Lecciones de Vida
Pablo Ortúzar: “Me contagié de la variante delta; es como si te agarrara mal una ola”
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"Una pandemia es como una guerra: exige, en la retaguardia, ponerse a disposición de una disciplina individual y común para que las cosas salgan bien, sabiendo que hay gente en el frente arriesgándolo todo. Aquí no sirve mandarse solo y después culpar al gobierno si las cosas salen mal.
Con mi familia vivimos en Edimburgo y hemos cumplido con las exigencias sanitarias; nos vacunamos apenas fuimos llamados, con la vacuna que hubiera. En el Reino Unido, eso sí, ni en el peor momento se cerraron los parques. Parte de mi rutina diaria es subir y bajar un cerro, y eso ha sido clave para la salud física y mental. Ha sido duro, pero ni la mitad de lo que la gran mayoría de las personas en el mundo ha sufrido y sigue sufriendo.
Acá me contagié de la variante delta hace dos semanas y tuvimos que encerrarnos en casa. Comenzó como cansancio acompañado de un gran peso en la espalda. Como una mochila muy cargada. Caché que estaba frito cuando al otro día me levanté a preparar café y no le sentía el olor.
No sé dónde pillamos el virus, pero justo pasamos una semana aprovechando que casi todo ha vuelto a abrir. Hasta vimos en un pub el empate entre Escocia e Inglaterra. Yo no me había fijado en la estadística de los casos semanales, pero venían como avión, pasando los dos mil diarios en la región donde vivo. Podemos habernos contagiado en cualquier lado: lo maldito de la variable delta es que se transmite muchísimo más rápido que las otras.
Pero la vacuna sí funcionó: gracias a esa primera dosis, que teníamos hace 12 días, tuvimos casos leves, con síntomas que fueron remitiendo rápidamente. La vacuna, de hecho, ha sido el factor clave contra la propagación infernal de la delta: los casos diarios pasaron de dos mil a tres mil, pero las hospitalizaciones y muertes se mantienen muy bajas.
Eso es gracias a las vacunas.
La principal diferencia de delta, hasta donde entiendo, es la velocidad de propagación y algunos síntomas que la hacen más parecida a un resfrío o a una alergia. Mi señora comenzó con molestias al mismo tiempo. Cuando perdí el olfato pensé “listo, cagamos”. Conté para atrás los días que se demora la vacuna en generar anticuerpos, pero sabía que había que mantener la calma. Desde el comienzo de la pandemia tengo un stock de emergencia de remedios, artículos básicos y comida, pensado para esta situación, por lo que no había problema en ese flanco. Mi hermana me mandó un oxímetro, que sirve para ver el nivel de oxígeno en la sangre, para cachar a tiempo si te estás yendo a la B. Muy útil para la ansiedad. El resto es rezar y dormir.
Mi experiencia fue parecida a agarrar mal una ola grande en el mar y que te azote contra la arena. Hay un punto en que ya no estás en control: la ola te agarra y te zamarrea como si no pesaras nada. Y luego te tira al fondo, y si no te mata o te quiebra es porque no hay piedras ahí. En mi caso no había piedras, y creo que fue la vacuna la que despejó ese fondo. Salí mareado y golpeado, pero íntegro.
No hay un camino hacia afuera de la pandemia que no pase por las jeringas. Hay que vacunarse todas las veces que sea necesario. Y suspender la mentalidad del consumidor quisquilloso o del aprovechador que piensa “que se vacune el resto no más”.
También dejar de leer cadenas estúpidas en WhatsApp y ver imbecilidades en YouTube: los antivacuna son gente que lucra con el miedo y la ignorancia ajena. Lo primero para que no te hagan leso es estar claro de tu propia ignorancia. Tenemos equipos médicos poniéndole el pecho a las balas 24/7, sin dormir, agotados. Y el único esfuerzo que se nos pide hacer es vacunarnos, con niveles de riesgo bajísimos.
Los ingleses, en la Segunda Guerra, salían a trabajar y mandaban a sus hijos al colegio en Londres mientras caían bombas todos los días sobre la ciudad. Al despedirse, siempre podía ser la última vez. Lo hacían para mantener la moral colectiva y mostrarle a los nazis que no estaban dispuestos a vivir en el miedo. Ese paso al frente hoy se traduce en poner el brazo para un leve pinchazo.
Me siento muy agradecido de la vida y de Dios. Parte de ser adulto y de ser cristiano es asumir la vulnerabilidad total. El Covid me agarró justo leyendo La ciudad de Dios, de Agustín de Hipona, que es un ataque despiadado a las febles seguridades mundanas.
En Chile tendemos a atribuirle a los gobiernos y a los gobernantes superpoderes. Es una actitud infantil e insular. Es como el chiste ese de “Soa Bachelet, haga algo”. ¿Alguien creía que la variante “no iba a llegar”? A Chile van a llegar todas las variantes, porque no podemos darnos el lujo de encerrarnos hasta que pase el chaparrón.
Por lo tanto, nuestra principal arma contra el virus es la vacunación y la disciplina individual y colectiva. Somos uno de los pocos países del mundo que tiene dos y hasta tres dosis disponibles para todos sus habitantes. Somos el país latinoamericano que más ayudas ha entregado. Creo que ya es hora de terminar con el victimismo infantil promovido por los matinales y asumirnos como adultos a cargo de nuestras propias vidas, y responsables también por los demás.
El principal error de Piñera fue entregar las ayudas con cuentagotas y estirando un elástico de autoridad ya totalmente vencido. Es muy chileno eso de preocuparse más de que no te hagan trampa, que de la velocidad y oportunidad de la ayuda. También quedó claro que no entendemos bien cómo funciona la economía de las unidades domésticas de clase media: hay una economía sumergida, informal, que no pasa por el rasero del SII, y que es fundamental para entender tanto el impacto de la pandemia como para pensar la reactivación.
En Chile tendemos a atribuirle a los gobiernos y a los gobernantes superpoderes
También me parece un error no haber tenido siempre los parques abiertos y una franja deportiva, pero es un error que se subsume en otro mayor: aceptar el relato bobalicón de que la pandemia es un problema del gobierno, y que los ciudadanos son consumidores pasivos de soluciones. Eso no es así. Aquí estamos en situación de catástrofe: o remamos todos o se hunde el barco. Respecto a los aciertos, el tema de las vacunas pasará a la historia como el gran triunfo de la subsidiariedad de los años ‘90: una coordinación internacional de Estado, mercado y sociedad civil que puso a un país piñufla como Chile en una posición de privilegio mundial.
La desaprobación del Presidente Piñera ya es de guata. Estar en su contra es una disposición mental instalada en las mayorías. Y yo no puedo decir que sea inmerecido. Su incomprensión de los asuntos humanos es desesperante. Pero en el tema sanitario me saco el sombrero: errores más o menos, aquí se le sacó trote a todas las fuerzas vivas de la sociedad para lograr algo bien impresionante. Si en el futuro alguien se digna a escribir una historia de Chile, creo que ese factor saltará a la vista.
El futuro, como lo veo hoy, será tipo Singapur o Reino Unido: ambos acaban de anunciar que no habrá más lockdown, que las restricciones irán disminuyendo y que habrá que aprender a convivir con el virus. Eso lo permiten las vacunas, y nada más. El objetivo no es que no haya casos o que no muera nadie, sino que los servicios de urgencia no colapsen.
Finalmente, puede que haya vacunas algo más eficaces que otras, pero aquí lo más importante es la inmunización masiva oportuna. Eso es lo que salva más vidas. El ridículo que rechaza hoy vacunarse con Sinovac porque aspira a la Pfizer, está rechazando, en medio de una emergencia, pedir ayuda con un Huawei porque le gustan más los iPhone. No tiene ningún sentido. Hay que dejar en el mall la lógica de mall”.