Lecciones de Vida
Francisco Cox: “Esta guerrilla rompe todo, lo físico, lo emocional”
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A Joseph Manoba, abogado ugandés, yo no lo conocía. A través de una amiga mexicana, él me contactó porque quería crear en su país una clínica de derechos humanos, como las que yo he hecho en la Universidad Diego Portales. Eso al final no quedó en nada. Pero quedó el vínculo.
Después a Manoba lo contactó un grupo de víctimas de la guerrilla de Uganda para que los representara en la Corte Penal Internacional de La Haya. Él se volvió a acordar de mí. Me llamó y me dijo: ‘Oye, me cayó esto, no hay plata, no tengo recursos para pagarte ni nada, pero eventualmente la Corte termina pagando los gastos. Hay que postular’. No lo dudé y le respondí enseguida que sí, que me interesaba.
Eso fue a inicios de 2015, hace ya ocho años. Desde entonces, juntos representamos a 2.605 víctimas.
“Las víctimas preguntan mucho. Es conmovedor”
Siempre tuve una suerte de fascinación con África, aunque no sabía nada. Así que empecé a leer sobre la historia de esa guerrilla que estuvo en Uganda por muchos años. Fue muy violenta, horrorosa y se llamaba El Ejército de Resistencia del Señor. Además es un tema reciente, del 2004, 2005. La lideraba Joseph Kony, quien aún está prófugo, y tenía a varios comandantes a cargo. Uno de ellos, Dominic Ongwen, está preso en La Haya y contra él apuntan las víctimas que nosotros representamos.
Mi primer viaje a Uganda fue en octubre de ese año, el 2015. Fueron como 30 horas en avión y después en Uganda tuve que seguir en auto, porque estas víctimas viven en la zona norte. En los pueblitos de Lukodi, Abok y Odek. Alrededor de cinco horas de la capital, Kampala.
Hay que cruzar hasta el río Nilo, que impresiona con su caudal poderoso. De ese viaje me acuerdo de dos cosas: la tierra muy roja y que la gente camina todo el tiempo por el borde de los caminos. También las motos: es impactante cómo las cargan, vi algunas que llevaban encima sillones gigantes.
Hay que cruzar hasta el río Nilo, que impresiona con su caudal poderoso. De ese viaje me acuerdo de dos cosas: la tierra muy roja y que la gente camina todo el tiempo por el borde de los caminos. También las motos: es impactante cómo las cargan, vi algunas que llevaban encima sillones gigantes.
Las reuniones con las víctimas siempre son similares. Al aire libre, bajo los árboles, o dentro de las iglesias. Se hacen en acholi, el idioma local de la zona norte, y yo me ayudo con la traducción de Priscilla, una abogada que trabaja con Manoba y que me acompaña. Ella me traduce al inglés lo que ellos dicen, y les traduce a ellos lo que yo explico en inglés. Ahora hay algunos jóvenes que logran entender directamente, ya que han tenido acceso a la escolaridad y en el colegio les enseñan el idioma.
Las víctimas y sus familias que asisten siempre están interesadas, escuchan, preguntan mucho. Siempre quieren saber más. Eso es conmovedor. Caminan a veces durante horas para llegar a estos encuentros. El calor es tremendo.
Por seguridad, en teoría no podemos volver a oscuras de esas reuniones. Empezamos entonces a las siete, las ocho de la mañana y regresamos a las cuatro o cinco de la tarde. Nosotros nos quedamos en Gulu, que es la capital del área norte.
He ido ya como seis veces a Uganda. La última vez fue en febrero pasado, a rendirles cuenta a las víctimas de lo que hemos hecho hasta ahora. No iba hace tiempo y eso me tenía con cargo de conciencia. A La Haya, por este tema, he ido más: calculo unas 13 veces.
El proceso judicial penal está cerrado. Dominic Ongwen fue sentenciado a 25 años de prisión. De los 70 cargos que presentamos, se aceptaron 62. La defensa apeló, vinieron los alegatos, pero la sala confirmó la sentencia. Ahora lo que estamos viendo son las reparaciones a las víctimas por los daños que sufrieron.
Ése va a ser un trabajo muy largo. Lo dramático es que muchas víctimas no van a poder beneficiarse con ello. En este momento estamos a la espera de lo que haga la Corte y la sala con la orden de reparación, y ahí es cuando nosotros también participamos viendo cómo se implementa. Tienes que encontrar contrapartes que puedan implementarlo, y yo diría que el gobierno de Uganda no está tan pro Corte Penal Internacional.
“La perversión absoluta”
Las personas que representamos vivían en campamentos de desplazados internos. Entonces la lógica de Joseph Kony y, por tanto, de Dominic Ongwen, era que esta gente que estaba en esos campamentos eran apoyadores del gobierno y por eso los tenían que atacar, quitarles la comida, secuestrar a los niños, a los que convertían en soldados.
También secuestraban niñas vírgenes cuando chicas, para no contagiarse de VIH cuando después se las repartían como esposas. Terrible. Ongwen era conocido por dejarse las niñas más bonitas.
También secuestraban niñas vírgenes cuando chicas, para no contagiarse de VIH cuando después se las repartían como esposas. Terrible. Ongwen era conocido por dejarse las niñas más bonitas.
Te encuentras con cosas sin ninguna lógica. De lo que a mí más me ha impresionado es cuando me encontré con una mujer a la que, en esos ataques de la guerrilla, le habían cortado los labios. También escuché cómo a niños que convertían en soldados los obligaban antes a matar con golpes de leños a su propia familia. O madres que eran secuestradas y a la mitad del camino las obligaban a dejar abandonadas a sus guaguas, debían tirarlas al pasto.
Cuando se crea la confianza con las víctimas, cuentan historias conmovedoras. Conocimos a un muchacho, de unos 23 años, que había sido un niño secuestrado y convertido soldado. No obstante el tiempo transcurrido, este chico estaba aún convertido en un estropajo, nunca sonreía. Él había logrado escapar y contaba que cuando volvió a su pueblo se encontró con su papá. Ambos desconfiaban el uno del otro. El padre pensaba que su hijo se había convertido en un monstruo y lo podía matar; y el hijo pensaba que en cualquier momento el padre lo iba a entregar al ejército ugandés, como era la orden con quienes volvían de la guerrilla. Estuvieron toda la noche mirándose fijamente, uno frente al otro, sentados en el suelo, sin querer dormirse por el miedo.
A este muchacho lo llevamos a hablar en La Haya. Después de declarar, tenía una sonrisa de oreja u oreja. A mí me emocionó. Entonces tú dices ‘a esta persona ya le cambió la vida al sentirse escuchado en un ambiente más o menos solemne de gente con toga’. Si los jueces de la Corte Penal Internacional entendieran el poder salvador que eso tiene, darían mucho más espacio para la participación de las víctimas.
Después de escuchar tantas historias de estas personas, a uno le queda claro que la perversión de esta guerrilla es que rompen todo, en lo físico, en lo emocional. La perversión absoluta.
Imagínate el nivel de narcisismo de Dominic Ongwen que cuando finaliza el juicio, terminan de declarar todas las víctimas, a las que él escuchó en las audiencias, le dan la palabra y el tipo dice: ‘La víctima aquí soy yo’. O sea, no pide perdón ni nada.
“Es un mundo muy comunitario, pero no idealizado”
Para mí, este trabajo en Uganda ha sido alucinante en términos de aprendizaje, encontrarse con otras visiones totalmente distintas a las de uno. Estar allí ha sido una lección de vida. Aún me impresiono de lo resilientes y alegres que son.
Viajar a Uganda es maravilloso. Siento como que vuelvo siempre re-energizado de estar con ellos, de conversar. Es gente muy cariñosa, simpática, divertida. Imagínate que incluso en estos contextos, se ríen, tiran tallas. Ves cómo corren los cabros chicos, las mamás que los abrazan y juegan con ellos.
Todo es un mundo muy comunitario, pero no idealizado porque también ves cómo se pelean y discuten. Eso es lo que encuentro fascinante, cómo esta gente es capaz de construir todo esto, aunque también están quebrados.
Todo es un mundo muy comunitario, pero no idealizado porque también ves cómo se pelean y discuten. Eso es lo que encuentro fascinante, cómo esta gente es capaz de construir todo esto, aunque también están quebrados.
En un momento hubo una relación un poco tensa porque a nosotros como abogados de las víctimas ante la Corte Penal, el presidente nos daba participación un poco restrictiva y al frente estaba el defensor que hablaba y hablaba y hablaba. Nuestros representados nos decían: ‘Ustedes, nuestros abogados, no hablan tanto como el defensor’. Yo medio en broma les respondí ‘bueno, ¿pero quién ganó al final?’; y entonces ellos levantaron las manos en señal de alegría. Recuerdo que en la reunión había un señor muy viejo que dijo algo que Priscilla me tradujo.
‘El perro silencioso es el mejor para la caza’. Eso fue lo que había dicho ese señor. Allí estaba toda la sabiduría del litigio, no hablar de más, sino cuando corresponde y cazar bien. Son cosas que ocurren en esas reuniones y que me parecen alucinantes.
Cuando estás con esa gente, sientes que tienes mucha suerte. Todas las noches allá me acostaba contento. Y pensaba: ‘Soy un chileno en Lukodi, debajo de un mango, hablando con gente. ¿Qué pasó acá? ¿Qué posibilidades habían de que yo terminara trabajando con estas personas?’
Siempre me ha parecido fascinante la humanidad, los seres humanos con su complejidad, pero ahí lo ves en carne cruda. Estás lejos de toda parafernalia. Estamos uno a uno conversando. Lo que a mí me parece más interesante de esas reuniones es darme cuenta de que están escuchando, que les interesa.
En los círculos académicos te dicen ‘no, pero esta Corte que está en La Haya está desapegada de la comunidad y se hablan entre ustedes’, y yo digo no: cuando voy a Uganda la gente escucha, pone atención, te hace seguimiento. Es ser humano con ser humano. Tú a tú”.
En los círculos académicos te dicen ‘no, pero esta Corte que está en La Haya está desapegada de la comunidad y se hablan entre ustedes’, y yo digo no: cuando voy a Uganda la gente escucha, pone atención, te hace seguimiento. Es ser humano con ser humano. Tú a tú”.