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Personaje

La agitada vida de Copano cuando no está en el escenario

La agitada vida de Copano cuando no está en el escenario

Estuvo recién una semana en Chile. La razón principal eran dos presentaciones en el Teatro Caupolicán en Santiago, el 4 y 5 de agosto. ¿Qué hizo el resto del tiempo? ¿A qué se dedica un comediante cuando no está en los escenarios de sus grandes shows? Después de seguirlo varios días, aquí van algunas respuestas que incluyen desde una mañana en una startup hasta sus rutinas en el camarín.

Por: Patricio De la Paz | Publicado: Viernes 11 de agosto de 2023 a las 04:00
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Fabrizio Copano (34) aterrizó de madrugada. A las 5:55 a.m., en un vuelo directo. Partió en Nueva York, donde vive hace un par de años y se ha convertido en el más internacional de los comediantes chilenos; y terminó en Santiago, su ciudad natal y donde vivió hasta 2016, cuando se fue a probar suerte al extranjero. “En este vuelo me pasaron a primera clase, así que al menos pude dormir mejor”, cuenta. 

Es miércoles 2 de agosto, 11 de la mañana. Va sentado de copiloto en el auto de su productor ejecutivo Mauricio Contreras. Lleva lentes oscuros. Viene del departamento de sus padres en Providencia, donde se está quedando. Ahí durmió un poco más y después se tomó un café, señala. Pero se nota que lleva el trasnoche encima. 

Esta mañana viene a un edificio de la calle Evaristo Lillo, en Las Condes, a formalizar su trabajo con la startup de transferencia de dinero Global 66. Será uno de sus rostros, sumándose a ese rol que ya hacen Lucila Vit y Benjamín Vicuña. Además, con su propia empresa, Cardigan, va a generar contenidos especiales para compartir aquí.

Apenas entra al primer piso, lo rodea un camarógrafo y un par de fotógrafos: el anfitrión quiere registrar todos los pasos del comediante. Copano pide café y agua, con tono urgente. Se los traen con rapidez. Alguien, con aires de humorista, le dice que aproveche de pedir un sándwich ave palta. Copano sonríe sin demasiado entusiasmo.

La primera parada es en el piso 7, una planta libre llena de personas concentradas en sus computadores. Algunos se sorprenden al ver entrar a Copano -su visita se preparó como sorpresa-, pero nadie se mueve de sus puestos. El comediante se pasea entre ellos, dice un par de cosas graciosas. “¿Y ahora qué hago?”, pregunta un par de veces, medio en broma, medio en serio. Dos o tres personas se atreven a pararse de sus asientos y pedirle una selfie.

Copano de visita en la startup Global 66
Después de una vuelta rápida, donde entra de improviso a un par de salas donde se desarrollan reuniones de trabajo, se mete al ascensor con destino al piso 11, también de la startup. Allí la gente se muestra un poco más motivada. Copano también luce un poco más suelto. Se atreve, incluso, a saludar en una videollamada que alguien mantiene en su computador. “¿Qué hace Copano ahí?”, se escucha que pregunta la persona desde el otro lado. “Ahora es parte de la tribu”, le responden desde aquí. Así, la tribu, es como se autodenominan quienes trabajan en Global 66.

Los fotógrafos y el camarógrafo lo siguen en todo momento. Se mueven alrededor de él. Graban videos, disparan imágenes. Lo tienen siempre a foco: hay un rockstar que se pasea por el territorio del emprendimiento.

Ya es mediodía. El pequeño comedor de la empresa se transforma en un estudio fotográfico. Copano se pone la polera corporativa y posa distendido con Tomás Bercovich, CEO de Global 66. Éste le pregunta cómo arma sus rutinas. El comediante le dice que le basta con un punteo previo, ya que todos los chistes los tiene en la cabeza. 


Luego baja apurado al primer piso. Lo esperan un par de canales de televisión que quieren conversar con él sobre lo que será su debut en el Teatro Caupolicán apenas dos días después. 
 

“Estoy viviendo un sueño”

Esta vez vino solo a Chile. Su esposa, Cristina, y sus tres hijos se quedaron en Estados Unidos. No era fácil venir todos para un viaje de casi una semana. El hijo mayor, Nino, de 4 años, entra en unas semanas a la escuela. Los mellizos Roma y Félix nacieron hace apenas tres meses.

Por eso, explica Copano, este viaje básicamente es para hacer check en todos sus pendientes de trabajo. Luego, liviano de todo eso, podrá regresar a Estados Unidos, donde ya tiene una agenda completa de presentaciones en teatros en Nueva York, en Miami, en Chicago. Su apuesta es esa: afianzarse lo más posible en el mercado norteamericano, con rutinas en inglés. 

“Allá es una máquina que no para nunca. Eso me pone muy contento, aunque es ene pega. Pero para mí esto es como ir al gimnasio: mientras más voy, más crece el músculo. Hemos ajustado nuestra vida alrededor de este momento que estoy viviendo”, explica. “Trabajo todo el día, llego como a las 7 de la tarde a la casa, vuelvo a salir a las 9, regreso como a la 1 o 2 de la madrugada. Pero estoy viviendo un sueño”.
 

Prueba y error

Es miércoles 2 de agosto en la noche y hay fila para entrar al Comedy. Este club ubicado en Seminario con Malaquías Concha, es conocido por ser el lugar donde quienes hacen stand up comedy van a probar sus nuevas rutinas. Lo que funciona y lo que no. Como una sala de ensayo. Como un laboratorio. 

Por aquí han pasado todos. Desde Pedro Ruminot a Chiqui Aguayo. Desde Jani Dueñas a Felipe Avello. Hoy actúa Fabrizio Copano. 

“Aquí viene la fanaticada dura, así que es interesante ver lo que pasa”, advierte  el productor Mauricio Contreras. Y esa fanaticada dura son hombres y mujeres de todas las edades que se van acomodando en las mesas alrededor de un pequeño escenario, y que serán generosos en pedir tragos y comida para que el show no los pille con el estómago vacío. 

La capacidad del local es de unas 160 personas, y esta noche todas las entradas están agotadas. Se vendieron en apenas dos minutos y medio desde que se pusieron on line. 

Copano aparece cuando faltan diez minutos para las 9. Viste igual que en la mañana: polerón negro, pantalones anchos y oscuros -que dejan ver impecables calcetines blancos- y zapatillas con terraplén. Se sienta en un piso alto, aprieta una cerveza en la mano y comienza a testear su rutina. 

Los chistes son rápidos y saltan de un tema a otro. Habla de lo que es ser padre de mellizos, de la risa de Pancho Saavedra, de Pailita y el género urbano, del republicano Luis Silva, de ser inmigrante, de Tonka Tomicic, de Parived. Vuelve a repasar al Presidente Boric -a quien conoce- y dice que por suerte Winnie the Pooh no se enojó por la comparación con él. Se pregunta un par de veces: “¿Qué vamos a hacer con Giorgio Jackson?”. Y cuenta que videos de Pinochet le aparecen de manera random en sus búsquedas de Facebook: dice que en los que aparece joven se van tan guapo, que deberíamos decirle Minochet.

Termina a las 10 de la noche, entre aplausos frenéticos. Ya para entonces tiene una segunda cerveza en la mano y se ha abierto el polerón, que deja ver una polera negra con letras japonesas en rojo. 

“Ahora desalojen”, dice antes de bajarse del escenario. 

No es otra de sus bromas. Es pura realidad: a las 10.30 entrará nuevo público que volverá a llenar la sala. Y Copano empezará a las 23 un segundo show. 
 

Con guantes de box

Foto: Valentina Palavecino 

Jueves 3 de agosto. 10 de la mañana. En un patio interior de un edificio antiguo de Seminario con María Luisa Santander, en Providencia, Fabrizio Copano protagoniza una sesión de fotos. Según explica su productor, es para tener imágenes frescas de él para repartir a la prensa, para usar en afiches comerciales y para evaluar posibles cambios de look. 

La encargada del registro fotográfico es Valentina Palavecino, a quien todos llaman Valpa. Ella sabe de tareas precisas y estéticas: fue quien estuvo, junto a Paloma Palomino, detrás de la foto oficial del Presidente Boric que se tomó en Tunquén. Y se pasea también frecuentemente por La Moneda: presta servicios gráficos al ministerio encabezado por Camila Vallejo. 

Es la segunda o tercera vez que Valpa trabaja en estas producciones de Copano. Será ella también quien esté a cargo de las fotografías en sus dos shows en el Teatro Caupolicán. En la sesión de esta mañana en Providencia, en la cual el equipo a cargo está conformado por ocho mujeres, también se graba el video que abrirá esas presentaciones en el centro de Santiago: Fabrizio como boxeador, de guantes rojos, tirando combos, recibiendo otros, con un ojo en tinta. 

El comediante se cambia cuatro veces de ropa. Con cada una luce muy distinto. En un momento, por ejemplo, ya no quedan rastros del boxeador: está de terno negro, polera morada, lentes oscuros, un collar, pies descalzos. A su alrededor hay un par de sillas de colores volcadas en el suelo. De fondo, una tela celeste.


Foto: Mauricio Contreras
En total, son poco más de tres horas de fotografías y videos. Es maratónico, y por eso lo hacen cada año y medio. A veces en lugares cerrados, a veces al aire libre, como esta mañana.

En la tarde, Copano tiene tres horas de grabación en Vitacura para el programa Los socios de la parrilla (Canal 13), que coaniman Pedro Ruminot, Jorge Zabaleta y Pancho Saavedra. Fue de invitado junto a Sergio Freire, también comediante. El capítulo, según información del equipo de Fabrizio, se estrenará prontamente. 

En la noche, en una agenda que no le da pausa, ofrece su tercer show en el Comedy. A sala llena.

“En estos viajes acotados, en estas giras tan cortitas, me dedico a lo que te decía: salir de los pendientes -explica-. No son como los viajes del verano, donde vengo con mi familia. Pero también es cierto que ahora como me quedo en la casa de mis papás, maximizo también el tiempo con ellos. Desayunamos juntos, aprovecho cada minuto”. 
 

En el camarín de Aznavour

Fabrizio Copano llegó temprano este viernes 4 de agosto al barrio San Diego, donde está el Teatro Caupolicán. Tiene presentación esta noche y prefiere estar cerca del lugar. Eso le da una particular tranquilidad. 

Almorzó en el Espacio Diana, a un par de cuadras. Algo ligero, explica. Un sándwich. Es siempre así cuando tiene show: “Me gusta subirme al escenario con la sensación de que estás liviano. Si tienes la guata pesada, ocupas energía en la digestión y no en estar pensando claro. Al escenario hay que subirse lo más afilado mentalmente”.

Foto: Valentina Palavecino
Son las 4 de la tarde y Copano está al fondo del teatro mirando que todo esté bien. El escenario donde han montado un ring muy blanco, que fue armado en seis horas. La gran pantalla detrás de éste, donde se proyectarán videos. Las luces, que cambian de colores: del azul al rojo, al verde, al magenta, al amarillo.
 
En la pantalla se empieza a ver un video de Copano como boxeador. Con guantes, pero golpeado. Todo allí está en tonos rojos. El comediante mira con atención la imagen, muy serio. Lleva un polerón azul, pantalones anchos otra vez, las mismas zapatillas. Esto ya es un look. 

Planifica por dónde va a entrar cuando empiece el show. Es un tema que lo inquieta. Indica con el dedo un camino entre las sillas que no dejan demasiado espacio libre. Por ahí debe pasar, cuando todo comience, vestido con una bata boxeril y un par guantes rojos.

  
-¿Tienes rutinas establecidas antes de cada presentación?
-No. Sólo tomarme un café espresso una hora antes, para estar bien despierto.
 Copano se sube al escenario y ensaya una pequeña parte de su rutina, donde habla de sus mellizos. “Que la cámara me siga hasta aquí”, pide a quien lo estará filmando durante el show.
Va a su camarín, que no es demasiado grande. Hay un tocador y un espejo rodeado de luces -como los que usan las estrellas en camarines de las películas-, un sillón, un par de sillas.

También un refrigerador. Y un baño completo. En una mesa hay botellas de agua mineral, una cafetera, platos con maní salado, frutas, muchas barritas de cereales, que Fabrizio dice que él no pidió. 

Entra José Antonio Aravena, propietario y administrador del Caupolicán. Le da la bienvenida y le cuenta que este camarín se acondicionó para Charles Aznavour cuando vino en 2015. Que no se lo prestan a nadie. Que sólo han hecho dos excepciones: con Salvatore Adamo y con Fabrizio Copano.

El lugar, pese a su historia estelar, es muy helado. Copano pide si le pueden traer agua caliente para un té. Y algo para temperar la pieza. Le traen dos calefactores pequeños que tiran aire. Los dejan ambos funcionando. 

De pronto, abstraído de todo, Copano se sienta en la pequeña mesita frente al espejo y escribe rápidamente sobre una pequeña libreta. Es el orden de temas para la rutina de esta noche. Sólo anota palabras sueltas, una debajo de la otra. Ya lo había dicho el miércoles en la mañana en Global 66: los chistes enteros él ya los tiene en la cabeza. 

Sale de nuevo al teatro. Quiere ensayar su entrada al show. Lo hace cuatro veces, hasta que queda conforme: Copano avanza saludando a un público que por ahora es imaginario y delante de él camina el camarógrafo, grabándolo. Esas imágenes en blanco y negro se proyectan en la enorme pantalla sobre el ring. De fondo suena Ring of Fire, de Johnny Cash, canción que el propio comediante eligió para la apertura. 

En un momento de creatividad total, Copano dice por el micrófono: “Sería la raja entrar a caballo aquí”. Y se ríe. Alguien cerca de él prueba un dron, que con la penumbra se desorienta y se estrella contra unas sillas. Por suerte no se dañó. 

A las 6 de la tarde va de nuevo al camarín que fue de Aznavour. Lo acompaña Bambi, la diseñadora que se ocupa de su look. Esta noche irá vestido de negro. Con botines con un poco de taco. 

Más tarde, 4.000 personas llenan por completo el Caupolicán. Y cuando el show está por comenzar, con casi 40 minutos de retraso, se dan cuenta de que no tienen con qué amarrar los guantes de box para que Copano se los cuelgue al cuello.
Sin perder tiempo, el productor se saca uno de los lagos cordones de sus zapatillas. Funciona perfecto. Todos respiran tranquilos.
 

“Llegaron los papás de la comedia”

Hoy, sábado 5 de agosto, Copano está más relajado. Se nota que la rutina, probada en el show de ayer, ya la siente más aceitada. Son las seis y media de la tarde y está en el camarín de Aznavour en el Caupolicán, rodeado de gente. Conversan distendidos. Está Valpa, su fotógrafa. Está también Bambi, su asesora de vestuario. 

Dos horas antes actuó por 20 minutos -bien abrigado, hasta con chaquetón- en un escenario improvisado en una cancha de fútbol en Puente Alto. Lo hizo para ayudar a una organización social del sector, focalizada en la salud mental de los puentealtinos. Conoce a uno de sus dirigentes, Matías Toledo, quien le pidió que fuera.

Llegó al Caupolicán cerca de las 6 de la tarde. Ensayó poco. Se focalizó especialmente en que la entrada al inicio del show terminara esta vez dentro del ring. El resto, todo bajo control. Luego se fue al camarín.

En medio de esta pieza, en el suelo, está su maleta abierta. Dentro se ve merchandising con su rostro comprado en la calle. Dice que le hace gracia. Cerca están sus botines de cuero negro, los mismo que usó ayer y que usará hoy. “Botitas Beatles, así se llaman, lo busqué en internet”, cuenta. Se las compró hace varios años.  

Cerca de las 7 llega al camarín una de sus invitadas de esta noche: Paloma Salas. “¿Dónde está la reina de esta noche?”, pregunta al entrar, muerta de la risa. Y saluda de beso y abrazo a Copano.  

Media hora después entran Patricio y Claudia, los papás de Fabrizio. Siempre que pueden van a ver las presentaciones de su hijo menor. Quienes los conocen dicen que son una familia muy unida. “Llegaron los papás de la comedia”, anuncia Paloma Salas, siempre divertida. 
Muy luego aparecen Felipe Avello e Ignacio Socias, los otros comediantes invitados. Se abrazan, se saludan todos con afecto. Incluidos los papás Copano. Se nota que se conocen desde hace tiempo. Como una stand up family. 

Viene el momento de maquillar a Fabrizio. Lo sientan frente al espejo con luces laterales. Le ponen momentáneamente un pinche, amarillo, para evitar que el pelo se le vaya a la cara.

“Me afeité recién”, dice él. “Te vamos a poner algo suave”, le dice la maquilladora. Él, mientras tanto, se come un plátano.

“Apóyate en el respaldo”, le pide la maquilladora. Le pone crema, le hidrata el rostro y le pone base muy suave. Después, uno tras otro, por ese misma silla pasan Salas, Avello y Socías. 

Copano toma agua mineral. Sabe que no debe bajar el ánimo. Mañana domingo se irá a Antofagasta a dar dos shows que se quedaron rezagados en la gira por regiones que hizo en julio. El lunes tendrá algo de descanso en Santiago, aunque ese día en la noche tomará el avión a Nueva York y ya el martes comenzará con su seguidilla de presentaciones en teatros de la ciudad. 

“Vamos a partir a las 20:20”, anuncia de pronto el productor ejecutivo, en medio del camarín. No queda mucho tiempo por delante. Entonces todo aquí adentro empieza a bullir. 
En medio de la intensidad del ambiente aparece Bambi, quien dice que va a abrir la puerta para que entre un poco de aire fresco. Que se están sofocando aquí adentro. Los dos ventiladores de aire caliente no han dejado de funcionar desde hace horas. “Y yo más encima tengo que planchar”, explica. 

Se refiere posiblemente al conjunto azulino y brillante -tanto camisa como pantalón- que Copano usará esta noche. Y que, en poco rato más, cuando el comediante ya esté bajo las luces del Caupolicán, cuando el show ya esté en marcha, se verá aún más eléctrico. 
El show en el Teatro Caupolicán
Copano admirando el ambiente en backstage. Foto: Valentina Palavecino.
En pleno ensayo antes de las funciones del fin de semana.

El desconocido empresario detrás de 5 “famosos” exits

Héctor Gómez se inició en el mundo tecnológico en los años ‘70. Dicom, Payroll e IMED son algunas de las compañías que ha cofundado, hecho crecer y vendido a players globales. Fue socio de Sonda durante más de dos décadas y del empresario Isidoro Quiroga, quien acaba de vender su porcentaje en Grupo Sable, la matriz a través de la cual Gómez maneja todas las empresas. Hace poco menos de un mes, tuvo su último exit: la venta del software de RRHH Rex+ a la gigante noruega Visma. Esta es su historia.

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