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Personaje

Viaje al interior de la excasa de Farkas

Viaje al interior de la excasa de Farkas

Esta semana DF MAS reveló que Leonardo Farkas donó su vivienda en Lo Curro a Desafío Levantemos Chile. Con la venta se recaudarán fondos para construir viviendas sociales. El miércoles la recorrimos y conocimos historias de cada rincón, y de los cambios que diseñó -junto al arquitecto Rodrigo Domínguez- cuando le compró el inmueble a Álvaro Saieh, en 2007. “Don Leonardo gozó esta casa, la vivió y disfrutó. Pero llegó un minuto en que se quiso deshacer de lo material”, cuenta una persona de su confianza.

Por: María José López / Fotos y video, Julio Castro | Publicado: Sábado 22 de octubre de 2022 a las 21:00
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El recorrido por la casa y sus alrededores se extendió por dos horas: son 1.900 m2 construidos y 12 mil m2 de terreno.

A las 9:30 am del miércoles DF MAS llegó hasta el que fue el hogar del empresario Leonardo Farkas, su mujer, Betina Friedman, y sus tres hijos, hasta el viernes 14 de octubre.

Nos recibe Teresita Bull, líder de relaciones públicas de Desafío Levantemos Chile y Paulo Larraín, director ejecutivo de PyG Larraín Propiedades, corredora experta en el rubro de las súper casas, y la que tiene el mandato exclusivo de vender la propiedad -cuyo valor es de 150 mil UF- para que con ello la fundación, los nuevos dueños del inmueble, puedan construir viviendas sociales “de primer nivel”, en una villa que promete ser sustentable. Se calcula que serán cerca de 100 casas las que podrán levantarse. Entre los lugares que se analizan están los Lagos y Araucanía.

La mansión está literalmente en la punta del cerro, justo a la entrada del Cerro Manquehue, en Vitacura. A esa hora de la mañana circulan unos pocos peatones y ciclistas, pero el fin de semana, el sector se repleta.

El tour comienza en la portería, en el acceso exterior de la calle La Golondrina. Al lado de la numeración, se lee “Residencia Camelot”, nombre con el que la pareja Farkas Friedman bautizó el lugar. Isaías, el guardia, saluda, pregunta un par de datos y abre el portón por el que se ingresa a la vivienda construida con hormigón y ladrillos a la vista, en tono damasco claro.

El diseño original viene de los antiguos dueños, el empresario dueño de Copesa, Álvaro Saieh y su mujer, Ana Guzmán, la que, en conjunto con un arquitecto chileno radicado en EEUU (que prefiere no revelar su nombre), armó los planos que dieron vida a todos los rincones de esta casa que Farkas compró en 2008. De todas maneras, Lorenzo Pichipillán, el mayordomo, cuenta que al adquirirla, el empresario minero la remodeló completamente: recién en 2010, el mismo día del terremoto, comenzó a habitarla.

“La estructura se mantuvo, tamaño de habitaciones, pero cambió la iluminación, puso aire acondicionado, el suelo brillante”, relata Pichipillán, que trabajó primero con Saieh, y luego, con Farkas. “Es la persona más generosa que conozco. Fueron años muy felices”, revela su hombre de máxima confianza.

 Regalar todo

Tras estacionar el auto -hay capacidad para 25 vehículos, en dos áreas separadas-, una puerta de madera marca el acceso que da paso a un hall de entrada espacioso, de doble altura, en el que se exhibe como único elemento, un piano de cola negro. “A sus visitas les cantaba diversas canciones. También, en las noches, después de que terminaba de trabajar, venía a tocar un rato acá para relajarse. Tocaba puras canciones en inglés, le gustaban los Bee Gees. Artistas no venían. Su casa era bien privada para él”, cuenta. Detrás del instrumento, se levanta un enorme ventanal con vista al jardín y a la ciudad. De noche, dicen los que han estado ahí, Santiago brilla. 

A la izquierda hay un baño de visitas y guardarropa. A mano derecha está el living, donde, destacan sus enormes y englobadas cortinas de raso y los sillones de terciopelo, en tonos ocre. Las paredes de toda la casa están revestidas con diferentes diseños, varios de ellos en colores negro y dorado. “La casa original tenía menos iluminación, él le colocó más. Venían distintas empresas a decorar. La domótica la hizo la empresa Fleischmann”, relata el hombre mientras guía el recorrido. “La chimenea se prende con gas”, añade. Todos los muebles los trajo de afuera, de la India principalmente. Y dos lámparas, son de Murano. “Era una lámpara especial de la señora. Pesa 600 kilos. La iba a donar, pero es muy complicado sacarla”.

Los que conocen este lugar cuentan que la casa está intacta, tal como la dejó en 2012, cuando la familia se mudó a Miami. Lo único que sacaron fueron las alfombras -varias las regaló- y los cuadros. Hace tres o cuatro años que la familia Farkas Klein no pisa la propiedad. La tenían a la venta hace un año -a través de PyG-, hasta que hace un mes, Farkas decidió donarla. Y contactó a Cristian Goldberg, presidente de la fundación.

-¿Por qué no se lleva las cosas?

-No le interesa. Llegó un momento, en que se desapegó de todo. Se fue de Chile pensando que iba a volver. Se vendieron propiedades en Vía Aurora (cerca de esta casa en Lo Curro), Copiapó, y no se justificaba tener una tremenda mansión. Cuando venga de visita, irá a donde su madre, aquí cerca. Regaló varios vehículos. Le queden algunos guardados. Donó el Bentley y un Hammer. A mí me regaló un Chrysler negro. Armé un espacio en mi casa en el sur para cuidarlo. Lo veo como un recuerdo.

Pichipallán cuenta que cuando Farkas compró la casa, lo hizo a puertas cerradas, es decir, con todos los muebles incluidos. Y él regaló todo”, señala.

 El castillo

En la cocina aún están los cuchillos con los que Farkas solía preparar platos a su familia. Están los tres hervidores, los dos hornos y la gran campana industrial. Le gustaba cocinar, pese a que igual trabajaban con él un chef, un ayudante de cocina y cocinera. Ahora quedan solo siete personas del staff inicial (en su peak, fueron cerca de 15). “Es el mejor jefe que hemos tenido. Muy generoso. Aquí todos comíamos lo mismo”, confiesa Corina, asesora de hogar hace 14 años con los Farkas. Cuentan que lo que más le gustaba era el pollo y el salmón. A su mujer, la tilapia, y a sus hijos, la reineta. “Era muy sencillo. La mesa se ponía de forma normal, nada rebuscado: un plato, un tenedor, un vaso.

Volvemos al hall central. A mano derecha, un gran ventanal deja ver la piscina techada, a la que se llega tras subir ocho peldaños de mármol. Explican que se ve blanca porque Farkas solo la trataba con sal, nada de cloro. La estructura es la misma que diseñó el matrimonio Saieh Guzmán, el mismo jacuzzi, cascada y los mismos chorros de agua que la rodean, pero Farkas pidió revestirla en láminas de oro. También modificó la iluminación y, como buen melómano, llenó el área con parlantes en el techo, al igual que en varios lugares de la casa. Dicen que nadaba a diario, y que la temperatura era de 37 grados en invierno y verano (se calienta a gas). Y que como no le gusta el frío (en los meses de invierno, salía del país para instalarse en lugares con buen clima), no necesitó nunca una piscina helada. La dejó vacía al irse.

“Entramos en la zona de la pieza principal”, relatan los que conocen la vivienda. De frente hay una empinada y estrecha escalera caracol, de peldaños blancos, que culmina en una torre de ladrillos con un mirador con vista 360° en la parte más alta de la casa -“donde recibían a los invitados con una copa de champagne para mirar la ciudad”, explican-, mientras que a la izquierda, se despliega el walking closet que tenía Betina, un espacio de dos pisos con tocador y kitchenet, que antes fue el escritorio de Álvaro Saieh. Farkas lo remodeló completo para ella.

Y, a mano derecha, está el walking closet de él, al que agregó aire acondicionado. También está el baño, en tonos blanco y dorado, y el jacuzzi. Al final del pasillo, su pieza matrimonial, en la que se ve otra lámpara Murano y dos grandes sillones de terciopelo blanco para contemplar la vista al cerro. Aquí también implementó un sistema de audio y revistió las paredes con un diseño que el matrimonio elaboró y que, al igual que en toda la propiedad, delegó a la Constructora Carrasco para su implementación.

En la alarma se vuelve a leer el nombre de la propiedad: Residencia Camelot. “Le puso así porque para él esta casa fue un castillo. Él la vió como un castillo”, dicen. En tiempos de Saieh, se llamaba Villa Anita, en honor a su mujer.

Bajamos la escalera de caracol, al subterráneo. Ahí Saieh tenía una capilla -con altar y bancas-, pero como Farkas no es católico, armó en ese lugar su oficina, donde instaló una réplica del escritorio del expresidente de EEUU, Ronald Reagan. Sus cajones están vacíos, con uno que otro folleto de tecnología, y las llaves están puestas. Lo acompaña un enorme sillón de cuero del que aún cuelga su etiqueta. En este lugar recibía a las personas con las que hacía negocios en su época de empresario minero. El área no tiene ventanas, pero sí un sistema de calefacción que tempera el aire.

-¿Qué se podría hacer acá?

Responde Paulo Larraín: “Una biblioteca, una cava de vinos, por ejemplo”.

Al salir por una puerta, llegamos al que fue el escritorio de Betina, quien trabajaba diseñando accesorios de vestuario. Hoy, el espacio está despejado, y se ve una gran mesa donde realizaba sus dibujos. Esa habitación tiene salida al jardín.

El patio de los naranjos

Salimos al exterior. Grandes terrazas, despejadas todas. Ahí se hacían cócteles y recepciones para celebrar fiestas y cumpleaños familiares. En Navidad y Año Nuevo la preferían salir de Chile. Se ven unas reposeras apiladas que en tiempos de Farkas, se disponían en la piscina. Cuando Saieh era el dueño de la casa, en ese lugar se veían algunas esculturas. “Ambos jefes son coleccionistas de arte. La diferencia es que don Leonardo es más moderno, y don Álvaro, clásico. A don Leonardo le gustaba el oro, y era de mostrar lo que tenía. Don Álvaro, de ocultar”.

Lorenzo cuenta que la casa tiene sistema de alarma y radares. Que han intentado ingresar personas desconocidas tres veces, todas sin éxito. “Es imposible”, repite.

“La seguridad era problema mío. Yo tenía que hacer las entrevistas a guardias. Y me tenía que encargar de contratar y despedir”.

Al avanzar por los jardines, retomamos el tema de la donación. “Cuando decidió hacerlo, me lo comentó. Me dijo que era lo más apropiado, porque sabía que iban a construir casas, que en la fundación Desafío harían una buena obra. Estaba ilusionado, me dijo: ‘vamos a ayudar a la gente pobre’. Siempre lo ha hecho. Pero ahora quiere hacerlo más. Algo le tiene que haber pasado, porque de un momento a otro comenzó a regalar sus cosas”. “Para el terremoto me hizo averiguar qué le pasó a cada persona que trabajaba acá. Y les devolvió en dinero todo lo que perdieron. Decía ‘mi rabino me enseñó que yo tengo que entregar porque he recibido mucho’”.

-¿Betina es igual?

-Sí. Pero cuando quiso entrar a la política, no. Eso no le gusta.

Atravesamos el quincho y subimos una escalera que bordea los jardines exteriores y el perímetro lateral entre la casa y el cerro. Se ven diversas plantaciones y áreas verdes. Se ven unos naranjos. En sus tiempos de precandidato presidencial, echaba tallas que tenía su propio patio de los naranjos”, ríe su hombre de confianza.

Después de 90 escalones, llegamos a un mirador. Bajo él, hay un estanque de agua. “Si se corta el agua, la casa tiene reserva para un tiempo”. En los años de Saieh, este era un espacio cuyo fin no era más que ese. Farkas aprovechó la vista e instaló ahí otro jacuzzi. Este es blanco. Los que han visitado la casa dicen que cuando cae la nieve, “la vista es espectacular”. El perímetro está rodeado de olivos que plantó Saieh, quien, indican, “era bueno para comer aceitunas”. Aquellos árboles se cultivan con ceniza.

Cuando se realizaban eventos, la casa se llenaba de guardias, para resguardar la privacidad de los espacios, y se utilizaba el montacargas -caben tres personas-, para trasladar mesones con comida.

Volvemos a entrar. Nos falta recorrer la salita, “el corazón de la casa”, cuentan quienes lo conocen. Entramos a un área de cuyas paredes están pintadas con diseños juveniles, un gran sofá, una televisión, y una mesa de pool con paño burdeos. Todo intacto. Al fondo están los camarines, el baño turco, la cava de vino -principalmente guardaba ahí de viñedos australianos, su favorito-, el gimnasio y la sala de cine, con cinco filas de butacas de cuero negro.


 El ciclo que termina

“¿Quieren ver la cancha de tenis y raquetbol?”, pregunta Lorenzo Pichipallán.

Cruzamos el jardín, se ve una pileta en un desnivel -donde antes hubo una virgen- y llegamos a esta zona deportiva. La cancha de tenis está vidriada, tiene cerco eléctrico y cámaras por el perímetro y un sistema de suelo -azul- que trajo de EEUU, y que, según cuentan, sólo hay tres o cuatro iguales en Chile. Dicen que hasta acá vinieron figuras como Fernando González, Nicolás Massú, el Chino Ríos, entre otros. Desde ahí se ve el otro estacionamiento. Luego, por una escalera llegamos al raquetbol, un salón de suelo de madera, vidriado, en el que hay una pequeña gradería y camarines. Farkas es fanático de ambos deportes, sus hijos también. Pero además, solía prestarlo para que jugaran amigos y familiares. Esto es todo nuevo, todo creado por los Farkas Friedman.

Detrás se ve el cerro Manquehue, donde llegan personas a hacer deporte los fines de semana. “A don Leonardo no le molestaba que se llenara de gente. Él solía subir el cerro. Y si se topaba con niños, les repartía billetes. Para Halloween, lo mismo. Y estos años con él fuera, nos mandaba dulces para que diéramos. Este será el primer 31 de octubre en que no estaremos en esta casa”.

“Ahora sí terminamos el recorrido”, concluye Pichipallán. Son pasadas las 11 de la mañana.

-¿Le da pena irse de la casa?

-No estoy triste. Siento que ya cumplí un ciclo. Y me alegro que con esto, familias tendrán donde vivir.

 

La cancha de ski: el proyecto pendiente

Farkas es además dueño de dos paños que colindan con el reciente que donó, que en total suman cerca de 2 hectáreas. Los compró para resguardar su propiedad y asegurarse de no tener a nadie muy cerca. Ahí -por donde se suelen ver zorros cumpeo y aguiluchos- desarrolló un proyecto que diseñó junto al arquitecto Rodrigo Domínguez, que alcanzó a tener planos listos. Incluso aprobación municipal, revelan conocedores de la época. Lo desechó cuando se fue de Chile, pero ahí quedó, guardado en un cajón. Se trata de un plan totalmente desconocido, que consistía en crear una cancha de ski, con andarivel o una mini telesilla, inspirada en Barros Negros, de La Parva. Además habría pistas de bicicleta, enduro y un parque con canopi. “Lo pensó para sus hijos, a quienes les gustaban esos deportes. A él no. Él no era un hombre de nieve”, señalan. Farkas prefería el sol.

¿Quién la compra?

Paulo Larraín responde: “Una embajada podría ser. O una persona natural. No creo que el que compre, quiera demoler, si no que sacarle partido a lo que hay, que es muy bueno”. Nicolás Birrell, director de Desafío Levantemos Chile, cree que todo lo que está sucediendo ahora, le suma valor al inmueble: “La casa que nos donó Leonardo Farkas representa una oportunidad comercialmente muy atractiva y que no suele darse normalmente. Lo anterior, dado que se ofrece a un precio significativamente menor a lo que costó (aproximadamente 3 veces menos). Tiene la mejor vista de Santiago en un sitio valiosísimo, se aplanó y disponibilizó gran parte de los 12.000 metros del terreno con el costo que eso significa y el inmueble se encuentra en perfecto estado de conservación. Cuestión aparte es todo el finísimo mobiliario y se incluyen en el precio. En definitiva, esta oportunidad no se va a repetir. Y lo mejor de todo: con el resultado de esta venta haremos una villa sustentable de primer nivel que beneficiará a cientos de familias, elevando los estándares constructivos de las viviendas sociales hechas en Chile hasta el momento lo que dará inicio a un piloto de nuevos barrios sociales que escalaremos en todo Chile producto del alianzas público privadas que hemos ido cerrando”.

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