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Lecciones de Vida

Nicolás Viel SSCC, Capellán de La Moneda: “La Iglesia está tomando conciencia de que requiere nacer de nuevo”

Nicolás Viel SSCC, Capellán de La Moneda: “La Iglesia está tomando conciencia de que requiere nacer de nuevo”

En una de sus primeras jornadas en el palacio de gobierno, el religioso, que articuló Católicos por Boric y se formó con sacerdotes como Percival Cowley y Mariano Puga, habla de su nuevo rol: “Nadie se mete a cura pensando en llegar a La Moneda. Pero estoy muy contento con este desafío y para mí es muy novedoso. Lo vivo como un servicio pastoral, es decir, acompañar a una generación que hoy tiene una inmensa responsabilidad política”.

Por: Sofía García-Huidobro. Foto: Verónica Ortiz | Publicado: Sábado 4 de junio de 2022 a las 04:00
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La Moneda impacta por sus características e historia. Si hay algo significativo de este lugar, se debe a las personas, que aquí tienen en sus manos una responsabilidad muy grande: la esperanza de un Chile distinto, una sociedad más justa, una dignidad más cuidadosa. Es bien potente estar acá. Hay trabajadores con más de 30 años de servicio que son testigos de la historia de nuestro país.
 
Estar acá es conocer, aprender, escuchar, compartir. Ser capellán está lejos de ser un proyecto evangelizador. Estamos invitados a animar la vida espiritual de este lugar en un diálogo interreligioso y ecuménico, aprendiendo unos de otros. Eso es bien desafiante. No venimos a imponer verdades, sino a compartir caminos de fe. 
 
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Estudié Derecho en la Universidad de Chile, como varios de este gobierno, además del propio Presidente, y con algunos de ellos, como Matías Meza-Lopehandía (jefe de gabinete), compartimos una amistad. A veces nos encontramos y nos reímos comentando que parece el patio de la Facultad. 
 
Al mandatario no me tocó conocerlo en la universidad, porque soy un poco mayor (40). A Irina (Karamanos) la he ido conociendo, aunque los medios exageraron dando a entender que éramos amigos de antes. Soy cercano a Nelson Alveal, Jefe de Producción y Avanzada de Presidencia, y tengo amigos en otros ministerios. Lo religioso depende del ministerio Segpres, del ministro Giorgio Jackson. Su equipo propuso mi nombre dentro de la terna que se presentó al Arzobispado de Santiago. 
 
¿Dónde trabaja un sacerdote? En un colegio, en una población, en una toma, en un barrio. Esto es como la excepción a la regla. Nadie se mete a cura pensando en llegar a La Moneda. Pero estoy muy contento con este desafío y para mí es muy novedoso. Lo vivo como un servicio pastoral, es decir, acompañar a una generación que hoy día tiene una inmensa responsabilidad política. 
 
Con la gente del gobierno sintonizamos muy cercanamente, somos muy cercanos en edad y en sensibilidad social y política. Tengo solo cuatro años de sacerdocio, en algunas cosas soy muy nuevo. Comencé el camino de vida religiosa a los 25 años, después de egresar de Derecho, y me ordené a los 36 años. 
 
He utilizado mis conocimientos legales en comités de defensa de derechos humanos poblacionales, como en La Legua, y en otros lugares donde brindo asesoría a familias que tienen algún hijo preso, por ejemplo. Hice un camino cercano a la filosofía del derecho y derechos humanos. Cuando pienso que finalmente me voy a despedir del derecho, me vuelvo a reencontrar con él.
 
Nunca me vi dentro de un estudio de abogados, pero perfectamente podría haber trabajado en el aparato público o seguido un camino académico. Es una profesión bellísima pero creo que la vocación jurídica, política, religiosa y social, se encuentran en este camino.
 
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La primera vez que supe que La Moneda tenía un capellán fue por el contacto y la amistad con Percival Cowley (sacerdote de la Congregación Sagrados Corazones y capellán de La Moneda durante 10 años). Él siguió un camino muy hermoso, consagró parte de su vida al acompañamiento de una generación que estuvo en política. Percival me incentivó a una reflexión social y política de la doctrina cristiana.
 
A Mariano Puga lo conocí en mi etapa universitaria. Fue muy importante para mí. Pese a la diferencia de edad, fuimos grandes amigos. Me siento formado por él. También habría que nombrar a otros curas de los SSCC, como Pablo Fontaine. En los tiempos más oscuros del país, ellos vivieron una fe muy comprometida con lo social, lo político, los derechos humanos. A mí me enamoró esa Iglesia.
 
Mi camino pastoral está de la mano de la teología latinoamericana, dentro de la cual está la teología de la liberación. De hecho, coordino, junto con un teólogo, Pedro Pablo Achondo, un diplomado de Teología latinoamericana en la Universidad Católica de Valparaíso. 
 
Esta formación tiene como punto de partida la perspectiva del pobre. Entender que el corazón de la fe está en la opción de Dios por los pobres es algo que a mí me ha animado toda mi vida. En un continente como América Latina, con estos niveles de pobreza y desigualdad, no se puede ser cristiano sin optar por los pobres. Esa es la opción que intento vivir. 
 
Crecí en una familia católica y en un colegio (SSCC Manquehue) que me mostró un modo de vivir la fe volcada a lo social. Por eso soy cura de esa congregación. De joven tuve un camino común y corriente, con momentos de claridad y de oscuridad. Cerca de la fe o cuestionándola. 
 
Pero para mí empezó a ser indisociable la vivencia de la fe, con la cercanía con el mundo de los pobres y la experiencia comunitaria. Una vida de fe centrada en Jesús y el evangelio, una experiencia de comunidad y cercanía con la gente. Juntar esas cosas fue tan potente que me invitó a preguntarme si estaba disponible para vivir eso toda la vida.
 
Esa inquietud se manifestó en el colegio de manera muy incipiente, sin tanta fuerza. Y en la etapa universitaria, en 4.º y 5.º año tuve una experiencia de inserción en una comunidad de Lo Espejo, un lugar muy herido por el narcotráfico y la pobreza. 
 
Ahí vino el discernimiento vocacional y entré a sacerdote. Desarmé un proyecto de vida: tenía una polola, una carrera. Me lancé sin tanta seguridad, y la verdad que ha sido un camino muy bonito.
 
Viví cinco años en Argentina, en Merlo, un barrio en la periferia de Buenos Aires. Es un sector muy popular y hermoso al mismo tiempo. Ahí trabajé con jóvenes y me ordené de diácono. Siempre digo que aprendí a ser cura en ese barrio, con esa gente. Fueron cinco años realmente espectaculares. 
 
Me gustaría mencionar a Matías Valenzuela, cura de nuestra congregación con quien viví allá. Fue como mi hermano mayor y murió hace un poco más de un año de un derrame cerebral. Es un compañero al cual quise mucho y siento que hoy día me acompaña aquí en La Moneda. No hay día que no me pregunte qué haría Matías en mi lugar. 

En la imagen Viel junto a Mariano Puga y Matías Valenzuela. 

 
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Mi vocación también pasó por mirar mi propia historia, agradecerla, pero saber que todo lo recibido, que era excesivo en algunos momentos, tenía que ser compartido. Vengo de una familia acomodada y habría sido un acto de injusticia si todo lo recibido, ese cariño familiar, esa buena educación, todas las posibilidades que tuve, quedaran solo para mí. 
 
Por supuesto que en algún momento eso ha provocado tensiones, distancia, conflictos internos. Pero hoy miro con mucha gratitud lo que fui y lo que recibí. Mi madre murió hace muchos años, pero yo crecí con una mamá que nos mostró la realidad social del país. 
 
Ella era trabajadora social, visitaba poblaciones y nosotros la acompañábamos. Tuvo una labor social muy fuerte y nos mostró un camino de fe donde creer en Jesús es comprometerse con los pobres. Son dos caras de una misma moneda. 
 
Soy parte de una familia grande, somos seis hermanos y tengo muchos sobrinos. Es una familia amplia y muy bonita. Me siento muy contento con ella. Con mi hermano Felipe (el actor y presentador de televisión que vive en Miami) somos muy cercanos. La gente nos ve y cree que tenemos caminos opuestos, pero tenemos muchísimos puntos de encuentro. Estoy muy orgulloso de él. Se la ha jugado. Adoptó tres hijos. Se echó al hombro tres enanos y eso es un camino súper hermoso. Él me lo dijo una vez: “Me di cuenta de que lo que mejor hago es ser papá, entonces mi aporte va a ser por ahí”. 
 
Mi familia estaba medio sorprendida de que fuera nombrado capellán. Aunque se dieron cuenta tempranamente que yo era entusiasta del proyecto político de este gobierno. Lo manifesté libremente. Políticamente, estoy más solo en los WhatsApp familiares (ríe), pero me respetan. 
 
En campaña fui uno de los articuladores de la organización Católicos por Boric. Quería desmontar etiquetas que me parecen son simplistas a la hora de comprender tanto la sociedad como la Iglesia. La Iglesia es muy diversa y yo creo que es bueno que manifestemos esa diversidad, porque es su riqueza también. Nos une un proyecto común, una causa común, una fe común. 
 
Me gusta mucho mi actual amplitud de posibilidades. Lo siento como una riqueza. Me siento muy cura en La Moneda, en el patio del Colegio Sagrados Corazones Padres Franceses de Viña del Mar donde trabajo o en la sede de la toma en Reñaca Alto. Disfruto mucho en cada uno de estos lugares. Mi vida está un poco desparramada, pero está bonita. Ahora estoy trasladándome a vivir a Santiago, a una casa de la comunidad de los SSCC en San Joaquín. 
 
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La crítica a nuestra presencia religiosa en La Moneda, siendo un Estado laico, la respeto. La encuentro razonable. Pero que el Estado sea laico, es decir, que en su naturaleza sea neutral y no tenga ningún credo confesional, no quita la posibilidad de que Estado y gobierno dialoguen con todos los actores sociales. Y la Iglesia es uno más de esos actores sociales. Representamos a una parte de la sociedad.
 
Las religiones se encuentran en lo sagrado y lo verdaderamente sagrado es el ser humano. Con los representantes de los otros credos hemos procurado formar una pequeña comunidad de capellanía, para acompañarnos en este servicio. En dos semanas más vamos a almorzar en la sinagoga del rabino Eduardo Waingortin. Estos cuatro años que vamos a compartir, será una gran oportunidad conocernos y aprender.
 
Este gobierno busca establecer puentes con todas las religiones porque quiere dialogar con la sociedad civil, y dentro de ella hay grupos religiosos. El mundo musulmán, aunque son muy poquitos en Chile, y el mundo católico y evangélico, que son comunidades más numerosas. Cada capellán, según su estilo, su sensibilidad, tiene que ir buscando su sello. 
 
Cuando llegué acá no me dieron una lista de tareas, sino que me animaron a que yo hiciera un camino de diálogo. No solo para los que están dentro de La Moneda, sino que también para la ciudad. Tenemos el sueño de vivir una capellanía abierta, que no esté encerrada en el palacio.
 
Este viernes celebré mi primera misa en La Moneda, y fue en memoria de Francisca Sandoval (periodista que murió por el alcance de una bala en medio de las manifestaciones del 1 de mayo en Estación Central). Una misa es hacer memoria de alguien que perdió la vida por entregarse a una causa. Tiene sentido preguntarnos con quiénes la queremos compartir. ¿Quiénes son los crucificados? Y el rostro de Francisca me pareció que era significativo para poner al centro de esta primera misa. 
 
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El estallido nos permitió tomar conciencia más profunda de que la desigualdad no tenía que ver solo con distribución de ingresos, sino que hay una desigualdad de trato y de acceso a bienes básicos. Todavía veo que nuestra sociedad está llena de etiquetas y prejuicios. 
 
El mundo de los inmigrantes, por ejemplo, está lleno de desconfianza. Es impresionante. Pero muchos de los inmigrantes han encontrado en la Iglesia una casa, un lugar de acogida y ha pasado una cosa muy bonita. Lo veo en Reñaca Alto. Hay una iglesia chilena más apagada, con comunidades más pequeñas y envejecidas que han revivido gracias a los hermanos y hermanas inmigrantes. 
 
Si no fuera por las familias venezolanas varias capillas estarían casi muertas. Las iglesias de barrio en muchos lugares van a renacer. Para la pandemia se organizaron comedores sociales. Eso fue muy hermoso. La Iglesia de base se reactivó ofreciendo comida en los barrios. Mujeres, en su gran mayoría, porque la Iglesia popular tiene un rostro femenino. 
 
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Me gustó que el Presidente resaltara en su discurso el hecho de que somos latinoamericanos y que estemos orgullosos de eso. Hemos tenido (con Gabriel Boric) algunas instancias de conversación. Breves, porque lógicamente está muy ocupado, pero ha sido muy amable. 
 
En este momento el país está bastante dividido entre Apruebo y Rechazo. Estoy, como todos, a la espera del texto final de la Convención Constituyente. Sabemos que no ha sido un proceso fácil, pero tengo la esperanza de que nos hará avanzar como país. Los meses que vienen por delante son para leer, debatir y reflexionar sobre el texto. Mirar el futuro con esperanza. 
 
Me conmovió el mensaje presidencial. Es la primera vez que una cuenta pública, no solo me gusta, me emociona. Me gustó la forma y el fondo. Creo que tenemos un gran presidente. Estoy orgulloso de ser parte de este proyecto. 
 
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La Iglesia católica chilena ahora está más en segunda línea y creo que es algo propio del tiempo actual. Este es un país más plural, son otras las voces que están marcando lo público. Creo que la Iglesia no debe renunciar a su voz pública, pero al mismo tiempo debe hacerse cargo de que su voz es una más dentro de una sinfonía mucho más amplia. 
 
Está bien que sea así. No lo veo como una pérdida. A veces se extraña que en algunos temas la Iglesia tenga una voz más potente. Pero creo que el lugar que nos toca es acompañar a la gente y prestar servicios más nazarenos. 
 
Por supuesto que los casos de abusos que hemos conocido desde la Iglesia se viven con dolor. Con vergüenza también. Uno se da cuenta de que es parte de una Iglesia llena de contradicciones. Puedes vivir esta crisis y quedarte estancado en la crisis, deprimido y apagado. 
 
Pero yo creo que, si bien hay que pasar por la oscuridad y por el dolor, estamos llamados a construir una cultura nueva de Iglesia. Menos vertical, donde seamos más responsables unos de otros, donde haya buen trato. Creo que en general la Iglesia está tomando conciencia de que se requiere nacer de nuevo.
 
Todos los abusos, sexuales o de conciencia, son abusos de poder. Y creo que necesitamos una Iglesia con menos poder o con el poder mejor repartido, más horizontal. El clericalismo, es decir, atribuir al sacerdote o al ministro, un poder o una importancia mayor, ha sido una de las causas de esta avalancha de abusos que hemos tenido.
 
Tenemos que extirpar el clericalismo de la Iglesia. Eso es urgente. Que sea más comunitaria. Que cada uno aporte desde su camino y el cura sea uno más”.

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