a aprendices de oficios, no hay sector en la industria alemana que no sea afectado por la falta de personal capacitado. Una encuesta realizada por el instituto Ifo en julio pasado entre 9.000 empresas alemanas reveló que la falta de personal afecta a un 75% de las firmas de servicios jurídicos y contables, dos tercios de las empresas de transporte e ingeniería, un 43% de las firmas de IT, y un 40% entre los fabricantes de maquinaria y equipos.
Al mismo tiempo, Alemania vive el mayor influjo de inmigrantes de su historia desde 2016, cuando abrió las fronteras a los refugiados de Siria y Medio Oriente. Tras una desaceleración, el flujo alcanzó el año pasado un punto récord. Unos 1,4 millones de personas se sumaron a la población del país el año pasado, más de la mitad mayores de edad.
Sin embargo, trabas regulatorias y burocráticas, y un bajo nivel de capacitación (además del idioma) son un obstáculo para su integración a la fuerza laboral.
Por el contrario, apenas 40.000 profesionales ingresaron al país en 2022 a través del programa de visas para personal capacitado, según datos de la Bertelsmann Stiftung.
Burocracia y falta de modernización
Uno de los grandes problemas para atraer o regularizar a nuevos trabajadores es el eterno proceso burocrático que esto conlleva. Oficinas municipales atestadas, trámites que aún se realizan a través de correo físico o fax, y regulaciones que varían de estado a estado.
“Durante mucho tiempo estuvimos bastante bien y quizá dormidos y no preparados para modernizarnos y abordar los cambios estructurales necesarios y las modernizaciones que requiere el Estado”, dijo el CEO de Commerzbank, Manfred Knof, en la conferencia de inversionistas organizada por Handelsblatt esta semana.
Alemania se ubica 19° en el ranking global de competitividad digital (IMD), muy por detrás de EEUU, China, Taiwán, o Hong Kong. Es más, datos de la OCDE muestran que en Alemania sólo 8,1% de las conexiones de banda ancha son de fibra óptica versus 81% en España o 36% en promedio del bloque.
Pero quizás la lección más grande que deja Alemania es que la falta de reformas, el confiar en una “sola receta exitosa”, deriva no sólo en una desaceleración económica; sino que ésta, además, trae consigo cambios políticos y malestar social.
No en vano el partido de derecha Alternativa para Alemania (AfD), considerado radical, está ganando cada vez más terreno. En un país donde la derecha es condenada socialmente, las últimas encuestas le dan a AfD el 21% de la intención de voto, convirtiéndolo en el segundo partido detrás del centro socialcristiano.