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Personaje

La tensión, el cuestionado estilo y las exageraciones: Detalles desconocidos en la trayectoria de Alberto Larraín

La tensión, el cuestionado estilo y las exageraciones: Detalles desconocidos en la trayectoria de Alberto Larraín

El Caso ProCultura sigue sumando episodios: escuchas telefónicas fueron declaradas ilegales y recién fue removido el fiscal a cargo, Patricio Cooper. La fundación en el centro de la polémica fue cofundada por el psiquiatra Alberto Larraín en 2009, quien también tuvo que cerrarla en noviembre de 2023 en medio de una investigación -aún abierta- por el gasto y destino de fondos públicos recibidos. Aquí, detalles desconocidos de este protagonista.

Por: Por Patricio de la Paz y María José Gutiérrez | Publicado: Sábado 17 de mayo de 2025 a las 21:01
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El viernes en la tarde, el Fiscal Nacional Ángel Valencia removió del caso ProCultura al fiscal de Coquimbo Patricio Cooper. Esto tras el fallo de la Corte de Apelaciones, que pocas horas antes declaró ilegal la interceptación del teléfono de Josefina Huneeus, exmujer de Alberto Larraín, creador y líder de la cuestionada fundación. 

Mientras esto sucede, y con ProCultura acaparando casi la totalidad de los titulares de prensa —en el marco del Caso Convenios, que investiga traspasos irregulares desde el gobierno a instituciones sin fines de lucro—, el psiquiatra de la Universidad de Chile pareciera hacer una vida “normal”. Al menos laboralmente. 

Desde que explotó el caso en junio de 2023 Alberto Larraín no ha dejado de atender pacientes. De hecho, la plataforma de agendamiento de horas Encuadrado tiene la última reseña del médico este sábado, y con cinco estrellas. “Me siento escuchada y muy contenida en la terapia con Alberto. Me ha hecho reflexionar sobre temas que inconscientemente estuvieron ahí hace tiempo sin tratarse o enfrentarse y creo que con su ayuda voy a poder hacerme cargo de ellos. Gracias mil!”, dice otra reseña posteada en la plataforma este jueves. 

El psiquiatra realiza consulta telemática desde su casa en Ñuñoa. Según un colega, no tiene otra opción: con toda la atención mediática que tiene el caso, es prácticamente imposible que pueda atender en alguna clínica u hospital. Y para tener una consulta presencial en el domicilio, agrega, se requiere una resolución sanitaria, que no tiene. 

Cuando inicia el contacto con nuevos pacientes, Larraín siempre les advierte de entrada que es la misma persona que dirigía ProCultura, para despejar enseguida cualquier suspicacia. En general, comenta un cercano, tiene buena recepción. 
A veces en su Instagram, donde diariamente escribe reflexiones y entrega datos sobre salud mental, avisa que le quedan cupos disponibles para atender pacientes.
A continuación, algunos episodios y detalles desconocidos del actuar y de la personalidad de Larraín, que dan más pistas sobre él.


Lota, un sueño cumplido a medias


El psiquiatra Alberto Larraín estaba obsesionado con una idea: irse con su familia —su entonces mujer y también psiquiatra Josefina Huneeus y sus tres hijos— a vivir a Lota, en la Región del Biobío. Era 2018. La fundación ProCultura ya llevaba ocho años de funcionamiento. Nadie nunca entendió bien cuál era su fijación con ese lugar. Pero justo cuando él ya casi tomaba la decisión de trasladarse hasta allá —tenía casa y colegios para sus niños listos—, la fotógrafa Ilonka Csillag, que había cofundado ProCultura con él en 2009, le comunicó que se retiraba de la fundación. Eso a él le cambió los planes, y se tuvo que quedar en Santiago. 

Los sueños familiares de armar vida en otro lugar terminaron de desbaratarse un año después, en 2019, cuando Huneeus, tomó la decisión de separarse. Dos años después, Larraín dio a conocer que estaba en una relación con el sociólogo Sebastián Balbontín, que se mantiene hasta hoy.

Pero en lo que respecta a Lota, Larraín no se dio por vencido del todo. En 2020, la fundación echó a andar en ese lugar uno de sus proyectos más grandes, que consideraba la mina, los campamentos y el Parque Cousiño. Para el director ejecutivo el tema era tan importante, y se sentía tan orgulloso, que la reunión del directorio de ProCultura en octubre de 2022 se realizó en esa ciudad. Es la única sesión que se hizo, en toda la historia de la fundación, fuera de Santiago. Según recuerdan algunos asistentes, la idea fue ver en terreno el avance y el impacto del proyecto. Y dar una señal de presencia de la fundación.


El factor Ilonka

El link lo hizo Marta Cruz-Coke, abuela materna de Josefina Huneeus —y mamá de Marta Lagos, directora fundadora de la Corporación Latinobarómetro—. Ella era amiga de la fotógrafa y gestora cultural Ilonka Csillag, quien por ese tiempo había dejado su trabajo en el Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico, y la puso en contacto con Alberto Larraín, marido de su nieta. Entre ambos surgió la idea de armar una fundación de proyectos patrimoniales. 

Como para la constitución de una fundación se necesita al menos tres personas, Csillag invitó a una amiga, Dolores Brunilda del Carmen Casanova Mora, a ser la tercera firma. En todo caso, Casanova nunca tuvo participación ni injerencia en el trabajo de la fundación. Sólo fue para cumplir un requisito formal, insisten. De todas formas, trabajadores más antiguos recuerdan que participó en el primer directorio que se formó, donde también estuvo el padre de Larraín y la propia Ilonka.

Comentan que a Csillag, además del desafío de armar proyectos patrimoniales, le gustó la idea de que fuera posible un emprendimiento común entre alguien de derecha como ella y un joven más de 20 años menor que en ese entonces era cercano a la Democracia Cristiana, a la que se había acercado por influencia de la familia de su esposa (hija de connotados militantes DC como Marta Lagos y Carlos Huneeus) . 

Cada uno de los fundadores de ProCultura persistió en sus ideas políticas. Mientras Larraín, con el tiempo, derivó de la Falange hacia el Frente Amplio, Ilonka se mantuvo en la derecha más dura: para la campaña presidencial anterior de José Antonio Kast, por ejemplo, trabajó las propuestas culturales de su programa de gobierno. 

Pero lo que empezó con total entusiasmo, se fue agotando con el tiempo. Los estilos de los fundadores eran distintos. Trabajadores recuerdan a Ilonka más precavida, más prudente que Larraín. 

En 2018, ella decidió dar un paso al costado. Se dijo en ese tiempo que era porque quería una vida más tranquila, dedicarse a los nietos, estar atenta a su salud. Lo de ProCultura había sido una etapa cumplida. Sin embargo, más recientemente se ha sabido que fue por la incomodidad de que Larraín fuera alguien que pasaba por encima de todo como un camión. 

Como sea, un año después ella volvió a la fundación y así se mantuvo hasta que la ONG tuvo que cerrar en noviembre de 2023. Tanto ella como Alberto Larraín recibían ingresos desde otros lados: él desde sus consultas psiquiátricas y ella desde una ferretería, que mantiene hasta  hoy.  


La Ruta de la Serpiente

Ocurrió en 2005. Alberto Larraín era entonces presidente de uno de los centros de alumnos de Medicina de la Universidad de Chile: el de la zona norte, donde se agrupaban los alumnos de tercer a séptimo año de la carrera que estudiaban en dicha sede. Desde ese lugar fue uno de los organizadores de lo que se llamó La Ruta de la Serpiente, un evento artístico y cultural que duró una semana en la Facultad. 

Se hicieron en esos días varias actividades que aún se recuerdan. Se instalaron pequeñas esculturas, de un metro cúbico, del artista Mario Irarrázabal. Los visitó el Ballet Nacional Chileno (Banch), que ofreció un espectáculo de baile. Y como remate, se organizó un concierto del Inti-Illimani histórico en la Plaza La Paz, en las afueras del Hospital José Joaquín Aguirre, en Recoleta.

Quienes lo conocieron en la universidad, coinciden en que Larraín era un líder que empujaba proyectos, que presidió uno de los centros de alumnos, pero era más bien retraído y callado. Tenía momentos de bajones de ánimo y valoraba a quienes lo acompañaban en esos momentos. No era de muchos amigos. Recuerdan que pintaba.


La salud mental propia 

A los 21 años, Larraín enfrentó una crisis en su salud mental, que lo tuvo un tiempo alejado de sus estudios. Él mismo le comentó después a sus cercanos en la universidad que fue un tiempo complicado —algunos aseguran que les habló de ideas suicidas que le dieron vueltas en ese tiempo—, pero que se sentía muy satisfecho de haberlo superado. 

Nunca se alejó del tema. En su labor de psiquiatra, la salud mental en general y la prevención del suicidio en particular es el centro de sus terapias. Muchos de los mensajes que aún cuelga en su Instagram —en el que se mantiene muy activo, pese a las contingencia adversa, con más de 96 mil seguidores— habla y reflexiona sobre estos asuntos.

De hecho, en uno de sus últimos posteos escribió: “Cuando tuve mi depresión la noche era el peor momento del día porque junto con el insomnio me inundaba la pena y las ideas de que la única posibilidad de alivio era la muerte. Probablemente más de alguien se siente así ahora. Piense en quienes ama, y de ser necesario llámeles”. 

Varios de quienes fueron cercanos a él dicen que, justamente por esta razón, para él era tan importante el proyecto de salud mental “Quédate” que Procultura se adjudicó en agosto de 2022 con la Gobernación Regional Metropolitana de Claudio Orrego por $1.600 millones. Ese programa es uno de los flancos principales de la polémica actual: ProCultura le adeuda al Gore Metropolitano más de $1.000 millones. 
 
Contrato, 12 años después

Alberto Larraín se negaba a tener contrato con la fundación. Insistía en que él quería dar boletas de honorarios. Empezó con un sueldo de $2 millones y terminó con $6 millones bruto. 

Pero tras una auditoría que los directivos de ProCultura encargaron al estudio Aninat en el verano de 2022, un poco nerviosos por la ascensión a la presidencia de Gabriel Boric —conocido de Larraín— y de Irina Karamanos como Primera Dama —quien había trabajado 11 meses en la fundación—,  se llegó a la conclusión que el funcionamiento de la ONG debía ordenarse y tender a la mayor transparencia. 

Entre las medidas propuestas por la auditoría en el ítem estructura laboral estaba el contrato de su director ejecutivo, al que él tanto le había hecho el quite. Así se hizo entonces a partir de octubre de 2022. 


Las primeras alarmas

El estudio legal Aninat, donde es socia María Eugenia Sabbagh —quien en ese entonces era una de las directoras de la fundación— revisó en profundidad los contratos y la estructura tanto laboral como financiera de ProCultura. 

En octubre de 2022, la firma entregó un informe con las recomendaciones para mejorar la estructura y procesos de la fundación, tales como gobierno corporativo y la elaboración de un modelo de prevención de delitos. Entre otras cosas sugería la implementación de un área de Compliance y la creación de jefes de área. En lo financiero, se sugirió profesionalizar el sistema de contabilidad —que hasta entonces se llevaba básicamente en Excel— e incorporar un ERP.

Y se encendió una primera luz de alerta: la fundación no contaba con fondos de libre disposición para hacer pagos generales y había un gran desorden financiero, donde las platas de un proyecto se destinaban a pagar otras cosas, en un esquema de bicicleta. El estudio le hizo saber a ProCultura que los fondos no eran intercambiables. 

Aninat luego comenzó a implementar el plan, pero esto se logró a medias. Al poco andar, según fuentes conocedoras, se toparon con un Alberto Larraín que seguía haciendo las cosas a su manera y obstaculizaba los cambios. Y ese Larraín no tenía un contrapeso. 


$2.100 millones menos en una semana

Los cuestionamientos públicos a ProCultura, que empezaron a mediados de 2023, implicaron que a la fundación se le congelaran todos los proyectos, incluso los que ya estaban asignados. A esas alturas, la fundación tenía 68 proyectos y estaba presente en 11 regiones. 

En una sola semana, dicen en la interna, dejaron de percibir $2.100 millones: $1.700 millones de un proyecto en Aysén y $400 millones de BioBío. Ése fue el golpe de gracia, un descalabro para una fundación que tenía gastos fijos mensuales cercanos a $400 millones y, según han dicho, cero dinero disponible en caja. 

Se mantuvieron un par de meses más a flote, a cargo de los 200 trabajadores que a esa altura tenía la entidad. Algunos directivos propusieron insistentemente la idea de cerrar, pero Larraín se oponía. Repetía que todo se iba a arreglar, que debían estar tranquilos. 

Se dividieron las tareas frente a esta emergencia. Mientras Constanza Gómez, la gerenta general de la fundación y representante legal, intentaba poner paños fríos al cuestionamiento del proyecto de fachadas en Antofagasta, Larraín se enfocó en acelerar los 15 proyectos que tenían esperando en la Ley de Donaciones Culturales.

Los equipos de ProCultura insistían en las licitaciones. Pero nadie los quería contratar. 
En ese tiempo, para asumir parte de los gastos de la fundación, Alberto Larraín puso dinero personal -se habla de unos $25 millones- y también lo hizo su padre, con quien es muy cercano. En un momento, el director ejecutivo de Procultura incluso le pidió a Constanza Gómez que pusiera parte de la herencia que acababa de recibir tras la muerte de su padre. Ella no aceptó. Para entonces, las relaciones entre los dos ya estaban cortadas. 

La fundación se cerró en noviembre de ese año y se quedaron debiendo los finiquitos y varias cotizaciones a sus trabajadores. Empezaron a acumular querellas y demandas en su contra.

Mientras, desde el Estado les siguen pidiendo cuentas por dineros que no han devuelto por lo que consideran trabajos no realizados. Según cálculos de la fundación, son cerca de $1.600 millones, incluidos en eso los dineros correspondientes a proyectos en Antofagasta y en la gobernación de la Región Metropolitana. Según el Consejo de Defensa del Estado, los montos a restituir superan los $3.200 millones. Pero esa plata en ProCultura no está.


“Patrón de fundo”

Para varios de quienes formaron ProCultura, Alberto Larraín era una especie de “patrón de fundo”: lo definen así porque mandaba y tomaba decisiones, pero no se metía en el funcionamiento administrativo de la fundación. De hecho, dicen que no manejaba ni una sola de las claves que permitían entrar a los sistemas contables o al pago del sueldos. Incluso, que nunca tuvo llaves de la oficina. Él era el encargado —a través de sus redes— de generar proyectos y conseguir su financiamiento. Luego el equipo gestionaba y ejecutaba. 


Vaticinio no cumplido del ministro Montes

Cuando explotó el llamado Caso Convenios, a mediados de 2023, todas las fundaciones que tenían contratos con el Estado temblaron. A fines de junio de ese año, 23 de ellas fueron citadas a una reunión en el Ministerio de Vivienda (Minvu), contraparte en mucho de los convenios suscritos y que además estaba en el centro de la polémica por el trabajo de Democracia Viva en Antofagasta. Asistieron 18.

El ambiente era tenso. Según recuerda uno de los presentes, el ministro Montes les dijo que debían estar tranquilos. Entonces el director de Techo levantó la mano y preguntó lo que a todos allí atormentaba: si también la Fiscalía los iba a investigar. Montes le respondió que no, que la fiscalía no los iba a perseguir. A ProCultura, sin embargo, no se le cumplió ese vaticinio. 


El médico y el nuevo directorio

Cuando en 2019 Larraín decidió renovar el directorio de ProCultura, contactó a Allan Mix, a quien había conocido en la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. A pesar de que Mix iba unos cursos más abajo —era, de hecho, compañero de Josefina Huneeus—, forjaron una amistad a partir de 2004.

Larraín era presidente del centro de alumnos de la sede norte, que agrupaba a alumnos de tercer a séptimo año de esa unidad académica, mientras que Mix era parte de la directiva del centro de estudiantes de los primeros cursos de la carrera. Juntos organizaban eventos culturales y veían temas administrativos y de currículum. La amistad se mantuvo a través de los años, sin verse con frecuencia ni contacto constante, pero conectados. Larraín optó por la psiquiatría, especialidad que hizo en la Chile; Mix se especializó como urgenciólogo en la UC.

Mix quedó en 2019 como presidente del directorio de ProCultura, cuya primera sesión fue en una oficina de calle Lastarria, donde Larraín expuso un PowerPoint con los proyectos en curso. Habló de cómo a través del rescate patrimonial las personas comienzan a apreciar el lugar donde viven, y eso los lleva a querer surgir y superar la pobreza. Jamás habló de números. 

La pandemia puso prácticamente en pausa a la fundación. y ese año, el directorio —también integrado por la sudafricana Ingrid Koch y María Eugenia Sabbagh— no se reunió. En 2021, el grupo armó un chat llamado “Directorio ProCultura” donde participaban además Csillag y Larraín, con el objetivo de estar más al día de los proyectos. 

Cercanos al grupo coinciden en que el directorio de ProCultura era, más que nada, un espacio de camaradería. Mix había llegado por su amistad con Larraín; Koch y Sabbagh eran conocidas de Constanza Gómez. 


“No puedo solo”

La actriz Constanza Gómez entró a ProCultura en 2012. A Alberto Larraín lo conocía de antes, pues se había casado con Josefina Hunneus, su mejor amiga desde que eran compañeras en Villa María Academy.

En ese tiempo, la fundación no tenía más de 7 u 8 proyectos grandes, todos enfocados en la reconstrucción patrimonial. Como se habían dado cuenta que esos trabajos implicaban una labor cercana a las comunidades donde se desarrollaban, se creó un Departamento de Desarrollo Social, donde Gómez partió como directora. Antes de eso, ella había trabajado 10 años como actriz, y luego había trabajado en la Municipalidad de Puente Alto, donde aprendió sobre fondos concursables. 

En 2013, Gómez renunció a ProCultura porque se fue a vivir a Palena, donde hizo gestión cultural en la Fundación Patagonia Sur. En 2016 nuevamente se relacionó con ProCultura —desde Palena— como directora de Los Lagos para crear y gestionar el Museo de Sitio Chaitén.

De vuelta en Santiago, se reintegró full time en abril de 2018. Dos meses después Larraín la ascendió a representante legal y, a ojos de todos en ProCultura, se convirtió en la mano derecha del director ejecutivo. Dicen que Larraín la convenció diciéndole que —tras la partida de Ilonka Csillag— él no podía solo, porque debía estar en terreno y necesitaba a alguien de su plena confianza que estuviera en la oficina firmando y autorizando los proyectos. Gómez confiaba en él y no vio ningún riesgo. 

Testigos dicen que la relación entre ellos se descompuso en los meses finales de la fundación en 2023. Hoy no tienen ningún contacto. En el entorno de Gómez aseguran que ella sintió que él la abandonó a su suerte. Una sensación, incluso, de traición. Que después de años en que Larraín era amo y señor en ProCultura, de pronto optó por no responder, argumentando que lo estaba pasando muy mal. Luego desapareció. Pese al quiebre, Gómez sigue siendo la mejor amiga de Josefina Huneeus. 

Durante estos casi dos años desde que estalló el caso, y la fundación debió cerrar, Gómez se ha dedicado a repasar y ordenar los números de la fundación. Dicen que prácticamente ha hecho toda una nueva contabilidad desde 2010 a la fecha, con el mayor detalle posible, y que por ello se siente segura de defenderse frente a cualquier acusación que sugiera un mal uso de fondos, pese a que lo está haciendo sin un abogado privado. 


Las 6 semanas en el Félix Bulnes

Cuando en 2023 ProCultura llevaba varios meses en el ojo público, Alberto Larraín buscó trabajo como psiquiatra. Supo que en el Hospital Félix Bulnes necesitaban desde hacía tiempo cubrir horas de psiquiatría, ya que la demanda asistencial era tanta que el departamento interno de la especialidad en ese recinto no alcanzaba a tomarlas todas.

Lo comentó con Allan Mix, su amigo desde la universidad y ex miembro del directorio de Procultura, quien entonces era el jefe de urgencia de adultos en ese hospital. En todo caso, las horas disponibles de siquiatría no dependían del área de Mix (que trabajaba con urgenciólogos, cirujanos, neurólogos, traumatólogos), por lo cual no tenía injerencia alguna, pero éste sí le recalcó la necesidad urgente de psiquiatras que tenía el hospital.

Larraín postuló y quedó. Entró en octubre de ese año, justo un mes antes de que cerrara definitivamente su fundación. Cuando esto se conoció, varios trabajadores de Procultura se molestaron: ellos a la deriva, y el fundador con trabajo nuevo. Estuvo apenas seis semanas. Según se comentó en ese momento al interior del hospital, se puso término al trabajo de Larraín no por su capacidad profesional, que no la discutían, sino por el revuelo público que había con ProCultura. 


Boric y otras amistades exageradas

Una de las preguntas que aún está sin respuesta clara —además de la principal: dónde están las platas— es qué tan amigos son Alberto Larraín y el Presidente Gabriel Boric, dada la arista de tráfico de influencias e incluso desvíos de recursos a su campaña que investigaba hasta el viernes el fiscal Patricio Cooper, removido de la causa tras el fallo de la Corte de Apelaciones de Antofagasta que decretó ilegal la intervención del teléfono celular de Josefina Huneeus. 

Según un profesional que fue muy cercano a Alberto Larraín, hay que diferenciar dos momentos: “Alberto era muy cercano del diputado Boric, pero tiene cero contacto con el Presidente Boric”, asegura. El psiquiatra conoció al entonces diputado del FA siendo asesor del subsecretario de Salud Jaime Burrows; y luego cuando Boric decidió hacer público su TOC se armó una bancada transversal de Salud Mental en el Congreso, de la que Larraín fue coordinador técnico. Pero, según cercanos, no era amigo del Presidente, pese a que se ufanaba de ello sobre todo para conseguir proyectos para la fundación. 

No es la primera vez que Larraín exageraba: con varias otras personas que, ya desde la universidad, él definía como sus mejores amigos, no era tan así en la realidad. O al menos, la contraparte no lo sentía a él en esa misma posición. Algo así como mejores amistades no correspondidas. 
Finalmente, precisa esta fuente, Alberto Larraín tiene muy pocos amigos. 


El giro

Antiguos conocidos de Larraín comentan que él no escondía su historia personal. Que su abuela materna que fue empleada doméstica, o que su padre había sido detenido y torturado político. Tampoco la sencilla vida familiar que llevaban en su casa en el barrio del Estadio Monumental, en Macul, donde su padre era un reconocido dirigente comunal, preocupado de los vecinos. “Alberto tenía los pies bien puestos en la tierra”, asegura un cercano. Estaba muy marcado también por su formación y educación jesuíta.

En la universidad, si bien era líder para actividades culturales y académicas, no tenía un alto perfil. No recuerdan tampoco que la política haya sido un motor importante en esa época, que su militancia democratacristiana la desarrolló cuando ya estaba titulado de médico.

A ese mundo accedió gracias a quien era entonces su esposa, Josefina Huneeus. Juntos, de hecho, participaron en el llamado Grupo Cardumen, donde jóvenes DC aportaban a la candidatura presidencial de Carolina Goic en 2017.

Larraín —que con el tiempo fue girando políticamente hacia el Frente Amplio— empezó a ampliar sus redes. Trabajó con el entonces alcalde de Peñalolén Claudio Orrego, como director del consultorio de salud mental de la comuna; y luego como participante de la campaña en su intento presidencial de 2013. Estuvo en el primer gobierno de Bachelet, como asesor del subsecretario de Salud Pública. Más tarde, con el entonces diputado Boric. 

Como director ejecutivo de Procultura se relacionaba directamente con alcaldes, gobernadores, ministros. 

Para varias personas que lo conocían, “todo eso terminó mareándolo”. Y apareció un estilo que muchos definen como “más ególatra, casi mesiánico”. Muy distinto al joven que, años atrás, se paseaba más bien silencioso por las salas de la Escuela de Medicina. 


Desconectados

Hoy Alberto Larraín no mantiene contacto con nadie de quienes alguna vez fueron sus relaciones cercanas de trabajo en ProCultura. Con Constanza Gómez, la representante legal, no se hablan desde noviembre de 2023, cuando debieron cerrar la organización.

Tampoco mantiene relación con Ilonka Csillag, con quien fundó la empresa en 2009, ni con el médico Allan Mix, quien fue presidente del directorio de la fundación desde 2019 y su amigo desde Medicina la Universidad de Chile.

La última vez que ambos hablaron fue en octubre del año pasado, cuando —como ocurrió con varias otras personas ligadas a la ONG— sus domicilios fueron allanados y se les requisó celulares y computadores. No hubo discusión mediante, sólo alejamiento.

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