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Personaje

Nueva vida en Pichilemu: Mirko Macari escucha a las plantas y hace coaching ontológico

Nueva vida en Pichilemu: Mirko Macari escucha a las plantas y hace coaching ontológico

Desde que dejó la dirección de El Mostrador en 2017, el periodista andaba buscando dónde poner sus energías. Convencido de que el poder ya no estaba en las autoridades ni las instituciones sino al interior de las personas, se capacitó para ayudar a otros en eso: empoderarse. En 2022 abandonó Santiago y se instaló en Pichilemu. Realiza sesiones para quienes desean navegarse a sí mismos, dicta talleres de lectura y hace consultorías a empresas sobre el tema. Tiene un emprendimiento con una tecnología que permite, dice él, “escuchar la música de las plantas”. Se reconoce feliz. “El personaje que yo era ya me incomodaba”, confiesa.

Por: Patricio De la Paz - Fotos Verónica Ortíz | Publicado: Sábado 28 de septiembre de 2024 a las 04:00
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"Partamos con la música de las plantas”, dice entusiasmado Mirko Macari (54). Así que trae hasta el living un pequeño aparato del cual salen dos cables: uno lo entierra en la tierra del macetero de la peperomia que tiene sobre la mesa de centro; y el otro -gracias a un clip especial- lo instala en una de sus hojas. Entonces empieza a sonar una melodía, que le saca una sonrisa al anfitrión.

Macari explica que dentro de la planta -como sucede en todos los organismos vivos- hay permanentes impulsos eléctricos que se traducen en vibraciones, que son justamente las que capta ahora el pequeño biosonificador sobre su mesa de living. Agrega que están fuera de la frecuencia del oído humano, por eso necesitamos ayuda para oírlas. Pero existen, precisa, y eso está comprobado científicamente. “La melodía es de la planta, lo que hace la tecnología es amplificarla y darle sonoridad”. Puede ser con un acompañamiento como piano o un sonido de campanas, por ejemplo.

“Y lo más importante es que cuando uno se acerca, las vibraciones de la planta interactúan con las nuestras, algo se genera ahí. Dale, acércate a la peperomia”, pide. Y efectivamente: cuando uno la toca o se pone muy cerca o la mueve suavemente, la música cambia.

Esos son los temas que hoy le interesan a Mirko Macari y no deja de llamar la atención. Él fue un periodista que se hizo un nombre en su carrera de casi tres décadas, siempre en un estilo escrutador y directo, casi provocador. Estuvo en la Revista Sábado, en La Nación Domingo y más tarde en El Mostrador, donde fue director entre 2008 y 2017. Además de programas de radio, podcast -como el recordado La Cosa Nostra- y espacios de mirada crítica a la actualidad en YouTube, como Comando Jungle. Le gustaba sacar chispas. Pero algo empezó a hacerle ruido, dice. 

El mundo que él había reporteado -su materia prima laboral- se caracterizaba porque el poder estaba en las autoridades y las instituciones. “Era un tiempo de fascinación personal, yo también quería ser poderoso”, comenta. Pero todo eso empezó a desmoronarse, explica: las marchas callejeras, el descontento de la ciudadanía cada vez más explícito, la irrupción de lo digital y las redes sociales hicieron que el poder se moviera. Él, que se sintió también fuera del juego, comenzó a buscar dónde estaba el poder ahora. Y llegó a la conclusión de que no estaba afuera, sino adentro: al interior del ser humano. 

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- Además de las transformaciones allá afuera, ¿pasó algo personal que te dispuso a ese cambio?
- No. Fue esa conciencia del cambio en el mundo externo la que me llevó al cambio en el mundo interno. Fue un proceso muy paulatino, muy sutil, donde voy buscando nuevos paradigmas o maneras de mirar. Me abrí a escuchar otras cosas, a conectarlas. Recordé que de niño veía en el velador de mi papá libros sobre el multiverso, de Rudolf Steiner, de filosofía oriental, de Fritjof Capra sobre el tao de la física. 

Todo este proceso de cambio de traje lo contó en el primer capítulo de su libro Señor director, que publicó el año pasado en Planeta y con el cual dice que cerró su ciclo de periodista de contingencia. Eran unas memorias prematuras, “un rito de despedida”, como lo califica él. Liberado de eso, Macari se lanzó liviano a territorios más conectados con el alma que con las noticias. Como oír la música de las plantas, aunque eso no ha sido lo único.

"Fue esa conciencia del cambio en el mundo externo la que me llevó al cambio en el mundo interno. Fue un proceso muy paulatino, muy sutil, donde voy buscando nuevos paradigmas o maneras de mirar. Me abrí a escuchar otras cosas, a conectarlas".

“Estaba repitiéndome de casete”

Dice que esta búsqueda comenzó después de dejar El Mostrador. Pero aún daba pasos exploratorios, así que contingencias como el estallido social o el proceso constituyente lo hacían sumergirse de nuevo en la actualidad. “El problema es que ya estaba repitiéndome de casete, que es algo bien triste. El personaje que yo era ya me incomodaba”, reconoce. El 2022 cortó de manera drástica. En agosto de ese año dejó Santiago y se fue a Pichilemu. Se compró una camioneta para moverse por terrenos costeros. Meses después terminó su certificación como coach ontológico, que es algo así como un guía que ayuda a personas a revisar sus vidas, superar limitaciones y empoderarse. Desde noviembre del año pasado hace sesiones individuales online. Duran hora. Cuestan $ 50.000.

Instalado en una casa en el sector alto de Cahuil, a pocos minutos de Pichilemu, empezó a pensar y a ejecutar más cosas. Se integró al directorio de la Fundación Abrázame, cuyo nombre indica su trabajo: llevar abrazos a niños en situación vulnerable. También, y gracias a un podcast que hacía hasta el año pasado, Salgan de la caja, conoció a Josefina Errázuriz, ingeniera comercial con posgrado en Harvard que también reenfocó sus esfuerzos y hoy, tras estudiar en Europa, se dedica a las constelaciones: a mirar un sistema -sea una persona, una familia, una organización- en relación con su contexto, incluido lo inconsciente. Macari y ella hacen juntos asesorías a empresas que buscan destrabar de manera no tradicional los problemas internos. 

“Es tener mayor conciencia y comprensión de un fenómeno en su totalidad, que es algo que nunca analizamos ni vemos. Ahora estamos en el Caso Hermosilla, por ejemplo, pero si no fuera él sería otro porque el sistema ha funcionado así por mucho tiempo. Pero no hay espacio para esa conversación. Vemos la responsabilidad penal del tipo y todo, y está bien, pero no avanzamos más. Así no se soluciona el problema ni se va a mejorar el sistema”, dice Macari, sentado frente a su terraza desde donde se divisa el mar. “Nadie ve más allá de uno mismo. El político no ve nada más grande que él. Sólo ve cómo sobrevive, porque está en estado de guerra. Eso nos limita. Estamos destruyendo todo, el sistema se está cayendo por eso”.

En sus sesiones de coaching, Macari recomienda libros. De autores como Joe Dispenza, Marian Rojas Estapé, David Hawkins, todos enfocados en una forma diferente de enfrentar los problemas, desde uno mismo. Crecimiento personal le dicen. “En los rankings de libros de no ficción, ocho de cada 10 son de este tipo. La gente está buscando cambiar la vida dentro de sí, ya no cree que el sistema le vaya a dar algo. Y estos autores son los nuevos líderes, pues conectan a las personas con nueva información, conocimiento, ciencia de punta y capacidad de transformar sus vidas”. 

Un día, cuenta, despertó pensando que con todo ese material podía organizar talleres de lectura. Le pidió asesoría por teléfono a Matías Rivas -director de publicaciones UDP y quien hace años realiza talleres literarios- y se puso a trabajar. Los llamó “Lecturas para el alma”. Hizo un piloto en junio para 10 personas en Pichilemu. La convocatoria la realizó por sus redes sociales y los cupos se llenaron de inmediato. Fueron sesiones cada 15 días, un libro por cada encuentro, durante dos meses. Empezaban siempre escuchando la música de alguna planta. 

Como le fue bien, lo hizo en Santiago, “en el iF, de mi amiga Ale Mustakis, un lugar increíble”. Asistieron 20 personas, durante julio y agosto, “gente de entre 38 y 60 años, de muy buena posición económica, buscando nuevas miradas”. Cada participante pagó $ 150.000. El 8 de octubre partirá un nuevo taller. Mismo lugar, mismo precio, posiblemente ampliado a 25 personas. Y si el entusiasmo le alcanza, planea de manera simultánea -a partir de noviembre- echar a andar también un taller en Pichilemu.

Y hay un bonus: sobre esas mismas lecturas escribe columnas en The Clinic, donde se presenta como coach ontológico, speaker y ex periodista. 

- Más allá de la satisfacción de ayudar al prójimo, ¿cómo financias esta nueva versión tuya?
- Es un proceso, estoy en una transición que también es económica. De ir desde fuentes de ingresos seguras, como era antes, a generar otras… Tenía unas luquitas de ahorro con las que me he ido dando vueltas, y ahora estoy generando entre los talleres, el coaching, alguna asesoría. Fui a una charla con una empresa en Antofagasta, también con otra en Puerto Varas. Estoy en una situación de ingreso variable, espero el próximo año estar ojalá con un ingreso fijo.

"Es tener mayor conciencia y comprensión de un fenómeno en su totalidad, que es algo que nunca analizamos ni vemos. Ahora estamos en el Caso Hermosilla, por ejemplo, pero si no fuera él sería otro porque el sistema ha funcionado así por mucho tiempo. Pero no hay espacio para esa conversación"

“Deja que los perros ladren, Sancho”

Mirko Macari arrienda la casa donde vive hoy en Pichilemu. Es una construcción de un piso, cuyo exterior está pintado de negro y el interior es lo contrario: las paredes están forradas con maderas bancas. Hay dos habitaciones, un baño grande, un cómodo living comedor, cocina americana, dos inmensos tragaluz en el techo. La energía se obtiene de paneles solares. Y él tiene conexión a internet y a la televisión vía satelital. Es un hombre enfocado en el alma del ser humano, pero no transa algunas comodidades. “No estoy viviendo una vida franciscana”, aclara. 

Planea en algún momento cambiarse a su casa propia, una vez que la construya en un terreno de media hectárea que se compró en el mismo sector. “Yo lo único que siempre supe, desde chico, es que quería vivir en la playa”, dice, contento. Sus únicas compañías permanentes son dos perros abandonados que adoptó hace más de un año: Romeo y Julieta. 

Cuenta que su rutina es flexible. “Hago lo que quiero”, afirma. Despierta a las 8 de la mañana. Hace ejercicios de respiración pránica: se obstruye las fosas nasales con los dedos, primero una y luego otra, inspira por la derecha, retiene el aire y luego exhala por la izquierda, y después lo contrario. Se sirve el desayuno. Mira en YouTube información de sus nuevos intereses. Hace bicicleta estática en la terraza. Se mete a la ducha. Puede hacer un par de sesiones de coaching. Sale a comprar verduras y frutas. Puede decidir almorzar fuera, en algún boliche de Cahuil. Visita a gente nueva que ha conocido. Camina a pie pelado por la playa. Y cerca de las 9 de la noche, se mete a la cama. 

“Dejé de tomar alcohol el año pasado -señala-. Se dio naturalmente. Tu propio cuerpo te va diciendo qué cosas hacer o no, entras como en la sabiduría del cuerpo”. Agrega que tiene una vida social más restringida. “Uno se amiga y se empieza a enamorar de la soledad”.

“Dejé de tomar alcohol el año pasado -señala-. Se dio naturalmente. Tu propio cuerpo te va diciendo qué cosas hacer o no, entras como en la sabiduría del cuerpo”

- ¿Eres hoy una persona más solitaria?
- Manteniendo mis relaciones y lo importante que son para mí las personas, disfruto mucho la soledad en este lugar. Tiene un ritmo que empieza a volverse adictivo. Pero me acompaño bien a mí mismo. No me aburro solo. Tengo la gracia de ser hijo único.

- ¿Aún consumes noticias?
- Leo titulares en Emol y Twitter. Pero no veo noticias, no las escucho en televisión ni en radio, no leo periódicos. 

En todo caso, precisa que a él le interesa conectar mundos, el de adentro con el de afuera y viceversa. Y pone un ejemplo: “El otro día hice un live en internet sobre el Caso Hermosilla y la astrología, para lo cual invité a una amiga astróloga. Porque cuando uno comprende esta estructura del universo interconectado, también entiende la astrología como una ciencia que te explica muy bien, con mucha precisión, el comportamiento de las estructuras arquetípicas que gobiernan la siquis humana. La siquis humana no es una caja: es un laberinto. Y la astrología sabe explicarte muy bien la energía de ese laberinto a nivel individual y colectivo”. 

- En un país desconfiado y descreído, ¿no temes que no te crean esta nueva faceta o se burlen de ti?
- Nunca ha hecho las cosas porque a la gente le gusten o no. Siempre habrá personas que actúen como tú dices. Es un proceso natural. Pero yo no busco que todos me amen.

Entonces, para completar la idea, Macari lanza esa famosa frase que ha recorrido los siglos: “Deja que los perros ladren, Sancho”, dice. 

Justo arriba de este nuevo Mirko Macari, en medio de la pared blanca, está un cuadro en el cual su madre, fallecida en 2010, pintó el árbol de la vida de los mayas. Cerca, en la mesa de centro, la peperomia -aún conectada a sus electrodos- continúa interpretando su melodía.


Canta un cactus de 400 años

Mirko Macari conoció a Rodrigo Cortés cuando asistió a un taller que el permacultor daba sobre medioambiente en la ecoescuela El Manzano, en la Región del Biobío. Hubo buena sintonía entre ellos y decidieron más adelante hacer algo juntos. Así nació el proyecto Somos Naturaleza, cuyo emprendimiento estrella es aplicar la tecnología creada por el neurobiólogo Stefano Mancuso para amplificar la melodía interior de las plantas. Partieron en el verano de 2023,  tras importar cuatro biosonificadores -de distintos tamaños- desde Italia. En febrero de ese año hicieron la primera presentación en un festival de yoga de Pichilemu.

Luego han realizado más actividades, gracias al auspicio que tienen de SQM. Viajaron por ejemplo al desierto de  Atacama. “Allí, nos juntamos con una señora que se encarga del jardín de uno de los hoteles top de San Pedro de Atacama. Había allí un cactus de 400 años. Cuando le conectamos la tecnología, el cactus empezó a sonar. La señora lloraba”, recuerda Macari.

También han hecho estas experiencias sonoras en un café de Santiago y, cerca de la Navidad pasada, la realizaron en el huerto del hotel Alaia, en Pichilemu. “Invitamos gratis a toda la comunidad a que fueran a escuchar la música de las plantas, conectamos las zanahorias, los tomatitos, los pepinos, las lechugas. La gente sale transformada porque efectivamente modifica tu estructura vibratoria”.

Macari espera conseguir más sponsors. “Así se podría financiar en el verano una gran actividad en el Parque Bicentenario o en La Pintana, donde 500 personas podrían ponerse audífonos y escuchar la música de las plantas y árboles de ese lugar, todo grabado con un dron”. 

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