Personaje
Ximena Hinzpeter y sus fotos incómodas: "Siempre me he sentido la oveja negra de la familia”
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Ximena Hinzpeter (56) tomó la cámara de fotos, para convertir eso en su oficio, hace ocho años. Las razones fueron varias, aunque podrían resumirse en dos. Primero, que se iba quedando cada vez más sorda, producto de una hipoacusia bilateral genética, que es imparable e irreversible: decidió que si iba a perder el oído, entonces iba a reforzar la vista. Algo así como transformar un problema en una oportunidad. Lo segundo tuvo que ver con su padre, el pediatra Carlos Hinzpeter, y posiblemente fue el motivo más poderoso.
La periodista cuenta que una medianoche de mayo de ese año, 2016, recibió una llamada de él. No habían tenido mucho contacto en tres décadas, después de que el doctor había dejado la casa por otra mujer y otra familia. Le dijo que estaba en el auto, perdido en una calle que no sabía cuál era. La hija le pidió que se acercara a alguien y preguntara dónde estaba. El padre lo hizo y le dijo que era Vitacura. Una calle que él conocía bien, porque vivía al lado. Ella supo entonces que algo no andaba bien.
Tiempo después, Carlos fue diagnosticado con demencia senil. Ximena y sus hermanos mayores -Daniel, traumatólogo; y Rodrigo, abogado y ex ministro del Interior- lo instalaron en un hogar. Y mientras ordenaba sus cosas, la hija menor encontró la cámara con la que él era un fotógrafo aficionado. La tomó y salió a la calle a capturar imágenes. Como una manera de aferrarse a ese padre que empezaba a extraviarse.
Ximena Hinzpeter -que antes trabajó en comunicaciones de centros de estudios, como el Instituto Libertad y el CEP, y luego escribiendo para El Mostrador- nunca más se detuvo en sus fotografías callejeras. Las imágenes comenzaron a recibir atención y comentarios en su Instagram, que hoy suma 26.200 seguidores. Así, lo que empezó como un desahogo se convirtió prontamente en ocupación. Y ella fue afinando un estilo propio que se reconoce por capturar rostros que no ocultan imperfecciones y que están saturados en color y en texturas, generalmente con fondos negros. Retratos tomados por sorpresa, con disparos rápidos, especialmente en sectores populares. “En el barrio alto no me resulta, porque la gente no anda en las calles, no las viven -comenta-. Se suben al auto y se van al mall, donde no me dejan entrar con la cámara, o al aeropuerto para irse fuera de Chile”.
“En el barrio alto no me resulta, porque la gente no anda en las calles, no las viven -comenta-. Se suben al auto y se van al mall, donde no me dejan entrar con la cámara, o al aeropuerto para irse fuera de Chile”.
En 2019 publicó su primer libro fotográfico, Ciudad somos todos, junto al Hogar de Cristo. Y hace un mes lanzó un segundo, esta vez financiado por un Fondart de $ 10 millones, cuyo título es La Chimba del otro lado. Son 300 ejemplares que distribuye gratuitamente. Allí muestra los habitantes de este sector en la ribera norte del Mapocho, ubicado entre las comunas de Recoleta e Independencia. Mujeres, parejas, hombres solos. Serios, sonrientes, molestos. Caminando, pensativos, durmiendo en la calle. Lleva años yendo para allá y asegura que en cada visita saca cerca de mil fotos.
Dice que esa zona ya la siente su hábitat natural. Aunque en sus redes sociales estas imágenes generan debate entre quienes las aplauden y quienes las critican por considerar a su autora como una intrusa en un barrio que, sostienen, no tiene nada que ver con ella y al que expone sin delicadeza. “Bueno, no todo el mundo puede ver en mis fotografías esa belleza, ese amor que yo siento cuando las hago”, se defiende.
Retrato en La Chimba. Crédito: Ximena Hinzpeter
“Me siento bien en ese barrio peligroso”
- Partiste de fotógrafa como una salida a la pérdida de audición y como un reencuentro con tu padre. ¿Cómo defines tu oficio ocho años después?
- Ha pasado el tiempo y esos dos temas iniciales cambiaron. Mi padre murió en la pandemia, y yo lo perdoné por sus 30 años de ausencia. Fue bonito y me hizo el duelo más fácil. Ya no ocupo su cámara, pero la fotografía es un obsequio que él me dejó. Respecto de la audición, voy camino al silencio a paso rápido. Por suerte la fotografía me sacó del mundo auditivo. Y me acomoda hacerla en la calle, porque voy sola y no hablo con nadie. Es como entrar un poco en trance. A La Chimba no puedo ir más de una hora, porque es estresante, peligroso, intenso. Te tiran agua, me han empujado la cámara en la cara. Pero aunque es a través del lente, la relación mía con la persona allá es de tú a tú.
- Dices que La Chimba es tu hábitat natural. Pero eso no era predecible en tu biografía, ni en términos geográficos, ni sociales, ni económicos. ¿Cómo lo explicas?
- Es muy extraño. Tiene que ver con asomarse a la vida de los demás y darle a cada uno una dignidad y una belleza. Yo me siento bien en ese barrio peligroso.
- ¿Que te hace sentir bien?
- Voy a decir una cosa que me van a odiar, pero bueno: en mi familia yo fui muy marginada. Mis dos hermanos hombres eran los niños de la casa, yo estaba pintada. Era invisible. En La Chimba, en cambio, me siento viva. Allí son auténticos, heterogéneos, únicos, no se ponen caretas.
"En mi familia yo fui muy marginada. Mis dos hermanos hombres eran los niños de la casa, yo estaba pintada. Era invisible. En La Chimba, en cambio, me siento viva"
- En las redes, tus críticos te tratan de “vieja cuica que va a husmear a los pobres”, que los expones, los exageras. ¿Cuánto te afecta eso?
- Me dolía más antes que ahora. Uno va desarrollando piel más dura.
- Vas una hora a sacar fotos a La Chimba, te subes a tu auto y regresas a tu casa en Lo Curro. ¿Puede eso ser parte del ruido sobre tu trabajo?
- Sí. Hay mucha gente que me desprecia por eso y te diría que básicamente es la clase media. Son ellos son los que se enojan, los que sienten que estoy yendo a ensuciar, que mi lente es muy violento. Con los de La Chimba es todo lo contrario, son buena onda. Tampoco hay problema con la clase alta, lancé el libro en Zapallar y estaban dichosos de ver estas fotos, todos vieron al tiro la belleza.
- Honestamente, ¿tú te consideras una “vieja cuica que va a husmear a los pobres”?
- Bonita pregunta… Yo creo que sí, fíjate. Soy vieja, tengo 56. Soy cuica, aunque mi línea de crédito está totalmente copada. Pero vivo en Vitacura, tengo Isapre, vengo de una familia con privilegios. Respecto de husmear, me encanta eso, porque es asomarme a los demás.
¿Husmear a los pobres? Es que me siento mejor ahí que en Vitacura.
- ¿No te importa arriesgarte? Contaste que un carabinero de La Chimba te advirtió que podías terminar apuñalada…
- Sí, pero ni le respondí y seguí sacando fotos. Soy valiente, en el sentido que me da miedo ir, pero igual voy.
- ¿Qué te dicen tus hermanos de tu trabajo de fotógrafa?
- No les interesa ni les gusta. Tampoco les gustan las cosas que digo en la prensa. Yo siempre me he sentido la oveja negra de la familia. Veía cosas que nadie más veía, soy gritona, garabatera, si estoy mal, grito, lloro. Me siento mucho más una mujer de La Chimba que una de Vitacura.
"Por suerte la fotografía me sacó del mundo auditivo. Y me acomoda hacerla en la calle, porque voy sola y no hablo con nadie. Es como entrar un poco en trance"
- ¿Y qué opinan tus tres hijos?
- Mis hijos son un amor. Ellos me encuentran súper chora. Orgullosos que la mamá tenga personalidad y haga estas fotos tan atrevidas.
La aristocracia del trauma
En el prólogo del nuevo libro, el fotógrafo Jorge Brantmayer -quien fue el editor- escribe sobre el desparpajo de Ximena Hinzpeter para capturar rostros. De su atrevimiento que sorprende. También de sus fotografías, que califica de “inoportunas” y “avasalladoras”. Adjetivos que calzan con una apuesta que tiene innegable provocación.
La aludida se siente halagada con todo eso que reconoce como parte de ella misma: “Como cuando Flaubert decía ‘Madame Bovary soy yo’. Yo tengo todas las características de mis fotos. Soy rebelde, contestataria, confrontacional. Soy inoportuna, soy avasalladora, pese a que soy tímida. Es cierto que soy niñita de colegio particular inglés, que estudié en la Universidad Católica, pero yo no estoy en la norma. Me he casado dos veces, me he separado tres”. Cuenta que con su última pareja, el ingeniero Ricardo Senerman (presidente del grupo Sencorp), terminaron hace seis meses. “Nunca había vivido sola hasta ahora. Me casé a los 20, salí de la casa de mis papás a la de mi marido, imagínate”.
En alguna oportunidad, Ximena Hinzpeter definió a sus fotografías “como la vida social del pueblo”. Y esta tarde de fines de noviembre, lo reafirma. “Mucha gente de La Chimba me empezó a seguir en redes. Ven las fotos y se reconocen. Alguien me pidió que le mandara una porque aparecía su papá y se había muerto. Otros me dicen: ‘Esta señora va a comprar al local donde yo atiendo’. Me piden las fotos y se las mando. En una hay un guapo, que se parece a Sócrates, que me avisaron que se murió. Quiero mandarle la foto a su familia”.
Retrato en La Chimba. Crédito: Ximena Hinzpeter.
Brantmayer, en el prólogo del libro, considera a Ximena como “hermana artística” del norteamericano Bruce Gilden, histórico fotógrafo de la agencia Magnum, que tiene retratos tomados en las calles de su natal Nueva York y en otras ciudades del mundo. Imágenes crudas, sin filtro, siempre con flash. Ximena cuenta que ella se enteró de su trabajo porque alguien se lo comentó en Instagram.
“Me dijo que hacíamos fotos parecidas. Lo busqué y casi me morí, porque efectivamente reconocí mis fotos en las suyas. Leí una entrevista donde él decía que lo que persigue en sus fotos es el rostro de su madre que se suicidó cuando él era adolescente”, recuerda.
“Me dijo que hacíamos fotos parecidas. Lo busqué y casi me morí, porque efectivamente reconocí mis fotos en las suyas. Leí una entrevista donde él decía que lo que persigue en sus fotos es el rostro de su madre que se suicidó cuando él era adolescente”, recuerda.
- Y en tu caso, ¿persigues algún rostro en tus fotografiados?
- Mi papá. Me acuerdo cuando era niña y él se acercaba a mirarme las amígdalas. Yo lo veía desde abajo. Como en mis fotos, muchas de las cuales las tomo sentada en suelo.
Otra fotógrafa a la cual Ximena nombra es Diane Arbus, quien retrató a seres humanos que están en el margen, considerados freaks. “Mis personajes no son los freaks de Arbus, sino personas comunes y corrientes que han tenido vidas sufridas. En eso no tenemos nada que ver. Pero hay una frase suya que para mí fue una epifanía. Decía que ella retrata la aristocracia del trauma. Y yo sentí que hago eso, que persigo a la aristocracia del trauma”.
"Pero hay una frase suya (de Diane Arbus) que para mí fue una epifanía. Decía que ella retrata la aristocracia del trauma. Y yo sentí que hago eso, que persigo a la aristocracia del trauma”
- Se nota que la fotografía te energiza. ¿Qué pasaba en tu vida antes de que ella se te cruzara?
- Creo que había un vacío grande.
- ¿Tienes alguna rutina fotográfica?
- No. Sólo voy un día a la semana a La Chimba, al mediodía.
- Los fotógrafos evitan la luz a esa hora… Otra vez vas a contracorriente.
- A mí me gusta ese sol, lo busco. Es una luz dura que te muestra la verdad de los rostros.
La misma raza
Ximena Hinzpeter dice que también lleva un par de años tomando fotos callejeras en Providencia, en los alrededores del metro Los Leones. “Es otro mundo. Ves a la clase media, a señoras mayores, a jóvenes tatuados enteros. Pero siempre encuentras lo que me interesa: la naturaleza humana”, cuenta. Su plan es convertir ese material en un libro.
Pero antes de eso, tiene un proyecto más urgente. Un libro que postuló a un nuevo Fondart y que se llama La aldea sí que es global. Se trata de fotos tomadas en distintos lugares, casi en las antípodas, y donde las personas están en actividades idénticas.
“Fui varios veranos a Cartagena y luego a Zapallar, por ejemplo. Vi a gente haciendo las mismas cosas. Lo mismo en Chicago, o en Miami, o en Barcelona. Personas desplazándose en sillas de ruedas o jugando con un cubo, por ejemplo. Somos al final una misma raza”.
- Una duda: ¿logra la fotografía financiarte la vida o es una ocupación que debes financiar tú?
- Noooooo. O sea, igual puedes ganar concursos donde hay premios monetarios. Pero la verdad es que a mí la fotografía no me da para vivir.
Ximena Hinzpeter dice que también lleva un par de años tomando fotos callejeras en Providencia, en los alrededores del metro Los Leones. “Es otro mundo. Ves a la clase media, a señoras mayores, a jóvenes tatuados enteros. Pero siempre encuentras lo que me interesa: la naturaleza humana”, cuenta. Su plan es convertir ese material en un libro.
Pero antes de eso, tiene un proyecto más urgente. Un libro que postuló a un nuevo Fondart y que se llama La aldea sí que es global. Se trata de fotos tomadas en distintos lugares, casi en las antípodas, y donde las personas están en actividades idénticas.
“Fui varios veranos a Cartagena y luego a Zapallar, por ejemplo. Vi a gente haciendo las mismas cosas. Lo mismo en Chicago, o en Miami, o en Barcelona. Personas desplazándose en sillas de ruedas o jugando con un cubo, por ejemplo. Somos al final una misma raza”.
- Una duda: ¿logra la fotografía financiarte la vida o es una ocupación que debes financiar tú?
- Noooooo. O sea, igual puedes ganar concursos donde hay premios monetarios. Pero la verdad es que a mí la fotografía no me da para vivir.
Se ríe y, sin dar detalles, agrega: “Menos mal tengo otro tipo de subsidios”.