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Opinión

La columna de J.J.Jinks: El marxismo de Groucho

La columna de J.J.Jinks: El marxismo de Groucho

Frente a la sorpresa de toda la ciudadanía, y a una derecha que una vez más la pillaron paveando, los principios defendidos y las convicciones democráticas fueron dejados rápidamente de lado. De un día a otro pasamos a escuchar grandilocuentes discursos sobre cómo el voto obligatorio perjudica a los más pobres.

Por: J.J. Jinks | Publicado: Sábado 13 de julio de 2024 a las 21:00
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“Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros” es una frase habitualmente atribuida al talentosísimo actor y humorista estadounidense Groucho Marx. Al parecer hay buenas razones para dudar de que la máxima sea originalmente de él, pero es tan certera para describir tantas situaciones de la vida moderna que para qué nos vamos a enredar en nimiedades arqueológicas.

La última prueba de su vigencia es la obscena cruzada de la izquierda por eliminar el voto obligatorio a través del subterfugio de mantener la obligatoriedad, pero sin costo alguno si no se va a votar. Ver al diputado Winter declamando en la Cámara al respecto con un entusiasmo y ardor dignos de una gesta épica es para deprimir a cualquiera. Evítelo si es posible.

En la última encuesta Pulso Ciudadano de Activa, el Presidente Gabriel Boric contaba con un apoyo de un 26% a nivel nacional, lo que es consistente con un voto duro y leal desde el inicio del Gobierno.

El drama para la coalición gobernante viene a la hora de abrir esos datos por grupo socioeconómico, pues ese guarismo surge a partir de un respetable 40% de apoyo en los sectores de clase media y clase alta y un paupérrimo 19% en los sectores vulnerables de la población.

No es muy difícil encontrar las razones de ello, el descontrol de la seguridad y la falta de crecimiento han impactado especialmente a las capas populares del país que no enganchan ni con las formas ni con el fondo de un Gobierno cuyas preocupaciones y temáticas aparecen alejadas de esos grandes bolsones de la población.

Para la izquierda esto debe ser especialmente doloroso, pues el pueblo al cual dicen históricamente representar simplemente no confía en ellos. Frente a esta realidad existe la alternativa de poner foco en buscar políticas públicas que beneficien a la ciudadanía que lleva una vida más dura, pero eso ha resultado siempre ser difícil y de muy largo plazo por lo que mejor una triquiñuela a la mano. Dado que esos sectores tienden a ser los que se quedan en la casa si no hay una penalidad, rápidamente prendió la idea en el oficialismo: si los pobres no votan por nosotros, mejor que no voten.

Por supuesto, existen múltiples registros donde los que hoy abogan por el voto voluntario disfrazado de obligatorio echaban llamas por la boca para defender la obligatoriedad hace muy poco tiempo atrás. El argumento clásico era que con voto voluntario los sectores más pudientes acudían a votar mientras los sectores populares no lo hacían y que con ello se afectaba la democracia. Una mirada razonable y atendible que, de hecho, terminó por imponerse con un gran apoyo transversal hasta que los resultados dejaron de ser los esperados.

Frente a la sorpresa de toda la ciudadanía, y a una derecha que una vez más la pillaron paveando, los principios defendidos y las convicciones democráticas fueron dejados rápidamente de lado. De un día a otro pasamos a escuchar grandilocuentes discursos sobre cómo el voto obligatorio perjudica a los más pobres. Alocuciones que nos recuerdan una vez más a Groucho: “Es mejor permanecer callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”.

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