Personaje
Académico Alejandro Vigo: "El populismo está bien repartido entre izquierda y derecha"
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Antes de la filosofía, mucho antes de estudiar en la Universidad de Buenos Aires, de dar clases, de escribir artículos, ensayos y libros, antes de su doctorado y de sus cátedras en Chile y España, Alejandro Vigo era un joven lector de novelas.
Partió cuando tenía 15 años leyendo a su compatriota Ernesto Sábato. Su punto de quiebre fue en 1974, cuando el escritor argentino publicó Abaddón el exterminador. “A tal punto me impactó esa novela que yo le escribí a Sábato. Y he intercambiado cartas con él en esos años. En un momento me invitó a verlo, pero yo tuve timidez y no fui. ¿Qué le iba a contar yo a Sábato?”, reflexiona Vigo, sentado en una sala de profesores en el Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes, donde trabaja, por segunda vez, desde 2021.
Abaddón el exterminador fue una historia que, según Vigo, era una “radiografía del apocalipsis” argentino, un país que vibraba con una efervescencia intelectual, pero que también lidiaba con el aumento de la violencia política.
“Es la época donde la guerrilla llegó a su punto máximo, en donde parte de las agrupaciones violentas llegaron al gobierno a través de una alianza con el peronismo, que volvió al poder en el ‘73. Yo estuve expuesto a la captación por parte de estas organizaciones. Y al mismo tiempo, venía de una familia católica liberal. Nadie era peronista en mi casa. Y me pasó que, por formación, se me hacía impensable apoyar la deriva violenta. Pero al mismo tiempo, quería entender qué pasaba”, recuerda.
Así, cuenta Vigo, se interesó en Sábato. Luego vino Dostoievski, Kafka y el Conde de Lautréamont. Y así, naturalmente, llegó a la filosofía. “(Yo tenía) una veta existencial de querer entender el problema humano de fondo. Yo quería eso, pero no de manera ficcional: quería un tratamiento del sentido de la vida, el absurdo, Dios, de una manera que yo pensaba debía ser científica. Y pensé que la filosofía me podía dar eso”.
Ya en la UBA se interesó en filosofía antigua. Luego, producto de la influencia de profesores como Adolfo Carpio y Roberto Walton, conectó con pensadores alemanes como Heidegger y Husserl. Se doctoró en la Universidad de Heidelberg, y desde ahí pavimentó una carrera en filosofía, escribiendo libros, ensayos y artículos publicados en diversos idiomas. Su currículum acumula más de 100 páginas y es considerado uno de los académicos de habla hispana más expertos en Aristóteles.
Y a pesar de todo eso él se autodenomina profesor de filosofía, no filósofo.
- ¿Por qué?
- La palabra filósofo surgió como un gesto de modestia. No se sabe si nació en el círculo de Pitágoras o en el de Sócrates. Pero las fuentes que dicen que fue Pitágoras, le atribuyen esto: él decía “yo no soy sabio (sophos), soy un mero amante de la sabiduría (philosophos)”. O sea, se dijo filósofo porque no quería llamarse sabio. Entonces, en principio, la palabra filósofo es un reconocimiento de la propia limitación. Después se institucionalizó y ahora tenemos un elenco de filósofos que han cambiado la historia del pensamiento. Y leído así, si yo digo que soy filósofo, ¿cómo llamo a Kant, a Hegel, a Platón?
“¿Por qué Maradona es un ídolo y Messi tardó en serlo?”
Vigo dejó Buenos Aires en 1988 y nunca más volvió como residente. “Nunca supuse que no iba a volver a Argentina. Me fui a Alemania con la decidida intención de calificarme y volver a la UBA”, afirma.
- ¿Cómo ha sido ver Argentina desde tan lejos?
- Cuando uno vive tantos años en distintos lugares, uno es de todos lados y no es de ninguno totalmente. Entonces, cuando yo voy a Argentina, soy de ahí y no soy de ahí. Porque hay una cantidad de experiencias que marcaron a la sociedad que yo las vi de afuera. Una muy concreta fue el 2001 (corralito). Hay algunos colegas que me dicen que hay ciertas cosas que yo no entiendo porque no pasé el 2001 ahí. Uno no entiende cómo Argentina, que en un determinado momento estaba apostando por ser un país serio, volvió a apostar por el populismo de manera tan fuerte después de esa crisis. Y fíjate que pasaron más de 20 años para que el país volviera a hacer un cambio, que es el que se produjo ahora (con la elección de Javier Milei como presidente).
Para que ocurriera eso, dice Vigo, Argentina “tuvo que hundirse a niveles nunca conocidos”. Y entrega cifras: desde 2003 hasta ahora el Estado argentino se duplicó en tamaño y la pobreza se sextuplicó.
“Entonces, a esa situación catastrófica hubo que llegar ahora para volver a decir: ‘No, nuestra vocación no es esta. Nosotros somos un país con las ideas de Alberdi’. Es muy triste que cueste tanto aprender lo obvio. Es tremendo que cueste 40 años aprender que no se puede manipular el dinero de esa manera, que no se puede vivir con permanentes déficit crónicos. 40 años para aprender que el Estado no puede ser una agencia de empleo. 40 años para darse cuenta que son ineficaces las empresas del Estado. 40 años para aprender esas tautologías, esas verdades de perogrullo”.
¿Cómo Argentina puede ser un país que pasa del 2001 a elegir el primer presidente liberal libertario en la historia? ¿Qué hay en Argentina que se producen esos episodios?
- La respuesta a esa pregunta es más difícil que la lógica de Hegel (ríe). Yo no termino de entender a Argentina, porque es ese contraste. Hay un núcleo incomprensible también para los argentinos. En Argentina todo el mundo es muy creativo, pero nadie es capaz de contribuir a un proyecto compartido. Piensa lo siguiente: Argentina es un país que tuvo, después de Estados Unidos, la constitución más liberal. Pero al mismo tiempo, tiene una tradición caudillista. Esa tradición feudal no se ha quebrado nunca. Es como si el barniz liberal por encima de esa tradición nunca permeara hacia abajo. Entonces, hay esa doble alma. Por un lado, Alberdi, Mitre, Sarmiento, y por otro, la tradición telúrico-caudillista. Un cóctel que nunca resultó, nunca amalgamó.
“Argentina es una cultura de la transgresión. Argentina no premia al que sostiene las reglas, premia al que las transgrede”, dice.
- Este lunes, en la firma del Pacto de Mayo, Milei dijo que ese hito era lo más importante desde la Constitución de 1853…
- Él pretende recuperar esa tradición argentina. Y sus propios modos de hacerlo son híper argentinos. Tiene un componente maradoniano sin el cual no hubiera ganado. No nos engañemos. Milei, por ejemplo, cita siempre como uno de sus referentes a Alberto Benegas Lynch hijo, un teórico liberal que está en la Academia de Ciencias. Pero Alberto Benegas Lynch hijo no tendría la menor posibilidad nunca de ser elegido en la Argentina en un cargo de gobierno. Milei llegó porque combina esa visión liberal -a la que yo suscribo desde que tengo 19 años- con ese cable de conexión profunda con la juventud, con lo rockero, con lo maradoniano, que es lo que aquí (en Chile) tampoco se entiende.
- Y tiene, al mismo tiempo, han dicho algunos, densidad intelectual…
- Eso es lo que acá no se entendió de Milei. Yo sobre Milei no me pronuncio porque no me interesa personalizar el problema. Cuando fue la campaña me querían hacer entrevistas y dije que no porque en Chile la figura de Milei es algo completamente estrafalaria. Y lo es. Pero en Argentina eso es casi normal. Argentina es una cultura de la transgresión. Argentina no premia al que sostiene las reglas, premia al que las transgrede.
¿Por qué Maradona es un ídolo y Messi tardó muchísimo en serlo? Porque Messi no producía escándalo, no aparecía como el que enfrentaba al poder. Milei defiende la escuela austríaca con ese argentinismo de base. Ahora, llega al poder y se institucionaliza. Es muy inteligente. Y es un hombre que ha estudiado muchísimo, pero tiene ese componente casi carnavalesco, de entrar gritando “yo soy el león”. Si aquí lo hiciera un político, se le recomendaría que fuera a ver un médico.
Vigo agrega: “La gente que representa a la derecha aquí (en Chile) decía ‘es un loco’. A ver, Argentina está llena de locos, pero entre esos locos, Milei es uno de los más cuerdos. Las cosas que dice que hay que hacer son las que haría cualquier persona sensata. Su manera estrafalaria de autopresentarse, de discutir, es lo que lo hizo ganar en Argentina en gran medida.
¿O crees que la juventud que lo votó entiende a Von Mises (economista austriaco)? Lo que esa juventud entiende es que el Estado fue un fraude y que ellos no tienen futuro gracias a la retórica del Estado presente. Ellos no quieren que nadie los cuide, quieren labrarse su destino. Quieren ser personas, no clientes del aparato estatal. Milei tocó esa fibra. Y fueron los jóvenes los que convencieron a sus padres de votar a Milei. Una generación criada bajo el kirchnerismo dijo ‘no queremos esto’”.
“Veo una confrontación semejante a la que destruyó mi país”
Mientras se doctoraba en Alemania, Vigo conoció al abogado chileno Joaquín García-Huidobro. Este le ofreció trabajo en una recién inaugurada Universidad de los Andes. Si bien el académico argentino quería volver a la UBA, las matemáticas del sueldo en Buenos Aires no cuadraban. Entonces aceptó.
- Llegaste a Chile por primera vez el ‘93. Luego te mudaste a España y volviste en 2021. ¿Cómo ha cambiado Chile?
- Llegué desde Alemania. Y llegué a un Chile que estaba lanzado a propulsión. Y a mí no dejaba de asombrarme. ¿Por qué? Por una amalgama curiosa, ese progreso y legalismo recatado chileno. Claro, que los alemanes respetaran las leyes no me llamaba la atención. Pero caer en un país latinoamericano que había sido muy pobre y que ahora tenía una innovación económica impresionante, un respeto a la legalidad, una capacidad de convivencia que yo jamás vi en mi país, eso me alucinó. Ese fue un Chile alucinante, con todos los defectos que le quieras encontrar.
- ¿Qué defectos?
- En Chile hay un savoir faire, pero también hay una dosis mayor de hipocresía de carácter oblicuo. Eso ha cambiado, pero en aquel momento era muy notorio. Por ejemplo, yo tenía problemas porque no se decía que no. Un lenguaje donde no hay negación es muy difícil de gestionar. Tú decías algo y te decían “veremos”. Yo tardé un montón de tiempo en descodificar que eso era un no.
Defectos hay en todas partes, pero lo que me llamó la atención para bien era la noción de las virtudes cívicas. Y te diría que cuando volví, lo que más eché de menos fue que eso se había resquebrajado. Para mí, lo peor que pasó en Chile no fue la crisis que tuvieron, sino el deterioro del discurso público. Eso me parece que está muy deteriorado y es una gran pena.
Yo veo aflorar aquí un tipo de confrontación que es muy semejante a la que destruyó a mi país: rasgos de un populismo descabellado, que no es todavía la moneda corriente. No quiero hablar de política contingente, pero te voy a poner un ejemplo. Chile es un país que hoy tiene un gobierno de izquierda, incluso radical. Pero que tenga un nivel de inflación del primer mundo, es todavía un indicador de salud. Que el Presidente dijera que no se pueden regalar las tarifas eléctricas es un síntoma de salud.
- Mirando el mundo… ¿Cómo ves el surgimiento de gobiernos populistas? Algunos dicen que los gobernantes que proyectan rabia son los que ganan, como Trump o Milei…
- Voy a hacer una reflexión políticamente incorrecta: estoy cansado de que cuando hablan de populismo mencionen solamente al señor Trump, al señor Milei, y no al señor Maduro o Petro. Acá pareciera que los ultras son sólo de un bando y eso me parece que es uno de los grandes logros de una izquierda latinoamericana, la cual tendría que hacer un mea culpa de por qué ha sumido a esta región en el atraso.
Los problemas que tenemos en esta parte del mundo tienen que ver con dictadores populistas, sí, pero de una ideología completamente contraria a la de Trump. Ahora parece que Milei es populista, pero Cristina Kirchner no lo era. Cuidado con estas cosas, porque el populismo está bien repartido entre izquierda y derecha.
Volviendo a lo otro: sí, hay una época de rabia en todas partes. Peter Sloterdijk, filósofo que fue traído por el CEP, tiene un libro, Ira y tiempo. Él concibe que la política, en cierta forma, siempre ha sido una manera de gestionar la ira. Es interesante, porque lo que hoy prima es que todo el mundo está indignado. Es una manera elegante de decir que el mundo se considera afectado y víctima. Es una linda coartada para decir que uno no es responsable de lo que ocurre. La indignación también enmascara una fuga ante la responsabilidad. Si yo soy víctima, naturalmente todos me deben algo, pero yo no tengo nada que ver con lo que ha ocurrido. Obviamente la manipulación de eso es un buen ardid político. Se usa a destajo.
Vigo continúa: “La conciencia crítica es una herencia que a Occidente legó Sócrates. Pero lo que Sócrates entendía por conciencia crítica está fundado en la noción de autoexamen. No es posible ser crítico si primero uno no es autocrítico. Cuando uno no incorpora la autocrítica, la crítica hacia los demás suele ser la coartada para eximirse a sí mismo. Si esa es la noción de conciencia crítica occidental, que es de matriz socrática, el ejercicio actual de la política es lo más anti socrático que existe. Porque aquí todos señalan al prójimo y nadie reflexiona sobre su responsabilidad”.
“Ir detrás de lo nuevo todo el tiempo es no tener agenda”
Actualmente Vigo está embarcado en tres proyectos editoriales: un pequeño libro sobre Kant, un proyecto de ensayos de Platón y para “tres o cuatro años más”, adelanta, una larga introducción a Kant.
- Da la sensación de que están pasando muchas cosas en el mundo. Algunos dicen, incluso, que la filosofía se quedó atrás de los problemas que aquejan a la sociedad...
- Dos cosas: esto ha sido siempre escaso. Si tú usas la palabra filósofo, que indica también un rango en la historia, hay muy pocos. No es que todo el tiempo aparezca gente como Kant o Hegel. Entonces, la gente decisiva no es tanta. Y lo otro: a veces parece que la filosofía se quedó atrás, y yo aquí diría lo contrario: lo que está pasando hoy es lo que pensó la filosofía del siglo XX y a veces del siglo XIX. A veces se cree que es la filosofía la que está atrasada. Y lo que ocurre es que el sentido común se atrasa respecto de la filosofía.
- ¿Las personas que se dedican a la filosofía deben tener un rol público?
- La filosofía siempre intenta pensar su tiempo. Otra cosa es que su tiempo tenga oídos para oír lo que dicen. Si tú tomas, por ejemplo, la primera recepción de la Crítica de la razón pura de Kant, vas a constatar que la mayor parte de sus colegas no lo entendieron. ¿Pero Kant qué estaba pensando? Su tiempo. Entonces acá hay una situación de diálogo de sordos. Mucha gente dice: “Miren los problemas que tenemos, ¿qué hacen los filósofos que no dicen nada?” Bueno, cuando los filósofos cometen el pecado de empezar a hablar de lo que supuestamente ahora es importante, dicen cosas para el olvido.
Un ejemplo: cuando fue la pandemia, gente muy connotada se atrevió a publicar un libro sobre lo que estaba pasando. Y mi conclusión es que perdieron la oportunidad de callarse. No hay que confundir entender lo que está pasando con someterse a la ley de la urgencia, que son dos cosas distintas. Creo que hoy ha imperado un criterio de necesidad cuasi periodística. La filosofía fue siempre extemporánea, no porque no pensara su tiempo, sino, tal vez, porque lo pensaba a fondo.
- ¿Tienes alguna preocupación respecto al mundo contemporáneo?
- Me preocupa el ser vulnerable a cualquier impacto y creer que eso es totalmente nuevo. Y que, por lo tanto, se hagan profecías sobre lo que ocurrirá. Ejemplo: aparece una pandemia, que en la historia de la epidemiología fue una cosa leve. “Esto nunca se vio”, se dijo. ¿Cómo que nunca se vio? Estudiemos la historia. Han habido pestes que mataron la mitad de la población de Europa.
Por supuesto que eso fue horrible, pero no es algo nuevo. Ahora “la inteligencia artificial lo va a cambiar todo”. Esas profecías futuristas acerca de que el mundo nunca será igual. ¿Quiénes son estos adivinos? Entre tanto, seguimos necesitando cosas básicas: que la gente entienda lo que lee, que haga cosas de una manera ordenada. A mí me preocupa más la espectacularidad generada por estos medios instantáneos que los supuestos elementos de novedad radical que habría en nuestro presente. Eso me preocupa más, porque para lo otro ya encontraremos maneras de lidiar.
- ¿Qué recomendarías leer?
- Una recomendación totalmente incorrecta: no lean lo último. Si hay algo que enseña nuestra época es que hay un lazo secreto entre novedad y obsolescencia. La pregunta es: qué es más viejo, ¿Homero o Windows 95?
- Windows 95.
- La cronología no tiene nada que ver con la capacidad de persistir y ser significativo. Entonces, ¿por qué no leer Homero? ¿Por qué no redescubrir a Shakespeare? ¿Por qué no leer a Kant? Y también, de vez en cuando, enterarse de lo que está pasando. Porque de lo que está pasando ahora no sabemos qué va a quedar. Este tema me parece crucial, porque es una gran superficialidad creer que lo que me preserva de la obsolescencia es acudir a lo último, que es lo que queda más rápidamente obsoleto.