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Personaje

¿Qué hay en la mente de un ilustrador?

¿Qué hay en la mente de un ilustrador?

El ilustrador de DF MAS, Ignacio Schiefelbein esconde muchas facetas: ha creado videojuegos, retratado a presidentes y empresarios y reconoce que “dibujar a Piñera es más fácil que a Bachelet”.

Por: Marcelo Soto | Publicado: Viernes 30 de julio de 2021 a las 19:30
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Arquitecto, programador, creador de videojuegos, dibujante, desarrollador de software, ilustrador, experto en usar la tecnología con fines educativos, Ignacio Schiefelbein tiene múltiples talentos, lo que explica, en cierta forma, que reciba continuamente llamadas o correos de headhunters. Generalmente no les presta mucha atención. Pero hace poco recibió un mail que lo dejó atónito: “Hola, soy reclutadora y estoy buscando un desarrollador senior para Facebook…”. Ignacio leyó hasta ahí y no pudo seguir. ¡Trabajar en la empresa de Mark Zuckerberg era un sueño!

Luego lo llamaron desde San Francisco. Reconoce que estaba un poco nervioso. “Igual me llaman reclutadores todo el tiempo, hay demanda de desarrolladores, porque muchas empresas están construyendo cosas con eso, y además hay mucha gente jugando más tiempo que antes. ¡Pero ahora era Facebook!”, dice el dibujante. “La mujer me preguntó dónde quería vivir: San Francisco, Boston, Seattle, Nueva York, yo podía elegir cualquiera. Yo quería Los Angeles pero no estaba incluida, me gusta porque es como Santiago pero con playa, es exquisita la ciudad. En San Francisco la gente es complicada, en LA hay más buena onda. Debe ser el clima”.

¿Quién es Ignacio Schiefelbein, en definitiva? Los lectores de DF MAS quizá no reconozcan su nombre, pero sí sus ilustraciones. Desde que comenzó colaborando con Revista Capital en 2008, ha hecho retratos de empresarios como Guillermo Luksic y Álvaro Saieh; presidentes como Aylwin, Bachelet y Piñera; con un estilo realista y un aplomado uso del color. A diferencia de dibujantes como Jimmy Scott, más que exagerar los rasgos de los personajes, su impronta está en los detalles, en la sutileza de los gestos.

Aparte de eso, Schiefelbein es un destacado creador de videojuegos como Number run y Pigeon Wings Strike. Este último lo han jugado unas 500 mil personas y ha sido aclamado por la crítica: “Mejor juego nuevo para iPhone” escribió TouchArcade, en abril de 2019, misma fecha en que PocketGamer lo eligió entre los 5 mejores de la semana. Inquieto y siempre con ideas nuevas en la cabeza, ha cambiado varias veces de trabajo. Actualmente está en WOM, pero se irá pronto a Modernizing Medicine.

Justamente entremedio de esos cambios le llegó el correo de Facebook.

“La mujer me preguntó: ¿quieres conversar? Y yo: Por supuesto. Obvio, quiero cachar esto. Quiero ver Facebook por dentro. Me dijo que en tres semanas iba a haber una prueba de programación. Fue por Zoom. Y programando en vivo, con algoritmos binarios, puros conceptos. Yo llevo años programando juegos, pero algunos conceptos no los vas a descubrir solos, porque son complejos. Hay uno que fue inventado en 1956, de hecho uno no lo escribe porque hay comandos que hacen eso. Para qué vas a reinventar la rueda si la rueda está ahí. Pero en la prueba tenías que hacer la rueda. Reordenar data de manera eficiente. Y hacer recursión que es híper abstracto: algo así como la forma en la cual se específica un proceso basado en su propia definición. Esa prueba la pasé, aunque había cosas que no caché bien. Ahí me pasaron a otra reclutadora y era una prueba de cinco horas. Primero, una parte sicológica; otra, de desarrollo de un sistema más grande y ahí la embarré, porque me quedé pegado en el inicio, me puse a conversar, relajado, pero se me acabó el tiempo. Y una cosa clave es el time management”.

No supo el sueldo, pero -de acuerdo a los estándares de este tipo de empresas tecnológicas- dice que debe andar por los US$ 330 mil al año. “Hubiera sido bacán”, reconoce. “Pensaba que podía quedar, de hecho estuve viendo lugares para vivir. Yo viví cuando chico en EEUU, y creo que ese país es para un tiempo, porque me gusta Chile. Pero si hubiera resultado me voy de inmediato, sin la menor duda”.

Entre Batman y Radic

Desde chico, Schiefelbein programaba. Nacido en 1977, en Santiago, su padre era experto en educación -algo de ese interés heredó Ignacio-, le tocaba viajar mucho y por eso la familia se fue un tiempo a Washington DC. Fue allá donde el pequeño de 8 años aprendió el lenguaje de los computadores.

“En EEUU, mis papás compraron un PC en 1985, con sistema Microsoft y todo eso. Programaba en Basic, no tenía siquiera tarjeta gráfica. Aprendí con revistas, que traían como cuatro a cinco juegos, si querías jugar tenías que transcribirlos. Y así sabías cómo modificarlo un poco. No demasiado porque se rompía. Ahí aprendí a programar”, recuerda.

Aparte de las computadoras, otra de sus influencias principales fueron los cómics. “Mi favorito es Año Uno de Batman (1988), escrito por Frank Miller e ilustrado por David Mazzucchelli, encuentro que es lejos lo mejor. Es un dibujante increíble. Cuenta los inicios de Bruce Wayne como Batman y de Jim Gordon en el Departamento de Policía de Gotham City. Varios años después Mazzucchelli la rompió de nuevo con Asterios Polyp, una novela gráfica de 2009. Sobre un arquitecto, cuya casa se incendia y toma un bus y se va lejos, para trabajar como mecánico. Es choro, entretenido, alude a La Odisea de Homero”.

“Cuando era más niño, me encantaban Snoopy, Mafalda, y sobre todo Calvin and Hobbes: la historia de un niño de 6 años y su tigre, creada por Bill Watterson y publicada entre 1985 y 1995 en miles de periódicos. Como libro ha vendido 45 millones de copias”, dice y sobre el clásico Mampato, de Themo Lobos, agrega: “Mis hermanas lo coleccionaban. Era alucinante, tenía de todo, no te saturaba, pero añejó mal en la representación de la mujer”.

Tras salir del colegio, entró a Arquitectura de la UC. Tuvo de profesores a Alejandro Aravena, Wren Strabucchi y Smiljan Radic. Fue este último el que más lo marcó. “Era un profesor extraordinario. Hice un taller con él que fue increíble, en 2001. Todavía me acuerdo cuando se cayeron las Torres Gemelas, teníamos revisión ese día y todos los alumnos estaban expectantes. Pero él llegó y cortó la clase. ‘Está todo mal’. El taller era muy experimental, probábamos maneras de construir. Jamás pensé que iba a tener un taller así. ‘¿Cómo vas a hacer el proyecto?’, te preguntaba. ‘Hay dos formas: una bacán, otra eficiente’”.

Schiefelbein, si bien disfrutó esos años en el campus Lo Contador, a veces pensaba que sería mejor estudiar Arte. Pero terminó Arquitectura y tuvo un promedio de 5,1, nada brillante. “Al presentar un trabajo, era súper importante el discurso y a mí me cuesta mucho inventar el discurso. A veces le achuntaba con un dibujo, y el profesor me felicitaba. Pero empezaban las preguntas y se desmoronaba todo. ‘¿Esto lo hiciste así? ¿Y sabes por qué?’. ‘No, no tengo idea. No sé’, decía yo. Esa parte de explicar me complica. Voy más a la tincada”.

Su proyecto de título refleja su interés en el tema pedagógico y social: un centro de recursos del aprendizaje, en San Ramón, que era como una torre de agua.

Los caminos del dibujo

Luego de titularse se puso a trabajar inmediatamente en algo que no tenía que ver con la arquitectura: en la empresa PopUpTV, donde se dedicó a diseñar y programar publicidad 3D en eventos deportivos. “Es parecido a lo que hacen las Olimpiadas, cuando le ponen a los nadadores una imagen 3D”, explica.

Al mismo tiempo, su amigo el periodista Federico Willoughby, que trabajaba en publicaciones Lo Castillo, le pidió ayuda para la revista Al Detalle. Tenía que dibujar un almacenero. “No podía creerlo: que me estuvieran pagando por dibujar. Lo había dejado un poco de lado durante Arquitectura. Y acá dibujaba para un público masivo. Eso es lo que más me gusta. Lo que haga le llega a mucha mucha gente”.

Agrega: “Me gustaba eso de trabajar en PopUpTV y también dibujar en Al Detalle. Pude experimentar y encontrar mi estilo. Trabajé un año en la tele. De ahí me puse a dibujar para textos escolares, dibujaba todo el día. Me sentaba en el living y me ponía a dibujar, mi señora se iba a trabajar y yo me quedaba todo el día solo, dibujando, viendo SQP y otras leseras con la tele prendida. Era la raja. Después me ponía a colorear y escuchaba la radio, como a las seis, siete, coloreando”.

En 2008 tomó un taller de arte con Eugenio Dittborn. “Él es genial, maneja súper bien la gráfica. De hecho cuesta entenderlo, me costó apreciarlo, porque es súper sutil”. Ese mismo año empezó en Revista Capital.

En todo este tiempo ha dibujado centenares de personajes e ilustraciones. “Uno no le achunta a todo”, admite. “Me encantaría que todos los dibujos fueran la raja, pero no es posible. ¿A cuál no le he achuntado? Buena pregunta. No sé. Hubo un tiempo en que las caricaturas no me salían, no quedaba bonito el resultado y no quedaba contento. Los personajes se parecían al modelo real, pero no me entusiasmaba tanto el dibujo. Hice uno de Margaret Thatcher, que me gustó mucho”.

-¿Hay gente que es más fácil de dibujar que otra?

-Por supuesto. La gente con rasgos más evidentes, obviamente, es más fácil de dibujar. Néstor Kirchner, por ejemplo. Un rasgo, un estilo, el peinado, te pueden dar la clave. El pelo es súper importante. Dime a qué peluquero vas y podré dibujarte (risas). Las expresiones faciales son clave. De los presidentes de Chile, el más difícil puede ser Bachelet. Piñera es más fácil. Bachelet te puedes guiar por su peinado, los colores que usa, pero pillar la sonrisa bien es más difícil. Todos tienen su dificultad.

-Algunos dibujantes distorsionan los rostros para hacerlos reconocibles. ¿Te gusta esa tendencia?

-Yo no voy por ese lado. No acentúo. No hago caricaturas que exageran los rasgos. Hago retratos. No es exagerador.

Juegos y aprendizaje

En 2010, se fue por un año a Stanford, donde pudo desarrollar dos de sus facetas: la programación y la pedagogía. Estudió Desarrollo de Tecnologías del Aprendizaje, vivía en Palo Alto, en Escondido Village, mientras su mujer Macarena esperaba su primer hijo. (Hoy tienen, dos: Julio y Pedro, de 11 y 9).

Su proyecto final era un simulador de un restaurante de pizza. “Salió en la tele en Suecia, el juego era bacán. Se jugaba así: tenías un restaurante de pizza e ibas sumando los precios de los ingredientes”.

La idea del juego le vino cuando hizo un voluntariado, en un colegio de Palo Alto. Una profesora preguntó si había voluntarios para clases de matemáticas. Él se sumó. “Tenía un grupo de alumnos y les iba proponiendo tareas: dibujaba un restaurante y un tipo que decía. ‘dame dos pizzas napolitanas; arriba estaba el precio, entonces el niño tenía que multiplicar. Les di pizzas de cartón y corté papel como si fuera pepperoni, cebolla, entonces les hacía el listado y cada uno armaba su pizza, había que calcular cuánto les habían costado los ingredientes”.

Explica: “Después que volví de Stanford me demoré 3 años en desarrollarlo y lanzarlo. He ganado unos 60 mil dólares, yo creo. No me he hecho rico con los videojuegos, de hecho como empleado gano mucho más. Como desarrollador es mucho más conveniente. Lo otro habría sido pedir fondos ángel, pero la verdad es que tampoco me sentía con la fuerza de decir: quiero hacer esto y ganar dinero. Yo solo quería aprender, cachar cómo funcionaba”.

-¿Te gustaría haber sido el próximo unicornio?

-(Risas) Podría haber sido, no sé, jamás lo pensé.

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